Anthony Stevens y John Price son dos psicólogos evolucionistas que en el año 2000 escribieron un libro -para mi de culto- que ofrece una explicación evolucionista de los trastornos mentales tal y como los contemplamos hoy.
El capítulo más interesante es el capitulo de la esquizofrenia que presenta una de las paradojas mas interesantes de la psicología evolutiva:
¿Cómo es posible que la esquizofrenia persista a pesar de la baja fertilidad de los esquizofrénicos? ? ¿Y que su prevalencia sea común en todas las culturas, en ese inamovible 1% de la población general?
Es lo que se conoce con el nombre de paradoja de la esquizofrenia.
La explicación mas plausible de esta paradoja es que los genes múltiples y epigenomas que están relacionados con la esquizofrenia sean beneficiosos en otro lugar. Un lugar que podría estar relacionado con la creatividad, otro en la resistencia a determinadas enfermedades infecciosas o alérgicas. Aunque la hipótesis de Stevens y Price contiene una idea especial: se trata de la hipótesis de la segregación.
La esquizofrenia sería el subproducto de una tendencia del sapiens a disociarse, a escindirse de su grupo original, a construir una disidencia con respecto al grupo de origen que facilite la movilidad y la fragmentación de los grupos a fin de hacerlos sostenibles.
Dado que los grupos humanos ancestrales (de cazadores-recolectores) tenían un tamaño óptimo, -unas 60-100 personas- este tipo de fenotipos destinados a escindirse de sus grupos pudieron tener premio evolutivo. De lo que se trataría es de hacer sostenibles los grupos sociales y para ello la mejor idea es diseñar cerebros que pudieran inventar nuevas trayectorias en el devenir humano. Es por eso que el chamanismo, la religión, el contacto con lo sobrenatural o la adivinación juegan un papel tan importante en la evolución de la disidencia o la esquizotipia. Es muy probable que en el Pleistoceno no existiera esquizofrenia sino esquizotipia, es decir una forma de pensar diferente una especie de disidencia inspirada en lo cósmico.
De esta manera lo que hoy entendemos como esquizofrenia serían los extremos de una disposición general en los humanos: nuestra tendencia a discrepar, a ver las cosas de una forma diferente a como la ven los demás.
Es axiomático y no necesita demostración que nosotros los humanos somos seres que buscamos simultáneamente dos cosas aparentemente contradictorias: por una parte queremos “pertenecer a algo”, tenemos un impulso por la filiación, pertenecer a algo superior a nosotros mismos, la autotrascendencia pero al mismo tiempo queremos ser “únicos”, diferentes y adquirir propiedades que nos hagan -a ojos de los demás- distintos al magma de lo común. Es por eso que disentimos, que discrepamos y que aprendemos a “decir no” muy pronto, apenas a los dos años y hay varias formas de hacerlo. Nos oponemos.
Pues oponerse es la mejor forma de ser diferentes y al mismo tiempo si conseguimos seguidores para nuestra disidencia a tener las dos cosas: ser distintos y afiliarnos a algo a través de conseguir afiliaciones.
Mi idea es que la oposición, la disidencia, la herejía o la discrepancia es la forma natural y adaptativa en la que los genes de la esquizofrenia se manifiestan en la población general. Se trata de genes ampliamente distribuidos en el proceso de hominización: un efecto secundario de nuestra autoconciencia, nuestra empatía, nuestra teoría de la mente (ToM) y nuestra socialización. Nos oponemos para que la estereotipia social no nos trague con sus enormes fauces de homogeneidad, sencillamente no queremos ser como los demás y mucho menos si entendemos que nos imponen una determinada manera de ser y pensar. Nos oponemos para ser únicos.
Lo que ganan los discrepantes son seguidores y simpatizantes con su causa, cualquiera que esta sea, lo que nos remite de nuevo al escenario ancestral. ¿Pues de que valdría discrepar si no tuviera seguidores que me acompañaran en un nuevo camino inspirado por la divinidad o mi propio capricho?
