Ni están todos los que son, ni son todos los que están (Proverbio castellano)
Jose Maria Alvarez es un psicólogo de orientación psicoanalítica y que pertenece a un grupo del saber psiquiátrico que se conoce informalmente como “Alienistas del Pisuerga” con domicilio en Valladolid (aprovecho para recordar que el Pisuerga pasa por Valladolid) y más formalmente como miembro de la “Otra Psiquiatría”.
Es sin ninguna duda uno de los clínicos más interesantes del panorama actual siempre dentro de los profesionales que de alguna forma nos contamos entre esos que trabajamos con la transferencia. Alvarez es un erudito del clasicismo psiquiátrico al tiempo que es también psicoanalista de orientación lacaniana y trabaja además en la sanidad publica. Una rara avis pues.
Este libro es en realidad una fusión de ensayos diversos y he escogido por su interés para mi, un capitulo concreto para comentar aquí, me refiero al capitulo sobre las psicosis ordinarias, una teorización de J. A. Miller.
En incontables ocasiones mis lectores habrán observado que mi posición frente a las enfermedades mentales no coincide exactamente con el canón políticamente correcto. Un canon que está representado por la sucesiva edición de manuales de diagnostico que son en realidad consensos americanos, de la APA, mas concretamente. En Europa hay otra versión muy similar editada por la OMS que ha sido criticada muchas veces aquí, no sólo por mi sino por otros autores. El asunto para que el lector medio lo entienda es que las enfermedades mentales no son entidades discretas como las enfermedades físicas, sino que tienen características particulares: a veces parecen discontinuas (discretas) y a veces no lo parecen sino que se nos muestran como una especie de continuidad entre la locura y la razón.
Existe pues dos posiciones, una categórica (o estás loco o no lo estas) o bien está otra (o eres un neurótico o eres un psicótico). El asunto es que esta manera de pensar tiene muchos huecos epistemológicos, porque la verdad es que “se puede estar medio loco” o estar loco solo en un aspecto del psiquismo” y por supuesto existen entidades a medio camino entre la neurosis y la psicosis. ¿Qué es la anorexia mental?¿Qué es el TLP? ¿Qué significan todos esos estados mentales acabados en “oide” (paranoide, esquizoide, histeroide, etc.
El problema ha sido investigado desde que los alienistas antiguos se transformaron en psiquiatras y comenzaron la tarea de clasificar el pathos, es decir los sufrimientos y goces mentales. Desde entonces los clínicos se han enfrentado a la tarea de clasificar lo inclasificables, a fin de llegar a alguna clasificación que es necesaria para orientar los tratamientos. Sin diagnóstico no puede haber tratamiento pero el diagnóstico muchas veces se encuentra con el problema de que las locuras personales no encajan ni en la psicosis, ni en la neurosis, ni en la perversión (una división ternaria que introdujo Freud a fin de exorcizar este problema). Lo cierto es que la tensión neurosis-psicosis o la procedente de la locura-razón es demasiado potente para arrastrar cualquier conceptualización. De hecho ya nadie piensa en las perversiones en la clínica, arrebatados por esa tensión entre neurosis-psicosis.
Precisamente porque existen esos dos polos categoriales que también podemos imaginar un punto medio, equidistante entre ambos. El TLP descrito como trastorno border-line de la personalidad ya lleva implícita esa característica de fronteriza. No es ni una neurosis, ni es una psicosis. ¿¿Entonces qué es?
Para entender qué es tenemos que hacer una pequeña excursión histórica.
Serieux y Capgras, psiquiatras franceses del XIX ya habían especulado con la idea de que se puede estar medio loco y no loco del todo. La idea es muy importante porque otros autores no estaban en absoluto de acuerdo con esta idea. Eran muchos, sobre todo aquellos que buscaban homologar las enfermedades mentales con las somáticas, como Falret, que creían que o se está loco o no se está, del mismo modo en que una persona o es diabético o no lo es. Falret fue uno de los impulsores de la idea -condicionada por el naturalismo de Condillac- de que las enfermedades mentales eran entidades naturales del mismo modo que las enfermedades del cuerpo. Esta idea fue ganando adeptos hasta que la psiquiatría kraepeliniana se impuso en todo el mundo culto. Desde entonces los psiquiatras somos médicos y no alienistas, es decir no nos ocupamos de la alienación sino de las enfermedades mentales.
Pero el concepto de enfermedad mental es muy discutible porque la mente es un intangible que no puede enfermar sino el cerebro. Esta es la razón por la que la psiquiatría biológica haya ganado la partida a las otras psiquiatrías, incluyendo al psicoanálisis que no obstante ha hecho aportaciones esenciales a la comprensión de los malestares mentales, el pathos.
