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Estigma, autoestigma y antiestigma

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masoquismo1

¿Fatalidad u ornamento?

El término “estigma” fue acuñado en 1963 por el sociólogo Erving Goffman cuyas ideas han tenido una enorme repercusión en la psiquiatría moderna, cabe recordar que fue Goffman precisamente el que llamó la atención en su libro de culto “Internados” sobre los efectos dañinos de las instituciones totales sobre los individuos y de cómo los cuarteles, asilos, internados, hospitales, orfanatos o manicomios ejercían una presión normativizante sobre los internos generando nuevas patologías sobreañadidas a las que presentaban los individuos antes de su internamiento en esos lugares y que de alguna forma propició en los años 70 el desmantelamiento de estos siniestros entornos y su sustitución -cuando fue posible- por estructuras comunitarias diseñadas a escala humana.

Goffman (1963) en su libro que subtitula como la “identidad deteriorada”, plantea el caso de una muchacha que nació sin nariz y que pudo tolerar ese “defecto” precisamente hasta el momento en que su atractivo físico se impuso como señuelo para continuar su proceso de socialización, decía:

Antes se burlaban de mí y no era tan terrible, pero ahora me gustaría tener amigos con quienes salir los sábados a la noche como las demás chicas, pero ningún muchacho me va a invitar, porque aunque bailo muy bien, tengo una linda figura y mi padre me compra lindos vestidos, nací sin nariz.
Me siento y me observo todo el día y lloro. Tengo un gran agujero en medio de la cara que asusta a la gente y también a mí; por eso no puedo culpar a los muchachos de que no quieran invitarme a salir con ellos. Mi madre me quiere pero se pone a llorar desconsoladamente cuando me mira. ¿Qué hice yo para merecer esta terrible desgracia? Aunque hubiera hecho algo malo, nada malo hice antes de cumplir un año, y sin embargo nací así. Le pregunté a mí papá me dijo que no sabía; pero tal vez algo hice en el otro mundo antes de nacer, o quizá me castigaron por sus pecados. Eso no lo puedo creer porque él es un hombre muy bueno. ¿Debo suicidarme?”

En el texto anterior podemos observar como la estigmatización de alguien no siempre es un problema de mala fe, ¿qué sucede con la sexualidad de los discapacitados, de los deformes o de los simplemente feos de remate? No debemos ser demasiado optimistas ni optar por las buenas intenciones que nos lleven a concluir precipitadamente que somos injustos con nuestro prójimo y aunque es cierto que muchos de los efectos del estigma distan mucho de haber sido extinguidos del catálogo de respuestas emocionales -usualmente de exclusión- a lo diferente., a lo insólito, a lo extravagante o a las rarezas, la verdad del asunto es que el estigma es algo mucho más complejo que pueda ser resuelto con información, educación o empatía pues en ocasiones apela a algo -la repugnancia en el caso de la chica sin nariz-  tan arcaico como el miedo o la aprensión.

En este post hablaré de la estigmatización y también de la autoestigmatización que parece acompañar al desarrollo de la conciencia humana como un peaje autoimpuesto cuando alguien no cree cumplir los objetivos que comparten las mayorías, cuando alguien no ajusta bien en el lecho de Procusto. Hablaré de las nuevas conductas de estigmatización y de la persistencia de las antiguas y daré mi opinión sobre la dificultad para construir un mundo sin estigma, algo tan complicado como construir un mundo al servicio de la razón o la justicia.

Y es tan complicado porque venimos equipados de serie para detectar amenazas y esas amenazas siempre proceden de los intrusos y los desconocidos: de aquellos que no comparten con nosotros, el color de la piel, la orientación sexual, el tamaño o forma de su cuerpo o el raciocinio consensuado por las mayorías.

Dicho de otra manera: el estigma no siempre recae sobre el raro, sobre el loco o sobre el distinto, sino que muchas veces también puede recaer por su rareza con el genio o simplemente con aquel que no sigue al abanderado o al que vive contracorriente, hay algo en el estigma que se opone pues al proceso de normativización y a la uniformidad.

