Hay dos formas de pensar “lo traumático”, la primera es una herida, tal y como la imaginara Janet, una herida que solo puede curar en segunda intención, de dentro a fuera. La segunda forma de imaginarlo es como un agujero, un hueco sin rellenar.
Un agujero negro es una región finita del espacio que es considerada una singularidad. Es decir un lugar donde no se cumple ninguna ley de la fisica pues la concentración de masa en su interior es de tal magnitud que ninguna particula material -ni siquiera la luz- puede escapar a sus efectos gravitatorios. Dicho de otra manera el agujero negro atrapa cualquier cosa que pulule por sus proximidades a la vez que emite cierta radiación (radiación de Hawking).
La gravedad de un agujero negro, o «curvatura del espacio-tiempo», provoca una singularidad envuelta por una superficie cerrada, llamada horizonte de sucesos. Esto es previsto por las ecuaciones del campo de Einstein. El horizonte de sucesos separa la región del agujero negro del resto del universo y es la superficie límite del espacio a partir de la cual ninguna partícula puede salir, incluyendo los fotones.
Dicho de otro modo: en el agujero negro el tiempo no existe o al menos se comporta de un modo bastante distinto a nuestro Cronos. Para un astronauta lo mejor es no caer alli, ni acercarse por sus inmediaciones para no ser capturado por su enorme poder de deglusión. Lo mejor es evitar sus proximidades.
Es por eso que la metáfora astrofísica tiene tanto interés para nosotros a la hora de pensar “lo traumático”, pues el trauma es precisamente eso, un agujero en la red de significados que tejen las neuronas a través del recuerdo, de la identidad, de la personalidad y de la conducta, una discontinuidad en esa narración que llamamos vida. Un agujero traumático es aquel lugar donde falta algo, y ese algo que falta -ese desgarro- es lo que en terminos psicoanalíticos llamamos símbolo. Algo que sirve para nombrar y protegernos de lo real. Una especie de toldo.
No todo lo real puede nombrarse, recordemos el noumeno kantiano. Hay ciertas realidades que escapan a nuestro etiquetado y donde no hay etiquetas no puede haber navegación. Uno de estos “noumenos” es la muerte. La muerte es algo que no puede ser simbolizado, pues nadie tiene la experiencia previa, por tanto cualquier idea sobre la muerte es imaginaria y procede de racionalizaciones más o menos elaboradas procedentes casi siempre de creencias religiosas. La muerte e sun insabido, y no es de extrañar que su proximidad, su olor o incluso cualquier evento que nos ponga frente a frente con ella lastime nuestras conexiones nerviosas. Aquel que ha conocido el terror a la muerte, aquel que la ha vivido, o la ha presenciado -como anticipo de la propia- como sucede cuando presenciamos un crimen, tiene un agujero que procede de aquel horror. Naturalmente estoy hablando de la muerte propia.
Otro insabido es la sexualidad, me refiero a la sexualidad infantil. Cualquier excitación sexual en la infancia no puede codificarse en términos de esos símbolos que llamamos palabras. Es por eso que la intrusión de la sexualidad adulta en la infancia resulta siempre perturbadora. Se trata de algo bien establecido: las experiencias sexuales con adultos o inducidas por adultos se saldan con distintos grados de perturbación mental en la edad adulta. Pero no es necesario que exista un abuso infantil para que el agujero negro se conforme dando lugar a esa singularidad que llamamos trauma, puesto que el trauma original es la sexualidad misma.
Son Internet, la TV, el cine, las redes sociales y la pornografía las intrusiones sociales que lleva a cabo la sociedad en la vida infantil de nuestros niños. El problema es que paradójicamente a la protecciónque llevan a cabo los estados modernos con los derechos d elos niños, la infancia está desapareciendo.