La trama histórica.-
Lo cierto es que no tenemos más remedio que utilizar nuestro pensamiento categórico para conceptualizar las cosas. Significa que un concepto necesita de su opuesto para poder organizar nuestras ideas sobre las cosas. Así locura-razón, norma-transgresión, enfermedad-salud, etc. La idea interesante que defiende Alvarez en su libro es que es precisamente esa dicotomía, o división entre opuestos lo que genera precisamente los casos inclasificables.
En un anterior post que titulé “la rebelión de las entidades” decía:
“Todo pareciera indicar que las enfermedades mentales se resisten a cualquier conceptualización, del mismo modo que las personalidades normales: a pesar de que existen multitud de catálogos sobre este asunto lo cierto es que ninguno de ellos ha resultado ser eficiente para clasificar lo humano. La mayor parte de nosotros somos inclasificables”.
De manera que la historia de un síntoma o la aparición de otros síntomas no catalogados nos dice más del pathos de toda una generación o del Zeitgeist de una época que el estudio del cerebro.
Y lo somos tanto políticamente como mentalmente.
Usualmente hablamos de “izquierdas” o “derechas” o de “conservadores” o de “progresistas” o de “autoritarios” y “libertarios”, en USA entre “demócratas” y “republicanos”, ya podemos ver que en las clasificaciones políticas existe una tensión entre polos o extremos que tiene mucha potencia. Todo el mundo puede ser clasificado en esa especie de jaula ideológica de la que nadie -en teoría- puede escapar al menos en la presunción de los diagnosticadores de ideologías. Es precisamente esta polarización la que deja una tierra de nadie que es ocupada por otra fuerza: el Centro. El Centro seria políticamente algo muy parecido al trastorno border-line. Equidistaría tanto de la derecha como de la izquierda (de la neurosis como de la psicosis) sin ser ni una cosa ni otra.
Este tipo de posiciones fronterizas entre polos existen en lo real y siguiendo la argumentación tato de los clásicos como de Alvarez solo es posible apresarlos mediante un oximoron. Locuras razonantes o locuras ordinarias equivaldrían -siguiendo la metáfora política- a izquierdas conservadoras y a derechas progresistas. ¿Puede existir tal cosa en la realidad?
Dejo al lector que lo piense por si mismo.
Personalmente me inclino por la teoría de la continuidad aunque no rechazo la teoría contraria, la de la continuidad. Creo que lo más sensato es dejarse iluminar por ambas formas de pensar lo psíquico. Sencillamente: en algunas ocasiones es mejor apelar a la teoría de la continuidad y otras veces es mejor apelar a la teoría de la discontinuidad. En esto estoy totalmente de acuerdo con Jose Maria Alvarez: en Psiquiatría hoy no tenemos más remedio que ser eclécticos.
Es precisamente este oximoron propuesto por Alvarez que resquebraja toda las certezas que proceden de nuestra tradición médica y kraepeliniana. En este sentido el TLP sería una de las posibilidades que tenemos los humanos de llevar adelante un pathos oscuro, medio escondido y velado por una personalidad aparentemente sana y normal. Los microsintomas que podemos observar en estas personas no interfieren en que podamos percibirles como personas comunes: es precisamente en la relación intima, profunda o bajo transferencia cuando pueden observarse estas microsintomatologías amplificadas que o bien están emparentadas con la melancolía o bien con la psicosis, bien su forma paranoide o bien su forma esquizofrénica.
En este sentido tendrían mucha razón aquellos autores que entrevieron que existían ciertos síndromes entre las neurosis y las psicosis y que podeís ver el post de Juan Rojo sobre “las esquizofrenias que ya no existen” que teneís enlazado más abajo: esquizofrenia ambulatoria, psicosis mitis, pseudoesquizofrenia, trastorno border-line, los síndromes narcisistas y fronterizos descritos por Kernberg y Kohut son las evidencias históricas de que existen “locos” que solo están locos a medias, o bien en determinadas situaciones (como en el hogar) pero son completamente lucidos en otros entornos.
En conclusión: el libro de Alvarez es una buena ocasión para abrirnos a la contradicción de saber que no sabemos los suficiente sobre la complejidad de la mente y entender porqué nos resulta tan difícil meterle el dedo al pathos humano. Probablemente porque sea tan inclasificable como cualquier otro elemento que afecte a la complejidad del deseo del sufrimiento o del goce. A mi la ventana que se me abre con la lectura de este libro es que ciertas conceptualizaciones psicoanalíticas como esta de “locuras ordinarias” nos abre una ventana a la posibilidad de pensar que después de todo es muy probable que estemos todos locos.
O dicho de una forma menos contracultural: que hay más locos de los que creemos.
Locos pero no enfermos.
Ver: