Freud abandonó Paris y la Salpetrière de Charcot en 1886 y volvió a Viena, donde abrió consulta llevándose consigo una idea y una herramienta. La idea era la de Pierre Janet: que la histeria era una enfermedad de causa traumática, y más concretamente que se debía a un trauma sexual. La herramienta era la hipnosis con la que habia trabajado Charcot y el mismo Janet. El tratamiento consistiría en averiguar qué sucedió escarbando en los recuerdos reprimidos de los pacientes.
Se suponía que la hipnosis podia hacer emerger recuerdos olvidados o experiencias fuera de lo común que se hallarían en el origen de lo traumático. Bajo su influjo el paciente podría recordar aquellas escenas temidas que habia sepultado en su inconsciente y que emergerían en forma de sintomas psíquicos. Freud siguió trabajando con la hipnosis durante sus primeros años en Viena en colaboración con Josep Breuer, su mentor con el que escribiría sus “Estudios sobre la histeria”, pero tardaria poco en abandonar la hipnosis y sustiruirla por la asociación libre, consciente en estado de vigilia. Pero no adelantemos acontecimientos, pues antes de hablar de la peripecia intelectual de Freud me gustaria retroceder un poco en el tiempo para situar al lector en los entornos culturales que se debatían en Europa en aquellas fechas cuando el siglo XIX estaba ya a punto de extinguirse.
Herman Oppenheim fue un neurólogo alemán al que se le atribuye el término “neurosis traumática”, que describió (1889) -entre los supervivientes de un accidente ferroviario masivo que tuvo lugar durante su época-, como una afección orgánica consecutiva a un traumatismo real que provocó una alteración física de los centros nerviosos, acompañada de síntomas psíquicos: depresión, hipocondría, angustia, delirio, etcétera.. El problema que tuvo Openheim es que nadie creía en aquel entonces en que los acontecimientos de la vida pudieran generar sintomas neurologicos o psiquiátricos y que se atribuian a la pereza, la cobardia o a ciertas “debilidades” del caracter: la idea esencial era la falsificación. La sociedad de entonces era fuertemente tradicionalista y existian además razones económicas de fondo: de admitirse que los afectados por accidentes desarrollaban enfermedades postraumáticas las empresas y las instituciones deberian afrontar grandes gastos en indemnizaciones. De modo que las teorias de Oppenheim fueron derrotadas en un congreso que tuvo lugar en Berlin al despuntar el siglo.
Y comenzó la primera guerra mundial (1914-1918):. una guerra de trincheras y de combates cuerpo a cuerpo en la que perecieron ocho millones de hombres y que generaron entre los combatientes (usualmente del bando aliado) episodios de parálisis, déficits sensoriales o síntomas histéricos que representaron un enorme problema para los psiquiatras militares de aquella contienda, uno de cada 4 soldados presentaron “histerias de combate” usualmente en forma de mutismo o parálisis. Los soldados que presentaban aquellos síntomas eran evacuados y tratados en hospitales de campaña con el fin de devolverlos inmediatamente al combate.
Los médicos se preguntaban si aquellos cuadros psiquiátricos se debian a algun efecto físico de las bombas, pero al final cayeron en la cuenta de que eran efectos psicológicos del miedo y de que aquellos síntomas se parecían de un modo siniestro a los que Freud, Charcot, Janet, Babinsky o Briquet habian descrito en sus investigaciones sobre la histeria en las mujeres en la Salpetrière. Pero en este caso eran hombres los que sufrian esta enfermedad ¿eran los hombres tambien histéricos?.
Naturalmente no todos los médicos militares estaban dispuestos a creer algo así, la histeria era cosa de mujeres, y las histerias que presentaban los soldados podian interpretarse como simple cobardía. Su antídoto no podia ser otro sino el honor y el patriotismo, los soldados eran constantemente arengados en este sentido o bien corrian el riesgo de ser castigados por traición a la patría.
Los oficiales alemanes que siempre habian rechazado las ideas de Oppenheim tenian orden de fusilar a los cobardes de tal modo que las bajas por enfermedad fueron muy superiores en el bando aliado. Paradójicamente los alemanes no admitieron las ideas de su compatriota Oppenheim hasta mucho tiempo después.
El caso Sassoon.-
Siegfried Sassoon fue un combatiente británico de la primera guerra mundial que llegó a alcanzar el grado de teniente y que era considerado un héroe de guerra. Durante su estancia en el frente perdió varios compañeros y si hoy conocemos su periplo es gracias a Robert Graves que fue compañero suyo en el frente. El caso es que Sassoon tuvo problemas “histéricos” y fue hospitalizado en varias ocasiones hasta que en uno de esos episodios presentó una sintomatología nueva. ya no se trataban solo de pesadillas y flash backs sino de un cambio de personalidad. Sassoon que se había comportado de forma heroica durante múltiples combates llegando a ser considerado como “Jack el loco” se hizo antimilitarista y comenzó (aun de uniforme) a realizar mitines contra la guerra y contra el propio ejército (un adelanto de lo que sucedería en Vietnam años más tarde). Naturalmente esta actitud llamó la atención de sus superiores que le pusieron en tratamiento psiquiátrico.
Sassoon tuvo la suerte de que le encargaran a un médico “progresista” que creía en la neurosis traumática de Oppenheim y que charlaba con sus pacientes interesándose por su experiencia interior y no solo por sus síntomas. Rotuló esos síntomas como una reacción al propio trauma, no tanto al miedo sino a la perdida de ciertos camaradas muy queridos. Sassoon no podía ser un cobarde, (ya había dado suficientes muestras de su temeridad) era una víctima. Una víctima que estaba apresada en lo que hoy conocemos como “síndrome del superviviente” pero que en aquel entonces no se consideraba como una forma de estrés postraumático. Sassoon se sentía culpable de haber sobrevivido, una suerte que no pudieron seguir sus camaradas caídos.
Por primera vez se describió un cambio en la personalidad como un síntoma más del trauma y el propio Sassoon dio una lección a los psiquiatras militares al exigir que le devolvieran al frente. No se combate por abstracciones como el honor, la patria o la bandera, se combate por los compañeros.
Los psiquiatras militares aprendieron la lección y a partir de aquella guerra se dedicaron a aplicar la enseñanza de Sassoon a todo entrenamiento militar. “Nunca dejar a un compañero atrás” se convirtió en un dogma de fe en tiempos de combate. La segunda guerra mundial por el contrario no tuvo tantos accidentes histéricos, pero también es cierto que ya no se combatía en trincheras inertes y los soldados se movían con más facilidad.
Lo importante de todo esto es que por primera vez los médicos tuvieron que admitir que la histeria no es una enfermedad exclusiva de las mujeres (a pesar de su nombre) y que los hombres podían padecerla cuando eran apresados por el terror y que muy probablemente la histeria de las mujeres respondía a otro tipo de terror, un terror privado que se vivía de puertas para adentro.
La histeria y la neurosis traumática eran la misma enfermedad si bien se desarrollaban en contextos bien distintos.