¿Pues como vamos a convencer a los adolescentes para que renuncien a ver pornografia, al guasap, a las revistas donde dan consejos verdes, a la mitología de las dietas, al sexo como mercancía de consumo? ¿Cómo vamos a convencer a las chicas de que lo que importa es el curriculum académico y no la figura atractiva, que renuncien a ser la más deseada, que se preocupen más de valores interiores y no tanto de la apariencia?
¿Como vamos a hacer para que la infancia vuelva a ser lo que era, con aquello que se vino en llamar fase de latencia?
¿Alguien sabe como se consigue esto?
No, no lo sabe nadie, porque el mal está incrustado en la sociedad, es un mal sistémico y no se cura con educación, ni con pastillas, ni con psicólogos. Se cura cambiando la sociedad.
¿Y qué habría que cambiar en la sociedad?
Para responder a esta pregunta el lector debe recordar ahora un cuento infantil titulado “Peter Pan”. Y si quiere profundizar más sobre este caso puedes visionar este post que lleva incrustado este video.
Si no te apetece ver el seminario completo conformate con saber que Peter Pan era un niño que no quiso crecer y consigue vivir una vida de juego, aventuras y diversión habitando una isla llamada “Nunca Jamás.
Hoy se conoce con el nombre de sindrome de Johnny Depp a esa manía que les ha dado a los adultos por parecer niños y que afecta por igual a hombres y mujeres. Madre e hija, parecen hermanas y solo la altura parece señalar alguna distancia entre ellas. No es sólo que las niñas se sexualicen precozmente sino que sus mamás aparentan menos edad de la que tienen: a todas las iguala el peso. Todo pareciera indicar que se han borrado las diferencias de edad con lo que la infancia parece haberse diluido en un campo de Campanillas de bajo peso.
Las niñas simulan ser adultas simétricamente a la simulación que llevan a cabo sus madres. Y nuestro cerebro no evolucionó para eso. Tenemos un problema. Pues el acceso a la sexualización precoz no va acompañada de la necesaria madurez para hacer frente a tanta excitación.
La neotenización del mundo occidental.-
El aspecto externo de los humanos ha sufrido presiones evolutivas muy importantes y no sólo relativas al desempeño sexual o al tamaño de los individuos sino también relacionadas con el atractivo. Estos cambios relativos a los gustos y preferencias individuales se conocen con el nombre de selección sexual.
Los que leyeron este post ya conocen la deriva genética que acaeció en Europa central durante la última glaciación que aisló en aquel nicho geográfico a una población que se tradujo en mutaciones específicas para esa población. Hablábamos alli de que la neotenia era producto de una selección sexual muy intensa que se llevó a cabo en aquella población pero no necesariamente en otras latitudes geográficas o no a la misma velocidad.
La selección sexual es la forma en que la evolución introduce novedades guiada por los gustos y preferencias de los sexos y sobre todo por la precariedad, es decir la falta de parejas.
Algo asi parece que sucedió en el paleolítico y en Europa central que quedó aislada por los hielos. Las mujeres derivaron hacia rasgos neoténicos guiadas precisamente por la falta de machos de su especie y sin pretenderlo favorecieron la monogamia.
La neotenia, es decir la persistencia de rasgos infantiles en los individuos tuvo premio evolutivo y una característica psicológica ligada a ella: el retraso de la maduración hace a los individuos más plásticos y con mayor apertura a la experiencia. El cierre de la ventana plástica que regula los aprendizajes y que llamamos “maduración” tienen sus pros y sus contras, asi las personas más maduras o que maduran más precozmente tienen ventajas sociales pero menos ventajas cognitivas. Por decirlo de una manera mas gráfica: los aprendizajes se endurecen y se hacen más rígidos a medida que maduramos.
Estamos asistiendo pues a una intrusión masiva de sexo en la vida de nuestros niños, lo que explica el mayor numero de patologías psiquiátricas en esta población traumatizada por los medios.
