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Identidad e identidades fugitivas (III)

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La pérdida del sentido de identidad se expresa a menudo en una hostilidad desdeñosa y “snob” con respecto a los papeles que se presentan como apropiados y deseables en nuestra propia familia o en nuestra comunidad inmediata. Cualquier aspecto parcial, o la totalidad, del papel requerido, ya sea masculinidad o femineidad, nacionalismo o el ser miembro de una clase, puede volverse el objeto preponderante del agrio desdén de la persona joven. Ese desdén excesivo por su medio se encuentra entre las familias anglo-sajonas más antiguas y entre las familias latinas o judías más recientes; y fácilmente se transforma en un disgusto general por todo lo americano y en una hipervaloración irracional de todo lo extranjero. La vida y el vigor parecen existir, solamente, en el lugar en el cual uno no se encuentra, mientras que la decadencia y el peligro amenazan en cualquier lugar en el cual uno se encuentre. (E. Ericsson).

 

 

Este párrafo que pertenece al trabajo de Erickson que se titula “El problema de la identidad del Yo”  que cité aquí, habla precisamente de la construcción de una identidad negativa o fugitiva por parte de aquellos que en su búsqueda no pudieron, supieron o quisieron identificarse con aquellos valores, familiares o culturales entre los que crecieron.

Algunas personas prefieren adquirir una identidad negativa que al menos garantice una cohesión personal que someterse al imperio del desmembramiento que supone la persistencia de una difusión continua de la identidad.

Generalmente los valores (o la falta de valores) que nos impregnan desde la edad más temprana en nuestra familia, entran en conflicto pronto o tarde con los valores que se defiende en nuestro grupo de iguales. La traición, la deslealtad, la mentira, la violencia o la falsificación pueden ser “valores” ampliamente defendidos por el grupo en oposición a la familia. Y tal y como comenté en el post anterior para un niño preadolescente lo importante es no ser considerado como diferente por sus iguales.

La construcción de la identidad sigue una serie de elecciones binarias que son necesarias para lidiar con las distintas ansiedades que van apareciendo en la maduración, pero lo importante es 1) Toda identidad es ilusoria, si bien agenciarse una identidad es absolutamente necesaria para el muchacho y 2) la diseminación de las oportunidades de ser genera no pocos conflictos en la adquisición de una identidad, tanto más como que en un entorno liberal como el nuestro tendemos a ver toda identidad como un derecho siendo la mayor parte de las veces un capricho, una ocurrencia 3) El muchacho ha de lograr encajar sus habilidades innatas y sus posibilidades de estar-en-el-mundo con una identidad aceptable, si bien es de destacar que la compulsión por la identidad, el ser diferente, notable y único tiene más valor que el ser auténtico, es decir ser realmente quien se es. Dicho de otra manera: ha de encajar en esa identidad su narcisismo o su autoimportancia, también su masoquismo o las exigencias del Superyó y conseguir debilitar o ocultar sus vulnerabilidad y ser aceptado por su grupo de iguales. No importa si es rechazado por el grueso de la sociedad. Ser un paria marginal o un personaje fronterizo también tiene sus beneficios.

Y para lograrlo ha de lograr integrar en cada paso un par de fuerzas o tendencias binarias, tendencias que dividirán en cada elección el mundo en dos y que suponen una bifurcación: superada la misma ya no habrá vuelta atrás.

Estos son los pares de fuerzas en discordia:

1.-Confianza-desconfianza

2.-Autonomia-vergüenza

3.-Iniciativa-culpa

4.-Eficacia-inferioridad

5.-Identidad-confusión

6.-Intimidad-aislamiento.

7.-Creatividad-estancamiento

8.-Integridad-falsedad

Durante la adolescencia los muchachos suelen pasar una fase de repudio de buena parte de lo que aprendieron en sus hogares durante su infancia. La identificación con sus iguales entra a veces en severas contradicciones con lo que sus padres esperan de él. En algunos casos la distancia entre ambos mundos es demasiado grande para poder ser gestionada de una forma inteligente, aunque la mayor parte de los adolescentes normales se las arreglan para no herir de muerte las relaciones familiares y conservar las amistades más significativas. Se trata de un periodo normal donde el individuo trata de resignificarse y de autoafirmarse a través de la divergencia. Pero para que haya divergencia ha de haber referencia.

El adolescente se revela contra lo aprendido en casa porque la rabia narcisista viene en su ayuda a la hora desprenderse de lo anticuado, pero no hay que olvidar que se trata de una rabía pro-activa que busca un objetivo: la diferenciación de lo mismo. No puede haber rebeldía si no hay reglas contra las que revelarse, ni puede haber diferenciación si no existe una atmósfera de cuidado o de limitación que sostenga las lineas rojas que no pueden traspasarse. No hay nada tan destructivo como no tener enfrente nada con lo que luchar o a lo que oponerse. Muchas veces es necesario incluso inventarse un enemigo que sostenga la experiencia de diferenciación. La proyección es el mecanismo universal de defensa frente a la culpa o la vergüenza infantiles que nos acechan en cada regresión.

Las ideas political suelen ser valores en los que los adolescentes y post adolescentes encuentran un terreno bien abonado para la confrontación. Padres “conservadores” e hijos “progresistas” son una combinación predecible, como también padres inmigrantes e hijos “nacionalistas” o padres inmigrantes integrados e hijos fanatizados.

La identidad ha dejado de ser una opción cerrada donde el individuo ha de elegir entre dos o tres platos bien conocidos y ha entrado en el capitulo de “identidades de autor”, se ha hecho política a la vez que se han legitimado todas las opciones en una especie de deriva hacia ” a ver quien la inventa mas gorda”. El publico asiste a esta kermesse de la identidad con una mezcla de perplejidad y de culpa pues todas las identidades han de ser reconocidas, legitimadas y aceptadas como parte de la diversidad humana. En un reciente articulo sobre este tema, el autor retrata perfectamente las relaciones de la corrección política con este fenómeno, al menos en el tema de la corrección sexual en el ámbito académico.Las malas ideas han acabado por normalizarse.

La adolescencia es considerada por Erikson como una moratoria psicosocial, durante el cual, el individuo en una libre experimentación de papeles, puede encontrar su ubicación en algún sector de la sociedad; ubicación que está claramente delineada y que, sin embargo, parece estar hecha únicamente para él. Al lograrlo, el joven adulto adquiere un sólido sentido de su continuidad interna y de su identidad social que unirá lo que él fue de niño, y lo que él está por llegar a ser, y reconciliará su concepto de sí mismo y el reconocimiento que la comunidad hace de él.

La difusión de la identidad tiene secuelas importantes y que atañen tanto a la psicopatología como a las dificultades de integración y proyección futuras. Una de estas secuelas es la impredictibilidad con respecto a proyectos a largo plazo. Muchachos de carácter errático o hundidos en el aislamiento social más nefasto pueden ser confundidos con pacientes psicóticos o bien con inadaptados crónicos u holgazanes sin proyecto vital. Pero afortunadamente la mayor parte de las veces son como dice Eriksson, “moratorias” esto es impasses o descansillos donde nos detenemos a coger aire. hablamos entonces de un paciente levemente perturbado como el caso de Rafael (nombre figurado) del que hablaré en el próximo post.

 

 



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