Lo que caracteriza además la estigmatización es que aquellos que estigmatizan una determinada conducta- aquella que escapa a los consensos mayoritarios- es que suele atribuirse a un defecto moral, es decir los que estigmatizan algo lo hacen porque están persuadidos de que el individuo es culpable (por algún déficit moral sin definir) en su proceso de estigmatización. Así los obesos -fuertemente estigmatizados hoy en el mundo escolar-, son acusados de poseer poca capacidad de control o no participar de los juegos violentos, he oído decir a muchas personas que los gordos ocupan mucho espacio y que por esta razón les endosan características de egoísmo “espacial” y que carecen de recursos morales para hacer frente a su glotoneria. Los que estigmatizan la homosexualidad lo hacen porque atribuyen un vicio -un exceso lujurioso- en la raíz de las relaciones homosexuales, los que estigmatizan el consumo de drogas lo hacen persuadidos de que existen razones de holgazaneria y de escasa fiabilidad en los consumidores, lo que estigmatizan a los ex-presidiarios lo hacen porque creen que estas personas no serán nunca de fiar y los que estigmatizan por el color de la piel lo hacen asociando la raza a características míticas sobre la misma.

Con los locos lo que suele suceder es que se identifica locura con peligrosidad cosa que es totalmente incierta desde el punto de vista estadístico (como inciertos son el resto de ejemplos anteriormente enunciados). El número de delitos cometidos por los enfermos mentales es -como todo el mundo debería saber hoy- significativamente inferior en comparación con la población general. Los cuerdos suelen más mucho mas antisociales que los locos al menos en su tendencia al crimen.

El estigma o la estigmatización se refiere a conductas en cortocircuito (automatizadas) que tienden a establecer separaciones y puenteos de exclusión entre unos y otros basadas en apreciaciones inciertas sobre las intenciones o las razones de los otros, sus efectos son bien conocidos políticamente hablando: los enfermos mentales disponen de menos recursos que el resto de beneficiarios de la seguridad social, los homosexuales son discriminados en el trabajo y en los entornos normalizados, los niños gordos son desplazados de su proceso natural de socialización y condenados al ostracismo o al fracaso escolar, los inmigrantes son empujados a vivir en guettos donde la integración real brilla por su ausencia.

Sin embargo haríamos mal en dividir el mundo entre malos (estigmatizadores) y victimas buenas (estigmatizados). Un discurso así nos llevaría  fracturar el tejido social llenando de culpabilidad y mala conciencia a los ciudadanos normales que ni estigmatizan ni son victimas de la autoestigmatización, algo así sucede con ese constructo teórico que denominamos “lo políticamente correcto”, es decir mensajes acerca de lo que deberíamos pensar o decir en público y que usualmente entran en contradicción con lo que sostenemos en privado.

Y haríamos mal por dos razones:

1.- Porque la estigmatización es una estrategia biológica que evolucionó desde entornos arcaicos donde muy probablemente “lo diferente” y lo amenazante eran sinónimos. Se trata de una prestación analógica (irracional), gruesa y poco sutil pero muy útil para la supervivencia, es decir, se trata de una adaptación para detectar amenazas y para ejercer presión sobre las conductas ajenas disidentes. Dicho de otra forma la estigmatización evolucionó como una forma de introducir presión sobre las amenazas y no solo para evitarlas.

2.- Porque el estigma está muchas veces autoimpuesto por el estigmatizado que encuentra en el propio estigma una identidad para medrar socialmente. Lo cierto es que autoestigmatizarse es una medida de evasión social que tiene algunos beneficios secundarios.

Sucede efectivamente, que las personas no sólo se sienten excluidas por razones reales como la muchacha que nació sin nariz sino que muchas veces y en entornos opulentos podemos observar como sucede en ciertas patologías, que las personas construyen sus propios signos de autoestigmatización, a través de identificaciones con lo repulsivo o lo monstruoso (antivalores), algo que podemos ver perfectamente en la anorexia o en la dismorfofobia, donde se exageran pequeños defectos (que son vividos como un estigma moral) y se construyen otros defectos (la extrema delgadez) que son en sí mismos una señal inequívoca de mala salud. En la dismorfofobia por ejemplo lo que sucede es que se exagera aun pequeño defecto físico y se convierte en una lacra que legitima al autoestigmatizado para una conducta de huida social.

