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Lo necesario y lo contingente

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Hace unos días vi en TV un programa donde se decía que existe cada vez más una preocupación por los asuntos de salud mental y que hay un par de generaciones atrapadas con síntomas de ansiedad y/o depresión. Los documentalistas impulsaban una plataforma para que las autoridades se tomaran en serio el asunto. Me hizo gracia la denominación «ansiedad» como protagonista central de los problemas de salud mental que aquejan a nuestro país. Y me sorprendió que estos divulgadores hubieran hecho suyos las ideas del DSM que ha venido a sustituir las etiquetas europeas y sustituirlas por otras mas acordes con la psiquiatría biológica y la mentalidad anglosajona.

Y pensé que del mismo modo que Europa ha sucumbido a los intereses de USA en materia política y social ha terminado también por sucumbir a las clasificaciones que nos vienen de allá. No hay una OTAN mandando en Europa pero hay un DSM,

Y es por eso que ciertos conceptos como «neurosis», «histeria» «melancolía» o «dipsomania» han desaparecido de las clasificaciones y han sido sustituidos por «ansiedad», «depresión», «disociación» o «adicción» a pesar de que la Psiquiatría es de procedencia europea y fuimos nosotros —los europeos— quienes creamos la disciplina y acumulamos enormes cantidades de evidencia sobre las enfermedades mentales que no siempre proceden de la psiquiatría biológica sino de la escucha y la observación de miles y miles de pacientes. Por mi parte yo sigo usando la vieja nomenclatura porque me parece —y les pondré un ejemplo— que decir depresión es demasiado vago y no contempla la posibilidad de entender el concepto de melancolía, que no es solo una patología del humor, sino también un delirio (usualmente de culpa o de ruina) y ademas, un cluster de personalidad, paradójicamente narcisista.

Todos podemos deprimirnos, pero no todos somos melancólicos

De tal manera ha sido llevado este asunto que las creencias entre nosotros se han polarizado: así hay psiquiatras biologicistas y psiquiatras —llamémosles dialogantes— pero que en cualquier caso tienen más en consideración aspectos psicológicos, sociales e incluso antropológicos en el devenir de una patología mental que una tormenta de neurotransmisores y neuronas sin encaje.

Y si existe esta dicotomía es porque se confunde —tal y como digo en el titulo de este post— lo necesario y lo contingente. Se trata de los equivalentes de dos procesos bien diferentes y que se representan a través de dos conceptos: el neurodesarrollo y el despliegue de la vida.

El neurodesarrollo es un proceso ordenado y orquestado en que el cerebro va adquiriendo una organización crecientemente compleja que se manifiesta en nuevas habilidades funcionales y cognitivas y un mejor funcionamiento adaptativo. Es decir, el neurodesarrollo sigue una secuencia ordenada de sucesos a medida que el niño crece y lo hace con una flecha teleológica que permite suponer que las potencialidades de cada cual van a llegar al lugar más alto de su potencialidad desde lo prácticamente indiferenciado hasta el dominio de campos bien abstractos, al tiempo que se avanza en la socialización (la cooperación y la competencia), la moralización (el reconocimiento de lo bueno y lo malo) y el reconocimiento de la belleza. Son esos cuatro campos los que definen en qué consiste el neurodesarrollo.

Y esto lo lleva a cabo el cerebro a través de la neurogénesis, es decir las operaciones que las neuronas llevan a cabo entre sí en un búsqueda de atrás adelante hacia la corteza frontal. de manera que podemos definir el neurodesarrollo como la frontalización definitiva de nuestro cerebro, o dicho de otra forma: la génesis de un pensamiento lógico-racional. Y son estas cuatro:etapas consecutivas: proliferación, migración, diferenciación y maduración.

Este proceso es necesario en el sentido de que viene de serie con cada uno de nosotros, si bien puede malograrse, estropearse o interrumpirse, por eso hablamos de enfermedades que están vinculadas al neurodesarrollo, no solo por variaciones genéticas aberrantes sino también por otros accidentes —usualmente biológicos—, por ejemplo el síndrome alcohólico fetal que procede de embarazos con una madre alcohólica que genera accidentes en el neurodesarrollo difíciles de apresar en el adulto (sin una historia del embarazo bien documentada) si bien el síndrome está bien establecido y definido.

Obsérvese la desaparición del surco nasolabial en este niño y ciertas anomalías faciales.