Los niños no fueron nunca tan inocentes como creyeron nuestros abuelos pero la edad de inocencia relativa en que crecimos los que alacnzamos la mayoria de edad en la decada de los sesenta ha desaparecido. Un niño hoy puede asesinar a otro niño sin que tenga el desarrollo cognitivo necesario para discriminar lo que sucede en una pantalla del televisor de la vida real.. En este artículo por ejemplo señalan los autores los juicios contra niños asesinos que han acaecido este año en Inglaterra. Lo curioso del artículo es que se da por sentado que estos niños son psicópatas sin caer en la cuenta de que muy probablemente eran niños intoxicados por imágenes y con déficits de procesamiento en la información en sus cerebros agujereados. Se trata de niños victimizados.
En cada época los niños han sido victimas por distintas razones.
Víctimas de orfanatos.-
Después de la segunda guerra mundial hubieron muchos niños que quedaron huerfanos o a cargo de madres solteras que acababan internados en esas instituciones totales que llamamos orfanatos. Afortunadamente en estos orfanatos trabajaron psiquiatras de orientación psicodinámica que nos legaron sus observacioens sobre los traumatismos precoces que procedian del abandono y la institucionalización.
Uno de estos psiquiatras fue René Spitz el descubridor de un sindrome que llamó hospitalismo y otros como depresión anaclítica, junto con otros descubrimientos de interés.
Otro psiquiatra de este mismo corte fue John Bowlby cuyas aportaciones (la teoria del apego) han llegado hasta nuestros dias: la separación precoz de la madre era origen de grandes tratornos mentales durante la infancia y la madurez. Por primera vez se demostraba que la deprivación materna tenia efectos mentales y fisicos en los niños: una fuente de estrés (que incluso hoy se utiliza para ensayos con animales) o de traumatización precoz en nuestro argumento. La deprivación materna crea un agujero en la mente que evita el despliegue de todas las potencialidades ontológicas que el ser humano lleva a cabo cuando tiene los cuidados y atenciones necesarios.
La observación más importante de aquellos psiquiatras fue que que la deprivación constelaba en los bebés un cuadro parecido a la depresión de los adultos. La falta de estimulación, los cuidados impersonales brindados por monjas o enfermeras poco motivadas para estas atenciones y sobre todo por la precariedad de sus medios, daba lugar a un cuadro de desinterés,anorexia, balanceos (autoestimulación) que Spitz llamó la depresión anaclitica que podia revertirse si el niño recuperaba un estilo amoroso adecuado bien por parte de sus propia madre o por un sustituto pero que acaba en un cuadro intratable si pasaba demasiado tiempo e incluso a la muerte por marasmo.
Más tarde seria un psicólogo-primatólogo llamado Harry Harlow quien se encargaria de demostrar que el contacto fisico era la variable critica en este asunto de la privación materna y aunque en demasiadas ocasiones se han utilizado los experiementos de Harlow para refutar al psicoanalisis yel desarrollo sexual d ela libdo, en realidad no hay que olvidar quelos experimentos de Harlow se hicieron con simios mientras que las observaciones de Bowlby o de Spitz se llevaron a cabo con bebés deprivados. Aqui hay un buen post anti-freudiano que conviene leer para los que quieran ahondar en esta cuestión.
No deja de ser curiosa esta frase con la que el autor pretende demostrar su tesis:
“Los experimentos de Harlow ya no están de acuerdo con las teorías de Bowlby de que la madre es el organizador psíquico necesario y suficiente. “Este hallazgo contrasta con las teorías psicoanalíticas y psiquiátricas actuales que enfatizan la importancia del papel de la madre y minimizan la parte que juegan las interacciones con los iguales en el desarrollo normal de la personalidad del adulto”.
Olvidando la idea de que la muestra de los niños de Bowlby o de Spitz eran bebés de un año de vida. Pocos iguales aparecen a esa edad.
La madre es la organizadora psiquica del niño, sin ninguna duda y lo hace a través de una modificación de la conciencia que Bion llamó rêverie.