Aquellos de mis lectores que leyeron el post anterior ya habrán comprendido a estas horas que “moralización” no es lo mismo que “moralidad”.
La moralidad es una guía, un sistema de valores por así decir que nos sirve de apoyo para la toma de decisiones, algo así como una matriz de creencias, que no es inmutable y en cierta forma constituye un registro de lo más sobornable. Tanto es así que podemos estar seguros de que somos nuestros principales transgresores y que lo hacemos muchas veces en nuestra vida y siempre que nos conviene con mejor o peor suerte en el autoengaño.
Es natural que sea así puesto que la moral surgió no para autocontrolarnos sino para controlar las conductas de los otros. La moral emergió del mismo modo que el chisme para que el grupo detectara y sancionara a los tramposos. La moral es cosa de grupos y no tanto de las personas.
Y si las personas tenemos moral es precisamente porque hemos logrado internalizar las normas del grupo de tal modo que se constituyen en una ventaja evolutiva. La moral no es pues un órgano sino un acatamiento o al menos una aquiescencia.
Ya hablamos de que tanto la sexualidad como la alimentación habían sufrido procesos de moralización, presentes en todas las religiones y en todas las convenciones humanas. Una de las razones que se han esgrimido en este sentido es que la sexualidad individidual es un peligro para la supervivencia del grupo, que precisa de reglas para que estos grupos sean laboriosos, constantes, cohesionados y ordenados. Evidentemente la sexualidad “libre” es un peligro para esta cohesión, las mujeres han de saber quien es el padre de sus hijos y los hombres han de saberse padres de sus hijos para asegurarse que su trabajo no es para beneficio de los genes de otro.
En todas las culturas existe una restricción del deseo individual con respecto a la sexualidad, pero sin duda la alimentación tambien está sometida a grandes restricciones de las que ya hablé en “El dilema del omnívoro”, de modo que ahora voy a ocuparme de la relación que existe entre alimentación y moralización. Y para ello voy a tomar algunos párrafos de este post de Pablo Malo.
Conviene recordar ahora la relación entre Moral y Asco, de la que ya hablamos en la entrada sobre la Psicología del Asco y en la de las Tres Grandes de la Moralidad. El asco es una emoción ligada al código de la divinidad, de ahí que, en culturas donde el código de la divinidad está activo, el asco se convierte en una emoción moral.
El asco tiene que ver con violaciones del código de pureza/ contaminación y por ello está muy relacionada con la moral y con los temas de salud, también. Por lo tanto, la Moralización puede promover el asco. Por ejemplo, los vegetarianos morales muestran más asco hacia la carne que los vegetarianos por salud. Y aunque nosotros pensemos que en esta sociedad nuestra los códigos de la divinidad no están activos, con la moralización del tabaco vemos un aumento de las respuestas de asco a los cigarros, la cenizas de cigarrillo y a los propios fumadores, con respecto a épocas anteriores.
Incluso se han desarrollado técnicas hipnóticas aversivas (basadas en el asco) para dejar de fumar.
No es casualidad que estemos hablando de los vegetarianos para ilustrar el tema de la Moralización. El dominio de la comida y el dominio del sexo muestra una predisposición especial a ser moralizados.
En muchas culturas la dieta se liga a la salud y la salud a la moralidad (casi todas las religiones tienen prescripciones dietéticas). Pero también en la historia de la cultura occidental han existido tendencias a ver los aspectos animales/biológicos de la naturaleza humana, y la experiencia de placer como actividades inmorales. Tanto el sexo, como la comida, son fuentes de placer que compartimos con los animales y Rozin siempre ha propuesto que todo lo que nos recuerda nuestra naturaleza animal ( la muerte, el sexo inapropiado, violaciones de los límites corporales…) disparan el asco.
Nuestra interacción con la comida implica tomar algo externo y transformarlo en algo propio, convertirlo en nuestro propio yo, y esto explica los fuertes sentimientos con la comida. La creencia mágica “eres lo que comes” está muy extendida en muchas culturas, incluidas la nuestra, y muchos pueblos han creído que comer la carne de un animal implicaba adquirir no solo sus cualidades físicas, sino también morales o intelectuales. En un estudio tan reciente como 1989, los estudiantes universitarios americanos seguían pensando que comer animales nos hace más animales y que las propiedades de los animales ingeridos se transmiten a la persona que los come. También hay que tener en cuenta que la comida se comparte en los humanos y que comer es una actividad pública en la especie humana.
