Recientemente ha caído en mis manos un articulo de Moira Fleming que me pareció muy interesante al comparar la disonancia que acaece en las muchachas anoréxicas -que se ven gordas aunque estén flacas- con los transgénero que sienten que su sexo anatómico y su sexo mental no encajan bien. De ese articulo sacaré algunos párrafos para seguir mi itinerario propio.
La autora del articulo se plantea la siguiente pregunta, algo que alguna vez también me he preguntado:
¿Por qué el transgénero es una identidad y la anorexia mental es un trastorno?
Los adultos tienen el derecho de vestirse, llamarse, actuar y vivir como quieran, amar o relacionarse o vivir o copular con quien deseen siempre bajo los limites que marca la ley. El primer error que se comete cuando hablamos de este tema de los transgénero es confundirlos con los homosexuales. Nada que ver. La homosexualidad no es la misma cosa que el transgénero a pesar de que el publico en general lo siga confundiendo.
La homosexualidad es una conducta no una identidad pero lo cierto es que en los últimos años ha habido una tendencia a construir una identidad gay. Ser gay no es lo mismo que ser homosexual. Ser gay es una identidad colectiva y en cierto modo pública, y ser homosexual es una cuestión de gustos privados. Gustos que no dependen de la libre elección, ningún homosexual lo es porque quiera serlo, del mismo modo nos sucede a los heterosexuales. Los transgénero no son homosexuales sino una vuelta de tuerca más allá de la orientación sexual: son andróginos.
Los transgénero si son una identidad, una identidad disconforme, lo mismo pasa con la anorexia que no es un problema de la identidad sexual sino corporal. Se es anoréxica porque existe una disconformidad con el cuerpo que se tiene, en este sentido es también una conducta que además puede configurar también una identidad ana-mia, solo hay que visitar una de esas webs para comprobar como una pulsión de disconformidad con el cuerpo ha sido transformada en una identidad deseable que puede difundirse para ganar adeptos. Es la anorexia pública y publicitada.
La androginia publicitada es paralela entre los transgénero y las anoréxicas.
Asegurar que los niños transgénero ya vienen programados para manifestar esa disconformidad en la más tierna infancia es desconocer que la identidad es un constructo sometido a muchos embates en la vida y que no es una isla desierta esperando ser descubierta por algún osado navegante sino algo que se construye, cuida, se refuerza, se cree, se ensaya y se confronta con la realidad. Atribuir a un niño la capacidad para discriminar esa identidad cuando los niños son tan plásticos es ignorarlo todo sobre la psicología infantil. Los niños copian, plagian y mimetizan lo que ven, lo que oyen y se apropian de sentimientos ajenos. Por otra parte ¿no tienen los padres preferencias en cuanto al género de sus hijos? ¿Que influencia tiene ese deseo?. La identidad tiene por cierto una parte extrínseca (las influencias externas) y otra intrínseca: los genitales que nos hacen dividir el mundo en dos, los que son como yo y los distintos: “la anatomía es el destino” decía Freud pero aquí no termina todo porque los humanos tenemos un registro imaginario que nos permite construir mundos y no solo vivirlos o sufrirlos.
Es perfectamente posible que un niño o una niña no se sienta a gusto en su propio cuerpo y que llegue bien pronto a la idea de que es (le gustaría ser) del sexo opuesto. En un niño “ser” o “querer ser” son equivalentes, del mismo modo que “quiero” o “tengo” lo son. Pensamiento mágico.
Y claro que hay algo que no funciona bien en esos cerebros, tanto en la anorexia como en los trasngénero y la peor solución es la reasignación de sexo. Del mismo modo seria letal abandonar a las anoréxicas a la inanición solo porque creen que están gordas cuando en realidad están caquécticas. Lo curioso y sobre lo que habría que interrogar es: ¿Por qué a las anorexias les suponemos un trastorno mental y a los transgénero les legitimamos en su identidad hasta el punto de amputarles los genitales?
¿Qué es la identidad?
A la identidad le pasa lo mismo que a ese constructo que llamamos “libre albedrío”, no existen, pero son creencias útiles porque dan un sentido de agencia a nuestra voluntad e histórico a nuestra existencia. En un post anterior ya me referí a lo difícil qué es dar una definición de qué cosa es eso de la identidad, en mi opinión es el constructo más grácil de nuestro psiquismo: carece de materialidad. Trate de contestarse a ésta pregunta ¿Quien soy yo? y verá cuantas dificultades se le vienen encima. Hasta Schopenhauer fracasó en esta tarea, así que no se deprima si no lo consigue, simplemente visite este post.
Y una vez leído habrá usted comprobado que hay algo esencial, una especie de piedra preciosa, una gema de la que habló Hosdadter, un bucle vacío, algo que distingue a la manzana de la pera, algo intrínseco a cada naturaleza, a cada persona y que está rodeado de “identificaciones”accesorias, nombre, lugar, profesión, etc. Lo esencial es que hay hombres y mujeres y ese algo es lo que nos hace diferentes siendo a la vez todos los hombres y todas las mujeres diferentes entre sí.
Sexualidad, afectividad e identidad constituyen los tres tramos de ese abrazo Uroborico que cierra el circulo de la repetición. Sexualidad es la cola, tiene vida propia y se mueve aun después de ser seccionada, afectividad es el cuerpo de esa serpiente e identidad es la cabeza. Cabeza y cola cierran el circulo.
Pero esta tarea de coser los tres fragmentos no está al alcance de todos.
