La población mundial crece y se proyecta hacia el futuro de una forma peligrosa si creemos en las predicciones de Malthus.
Recientemente ha salido en prensa una noticia insólita: un investigador chino ha conseguido modificar el ADN de dos gemelas e introducir un gen que hace a las niñas más resistentes (aunque no inmunes) al virus del SIDA. Algo que se ha conseguido a través de una tecnología nueva y emergente, la edición de genes con el CRISPR, una especie de “copia y pega genético” que nos permitirá en un futuro? -¿o ya es presente? modificar a la carta rasgos genéticos concretos.
Naturalmente esta noticia ha provocado un escándalo internacional por razones bioéticas: las niñas eran embriones normales que no padecían ninguna enfermedad. La tecnología CRISPR fue muy celebrada porque podrá en un futuro terminar con algunas enfermedades transmitidas de forma hereditaria pero contiene otra amenaza: la elección a la carta de ciertos rasgos en los embriones.
Dicho de otro modo: lo que ha saltado a la palestra es la eugenesia. La amenaza que significa esta palabra en nuestro imaginario.
También recientemente “La noche temática” ha emitido en TV2 un documental muy interesante sobre programas de eugenesia recientes, más concretamente los que llevó a cabo USA a través ciertas fundaciones supuestamente benéficas como la Fundación Ford o la Fundación Rockefeller para disminuir la población en China o la India y cuyos gobiernos acataron incomprensiblemente.
¿Pero qué es la eugenesia?
“Eugenesia” es una palabreja de origen griego que significa “buen origen”, y se debe a Sir Francis Galton, pero es conveniente conocer las diferencias entre eugenesia y disgenesia.
¿Pues a qué vienen tantos remilgos con la eugenesia si de lo que se trata es de mejorar la salud de las personas?
Hace poco que cayó en mis manos un articulo de Francis Galton, el primo de Darwin que según la wiki fue uno de los primeros interesados en el tema. En realidad la eugenesia es una forma de evitar la selección natural y sustituirla por la artificial, algo parecido a los que hacemos con ganado, perros, gatos, naranjas y tomates. Dice Galton:
“El ser humano alberga sentimientos de compasión y dispone del poder de prevenir muchas clases de sufrimiento. Pienso que deberíamos superar a la cruel selección natural para aliviar ese sufrimiento. Este es precisamente el objetivo de la eugenesia”.
Pero hasta que no leí el libro de John Glad titulado “El futuro de la evolución humana: la eugenesia en el sigo XXI” -y que puedes descargarte gratuitamente en pdf y en cualquier idioma desde http://www.whatwemaybe.org-, no profundicé lo suficiente en el asunto. Ahora ya sé que eugenesia no es lo mismo que disgenesia, y lo que hicieron los nazis -por ejemplo- era pura disgenesia.
En realidad la guerra es disgenésica, todas las guerras, pues en ellas mueren precisamente los mejores de cada generación sin demasiados distingos entre categorías de ciudadanos. Lo que se ha venido en llamar aristocidio, un termino acuñado por Nathaniel Weyl un antiguo comunista norteamericano de origen judío, luego transformado en un activo anticomunista,en su trabajo Envy and Aristocide (Envidia y aristocidio), al tiempo que argumentaba que la envidia impulsa a la gente menos inteligente al comportamiento criminal. El concepto de “aristocidio” propuesto por Weyl explica por qué en los sucesivos genocidios comunistas –y en general los perpetrados por las ideologías igualitarias, desde la Revolución Francesa a la URSS, pasando por las checas de la II República Española- los crímenes fueron cometidos no solo por cuestiones ideológicas –como la célebre “lucha de clases”- sino también por reacciones de tipo primario como la envidia y la conciencia de que los asesinados eran mejores en todos los sentidos que los criminales.
Del mismo modo los crímenes -el genocidio nazi- debe entenderse no como una cuestión racial sino como un intento de liquidar al poderoso enemigo judío en palabras del propio Glad. Hitler pensaba que los judíos eran los únicos que podían oponerse a su idea de raza aria y a la hegemonía de la misma.
