Hoy en el Mundo aparece una entrevista al químico que sintetizó el famoso Solvadi, un fármaco que al parecer está indicado y es muy efectivo para el tratamiento de la hepatitis C. De este articulo me han llamado la atención algunas cosas que me gustaría comentar.
Da la casualidad que el descubridor y ahora millonario químico es descendiente de un español de origen sefardita que volvió a España desde Egipto y como no le gustaba nada el régimen de Franco mandó a su hijo a estudiar a Inglaterra. Después de licenciarse el muchacho se dedicó a la síntesis de fármacos y montó su propia empresa. El asunto es que una vez había dado con este fármaco vendió la empresa que no tenia más valor que la preciada patente a otra empresa por el módico precio de 11.000 millones de dólares y él se embolsó el dinero procedente del paquete de acciones que tenía pero se quedó sin empresa. No sabemos a qué se dedica ahora después de semejante pelotazo.
El asunto es que ahora tenemos la pelota en nuestro tejado, nuestro gobierno tiene en sus manos el preciado fármaco pero debido a su precio lo está administrando en cuentagotas a los pacientes que día si y día no se manifiestan en Madrid para que la administración les garantice el acceso gratuito al mismo.
35.000 euros por tratamiento le parece un precio justo para España y según sus propias palabras el precio de un medicamento se ajusta al PIB de ese país. Me ha sorprendido mucho esta idea de “un precio para cada país según el PIB” que suena más bien a impuesto revolucionario que a un precio en origen de algo y también me han hecho gracia sus explicaciones del por qué los fármacos oncológicos son tan caros. Explica el sefardí que un fármaco como este ha de pagar las docenas de fármacos que nunca salieron al mercado. Algo así como sucede en nuestro país con las tarifas eléctricas: en el recibo de la luz viene “el déficit de tarifa” es decir las inversiones de energías renovables que no siguieron adelante no se sabe por qué.
¿Pero ha de pagar el consumidor de energía eléctrica los ensayos y los errores de las empresas energéticas? ¿Qué riesgos corren ellas entonces?
Hasta ahora lo que se decía era que los fármacos son muy caros porque llevan detrás mucha investigación. ¿Pero es esto cierto?
En este caso no lo parece, pues el citado fármaco pertenece a una familia de medicamentos que ya se utilizan contra el SIDA, no es más que una especie de clonación de otras moléculas parecidas, una síntesis que se hace por diseños de ordenador, de ahí que su precio haya desatado la polémica. Algunos especialistas han considerado que no aporta la suficiente innovación por sí sólo (ha de administrarse en politerapia con otros) para justificar su elevado precio.
Algo que es muy frecuente en Big Pharma: hasta que no se agotan las posibilidades de comercialización de un determinado fármaco, los fabricantes siguen con sus modelizaciones de ordenador añadiendo o quitando metilos para cambiar la fórmula en busca de una nueva patente y si esto no es posible se cambia la presentación farmacéutica, ahora cápsulas, mañana inyectables, luego aerosol y mas tarde inyecciones depot.
Dicho de otra manera: los precios no se justifican casi nunca por los aportes de lo nuevo.
¿Pero qué pasa cuando lo nuevo es eficaz (como parece ser el caso del Solvadi) pero es impagable por los sistemas de salud de los países de nuestro entorno o qué decir de aquellos países que ni quiera tienen sistemas de salud?
Veamos que ha pasado en India, la farmacia de los pobres:
La Oficina de Patentes de este país ha rechazado la petición de Gilead Sciences para patentar el fármaco superventas contra la hepatitis C, el sofosbuvir (de nombre comercial Sovaldi). Considera que el compuesto no es lo suficientemente innovador porque se parece demasiado a otros ya existentes y no aporta beneficio.
De manera que las autoridades sanitarias de aquel país han dado permiso para la síntesis del medicamento (genérico) a precios de coste y se han querellado contra la patente del citado fármaco que tiene sede -como no- en EEUU.
