Contemple esta señal de tráfico, muy conocida por todos nosotros. Se trata de un símbolo que prohibe algo, en este caso prohibe circular en esa dirección.
Nótese que prohibe pero no impide.
Nótese también que la Dirección general de tráfico o el Ayuntamiento no ponen una barrera, no hay un foso de caimanes, ni un muro, ni tiradores acechando para que se acate esa prohibición. Eso no sería un símbolo sería una especie de cárcel como el muro de Berlín.
Eso sería una prohibición fálica de la que hablé en mi ultimo post, algo que estaría castigado con la muerte y la muerte psicológica es la castración.
Se deja al sentido común del conductor y al conocimiento de las reglas de tráfico el respetar esa prohibición.
Eso es lo simbólico y de ahí su vulnerabilidad.
La castración.-
El termino psicoanalítico de “castración” también ha sido mal comprendido, pues la propia palabra remite a una amputación, más concretamente a una amputación del pene. Pero hay una lectura más “simbólica” de ese temor. Castración equivale a incompletud, es pues el falo lo que se pierde con la castración (el lector ya sabrá a estas horas que es el falo y si no lo recuerda puede recurrir a leer este post.
De manera que la castración es una amenaza de perdida de algo valioso (si es en uno mismo) o de algo valioso que se le adjudica al otro. El padre fálico representa al padre terrible, al padre de la potencia, al padre completo. Se trata de una reminiscencia antropológica de otro tiempo, una especie de sentencia patriarcal, pero de un patriarcado muy primitivo sobre el que volveré cuando veamos las relaciones entre Edipo y el patriarcado. Sin embargo los sujetos humanos muestran patologías mentales en dos claves fundamentales 1) el miedo a perder el falo o 2) el miedo a que exista la castración en el otro, es por eso que la castración suele negarse y uno puede vivir en ese mundo imaginario, esa especie de Matrix que es el mundo sin ese límite que muestra la señal de tráfico de más arriba.
Es importante saber que admitir que la castración existe en ese otro es doloroso. El niño quiere a su madre y admira a su padre, le teme quizá, proyecta en él todo lo que desea para sí, pero también quiere vencerle, superarle, pero poco a poco va cayendo en la cuenta de que su padre también está limitado por sus propios recursos, por su propia castración, por sus propios límites. El padre también respeta esa señal de tráfico que no le impide pero si prohibe pasar.
¿Entonces si el padre también está limitado (castrado) qué le queda al niño?
No tiene más remedio que acatar la Ley, igual que hace su padre. (Volveré sobre esta cuestión próximamente)
El misterio del numero 3.-
El numero 3 es un numero muy curioso que invoca geométricamente al triángulo que es el símbolo de una triada padre-madre e hijo. Pero curiosamente el numero tres no existe en todos los idiomas. Así, uno-dos-muchos es la manera de contar en los pueblos primitivos. Tres son muchos, tres es multitud. Y es verdad que cuando venimos al mundo no sabemos contar y nos tienen que enseñar, sin embargo venimos con una función matemática innata: sabemos comparar.
Y comparar es sobre todo comparar tamaños en las cosas, y el niño sabe muy precozmente quien es un adulto y quien es un semejante (otro niño). Y lo sabe porque le va la vida en ello: se dirigirá siempre a un adulto (con preferencia a la madre) cuando se haga daño, tenga hambre, o simplemente por el placer de estar cerca de ella o de él.
Dicho de otro modo el niño está muy bien dotado para una relación diádica por eso la emergencia del tres provoca un seísmo en su conciencia, pues ese otro ser que llamamos padre usualmente nos separa de la madre, de ese huevo inicial en el que vivimos durante los dos primeros años de vida.
El tres caotiza nuestra vida pues ya no es M (adre)—H (ijo) una unidad aunque hayan dos cuerpos, sino que se le añaden otras posibilidades de vinculo es decir libidinales: P (adre)–H (ijo) pero también P(adre)—M(adre) y los vínculos ocultos entre esas relaciones, es decir el espejo se rompe y aparecen otras imägenes subsidiarias: la relación del padre con el hijo, la de la madre con el hijo y la relación entre el padre y la madre. El niño ha de atender estos tres niveles de definición. Esta triangulación caotiza el sistema familiar en n posibilidades dependiendo del numero de hermanos que convivan en la misma unidad familiar y sucede un poco lo mismo con los planetas: véase el problema de lo n cuerpos.
Llamamos complejo de Edipo a esta constelación aunque el nombre me parece hoy carente de profundidad puesto que el complejo de Edipo ha perdido su cariz trágico desde que el hombre ha perdido poder en la sociedad y en la familia. En el próximo post intentaré explicar el itinerario de este complejo de Edipo, pero me gustaría adelantar ahora que esta caotización implica sobre todo a la sexualidad, pues es precisamente en este momento (desde 3-6 años) cuando ya la comparación de los cuerpos de la madre y del padre hace imposible negar las diferencias. Es en este momento evolutivo donde el niño y la niña van a tomar una posición sobre la sexuación.
“Soy un niño y se que el Falo está en mi padre” o “Soy una niña y se que el falo está en mi padre”.
Caben naturalmente otras posiciones más bien exóticas:
Soy <(lo que sea)> pero el falo está en mi.
Soy <(lo que sea)> pero el falo está en mi madre.