Hay dos maneras de entender la eugenesia: la primera es para prevenir enfermedades hereditarias (como por ejemplo el Tay Sachs de la raza judía) y la segunda para mejorar la humanidad del futuro. Pues los intereses eugenésicos no se limitan al “aquí y ahora”, se trata -para sus defensores- de un compromiso ético con los que aun no han nacido, se trata de un compromiso que va más allá de intereses políticos o económicos actuales y que salta por encima de nuestros intereses más transversales.
La eugenesia no se ocupa sólo del fitness (del éxito reproductivo) sino que se ocupa desde luego de la supervivencia y la reproducción, pero también de la inteligencia, el altruismo, la salud y la moralidad de nuestros descendientes. Es por eso que la eugenesia no se basa en el supuesto derecho reproductivo sino en la responsabilidad reproductiva. La vida no es el supremo bien si carece de la dignidad suficiente. Es por eso que la eugenesia está emparentada con la eutanasia.
Y con el aborto.
El aborto puede ser eugenésico o disgenésico. Y dependerá de las facilidades que tenga una mujer para interrumpir su embarazo pero también de los propósitos que tengan sus gobiernos para facilitárselo. Dado que la sociedad está dividida en clases y IQs estratificados con distintos accesos a la necesaria información y servicios y que todas las mujeres no tienen las mismas oportunidades -en condiciones de igualdad- a recursos de “planificación familiar”, es obvio que las dificultades de este acceso desfavorecen a las mujeres de baja clase social y bajos IQs. De hecho las mujeres de clases medias o altas en cualquier condición legal podrán conseguir interrumpir su embarazo si así lo desean por sus propios medios. En este sentido las medidas coercitivas, prohibiciones, o condicionamientos sanitarios se imponen sobre todo contra las mujeres de clase baja.
Y esto es disgenesia.
Pero también sucede lo contrario y aquí aparece claramente la eugenesia impuesta a China e India durante las presidencias de John Ford y de Richard Nixon: las tecnologías contraceptivas como el DIU, el aborto o la política de hijo único fueron programas impuestos a chinos e hindués movidos por la idea de que la miseria de aquellos países se debía a un exceso de población. Es obvio que las mujeres con mejores índices educacionales tienen menos hijos que las mujeres pobres y analfabetas, de modo que existe una correlación entre pobreza y sobrepoblación. Pero en lugar de hacer una política para reducir la pobreza lo que se llevó a cabo de forma disgenésica fue un ataque a los úteros de las mujeres pobres. Las consecuencias de estas políticas ya las estamos viendo hoy, en China e India faltan millones de mujeres para emparejar a los millones de hombres que han quedado solteros y sin oportunidades sexuales o reproductivas.
Y sabemos que hombres jóvenes y solteros son una amenaza para la estabilidad de una sociedad.
Lo que Glad propone es precisamente lo contrario de las políticas ñoñas de nuestros gobernantes actuales: facilitar el aborto a toda mujer que así lo requiera,y favorecer sobre todo la gratuidad en un determinado segmento social, no tanto por un supuesto “derecho de la mujer a decidir”, sino en base al principio de responsabilidad reproductiva, un principio que no termina en la mujer embarazada sino que se prolonga en las siguientes generaciones.
Sin embargo algo hemos aprendido del caso de India y China: favorecer el aborto no se hace para empoderar “mi cuerpo es mío,” a las mujeres sino para disminuir la población, lo que tiene consecuencias en la sex-ratio. No cabe ninguna duda de que los poderes supranacionales, los lobbies o como se dice ahora, las élites están empeñados en disminuir la población y han aprendido algo: es mejor dirigir sus esfuerzos hacia la población rica. Los pobres son difíciles de gestionar, política y antropológicamente (por ejemplo prefieren tener niños a niñas). ¿Para qué gastar dinero en anovulatorios o DIUS o abortos más o menos impuestos si existe una población educada e instruida que lo hace espontáneamente y además se autofinancian?
Toda ingeniería social destinada a disminuir la población es disgenésica pero se vende como eugenésica. Y es además ineficaz, hoy sabemos que el fin de la política del hijo único en China no aumentará la población en China.
De manera que somos nosotros, los occidentales la población diana sobre la que se dirigen estas programas de disminución de la población y financiadas casi que por los mismos que fracasaron en China o India.