¿Pero son necesarias las patentes?
Para unos si y para otros no, y para el sentido común una patente debería tener al menos dos limites: la duración en el tiempo y el valor añadido de la innovación. La innovación no es algo que vaya adherido por defecto a lo nuevo sino que muchas veces pervierte a la innovación. No es cierto que:
“Las patentes son necesarias porque constituyen incentivos para las personas, ya que les ofrece reconocimiento por su creatividad y recompensas materiales por sus invenciones comercializables. Estos incentivos alientan la innovación, que garantiza la mejora constante de la calidad de la vida humana”.
Precisamente es al contrario: las patentes pervierten la innovación.
Mi pregunta en este momento sería esta: ¿Cual es el incentivo (dinero) razonable que debería permitirse que se embolsara el fabricante por la síntesis y fabricación del citado fármaco? Suele decirse que Big Pharma no es una ONG y que se dedica a “ganar dinero” para sus accionistas como todas las empresas. Pero este argumento no es compartido por todos así en bruto. La industria farmacéutica ha de tener un retorno social en sus ganancias, no es lo mismo fabricar móviles (que son prescindibles) que medicamentos que para los que ven amenazada su vida son absolutamente imprescindibles. Lo social y lo colectivo están por encima de cualquier derecho individual y más si ese derecho es el lucro.
Jose Luid Ferreira en su blog tiene varias entradas analizando pormenorizadamente este tema de las patentes:
“Tenemos un sistema de patentes y de protección de derechos de autor que lleva siglos existiendo sin base empírica y que está sustentado únicamente por una endeble base teórica. Así todo se sigue defendiendo. Sospecho que la razón son los intereses de los pocos que ganan con el sistema, a quienes les sobra el dinero para presionar y confundir a los políticos”.
Y en relación con esta idea que los indios han puesto en vigor hay que recordar el caso de Suiza:
“Es ilustrativo que Suiza sea uno de los centros farmacéuticos del mundo justamente porque es el país que más tardó en reconocer derechos de patente sobre los medicamentos, de manera que a las empresas les convenía instalarse ahí para disfrutar de las ventajas de usar los conocimientos producidos por las demás empresas. Esto les compensaba por el inconveniente de que, a su vez, sus conocimientos fueran usados por las otras.
Hay otro tipo de argumentos que tienen que ver con la moralidad del asunto: copiar una idea es robar y, por tanto, es malo. Este argumento parte de una falacia, puesto que copiar una idea no es robar. Plagiarla puede serlo metafóricamente, pero no copiarla. Si yo reproduzco una fórmula química, no le quito ningún preparado a nadie. Si reproduzco una canción, no le privo de su copia a nadie. El problema de las leyes de patentes o de derechos de autor no es el problema de si reconocer o no la autoría intelectual (propiedad intelectual), sino si es conveniente o no reconocer un derecho de monopolio sobre las copias de la obra, no importa en manos de quien estén. Esto último es monopolio intelectual y es una losa permanente sobre la creación y la libertad”.
Dicho de otra manera si existe un fármaco que cura una enfermedad que en España afecta a 900.000 personas (una prevalencia del 2% de la población) ha de administrarse a todos. Se trata de una población con diversos grados de gravedad dado que es evolutiva, pero sabemos que la mayor parte de estos enfermos desarrollarán un cáncer de hígado o una cirrosis. Parece ser que los consensos entre expertos sugieren dar el fármaco a los casos más graves, debido a su precio impagable.
Pero si es el precio impagable lo que habría que hacer es conseguir una rebaja sustanciosa y no cargar a los enfermos con el suplemento trágico de esta decisión.
A grandes males grandes remedios y si el Estado puede expropiarme una finca para construir una vía de ferrocarril ¿por qué no va a hacerlo en este caso de bien publico o colectivo que es la salud de las personas?.
Las cartas que el Estado tiene en su mano.