El niño es el padre del hombre
(Woodsworth)
Este curioso pececillo es el ocelote (Ambystoma mexicanum), el lector puede observar que en su parecido a cualquier personaje de Walt Disney radica precisamente su gracia y la ternura que nos inspira. Se trata de una especie neótenica, es decir es un pececillo muy “mono” que parece guardar ese encanto que los niños pequeños y las crias de ciertos mamíferos atesoran y que tanto nos seduce.
En realidad la neotenia supone la persistencia de ciertos rasgos infantiles en los adultos, más allá de la madurez sexual. Una de las ventajas que tiene la neotenia es el retraso en la maduración junto con un cierre más retardado de las fontanelas del cráneo, lo que en nuestra especie ha tenido consecuencias sobre el tamaño de nuestro encéfalo y nuestra inteligencia aunque también contiene algunas desventajas : la dependencia prolongada de las crías con respecto a sus progenitores.
La neotenia de nuestra especie fue formulada por Stephen Jay Gould aunque el término se remonta al siglo XIX y se la debemos a Arthur Kollman. La idea es que en nuestra especie se habrían seleccionado positivamente rasgos neoténicos algunos de los cuales son físicos: pelo rubio, ojos azules, rostros aniñados, delgadez. Algo de lo que hablé en este post.
Peter Frost es un antropólogo canadiense conocido por una hipótesis sobre la evolución del color de pelo en la raza caucásica, el color de ojos y de la piel a través de la selección sexual. Él cree que el dimorfismo sexual en los seres humanos actúa como una señal de reconocimiento de género, y que en las culturas tradicionales las mujeres evitaban el sol para conservar su tez más clara. Frost está en desacuerdo con la teoría comúnmente aceptada de que la evolución del color de los ojos y la coloración del cabello es un efecto secundario de la selección natural para el color de la piel , con el fin de maximizar la síntesis de vitamina D en las altas latitudes. Afirma que la preferencia de piel clara actúa con un desequilibrio de género y el apareamiento monógamo durante el ultimo periodo glaciar.
La neotenia no implica solo los ojos azules o grandes o el cabello rubio sino también el tamaño pequeño, la piel blanca y los rasgos aniñados. No cabe duda de que las mujeres pequeñas tienen mas éxito que las grandes y que las delgadas más que las gordas. Pero en este post me propongo ir un poco más allá y explorar ciertos rasgos psíquicos en relación con la neotenia. ¿Hay una neotenia psíquica?
El mismo Desmond Morris propone que ciertos rasgos de goce en los adultos poseen un carácter neoténico: el sentirse queridos o protegidos por ejemplo, aunque es evidente que para conseguir mimos o protección es necesario hacerse el desvalido o aparentar ser más joven de lo que se es. Pero personalmente me inclino más a elegir entre los goces más ampliamente distribuidos en nuestra especie: el del juego.
¿Qué es jugar?.-
Jugar es una actividad motórica -que implica algún tipo de movimiento o conducta- que usualmente se lleva a cabo entre al menos dos personas y que es esencialmente divertida y procura un disfrute para el jugador.
Todos los mamíferos juegan mientras son pequeños lo que indica que el juego tiene mucho que ver con los aprendizajes. Jugar a pelearse, a morder, a perseguir, saltar o a escapar, son juegos comunes para todos los mamíferos y forman parte de ese embrión de aprendizajes que resultarán de interés para los adultos. Es interesante señalar de igual modo que el gusto por el juego parece que se amortigua con la edad y sin que haya una división muy clara entre ambos estados, todo parece indicar que una cosa es “jugar a algo” y otra cosa es “ir en serio en ese algo”. Por ejemplo jugar a pelearse no es lo mismo que cuando dos machos se pelean por una o un harén de hembras.
Jugar es pues una simulación. Algo que está relacionado con el teatro.
En nuestra especie sin embargo el acto de jugar se ha sofisticado hasta el paroxismo y los patrones que rigen el juego y los de “ir en serio” se mezclan de forma ambigüa. Además el verbo “jugar” está emparentado con el verbo “to play” que significa algo en “perfomance“, es decir algo relacionado con el desempeño de un papel. Jugar -en este sentido- está relacionado con algo fingido. Y aun más: es característico de nuestra especie que juguemos a algo sin saber que estamos jugando. El engaño y el autoengaño relacionado con el juego está pues bien implantado en nuestra especie.