La mayor parte de accidentes fetales o en la primer infancia suspenden el neurodesarrollo o le llevan sobre todo a deficiencias intelectuales, a bajos CI e incapacidad para la abstracción, así como a otras conductas disruptivas. Pero no solo el neurodesarrollo es interrumpido por estas causas (drogas o alcohol en el embarazo) sino también por otras agresiones provocadas por el propio genoma, el autismo por ejemplo o los trastornos del espectro autista, el trastorno por deficit de atención o hiperactividad y probablemente la esquizofrenia es una patología dependiente del neurodesarrollo.

Las etapas del neurodesarrollo nos vienen de serie y siguen una dirección filogenética, sin embargo ciertas afecciones (biológicas y quizá otras psicológicas) interrumpen el óptimo desarrollo del mismo.

Más allá de la secuencia del neurodesarrollo que es obligatorio, existe otra circunstancia: el despliegue de la vida, lo que he llamado, las contingencias. Contingencias significa, cosas que pueden suceder o no, no son obligatorias. Pero estas contingencias —a su vez— pueden tener efectos tan importantes como los que provocaría la interrupción del neurodesarrollo. Es lo que llamamos lo traumático. No cabe duda que un trauma precoz condiciona nuestro desarrollo psicológico, escolar y social. Y no cabe duda de que neurodesarrollo y contingencias de la vida está fuertemente vinculados.

Es por eso que un psiquiatra no puede atender solo lo biológico, puesto que además de ello e incluso en ausencia de hechos biológicos importantes pueden haber otros, contingentes, que hayan desplazado el centro de gravedad de la maduración.

La vida fetal es muy importante pero los primeros años de vida lo son y mucho también. No cabe duda de que nuestra condición deficitaria precisa de una atención máxima por parte de nuestros cuidadores.

Pero lo más curioso es que en ausencia de hitos biológicos o traumáticos detectables existen además condiciones de la vida que retuercen nuestro sentido común y es entonces cuando aparece la neurosis. Esa palabra que los americanos no quieren oír y que efectivamente es muy difícil de definir, y lo es porque es muy abarcativa e incluye rasgos de carácter, conductas inapropiadas, afectos disregulados, incapacidad para establecer proyectos de vida, miedo al compromiso o a las amenazas banales de la vida, repeticiones sin fin de patrones caducados. Lo más interesante de la neurosis (como sucede en la histeria) es que pueden darse un síntoma y su contrario (ambos histéricos), pues una persona neurótica es paradójica, puede tener miedo a algo y al mismo tiempo ser temerario en otra cuestión, puede ser obediente aquí y rebelde allá, puede ser dependiente y al mismo tiempo romper una relación de dependencia. Debe ser por eso que a los anglosajones no les gusta esa definición y prefieren otras clasificaciones geométricas más de acuerdo con su manera de pensar y su mentalidad.

El neurótico no está loco porque mantiene una buena prueba de la realidad, solo que se siente incompatible con ella. Y lo siente así a raíz de sus experiencias vitales subjetivas —y a veces no tan subjetivas— y casi podríamos admitir que han sido traumáticas y casi siempre relacionadas con su vida familiar, la crianza, y sus relaciones con la parentela o social (en la escuela) con sus iguales.

Lo que el neurótico construye es un sistema de supervivencia, aunque trasnochado e hipertrofiado por recuerdos que han sido compensados con una serie de estrategias cognitivas (creencias), afectivas (estados de ánimo) o conductuales que suelen ser incongruentes con la vida social e interfieren gravemente en las relaciones interpersonales, en la vida laboral o que generan disfunciones en la reputación y en la ganancia de estatus, una de los deseos más queridos por todo el mundo y que se resuelve a través de «echar balones fuera», es decir culpando a los demás de las deficiencias propias.

Otro de los factores que promueven casos de mala salud mental son las ingenierías sociales que generan contradicciones importantes entre los que uno percibe que es y la deseabilidad social. No cabe duda de que la propaganda política anglosajona que ha irrumpido en nuestro mundo mediterráneo y sus costumbres étnicas ancestrales es una de las causas principales hoy de neurosis en la población joven.

¿Cómo puede explicarse sin echar mano de la propaganda el alto incremento de casos de disforia de género entre las muchachas occidentales?

Sin guías morales y sin figuras de autoridad toda competencia (sin reglas) es feroz.

No hablemos pues de ansiedad, hablemos —más en profundidad— de cómo nos hacemos neuróticos, siendo en principio sanos. Y como podemos protegernos de ello.


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