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Hechos y verdad: una epistemología de la ayuda (XXVI)

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Terminé el post anterior invitando a los lectores a visionar el video donde Natasha hablaba con un entrevistador al que contó su cautiverio,  que recordemos duró 8 años y pedí a estos lectores me dejaran su impresión acerca del relato de la propia Natasha.

Lo cierto es que se ha escrito mucho sobre este asunto y lo más frecuente es encontrarse artículos que ponen en duda la narración de la muchacha a partir de contradicciones que encuentran entre los hechos que se conocen y la verdad que cuenta la víctima. No voy a poner aquí ninguno de estos artículos porque no forman parte de lo que quiero decir en este post, pero baste con recordar una idea: el publico en general mantiene dudas sobre la verdad de lo que sucedió.

Se comportan en este sentido como periodistas. Y si hablo de oficios e spara destacar algunos de los malentendidos con los que cada cual en su profesión ha de enfrentar cuando trata de elaborar un relato verosímil acerca de un hecho. El rapto de Natasha es un hecho, un hecho que duró 8 años y en esos 8 años evidentemente sucedieron muchas cosas, entre otras posibles un encariñamiento del rehén con su raptor. recordemos que la muchacha tenia 10 años cuando fue secuestrada y 18 cuando logró escapar.

Algunas actitudes antiterapéuticas.-

Ya he nombrado la labor del periodista, de aquel que trata de componer una historia coherente, se trata de una labor muy parecida al historiador. Sucede que los que investigan en historia lo hacen a través de testigos o de documentos pero investigar algo que ya pasó desde el presente tiene enormes dificultades, a veces insalvables, pues el pasado puede reescribirse una y mil veces. Trate de contestar a esta pregunta ¿Cuales fueron las causas de la guerra civil española?. Evidentemente hay tantas versiones de este hecho como historiadores, cada uno de ellos con su sesgo ideológico. No hay manera de contestar esta pregunta si tratamos de encontrarle sentido pues una de las características de la realidad histórica es que carece de él.

Algo parecido sucede en sede jurídica, hay una verdad formal (jurídica) y una verdad histórica, lo que verdaderamente sucedió en la realidad (no en la imaginación de los actores). A un juez lo que le interesa saber es primero si hay o no un delito, y una vez identificado el imputado saber si es inocente o culpable. Es por eso que cuando termina un juicio la mayor parte de la gente queda decepcionada, pues un juicio no es en absoluto un relato acerca de la verdad.

De manera que la epistemología de un terapeuta, es decir de aquel que presta su ayuda profesional a personas que han sufrido un trauma psicológico, está muy lejos de otros “ayudadores”, a nosotros no nos interesan los hechos, ni la exactitud de los mismos. A nosotros lo que nos interesa es la experiencia psicológica traumática y no el trauma en si mismo. Y es por eso que la verdad es para nosotros algo periférico, no condenamos, ni absolvemos, ni somos abogados defensores y por eso tampoco tenemos la obligación de creer todo lo que nos cuentan.

Sabemos que los sujetos traumatizados siguen varios itinerarios, las victimas a su vez pueden seguir un itinerario de victimización y querulancia, el segundo itinerario es convertirse en un paciente psiquiátrico que es el lugar donde es posible un encuentro con los mismos. Todo lo que sabemos del trauma, lo sabemos porque nos lo han contado nuestros pacientes en esa especial situación de confianza, intimidad, seguridad y confidencia que es una consulta psiquiátrica. Un lugar donde ni se juzga ni se absuelve, de lo que se trata es de convertir al paciente en un superviviente.

La contratransferencia traumática.

Ya Sandor Ferenczi nos advirtió de que determinadas actitudes usualmente consideradas como terapéuticas podían retraumatizar a los pacientes. Algo que sucede porque determinados pacientes como los border-line nos van a poner a prueba a través de un mecanismo que se conoce con el nombre de “identificación proyectiva”.

La identificación proyectiva es un mecanismo de defensa que consiste en inocular en otro un sentimiento propio con el propósito de externalizarlo y controlar o poseer al otro. Así, es frecuente que una víctima de abusos sexuales infantiles lleve a cabo una transferencia muy sexualizada a fin de traspasar ese limite que en una terapia reglada no debe traspasarse jamás. Este tipo de pacientes se especializan en erotizar sus vínculos apenas transfieren sobre sus terapeutas ciertos afectos positivos que reconocen como buenos. La incapacidad de estas pacientes de integrar los aspectos buenos y malos de las personas en una nueva síntesis, las lleva a disociar constantemente los aspectos positivos, de seguridad y protección que ansían desesperadamente, hasta  el punto que pueden llevar a sabotear la terapia o bien a abandonarla airadamente si no se cede a sus caprichos.

Naturalmente un terapeuta confrontado con este tipo de relaciones de exigencias o amenazas suicidas puede -si no controla bien sus procesos internos- exoactuar su propia inseguridad, su rabia o su impotencia. Y lo que es peor puede comportarse de forma muy parecida al perpetrador que estuvo en el origen del trauma de esta paciente. Hasta tal punto sucede esto que entre los terapeutas de origen psicoanalítico, la identificación proyectiva, es decir los sentimientos que la paciente nos inocula con esa sensación de miedo, indefensión, rabia e incertidumbre, es la misma sensación que en otro tiempo y con otra persona sufrió.