La identidad como ficción.-
Sobre la identidad siguen construyéndose ficciones, las creencias, los gustos, las ideas se construyen en andamios construidos a toda prisa para encajar las emociones dando la impresión de que el edificio finalizado es un edificio sólido y que responde a la lógica de la elección individual. Pero nuestra conciencia de unicidad, nuestro Yo es otra ficción, que naturalmente no existe. No existe ningún homúnculo que tome decisiones, sino que las “decisiones” se engarzan unas con otras por proximidad, por coherencia, por resonancia o por facilitación, pero nunca por determinación genética. Tampoco elegimos ser lo que somos sino que vamos acoplando lo que creemos ser a las sucesivas ficciones que construimos casi cada día para que los hechos encajen en los cajones de nuestra mente.
De manera que todos somos arquitectos de nuestras propias ficciones, entendiendo a estas como formas de interpretar la realidad/verdad según nuestra condición de novelistas.
Y todos estamos expuestos a las ficciones de los demás cuando nos incluyen. La mayor parte de ficciones están destinadas a la confrontación con las ficciones ajenas. ¿Quien tiene razón? El buen mediador es aquel que sabe que los dos tienen su parte de razón pues en una verdad mediada por el lenguaje hay elementos connotativos, denotativos y pragmáticos. Es posible que ambos se enzarcen en una disputa al atender solamente uno de esos planos por donde discurre el lenguaje y se olviden del elemento pragmático (lo más frecuente), el que contextualiza las palabras. El mediador sabe que ambos tienen razón y no la tienen, pero sobre todo sabe algo más importante: que ninguna ficción es la verdad y que existe un plano donde el conocer que todos construimos ficciones de hecho, nos hace relativizar y alejarnos de la búsqueda de la razón, una ética abyecta. Sabemos que hay una ficción que es a su vez una metaficción, la de saber que todos estamos equivocados y al mismo tiempo acertados.
Pues la realidad solo puede ser representada.
La inflación de la identidad.-
No cabe duda de que la proliferación de casos -me refiero ahora a los trastornos de la identidad está relacionada con el modelo de sociedad en que vivimos. Creo que soy el primero en decirlo pero si existen tantos casos de desajustes identitarios es -como advirtió Foucault- porque existen muchas personalidades, es decir muchas maneras de ser y todas son legítimas.
Los trastornos de la identidad no podrían existir en un tipo de sociedad que restringiera ciertas formas de ser o que mantuviera operativos ciertos mecanismos represivos sobre sus ciudadanos. Es por eso que el TLP -como fenómeno de masas- no existía en el siglo XIX, simplemente no existía la subjetividad superindividualista que se encuentra en su origen,
Hubo un tiempo en que la mayor parte de las enfermedades mentales dependían solamente para su proliferación de los replantes genéticos y probablemente de los traumas infantiles. Pero a medida que las comunidades humanas fueron creciendo en número de individuos y densidad poblacional se acumularon otro tipo de replicantes, los memes. Hasta llegar a nuestros dias, donde es posible afirmar que los memes le han ganado la batalla a los genes y hablamos de epidemias meméticas. Copiar una enfermedad mental (la copia fenotípica) es hoy más fácil que padecerla por causa genética a causa de la enorme cantidad de trasiegos interpersonales que realizamos, así como la cantidad de medios disponibles para la dispersión de memes más allá de la familia, email, TV, webs y blogs, teléfono, cine, periódicos, etc.
El meme le ha ganado la batalla al gen y es hoy más probable encontrarse con enfermedades “copiadas” por la via memética que por la genética, asi sucede con el “meme de la delgadez” por ejemplo, el responsable de grandes bolsas de sufrimiento según grupos de edad y sexo. La epidemia de trastornos alimentarios que sufrimos hoy en las sociedades avanzadas y opulentas no puede explicarse a través de la vía genética (es demasiado frecuente) pero puede hacerse si consideramos al meme como un replicante cultural que parasita los cerebros individual y se trasmite por imitación.
Pero la rapidez con que la “condición” transgénero ha sido aceptada como mentalmente sana es injusta tanto para el público en general como para los propios individuos, además es sospechosa de haber sido un experimento de ingeniería social, algo diseñado desde algún lejano lugar y con objetivos espurios, sencillamente se ha metido en nuestro imaginario forzadamente a través de leyes y a través de los medios de comunicación, algo debe haber en juego cuando se ha expandido tan rápidamente este meme de la identidad sexual.
A la disforia de género le pasa como al TDH, existe pero el publico en general y algunos expertos desconfían de este diagnóstico. Al TDH se le acusa de ser un evento de la industria para vender anfetaminas y a la disforia de genero se le acusa de ser un trastorno mental que pretende independizarse de la psiquiatría ya aparecer como una elección libre de las personas.
La cuestión no es si la identidad de alguien debe ser validada, sino si la validación debe acompañar un intento de fabricar un artificio imposible. Si un hombre siente que es una mujer en el interior, esto plantea la pregunta: ¿Qué es una mujer?
Las explicaciones inquebrantablemente nebulosas que abundan en la defensa de los derechos de los transgénero rebotan en las bravatas desesperadas de la multitud pro-ana-mia. Y sin embargo a los primeros se les legitima y a las segundas se las persigue en sus intentos de publicitar su causa.
La identidad no existe son los padres, los que legitiman los caprichos de sus hijos y lo hacen inducidos por una especie de ingeniería social destinada a construir cerebros no reproductivos.