Es por eso que discrepar y asentir son las dos caras del mismo fenómeno. Las personas pueden dividirse en estos grupos:
1.- Unos fundan una ideología o una concepción del mundo que arrastra numerosos segudores.
2.- De entre los seguidores algunos comienzan a disentir y fundan su propia visión del mundo, una escisión de la anterior, se les llama reformadores o también revisionistas.
3.- Todos tienen simpatizantes y seguidores de tal modo que aquella fracción que no la tuviera fenece y se extingue como corriente de opinión.
4.- Pero los reformadores a su vez están condenados a ser removidos por otros que considerarán mejores sus opciones. Y asi sucesivamente.
No hace falta recurrir a las sectas y escisiones que han sufrido las religiones oficiales como el cristianismo o el islam. Casi todos tenemos ejemplos en nuestra vida cotidiana de las filias que se forjan alrededor de líderes carismáticos y como en el tiempo son devorados por sus propios fieles.
En un entorno más doméstico es posible explorar este fenómeno en la vida política y en las opiniones mas o menos explícitas que mantenemos con respecto a los grandes temas de nuestro mundo. ¿Izquierda o derecha? ¿Liberalismo o socialdemocracia? ?¿ Con las drogas, es mejor la prohibición o la regulación? ¿Qué hacer con el aborto, es mejor que cada uno haga lo que quiera o regularlo de alguna forma?
Hay algo en los humanos que nos inclina a la disidencia y ese algo es fundacional en nuestra especie. Somos seres discrepantes, del mismo modo que somos seres obedientes a los dictados que los que se nos adelantaron a forjar su propia doctrina.
Una de las razones por la que no nos ponemos de acuerdo sobre estas cuestiones es que no se trata de ideas, sino de creencias y sentimientos. las ideas pueden cambiarse, pueden avolucionar o cambiarse por otras mejores, pero los sentimientos que alimentan a las creencias no cambian nunca porque son fundacionales en nuestra especie. Si usted se opone al aborto por razones religiosas es inutil que nadie trate de convencerle. Los sentimientos no atienden a razones racionales. Si usted cree en Dios no habrá nadie que le convenza de lo contrario, del mismo modo que un ateo no podrá ser convencido con razones de su existencia.
La sociedad, o mejor dicho las poblaciones están esquizofrenizadas y más aun cuando la complejidad del mundo aumenta y como consecuencia: se legitima cualquier opinión.
Es algo que podemos ver en Internet, en los foros de opinión y en las tertulias televisivas. No hay manera de construir un espacio común donde se aborden los grandes temas que nos atañen a todos con un mínimo de rigor racional. Enseguida aparecen los latiguillos, lo políticamente correcto, la publicidad. No existen discursos morales como narrativa común y solo podemos entrever la estereotipia y la rutinificación de las ideas enrocadas en aquello que se puede y aquello que no se puede decir (Graham 2004). Cualquier verdad parece que ofende a alguien o a algún colectivo.
Es por eso que un buen ejercicio psicoeducativo podría ser este: enseñar a discrepar.
¿Cómo se discrepa y cuales son las reglas de la discrepancia? ¿Cómo educar a un disidente? ¿Cómo gestionar los desacuerdos?
La primera regla es que para discrepar de algo es necesario que estemos en el terreno de las ideas. Si estamos en el territorio de las creencias o de los sentimientos, es inútil discrepar de nada. Si usted cree en Dios y yo no, ¿de qué vamos a discrepar?
Naturalmente esta primera regla (y la principal) es difícil de seguir. ¿Cómo podemos saber si estamos defendiendo una idea, un sentimiento, una ocurrencia o una creencia? ¿Es que hay una linea que separe las ideas puras de aquellas contaminadas por nuestros deseos o nuestras propias apreciaciones?