El “furor curandi” es otra de las perversiones que un terapeuta puede llevar a cabo con sus pacientes. La necesidad de brillo profesional, de éxito, en suma la ambición narcisística del terapeuta pueden malograr cualquier tratamiento. La actitud terapéutica -repito otra vez- no es la del detective o la del policia que interroga o presiona al paciente que que le diga la verdad, tampoco busca sus contradicciones o puntos débiles, falsas memorias o sobreinterpretaciones del pasado. La actitud terapéutica es compasiva y empática y -como decía Bion-, carece (se vacía) de tiempo y de deseo. paradójicamente el paciente no puede curarse siguiendo el ideal médico sino transformarse de paciente a superviviente.

Las hipótesis preformadas son otro de los obstáculos que un terapeuta debe conocer antes de sentarse a escuchar a un paciente. Ya he hablado en esta serie del trauma que los recuerdos se pueden implantar sobre todo si los terapeutas trabajan con herramientas como la hipnosis de cuyos peligros hablan en este post. Sucede algo muy interesante que debemos conocer: la memoria traumática no sigue el mismo itinerario de la memoria normal. La memoria traumática es icónica y está basada en la imagen mientras que la memoria normal es verbal. Se supone (Van der Kolk, 1996, 2001) que los sujetos traumatizados volverían a utilizar la memoria icónica como mecanismo ancestral de defensa contra el “agujero” que deja el trauma, lo que explicaría los flash backs y los recuerdos intrusivos de la reexperimentación que se dispara ante situaciones gatillo. Por ejemplo una mujer con antecedentes de abuso puede reaccionar con rechazo hacia el sexo precisamente porque las sensaciones sexuales disparan recuerdos icónicos de tipo traumático de gran intensidad emocional pero escasamente narrativos.

En general, se ha establecido que las memorias sobre sucesos traumáticos que generan intenso miedo e incluso terror, en las que la persona puede llegar a ver peligrar su integridad física, se caracterizan por su poca exactitud para los detalles irrelevantes y una memoria clara y exacta para los detalles centrales del suceso.

La falsa idea es más o menos la siguiente:

El problema de la mayoría de la gente que ha sufrido experiencias traumáticas es que no pueden olvidarlas, que les vuelven una y otra vez a la conciencia. La gente no reprime los recuerdos de haber sido torturado, de experiencias de guerra, de haber sido víctima de un desastre natural, aunque los detalles de todo ello sufren distorsiones como pasa con todos los recuerdos. Los eventos traumáticos , sobre todo si son repetidos, es muy difícil que se olviden. Si eso fuera así los supervivientes del Holocausto deberían haber olvidado todo y no parece ser el caso. Pero en este movimiento de recuperación de recuerdos la lógica era imbatible: si recuerdas un trauma ocurrió y si no lo recuerdas también ocurrió porque el no recordarlo es prueba de que lo has reprimido”.

De manera que la recuperación de recuerdos carece de importancia para la terapia de un traumatizado y simplemente no hay que suponer o dar por ciertas algunas teorías que enfatizan la recuperación de recuerdos y menos si coinciden con lo que esperamos obtener.

Escuchar no es oir.-

La escucha a la que me refiero no es un simple acto de oir y entender lo que nos cuentan.

Oir es identificar con el pensamiento y escuchar es oir sin pensar.

El acto terapéutico en sí es la escucha y no la comprensión.

Escuchar no implica comprender, escuchar es contener, sostener y validar. La escucha es la medicina más barata que existe pero que no está al alcance de todos, pues la escucha de una persona traumatizada exige esta modificación del estado de conciencia, esta versión del flow que implica atención pero descarta el juicio moral. Se trata de una escucha amoral.

Es la diferencia entre atender a un enfermo y “hacerse o tomar a cargo”. Sin esa toma a cargo no hay terapia sino quizá solo una forma de adoctrinamiento o comprensibilidad histórica de hechos que aparecen encadenados en la conciencia.

Es por eso que hay terapias personalizadas y terapias impersonales. En la terapias impersonales el terapeuta “ya sabe lo que pasó” o ya “tiene una explicación sobre lo que pasó”, de lo que se trata en este tipo de terapias es que el paciente consiga aprender las relaciones entre lo que pasó y su enfermedad o trastorno actual.

Naturalmente esto no es terapia sino adoctrinamiento, una forma sutil de abuso pero es tambien posible que el adoctrinamiento tenga un cierto potencial terapeutico similar al que durantemuchos años se atribuyó a la hipnosis.

Bibliografia.-

Van der Kolk, B.A. (1996). Trauma and memory. En B.A. Van der Kolk, N.C. McFarlane y L. Wesaeth (Eds.), Traumatic Stress. Nueva York: Guilford.
Van der Kolk, B.A. (1997). The psychobiology of posttraumatic stress dissorder. Journal of Clinical Psychiatry, 58, 16-24.
Van der Kolk, B.A. y Fisler, R. (1995). Dissociation and the fragmentary nature of traumatic memories: Overview and exploratory study. Journal of Traumatic Stress, 8, 505-525.
Van der Kolk, B.A.; Hopper, J.W. y Osterman, J.E. (2001). Exploring the nature of traumatic memory: Combining clinical knowledge with laboratory methods. Journal of Aggression, Maltreatment y Trauma, 4(2), 9-31.

 



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