Esto implica una cadena alimentaria en la que intervienen muchas personas y el origen de la comida pasa a ser importante. Ejemplos de ello serían la no aceptación en la tradición hindú de comidas que han entrado en contacto con castas inferiores, el rechazo en la historia europea al azúcar porque se ligaba con la esclavitud, o el repudio actual a comidas que implican matar animales o condiciones o prácticas laborales inmorales. Resumiendo, la comida es una “sustancia biomoral condensada”.
Pero no cabe duda de que el proceso de moralización más importante que ha tenido lugar en nuestro tiempo es el rechazo de la obesidad que ha corrido paralelo a la naturalización (o amoralización de la sexualidad). Estar gordo es sin duda algo “mal visto”, algo inmoral, una especie de vicio (o de enfermedad) que requiere en cualquier caso el arbitrio de una autoridad en la materia. El gordo es identificado como una persona sin voluntad, egoísta y que carece de control sobre sus necesidades, una especie de descontrolado o impulsivo que ha cedido a la gula, un vicio capital que conserva entre nosotros un halo de desprecio.
Algunos autores señalan que existen periodos vulnerables o épocas en las que es más probable que se de el fenómeno de la Moralización. En concreto, los tiempos caóticos, o de crisis cultural, promoverían la Moralización. Se propone que en tiempos de caos aumenta el deseo de control individual sobre el cuerpo, y que en tiempos de cambio sociopolítico rápido, o de debilidad de las instituciones, el individuo se preocupa de su propio bienestar, se vuelve hacia su interior. Se ha sugerido en este sentido que el aumento de los trastornos de alimentación en USA implica el deseo de controlar algo ( la comida) en una vida que está mayormente fuera de nuestro control.
Por último, el declive de la religión a mediados del siglo XX coincidió con el auge de la Ciencia moderna y ,en particular, de la Epidemiología. Katz dice que la Epidemiología ha dado lugar a una moralidad secular. Todo el discurso de los factores de riesgo de esta disciplina se ha hecho público y favorece la Moralización, ya que se supone que todos esos factores están bajo nuestro control, como hablábamos en otro post. En cualquier caso, la realidad es que estamos siendo testigos de importantes procesos de moralización en nuestra época, primero con el tabaco, y ahora con la carne o con la obesidad, por ejemplo.
El vegetarianismo es un magnifico ejemplo de moralización (en este caso de la carne), pero el vegetarianismo no es sólo un subproducto de la moralización de la carne animal sino también algo que cae dentro de lo que en el post anterior señalaba como hiperempatía o
cerebro femenino extremo.
Si buscáramos una población hiperempática para un trabajo de investigación haríamos bien en decantarnos hacia los vegetarianos o los animalistas. Se trata de personas que defienden los derechos de los animales y que no consumen carne, bien sea por razones morales o por razones sanitarias. este tipo de personas suponen un grupo de población hiperempática y son además un grupo importante de personas que presentan espontáneamente esta identificación con los valores de la vida animal, a veces con tintes ecologistas, otras veces pertenecen a movimientos antivacunas o de lactancia prolongada, pero es obvio que se trata de personas hiperempáticas que sin llegar a la patología representan los extremos de la moralización de algo: su principal preocupación es la moral y la salud.
Entiendo como extremos de este rango de conductas a lo que hoy clasificamos como trastornos alimentarios: anorexia y bulimia.
¿Hay alguna relación entre estas personas o mejor dicho entre estos procesos de moralización y los trastornos alimentarios?
Aqui hay un buen articulo sobre esta cuestión firmado por Bremser y Galluo en donde encuentran algunos soportes para vincular trastornos alimentarios con la hiperempatía, el más conocido de los cuales es el vegetarianismo o veganismo. Lo interesante de esta condición seria que las personas no lo son por que les gusten las verduras sino personas
preocupadas por el bienestar de los animales, un rasgo de hiperempatía que complica y mucho la evolución de una anorexia mental más concretamente complica en 12 veces la malignidad de una anorexia mental.
Dicho de otra manera: aunque no hay un vinculo claro entre vegetarianismo y anorexia mental sabemos que una anoréxica vegetariana tiene mucho peor pronóstico que una anoréxica no vegetariana.
Lo cual no implica causalidad, claro está, solo correlación.
¿Son los trastornos alimentarios enfermedades que proceden de la moralización de la alimentación?
Es algo de lo que hablaré en el próximo post.
Bibliografía.-
Libros recomendados sobre moralización y evolución.
Fallon, A. : “Culture and the mirror: sociocultural determinantes of body image” (1990).Body images: development, deviance and change. Nueva York. Guilford.