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Eros y alcohol (y II)

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“In vino veritas” (Proverbio latino)

La verdad es lo que le falta al sujeto para su realización (J. Lacan)

borrachos

Aquellos de ustedes que hayan leído el post anterior ya saben a estas horas que el alcohol y probablemente otras drogas son algo así como “medicaciones” naturales que transforman la consciencia humana en el sentido de dotarla de cierta irracionalidad y que tiene que ver con la expansividad de la conciencia, con un júbilo y minusvaloración de los costes que algunas personas sólo pueden hallar en contacto con la droga en sí, mientras que otros, las personas comunes pueden adentrarse en este tipo de estados de otra manera.

Pero volviendo al tema concreto del alcohol, me parece obvio señalar que el alcohol es una droga maníaca, es decir propicia – a diferencia de otras drogas como la heroína- una especie de embriaguez anagógica. Una embriaguez exaltada que agranda artificialmente el Yo y le dota de un poder que el estado natural no puede alcanzarse espontáneamente.

Podríamos decir que la embriaguez alcohólica es buscada precisamente porque modifica la consciencia en un estado que es percibido como benéfico para el individuo concreto. De lo contrario -sin ese enlace con un estado nuevo y vigoroso- no podría entenderse la repetición y la búsqueda de nuevas embriagueces en el individuo “adicto”. ¿Qué sentido podría tener repetir una experiencia de embriaguez que casi siempre termina bordeando los limites de la tragedia, o al menos del malestar o displacer de la resaca o las consecuencias sociales de la misma?

Es obvio que en la experiencia de embriaguez -en sí – está la variable critica que apunta frente a la repetición de la misma. En la embriaguez hay un placer, por más que se prolongue en un displacer posterior que no sirve como corrección de esta búsqueda.

Esta es precisamente una de las patatas calientes con las que se enfrenta la neurociencia en la investigación de la neurobiología del problema. Sencillamente el modelo de placer-recompensa no explica la repetición de una pauta de comportamiento que por sí misma se revela inadecuada a medio plazo. O dicho de otra manera: la búsqueda de embriaguez no se explica con el modelo adictivo, tiene que haber algo más. El alcohólico en este sentido no es sólo una persona capturada por mecanismos adictivos de su cerebro sino que hay algo más en esa repetición.

¿Qué se busca en la embriaguez?.-

Para contestar a esta pregunta deberemos recordar dos cuestiones teóricas, la primera es Eros y su función y la segunda la constitución de la consciencia humana tal y como la conocemos en nuestra especie, algo de lo que ya hablé, en una serie de post que titulé “¿Una conciencia doble? y también en esta conferencia que podeís ver en video aqui (son tres vídeos) donde hablé de malestar que emerge de nuestra consciencia dividida.

De esta conferencia -donde hablo precisamente de las ventajas y desventajas de eso que Huxley y Rojo han llamado “ruptura de la simetría”-, no voy a volver a hablar salvo para decir que una de las consecuencias más importantes de la ruptura de la simetría de la conciencia -la Gran escisión- es ese anhelo que queda en todos nosotros los humanos respecto a la Unidad, algo que queda como una especie de anhelo de trascendencia y que podemos explorar gracias a Eros.

Eros no debe confundirse con el amor, ni siquiera con el instinto reproductivo. Eros es una entelequia, un intangible que tiene propósito (telos) en sí mismo (en) y que sólo adquiere visibilidad cuando nos situamos en un plano metafísico, un plano donde las cosas no pueden verse (no existen) pero pueden sentirse (son) a través de sus efectos sobre lo material . Eros en este sentido y según el mito es hijo de un Dios y de una mortal, pero no de una mortal cualquiera sino de la Privación, la Pobreza y la Necesidad. Eros es un psicopompo, -el que conduce el alma a su destino inferior o superior- y que enlaza al ser humano con la Unidad y a ese movimiento le llamamos trascendencia.

Pues lo humano tiene esa Falta fundamental, es su eje de torsión. La privación es en lo humano su eje fundacional, somos seres incompletos que buscamos a través de lo Otro, nuestra completud, sea lo que sea eso Otro. Y lo hacemos frecuentemente de una forma sacrificial bien consciente o bien inconscientemente pues Eros no puede disociarse de Tanatos.

De manera que podemos entender ahora que Eros es una embriaguez que nos lleva hacia la degradación o destrucción de lo humano (catagógica) o hacia la elevación trascendente (anagógica).

Para entenderlo mejor tomaremos la siguiente metáfora. Una metafora que llamo la “metafora del contador de corriente”.

Todos nosotros tenemos corriente eléctrica en casa, de modo que es una metáfora comprensible para todos.

