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El primer año de vida del niño: narcisismo primario

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Del narcisismo primario vengo y al narcisismo primario voy (Francisco Pereña)

“Parto” viene del verbo partir y es una palabra que tiene dos acepciones, la primera es la división, es decir la división en partes de algo que anteriormente anduvo unido, la segunda es el inicio de un itinerario, un camino.

El primer año de vida del niño es probablemente uno de los hitos más importantes del desarrollo ontológico de un ser humano, en ese periodo se dan cita eventos que se suceden con una velocidad inusual, solo comparable a los que acaecen en la adolescencia. Los eventos son rápidos e incluyen maduración de movimientos, regulación del sueño, sincronización de las mamadas y la alimentación; la aparición de la sonrisa social hacia los tres meses y más tarde la angustia ante el extraño hacia los ocho. Es una época de cambios importantes que se suceden a una velocidad de vértigo. El niño aprende hoy una cosa, por ejemplo a gruñir y la próxima semana aprende a reír a carcajadas, su vida pasa de ser absolutamente pasiva (dormir y mamar) a coordinarse con el medio ambiente, aparece la curiosidad y el contacto ocular, el niño adquiere posición, coordinación de manos y pies y a interactuar con su entorno cada vez de forma más compleja.

Los griegos tienen dos palabras para designar el tiempo, la primera de ellas es “Cronos”, la segunda “Kairós”. Cronos es el tiempo como duración de las cosas y velocidad de su transcurso, Kairós es el momento adecuado, ventana plástica o sentido de la oportunidad. Ambos conceptos son útiles para comprender la maduración neuropsicológica de un bebé. Hay habilidades que son “Cronos” y hay habilidades que son “Kairós“. O dicho de forma más científica: unas dependen de la testosterona y otras del estradiol. Si bien hay que recordar que el estradiol es el resultado final del metabolismo cerebral (via aromatasas) de la testosterona. En este sentido hablaremos de la bomba testosterona-estradiol en estos primeros años de vida, como una prolongación de la vida fetal y que solo afecta al cerebro.

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Es interesante saber que durante el embarazo el cerebro del niño (y también la niña) está sometido a un baño de testosterona y que este baño se prolonga durante el primer año para decaer después y volver a alcanzar un pico en la pubertad. Se supone que esta velocidad de eventos tienen que ver con la pulsación de la testosterona.

Pero hay otra forma de ver estos eventos. Me refiero a la teoría psicoanalítica. Es por eso que en este post (que será una continuación del anterior) me propongo explicar los sucesos psicológicos que acaecen durante este periodo con un acercamiento especial a lo que consideramos narcisismo primario. Analizaré también las relaciones entre este narcisismo primario, el Edipo y el concepto-abstracción de paternidad que no debe confundirse con el padre real.

El niño viene de serie con una serie de reflejos que le permiten “hozar” es decir buscar el pezón de la madre para alimentarse, también puede tener hipo, bostezos y sobre todo llanto, una señal analógica -sujeta a error de interpretación- que puede significar cualquier cosa, desde aburrimiento, hasta excitación, cansancio o hambre. La madre interpreta este llanto de forma empírica y a través del vinculo con el hijo se hace poco a poco experta en la hermeneusis del llanto. Lo importante es saber que el niño y la madre establecen una diada, es decir una relación de objeto muy intensa que es en realidad una prolongación de cuando fueron Uno, solo que ahora hay una novedad que el niño no sabe: son dos. La madre sabe que son dos, pero el niño no adquirirá este conocimiento hasta mucho más adelante. Quedará establecido hacia el octavo mes cuando ya es capaz de reconocer que la madre es un objeto (en psicoanálisis se llama objeto a una persona con la que establecemos un vinculo especial) diferente a él mismo.

El niño reconoce a la madre por el olor, también por el sonido de sus palabras y poco a poco por la cara (la gestalt de la cara), ojos, boca y nariz. Los niños son especialistas en reconocer caras y se trata de una habilidad muy temprana, pero aun no sabe que esas caras son objetos separados de sí mismo. Lo que sucede es que además de la madre hay otras gestalts: la del padre, abuelos, cuidadores, etc.

Son precisamente esos Otros que no son la madre lo que introduce en el niño la evidencia de la alteridad. Ya no soy Uno, Yo-con-mi-madre, sino que hay Otros por ahí afuera que me confrontan con la separación. A estos otros es a lo que llamamos “función paterna”, es decir a todos los que no-son-madre. Y cuya función es la de separar o introducir ese germen opuesto a la identificación que llamamos separación.

