Comencemos por un recorrido histórico del término “perversión” que es bastante reciente si lo comparamos con el término “desviación” un término más estadístico que clínico. O la más antigua de las hipótesis: la degeneración moral de Morel o de Lombroso. Nótese como el enfoque es en cualquier caso socio-teológico, pero después de la laicización del mundo que nos trajo la Ilustración se planteó un problema bien explicitado por Sade. Sade no es un loco ni un delincuente. Ni el manicomio ni la cárcel son lugares para él, ¿cual es su lugar?
Sade puso patas arriba la tradición psiquiátrica que ya habia consensuado algo sobre el terreno: las enfermedades mentales tenian causas naturales, el problema entonces -como hoy- consiste en discriminar qué es enfermedad mental y qué no lo es. ¿Qué es tolerable y qué es intolerable para la comunidad? ¿Quien es un enfermo y quién es un simple delincuente?. Si la enfermedad mental es natural, ¿entonces por qué pensar que el ladrón es una excepción que debe tratarse con criterios morales?. El ladrón no es un enfermo mental como tampoco lo es el asesino, sin embargo enfermos mentales y delincuentes comparten un determinado segmento de coincidencia. Mientras que la mayor parte de perversos (los más adaptados) pasan desapercibidos por jueces, policía y psiquiatras.
Debemos el término “perversión” a Freud tal y como ya conté en un post anterior y podriamos decir que sin el inconsciente no podriamos entender como algunas personas sufren (los neuróticos) mientras otras parecen no sufrir en absoluto y/o hacen sufrir a otros, pero por las mismas razones por las que el neurótico sufre. Es por eso que Freud decía que la perversión es el negativo de la neurosis.
A estos últimos les conocemos con el nombre de psicópatas (un término no reconocido en los DSMs) pero de alto valor heurístico. Todo el mundo sabe qué es un psicópata aunque no se encuentre definido en los manuales operativos.
Lo que casi nadie sabe es que un psicópata es un perverso, una clase especial de entre ellos. Y si digo que casi nadie lo sabe es por la razón de que el término “perversión” no es aceptado por la psiquiatria clinica y pertenece en exclusiva al psicoanálisis.
A cambio de repudiar la palabra “perversión” los DSMs han inventado una nueva: la palabra “parafilia” que es una domesticación del término perversión y que parece señalar tan solo a una clase de perversiones muy concretas:las sexuales, aunque la mayoria de ellas se tratan con indulgencia, como variantes normales de la sexualidad tal y como podemos leer en el libro de Jesse Behring algo así como si fuera un gusto o una preferencia y no tuviera nada que ver con el neurodesarrollo o con la sexualidad infantil. Más abajo veremos la razón por la que tener fantasias perversas no es suficiente para definir la perversión, de modo que todo el argumentario de Behring se viene abajo al comprender que todos, en efecto podemos practicar ciertas fantasias eróticas bizarras y no ser perversos en absoluto.
En la clínica también ha sucedido un fenómeno parecido: hoy llamamos “psicópatas” a los perversos, sobre todo cuando hay crímenes o espectáculos gore de por medio, allí donde el mal asoma su hocico y nos permite observar – a través de los medios de comunicación- que nos faltan palabras y conceptos para nombrar a esas personas que sin estar clínicamente locas nos confunden con sus razones -que ellos mismos ignoran- y nos estremecen con sus crímenes usualmente gratuitos, desalmados o carentes de razones comprensibles, crímenes inexplicables .
De manera que el término perverso tanto como el término psicópata ha sido abominado por la ciencia oficial y ha sido sustituido por etiquetas como “el trastorno antisocial de la personalidad” o el término “parafilia”, una forma de blanqueamiento del mal que nos impide entender la mente en profundidad.
Ha habido muchas tentativas por parte de psicoanalistas con intereses institucionales en encontrar una clasificación psicodinámica que resulte una alternativa a los manuales operativos amercicanos que son en definitiva ateóricos y simples descripciones. Uno de estos psicoanalistas fue Jimenez (2004), citado por Estella Welldon en su libro “Jugar con dinamita”. Otro Paul Verhaeghe (2008) que intentó un DSM con intención psicoanalítica y fenomenológíca.