Una de las soluciones a este problema es recurrir a la ciencia, pero la ciencia no está libre de pecado pues también se alimenta de sus propios axiomas y sirve tanto para un roto como para un descosido, con argumentos científicos similares (papers) se puede sostener tanto una cosa como su contraria. Además los datos requieren interpretación, una hermenéutica, un hecho probado no habla por sí mismo cuando abordamos un tema demasiado complejo. El hecho precisa siempre de interpretación, no es un axioma de modo que las creencias y los sentimientos influyen en cómo pensamos un determinado problema. Las ciencias sociales son un ejemplo muy interesante en cómo un hecho tiene siempre dos o más visiones aun partiendo de los mismos datos.
Hacia una pedagogía de la disidencia.-
Paul Graham es un ensayista inglés que procede del mundo de la programación y que ha estudiado el tema de las discrepancias proponiendo una pirámide de calidad entre nuestras tendencias naturales a la discrepancia. Algo así como “discrepa pero con fair play”, con calidad argumental y sobre todo discrepa sin trampas.
He hecho una pequeña revisión de discrepancias aqui mismo en mi blog y he llegado a ciertas conclusiones interesantes. dejando aparte a los trolls que tienen su propia dinámica y sus propias motivaciones, la más frecuente es lo que Graham ha llamado “contradicción”. Para entender mejor estos niveles de argumentación, es mejor que el lector eche una ojeada a este gráfico, llamado por Graham la jerarquía del desacuerdo.
Como podemos observar el nivel más bajo, está ocupado por los que insultan y no oponen ningún argumento al autor de una idea determinada. Es la octava más baja de la oposición y probablemente responde a IQs bajos o fanatismos desesperados. A continuación tenemos los argumentos “ad personam” es decir aquellos argumentos destinados a desacreditar al autor de una determinada idea, incluyen comentarios desfavorables o criticas o suposiciones sobre sus creencias o intereses determinados, siempre bajo la sombra de una sospecha. El siguiente nivel está ocupado por criticas no ya a la persona sino al argumento en sí sin considerar la esencia del mismo y con un tono la mayor parte de las veces ofensivo, es posible que incluso con algún matiz personal.
La contradicción que es el nivel más frecuente al menos en mi blog es aquel donde se presentan argumentos en contra que se toman como verdades universales junto con la acusación simétrica de que el autor no presenta “evidencias” o papers que justifiquen sus ideas. Por contra las evidencias que presenta el disidente son dogmas de fe e indiscutibles. El contraargumento ya tiene una mayor calidad y el disidente se asegura de presentar evidencias que respalden su opinión si bien suele tratarse de “copia y pega” o traducciones literales de ideas presentadas por otros.
La refutación ya tiene un nivel más adecuado para la discusión aunque si bien no atiende a la esencia de lo que se dice o pretende decir se sostiene en evidencias que tratan de encontrar el error en la formulación del autor.
Por último, el nivel más alto de desacuerdo es aquel donde el contrincante atiende al “fondo de la cuestión” y mantiene una opinión propia bien fundada en su experiencia. El disidente refuta el tema central y desatiende los datos que proceden de otros. Puede estar en desacuerdo pero se trata de un desacuerdo relevante en el sentido de que puede recomponerse con ideas paralelas o que puede complementarse o integrarse con las ideas ajenas.
Naturalmente también hay otro nivel más arriba que no contempla Graham: se trata de la epoché: no juzgar y dejar pasar los desacuerdos para ir a lo importante: las sinergías y la contemplación de los argumentos del otro.
Es así como aprendemos: a partir de ideas que no llevan el pesado fardo de las creencias.
Siempre, claro está que se trate de ideas pues lo otro es identificación y mimetismo.
Bibliografia.-
Paul Graham. Lo que no podemos decir (en inglés)
Paul Graham: ¿Como discrepar? (en inglés)
Stevens, A. & Price, J. (1996) Psiquiatría evolutiva: Un nuevo comienzo. London: Routledge.