En el post anterior vimos como la identidad se forma desde un suelo (la ipseidad) hasta un techo (la autoconciencia). La ipseidad o mismidad es un termino que tiene mucho que ver con la esquizofrenia y ya vimos como sus “averias”, explicaban gran parte de sus síntomas. Este concepto de ipseidad se considera hoy una de las raíces de la psicopatología y le debemos a Louis Sass su estudio y conceptualización en clave fenomenológica más que a su descriptor original -Jean Paul Sartre-.
Una idea que el lector interesado puede perseguir en un libro que se titula “Locura y modernismo” donde el autor se sitúa entre los que creen que la esquizofrenia es un subproducto de la modernidad, una idea que otros autores también han formulado, citaré sobre todo a Antonio Colina, entre nosotros pero también y sobre todo a E. Hare que ya se hacia estas preguntas antes de nadie, y como no a Stanguellini entre otros. También a los estudios que ha llevado a cabo Enric Novella sobre esta cuestión. y que podemos resumir en esta sentencia:
“El individualismo nos legó el genio creador y la melancolía, la reflexividad nos dejó la vida interior y la esquizofrenia y la búsqueda de una identidad propia nos legó la emancipación y el vacío.
Sobre la hiper-reflexividad y su relación con la esquizofrenia ya habían escrito otros autores como Stanguellini, así:
“Me experimento a mi mismo como el origen de mis experiencias. Esta forma de acceso a mí mismo es una forma primitiva de egocentrismo que es preverbal y prereflexiva, se trata de una experiencia inmediata en tanto que resulta una evidencia que no se da a manera de inferencia o criterio, no es un pensamiento, ni una emoción ni una cognición, es una experiencia de contacto primordial con uno mismo o autoafecto. A esta experiencia algunos autores le han llamado ipseidad y otros mismidad. No solamente se trata de una experiencia previa a toda experiencia sino una condición de la misma”.
Una vez hemos definido al “cuerpo vivido” desde el punto de vista fenomenológico ya estamos en condiciones de entender que este constructo es el embrión de la corporeidad y la intersubjetividad puesto que el vinculo perceptivo entre el sí mismo y otra persona se basa en la posibilidad de identificarme con el cuerpo de la otra persona por medio de un vinculo de percepción primario del mismo estilo que me relacionó con mi propio cuerpo.
Lo anormal no es la reflexión en sí misma como parece indicar la palabra “hiper-reflexividad”, no se trata de pensar demasiado sobre algo, o de darle muchas vueltas a alguna cosa -como sucede en la rumiación o preocupación- sino sobre lo inefable, es decir sobre aquello que no podemos nombrar y que interfiere, al desautomatizarse con el “Yo soy”, la experiencia en primera persona que es prelógica y presimbólica.
Para Sass la esquizofrenia, es fundamentalmente un trastorno del yo o una alteración de la ipseidad (ipse en latín significa “yo” o “sí mismo”) que se caracteriza por distorsiones complementarias del acto de conciencia: hiper-reflexividad y disminución del afecto propio. La hiper-reflexividad se refiere a formas de autoconciencia exagerada en las que aspectos de uno mismo se experimentan como similares a los objetos externos. La disminución del afecto o presencia de uno mismo se refiere a un sentido debilitado de existir como una fuente vital y autocoincidente de conciencia y acción. Sass integra en este articulo la investigación psiquiátrica reciente y la psiquiatría fenomenológica europea con algunos trabajos actuales en ciencia cognitiva y filosofía fenomenológica.
Después de introducir el enfoque fenomenológico junto con una explicación teórica de la conciencia normal y la autoconciencia, pasamos a una variedad de síndromes esquizofrénicos. Examina los síntomas positivos, luego negativos y finalmente de la desorganización, intentando en cada caso iluminar las distorsiones compartidas de la conciencia y el sentido del yo. Concluye discutiendo la posible relevancia de este enfoque para identificar síntomas esquizofrénicos tempranos. Después de introducir el enfoque fenomenológico junto con una explicación teórica de la conciencia normal y la autoconciencia, pasamos a una variedad de síndromes esquizofrénicos.
La hiper-reflexividad es ubicua y aparece en casi todos los trastornos mentales presididos por el “Yo pienso” que incluye también el “Yo siento” pues toda experiencia sensible ha de transformarse en inteligible.
Tiene además un alcance histórico-cultural que nos permite indagar cuando y porqué surge a partir de la reflexividad -que es común a nuestra especie junto con nuestra autoconciencia- la patología mental, es el resultado metacognitivo (cognición sobre cognición) de la misma versión de la hiper-reflexividad mientras que en la esquizofrenia ese repliegue de la conciencia metacognitivo- se lleva a cabo en el suelo de la identidad (en la ipseidad). El concepto es atractivo porque señala afinidades constitutivas entre los trastornos psicológicos y la modernidad y más allá de ellos con la postmodernidad donde el TLP (trastorno limite de la personalidad) y los trastornos alimentarios brillan con luz propia.
Para mi, un hallazgo que me ha permitido sacar el polvo a una idea de que me venia rondando hace mucho por la cabeza y que puede resumirse así: “Si quieres saber por qué enferman los hombres de tu tiempo, intenta perseguir los síntomas, los síndromes y las supuestas enfermedades desde atrás. Historifica tu sufrimiento y lo manejarás mejor”.
Usualmente suelo preguntarme “¿si este paciente hubiera vivido en la antigua Grecia, en el Renacimiento o en el siglo XVII o XIX ¿qué diagnostico tendría”?. Más que eso: qué síntomas, qué sufrimiento exhibiría?
Las más de las veces me he sorprendido a mi mismo con una respuesta negativa: sencillamente no habría ningún diagnóstico y este hombre o mujer tendría una vida sencilla, aburrida o insignificante pero lejos de la insania. No sentiría que es el centro de gravedad del mundo y no se detendría a pensar demasiado en cuestiones metafísicas y sobre todo: vivir en un mundo predecible donde Dios y su voluntad están en el origen causal de todas las cosas debió ser muy tranquilizador. Contrariamente el hombre moderno individualista, secularizado y desconectado de su tradición y su linaje, condenado a competir en un mundo donde solo cuenta el consumo y el estatus que pueda alcanzarse a través de su voracidad, quiere explicar y conseguir todo con sus propios medios y fracasa en el intento.
No cabe duda de que vivimos en un mundo demasiado complejo para la mayor parte de la población. Es por eso que suelo recomendar a mis pacientes que simplifiquen su vida, aunque pocos siguen mi consejo pues el apetito faústico preside nuestras vidas y la derrota o el vacío suele ser su consecuencia.
No cabe duda de que la cultura en que vivimos es patógena. Expectativas, valores, formas de vivir, creencias compartidas, el papel de la ciencia, el papel de la política, el papel del deseo y la inflación de capacidades subjetivas por parte del discurso social forman parte de los factores implicados en la debacle.