Criterios operativos para el diagnóstico de perversión.-
1.-Encapsulamiento.- Estella Welldon propone el uso de esta palabra en lugar de “escisión” o “disociación”. La razón es que en el encapsulamiento no se prejuzga la ignorancia sino que la persona perversa sabe perfectamente lo que está ocultando. Su mano derecha sabe bien lo que hace su mano izquierda a diferencia de lo que sucede con los síntomas clásicos de la “disociación” donde suponemos que el individuo desconoce aspectos puntuales de su memoria, conducta o condición.
2.-Compulsión y repetición.- Implica la persistencia de una acción repetitiva y compulsiva que puede vivirse como bizarra, pero cuya descarga provoca bienestar y tranquilización.
Participación del cuerpo.- No hay perversión solo de pensamiento o fantasía, la verdadera perversión implica a todo el cuerpo que se usa como instrumento de la acción perversa.
Relación de objeto parcial.- Probablemente este es el criterio más complicado para un terapeuta sin formación analítica. Podemos definirlo (sin acudir a la teoría psicoanalítica) como el rechazo a mantener relaciones con objetos totales y completos. El perverso prefiere relacionarse con partes de estos objetos (vaginas, pechos, penes, pies, etc) El individuo es incapaz de relacionarse con el objeto completo.
Interferencia emocional.- Es algo que podemos observar en la cualidad de las relaciones sexuales, pareciera como si el perverso “hiciera el odio pero no el amor”. Hay una interferencia continua entre sentimientos de amor y de odio. En los casos más graves es la agresión la condición para el goce sexual.
Deshumanización del objeto.- Sin esta deshumanización el objeto deja de cumplir su función de objeto libidinal.
Sexualización.– Ocupa el lugar de la reflexión y de la facultad de pensar. La sexualización ocupa el lugar de la comprensión de las razones por las que el perverso necesita deshumanizar o paralizar al objeto. Sexualizar es una forma de sentirse vivo pero también es una forma de empobrecer los significados. Sexualizar es socavar la capacidad de simbolizar.
Inscripción fija.– Ha de ser así y solo así, el escenario no puede modificarse sin venirse abajo la gratificación libidinal.
Hostilidad.- El perverso no sabe de donde viene su odio, ni sabe el odio que despierta su perversión, tampoco sabe de quién quiere vengarse, es decir carece de un relato coherente sobre sus causas.
Necesidad de tener el control total.-
Necesidad de correr riesgos.- Es muy frecuente que estas personas corran riesgos que en casos extremos pongan en peligro la vida, más frecuentes son los riesgos financieros o los pequeños delitos que tienen como propósito “bailar con la muerte” o la “adicción al limite”.
Incapacidad para el duelo.
Defensa maniaca contra la depresión.- Decia Abraham que la manía es una defensa contra la depresión, pero en psicoanálisis una defensa maníaca no debe confundirse con el estado clínico que forma parte del trastorno bipolar sino que es asimilable al concepto de denegación. Una defensa contra el dolor psíquico: “se que está ahí pero hago como que no existe”.
La perversión implica una disociación profunda entre la sexualidad genital y la sexualidad pregenital, una especie de extravío o de dislocación de la maduración genital provocada por eventos traumáticos que son los responsables del odio y la hostilidad perversas que pueden a su vez estar enquistadas y no observables y que más tarde son desgajados de la memoria y de la narrativa individual apareciendo en la conciencia primero como fantasías perversas y más tarde llevadas a cabo a sabiendas de su excentricidad y de su contenido bizarro. Simplemente el perverso no puede dejar de hacer lo que hace.
La perversión puede considerarse como una mascara de lucidez, un enloquecimiento monotemático (una locura) y cuerdo, una forma de alienación mental que en realidad pone -ya Sade nos introdujo en esa idea- que las conductas humanas no pueden quedar encajonadas en normales y patológicas, siendo los delincuentes, los transgresores o los rufianes una especie entre ambas. En este sentido el libro de Verhaeghe pone el dedo en la llaga cuando se plantea qué es eso que llamamos “normalidad” y que clase de comorbilidades podemos esperar de las personas normales.
Bibliografia.-
Jimenez. J. P. (2004): A psichoanalitycal phenomenology of perversion. International Journal of psychoanalysis, 8. 459-472.
Verhaeghe, P: On being normal and other disorders: a manual for clinical psychodiagnostics. London 2008.