Tenemos cada uno de nosotros contratada una potencia eléctrica en nuestro hogar (contada en Kw), este contrato podria asemejarse a nuestra esencia, lo que traemos de genético, epigenético y ambiental de nuestra primera infancia. El contrato de Kw depende naturalmente del número y la cantidad de electrodomésticos que tengamos en nuestro hogar. Por termino medio tenemos contratados unos 5 kw.

Despues en cada edificio hay un contador individual: ese contador está diseñado para que no se superen los Kw que tenemos contratados de tal forma que si lo hacemos corremos el riesgo de que el automático salte y nos quedemos sin luz. Otra opción que tienen las eléctricas es contarnos el gasto a precio de oro si sobrepasamos la potencia contratada.

En cualquier caso y para que la metáfora siga siendo servible, el gasto de energía de nuestro cerebro (que es el contador) no puede exceder del gasto de energía contratada y si lo hace se sigue un verdadero estropicio en nuestra instalación.

Pues bien: Eros es algo asi como la potencia contratada. Lo interesante es que no tenemos el mando sobre esta “potencia” sino que nos viene de serie. Si forzamos nuestra maquinaria lo único que conseguimos en que salten los plomos y nos quedemos sin luz.

Eso es poco más o menos lo que les sucede no sólo a los alcohólicos sino a todos aquellos que viven o desean vivir experiencias (o negarlas) que van más allá de su potencial de cambio plástico. Estoy pensando ahora en los maníacos donde podemos contemplar precisamente a Eros haciendo de las suyas y llevando el paciente hacia una embriaguez catagógica, empujándole a caer por una pendiente de gastos excesivos, excesiva confianza en sí mismo, a tomar decisiones imprudentes, etc. En suma irracionalidad. Eros se ha impuesto al Logos.

La fuerza y el vigor de Eros es extraordinaria y cuando podemos contemplarlo sin los controles de un cerebro sano se revela en su verdadera animalidad, en su pulsión destructiva y desnuda y en su intención esencialmente unitiva y trascedente arrastrando al individuo más allá de su voluntad.

Lo que busca Eros es precisamente la reunión: volver a ser uno, abandonar la dualidad, fundirse en un abrazo perenne con lo que no-Es, con lo Otro.

Naturalmente las adicciones son simulacros de este anhelo de reunión y aunque en momentos puntuales puedan prometerla, se trata de una promesa que en el largo plazo no podrá ser cumplida. Más concretamente arrastrará al individuo a su destrucción y degeneración cuando no a la animalidad pura.

Lo interesante de contar con Eros para explicar tanto lo maníaco como la adicción al alcohol es que con mucha frecuencia los enfermos depresivos -y también otros- recurren al alcohol para propiciarse estados hipomaníacos es decir como antidepresivo. Ahí es posible entrever el carácter maníaco de Eros insuflando energía al sistema ya de por si sobrecargado.

El alcohol es en este sentido una especie de curalotodo, un bálsamo de Fierabrás tal y como nos cuenta Cervantes en el Quijote.

El bálsamo de Fierabrás es una poción mágica capaz de curar todas las dolencias del cuerpo humano que forma parte de las leyendas del ciclo carolingio. Según la leyenda épica, cuando el rey Balán y su hijo Fierabrás conquistaron Roma, robaron en dos barriles los restos del bálsamo con que fue embalsamado el cuerpo de Jesucristo, que tenía el poder de curar las heridas a quien lo bebía.

En el capítulo X del primer volumen de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, después de una de sus numerosas palizas, Don Quijote menciona a Sancho Panza que él conoce la receta del bálsamo. En el capítulo XVII, Don Quijote muestra a Sancho que los ingredientes son aceite, vino, sal y romero. El caballero los hierve y bendice con ochenta padrenuestros, ochenta avemarías, ochenta salves y ochenta credos. Al beberlo, Don Quijote padece vómitos y sudores, y se siente curado después de dormir. Sin embargo, para Sancho tiene un efecto laxante, justificado por El Quijote por no ser caballero andante. (extraido de esta web)

El mito es demasiado parecido al de Dioniso que nos trajo el cultivo de la vid, un regalo que robó a los mismos dioses para la elaboración del vino y sus efectos tan distintos según quien lo tome. Hay algo en el alcohol  de incierto, un efecto mágico e impredecible y que hoy podríamos reconocer en sus efectos paradójicos: no tiene el mismo efecto según quien lo tome, o si es la primera vez o si no hay acostumbramiento (hoy diríamos dependencia).

No es que el vino nos lleve hacia la verdad pero es seguro que el vino nos lleva hacia la verdad que nos gustaría poseer. De no ser -claro está- por ese fatídico día después que a veces se adelanta y se funde con la embriaguez propiamente dicha y nos lleva hacia el sueño, un psicopompo pariente de Eros pero de sentido totalmente contrario.

 

 



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