Así podemos jugar a hacernos el enfermo, a hacernos el muerto, podemos jugar a fútbol o a baloncesto, jugar a cartas (con o sin dinero), podemos fingir que estamos locos o fingirnos tontos para amortiguar nuestra responsabilidad, fingir que no oímos o que nos hemos dormido cuando llegamos tarde al trabajo. Nos pasamos la vida jugando y es difícil discriminar cuando estamos jugando y cuando vamos en serio incluso para nosotros mismos.
Nuestra especie está diseñada para jugar y para hacer cosas tan inútiles como escribir poemas, o tocar la citara, mandar guasaps y escalar el Himalaya. Es obvio que ciertos juegos se han convertido además en una industria y hay que pagar incluso para que ver como otros juegan. Nadie con un mínimo sentido común pagaría por venir a verme trabajar sin embargo la gente paga por ver a Messi vomitar en el Camp nou.
Luego lo de Messi no es un trabajo sino un juego. También es un juego todo aquello que está enredado en la curiosidad que es por cierto el motor del avance científico, si no hay juego , ni diversión no hay creatividad, ni por tanto avance científico. La curiosidad es probablemente la octava más alta del juego.
El problema viene de que la gente mas necesitada de juegos no sabe que está jugando cuando juega y -se lo toma y nos lo hace tomar- en serio.
Eric Berne, una afamado psiquiatra, muy conocido por haber escrito un libro titulado “Juegos en que participamos” ya nos desveló otra de las dimensiones del juego que jugamos sin saber que estamos jugando. “Juego”, para Berne es una interacción entre dos personas, una interacción gobernada por reglas. Ambos contendientes desconocen las reglas en las que se basa el juego y es por eso que ciertos juegos acaban en drama o en repetición.
Cualquier psiquiatra está acostumbrado a batirse en ciertos juegos con cierto tipo de pacientes. Son ese tipo de pacientes que están continuamente amenazando con suicidarse. En ciertos juegos hay un elemento de coacción. Histérico naturalmente, lo cual no significa en modo alguno que el paciente no sea capaz e llevar el juego hasta su límite: en eso consiste la coacción. El lector interesado en estos juegos de poder puede leer este pdf que escribí hace cierto tiempo acerca del manejo del poder por parte de de ciertos pacientes psiquiátricos
En el análisis transaccional, Berne presentó los juegos como «series de transacciones ulteriores, de naturaleza repetitiva, con un saldo bien definido. Dado que una transacción ulterior significa que el agente pretende estar haciendo algo, mientras realmente está haciendo algo distinto, todos los juegos implican un timo». El saldo suele ser complacerse en sentimientos de culpa, incompetencia, pena, miedo o rencor que se denominan “rackets”,12 término del argot estadounidense que se refiere a negocios ilegales. Un racket, como por ejemplo el rencor, se puede ir incrementado en sucesivos juegos, como si se acumulasen cupones, hasta un punto en el cual la persona se cree suficientemente justificada para actuar; por ejemplo, agrediendo.
En su best-seller Games People Play (Juegos en que participamos), Eric Berne expone múltiples pasatiempos y juegos, así como las antítesis de ellos, que son modos de neutralizarlos.
Pero no todos los juegos implican corrupción mental, algunos de ellos son incluso terapéuticos. Quizá hable algún día de ellos, de modo que el lector interesado pueda replicar en sí mismo su infancia y recuerde como sucede en el ocelote que no es necesario madurar para reproducirse y para mantenerse joven que es la otra forma en que podemos hablar -simbólicamente- de la inmortalidad.
Somos niños con necesidad de jugar sólo que algunas personas demasiado serias no lo saben.
Bibliografía.-
Frost, P. (2008). Sexual selection and human geographic variation, Special Issue: Proceedings of the 2nd Annual Meeting of the NorthEastern Evolutionary Psychology Society. Journal of Social, Evolutionary, and Cultural Psychology, 2(4), pp. 169-191.
Frost, P. (2006). European hair and eye color – A case of frequency-dependent sexual selection? Evolution and Human Behavior, 27, 85-103.