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El médico que no quiso serlo

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Hay muchos médicos, yo he conocido a unos cuantos que comenzaron a estudiar medicina y luego no ejercieron. El caso más conocido es el de Jordi Pujol, que como todo el mundo sabe se dedicó a la banca y más tarde a la política. Pero en mi vida he encontrado otros muchos ejemplos de esta deserción. Desde los que a falta de una asignatura decidieron volver atrás en busca de otra vocación, hasta aquellos que terminaron sus estudios pero en su primer destino se agobiaron o deprimieron tanto que tuvieron que recurrir a ayuda psiquiátrica. El miedo a no dar la talla era el temor de estos compañeros.

Hubo otros que estudiaron medicina porque entendían que la medicina era una especie de hibrido entre la ciencia y las humanidades, pero carecían de vocación para ver enfermos. Digámoslo claro, una cosa es la medicina como disciplina y otra el trato con enfermos que por sí mismo es otra carrera, otras habilidades y otra vocación. Los compañeros que descubrieron a tiempo esta disociación, eligieron especialidades de laboratorio (anatomía patológica, bioquímica o hematología) o bien especialidades radiológicas, otros derivaron hacia la medicina higienista o la epidemiología o la genética. El resto no solo somos médicos, sino clínicos, nuestra actividad y experiencia se forja tratando a enfermos reales y no solo a entelequias formales como la patología o la fisiopatología médicas o imágenes de TAC o de radiografías..

Otros compañeros estaban más interesados en otras cuestiones y ejercieron un tiempo hasta que esas cuestiones que en principio eran alternativas adquirieron un peso especifico en su vida y acabaron dejando la práctica de la medicina. Lo cierto es que la medicina para ellos era un engorro o mejor dicho el engorro procede de dos frentes: las guardias, y los enfermos.

Eso mismo fue lo que le sucedió a Pio Baroja, si bien en este post me propongo aclarar su deserción del mundo médico, para lo que voy a usar de guía su novela «El árbol de la ciencia» que es en buena parte autobiográfica. En él D. Pio nos cuenta su vida desde la familiar hasta su paso por la facultad y sobre todo nos habla de sus encontronazos con la realidad de un Madrid que describe sin ningún tipo de reparo como lleno de chulos, saineteros, curas, putas y toreros. Un ambiente canallesco. Recordemos que la novela se editó en 1911. Y podemos comprender que el ambiente que describe se halla muy cerca de la realidad española, recién terminada la guerra de Cuba y Filipinas, una España en declive y en bancarrota.

Baroja comenzó la carrera de medicina creyendo que en ella iba a encontrar una guia intelectual para sus intereses que estaban más cercanos a la filosofía que a la ciencia, sin embargo su carácter díscolo y rebelde le impidió ser bien tratado por los catedráticos de entonces, sobre todo Letamendi que parece que le cogió cierta ojeriza , algo que le obligó a pasar su cuarto de medicina en Valencia, ciudad en la que vivió cierto tiempo debido a la enfermedad de su hermano menor, cuyo retrato aparece en forma de Luisito en la novela. Lo cierto es que en aquella época donde la tuberculosis era endémica en toda Europa con sus estragos en la gente joven, los médicos estaban casi dedicados a la asistencia de estos enfermos contagiosos, Baroja trató de encontrar un remanso donde poder atender a su hermano y lo encontró en Burjasot, las medidas hipocráticas y poco más, aire limpio, vida campestre, mucho sol y cuidados generales. Pero los cuidados hipocráticos no hicieron efecto, Koch aun andaba investigando la tuberculina que tuvo en un principio efectos catastróficos en quienes la probaron. Dicho de otra manera: no había tratamiento para la mayor parte de estas enfermedades endémicas como la TBC o la fiebre tifoidea. Y no cabe duda de que este fracaso de «la ciencia» fue para su espíritu un duro golpe, dado que las medidas higiénicas que prescribía no eran atendidas por nadie de la población general, nadie creía en ellas.

Porque Baroja era un idealista lo que es lo mismo que decir que era aun entusiasta de Kant. Creía que la ciencia pondría fin a las maldiciones del hombre, sin caer en la cuenta de que un exceso de racionalidad es también una manera de apartarse de la verdad que en cualquier caso es compleja y admite a trámite toda clase de conocimientos y creencias útiles como las que proceden de la antropología o la sociología.

Su retrato despiadado de Madrid no es mejor que el retrato que hace de su primer destino rural, en la novela, Alcolea, un pueblo de la polvorienta Mancha cercano a Andalucía y probablemente ficticio puesto que sus destinos médicos fueron en el país vasco. Su encuentro con el caciquismo, la corrupción, la ignorancia, desidia y resignación y sobre todo una moral sexual impuesta a través del clero casi inhumana inducía a las clases subordinadas una apatía difícil de soportar para un idealista como él. Un ser contradictorio, que en sus opiniones políticas siempre se mantuvo fiel a una idea: su distancia con el nacionalismo, a pesar de haber sido anarquista y posteriormente republicano. Próximo a la generación del 98, otros como Unamuno blandieron la misma contradicción y entusiasmo ante los cambios que anunciaban mejoras en nuestra salud democrática. Pero todo fue un espejismo.

Con todo me parece que lo mejor de la novela son dos cosas, la primera los diálogos con su mentor el Dr Iturrioz, su tío que mantiene periódicamente con él diálogos de lo más sabroso aun hoy. Iturrioz más próximo a Junger que a Kant parece querer decir a su colega y sobrino que en la vida solo hay dos actitudes compatibles con el bienestar: una contemplación de la realidad indiferente o bien una dedicación completa al microcosmos de lo próximo, de la familia, de los tuyos. El resto es idealismo o como llama Recuenco, el pompismo, esas grandes ideas que prometen paraísos políticos artificiales a bordo de aviones de gran tonelaje pero que carecen de tren de aterrizaje. Pretender arreglar el mundo es un error adolescente.

La novela tiene otro personaje interesante, se trata de Lulú, una costurera pobre que su madre quiere casar a toda costa como a su hermana con alguien de . El caso es que Andrés Hurtado y ella llegan a tejer una relación muy curiosa y compleja bien elaborada por la muchacha y que al final tiene una traducción trágica de acuerdo con las novelas realistas del principios del siglo pasado donde la sombra de Mme Bovary sobrevuela por todos los rincones de la imaginación de nuestros novelistas. Lulú es una heroina realista de la talla de Sonia en «Crimen y Castigo»: la que redime al héroe.

Vale la pena leer esta novela aun hoy para aquellos médicos que no encuentran su lugar en un sistema dónde —a pesar de los avances médicos— parece que hemos perdido la humanidad que caracterizó mi propia formación.

Ser médico es probablemente una fusión de varias habilidades y es seguro que estas habilidades exceden a la mayor parte de los profesionales. Ser médico, clínico y mostrar interés —y no solo amabilidad— por los pacientes es una característica seguramente ideal.


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