Algunos se empeñan en dar miedo o asco y lo consiguen.

De manera que no estoy de acuerdo con los que piensan que la psiquiatría estigmatiza por sí misma sino que creo que lo que sucede es todo lo contrario: son los enfermos mentales no tratados o abandonados a su suerte los que se encargan de diseminar entre la población el estigma que acaba operando como una predicción paradójica, como una profecía autocumplidora. Dar de alta prematuramente a un paciente psicótico es obligarlo a pregonar  a los cuatro vientos su sintomatología lo que disminuye su reputación y se convierte en un atractor para el estigma de todos los que se relacionen con él.

Pues el estigma no es sólo una construcción social sino un hecho biológico que se encuentra en todos y cada uno de nosotros en estado larvario hasta que se manifiesta.

Y se manifiesta contra el disidente y un enfermo mental es un disidente social al menos en su aspecto más visible.

Dicho de una manera más clara: estamos cableados para estigmatizar a lo distinto. La desestigmatización requiere un enorme aprendizaje social y no viene de serie entre nuestras prestaciones.

Y otra vuelta de tuerca: hay que considerar que ciertas personas se dedican a identificarse con lo que otros rechazan. Así lo repulsivo o lo monstruoso o lo socialmente reprobable, puede ejercer de atractor como pretexto para desviar la atención y constituye por si mismo un beneficio secundario adherido a la propia autoestigmatización.

Se trata de personas que extraen desde su nacimiento más beneficios de ser catalogados como “raros” que de la compañía de sus semejantes que pueden vivenciar como un engorro por lo tanto no es posible que haya desarrollado una gran autoestima, pues la autoestima se forja a través de las victorias con los iguales y de obtener la posibilidad de medrar en sociedad comparándonos constantemente con los logros de los otros.

Algo así sucede con los obesos, seguramente las personas con menor autoestima de la patología médica, sucede que estas personas han tenido que confrontarse en el colegio siendo objeto de humillaciones, burlas, insultos y exclusiones, pero lo peor de todo es que aunque lo intentaran no han conseguido adelgazar perdiendo un tiempo vital para su socialización. A veces puede que hayan conseguido su objetivo de adelgazar pero siempre con un sobrecoste en esfuerzo, disciplina y privaciones. Cuando estas personas llegan a nosotros ya padecen además complicaciones psicológicas, como discontrol en las ingestas (atracones) o una depresión que procede de la vergüenza y la culpabilidad de no haber podido llevar a cabo sus planes de adelgazar. Es un derrotado que cree que su problema de obesidad es un defecto moral, se ha autoestigmatizado.

En ciertos periodos críticos del crecimiento la obesidad es un enorme obstáculo para el progreso social del niño y muy frecuentemente termina con aislamiento y el ostracismo lo que empeora su pronóstico mental a largo plazo. Muchos niños y adolescentes obesos, sometidos a abusos, desprecios y exclusiones estigmatizantes en la escuela presentan complicaciones psiquiátricas que no son sino beneficios secundarios a su condición: detener esta escalada de interacciones desvalorizantes -que quizá ya cesaron- y lograr que del niño emerja la suficiente autoestima (amor propio) para oponerse a ella con dieta o sin dieta, con o sin asistencia psicológica.

Los niños obesos con problemas psicológicos que suelo tratar mejoran cuando adelgazan, es decir cuando se integran en sus entornos escolares como uno más, es mala estrategia separarlo o protegerlo identificándolo como un caso especial lo que no haría más que sobreestigmatizarlo y enseñarle a eludir sus responsabilidades.

Curiosamente vivimos en un mundo donde se producen precisamente estos fenómenos que fortalecen los beneficios secundarios derivados de una conducta cualquiera (en este caso alimentaria) cuando son identificados por el entorno como víctimas. La lucha bienintencionada contra el estigma es paradójicamente estigmatizante.

Hay que recordar ahora que la exclusión es un mecanismo biológico que tiende a separar a los diferentes, no se puede combatir ni con ideas ni con recomendaciones sanitarias, menos aun apelando a ideales. Hay que obligar a los niños -cuando aun se esté a tiempo- a evitar la autoestigmatizacion y la autocomplacencia lastimera.



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