La separación es en realidad la condición y el destino de lo humano, es por eso que decimos que “del narcisismo primario vengo y al narcisismo primario voy”, puesto que esta separatividad en realidad es la muerte. La vida es ese camino que recorremos desde que fuimos Uno con la madre hasta que volvemos a la Unidad representada por la muerte en el otro lado.

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Dicho de otra manera: el primer objeto, la madre, la que lleva nuestro mismo Tótem está destinada a ser el objeto perdido primario, pues sin esa perdida no hay vida, ni propiamente niño, es por eso que Narciso se ahoga en la laguna, es engullido por ella. La tarea de todo niño es separarse de la madre, que es lo mismo que aceptar que estamos divididos, con esa escisión original que Freud llamo la “Spaltung” y que Lacan matematizó con esa S barrada $, somos entonces sujetos capaces de desear, es decir escindidos.

La paternidad no es pues ninguna categoría que proceda del padre real, pues aun el niño no ha establecido una relación de objeto completa con él, es decir aun no se ha apropiado de sus rasgos o de aspectos de su personalidad, aun no distingue entre padre y madre porque no sabe la diferencia entre sexos, el padre es una madre intercambiable pero el niño sabe que no es la madre. Para el niño el padre real es un otro-no-madre. Y es precisamente esa abstracción -la paternidad- la que arranca la cadena de abstracciones que el niño llevará adelante durante toda su vida (la cadena semántica): a partir de una relación pre-objetal que Freud pensaba que era de origen filogenético (Freud, 1921, Totem y tabú) y es anterior a las relaciones propiamente objetales que desarrollará durante su infancia con esa figuras de referencia, padre o madre.

Lo interesante de esta constelación pre-objetal es que será el embrión de lo que más adelante llamaremos identificaciones secundarias, donde el niño ya imitará gestos, actitudes y más adelante incluso la profesión de su padre o madre. Es importante incidir en la idea de que durante este primer año de vida el niño va a construir un andamiaje sobre el cual edificará más tarde sus identificaciones y contraidentificaciones, tanto las normales como las patológicas. Y es necesario señalar que nos identificamos para poseer al objeto bien en su totalidad o bien en alguna de sus partes.

Y es así como nace el Superyó: a través de esa separación que propicia la paternidad o la función paterna o ese Otro-que-no-es-la-madre. Pues en este primer año de vida aparecerá esa separación entre Ley-Deseo, entre naturaleza y cultura, el niño instaurará un embrionario Superyó que prohibirá más adelante a la madre en el sentido sexual pero que de momento solo hay una interdicción, es decir un veto que de momento solo señala que niño y madre no son la misma persona. Y que hay un otro, un tercero interpares.

Esa identificación previa a cualquier investimento objetal, esa identificación primaria es lo que constituirá el Superyó, que tiene dos partes , una parte es superviviente del narcisismo primario,, el Yo ideal, el otro es el Superyó coercitivo o critico., el Ideal del Yo. De manera que cuando pensemos en el inconsciente no solo hemos de pensarlo como un almacén de lo reprimido sino también del propio represor. Superyó es la Ley, la identificación primaria de la paternidad: la función paterna.

La vida puede definirse como un alejamiento del narcisismo primario, esa época donde fuimos dioses y donde la omnipotencia y la grandiosidad fisiológicas (cuyo resto es el Yo ideal) con las que venimos equipados para amarnos a nosotros mismos, sufre una decepción con la instauración de esa primera regla de la Ley cultural. Hay que alejarse de ese tótem primario que es la madre, pero eso será mucho más adelante cuando ya el niño haya aprendido a tolerar las ansiedades de separación propiamente dichas y adquiera su primer borrador de identidad.

Nos alejamos del narcisismo primario pero al mismo tiempo, se trata de un punto de fijación al que podemos volver de forma recurrente a lo largo de nuestra vida, bien de forma puntual o bien de forma regresiva como vemos en las enfermedades mentales -todas ellas- son regresiones que buscan refugio en esa etapa de la vida ante dificultades aparecidas más tarde en el curso de los años.

El narcisismo y las identificaciones secundarias contienen todas ellas ese núcleo embrionario del narcisismo primario, un muro infranqueable que nos impide el paso más atrás: el deseo de unidad; son por así decir desarrollos como en capas concéntricas de una cebolla que contienen esos restos primitivos inalcanzables a veces de tan ocultos como se muestran. Tan ocultos que no contienen relato alguno, el narcisismo primario es ágrafo y afásico, no puede convertirse en una narrativa pues emergió antes de cualquier narrativa, antes de que cualquier palabra pueda ser emitida, verbalizada o comprendida. Es por eso que las enfermedades mentales nos parecen incomprensibles, pues todas ellas remiten a un tiempo y un lugar donde no había relato y tan solo los mitos pueden orientarnos con alguna pista sobre su origen.


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