El concepto de persona procede del griego (prosopon) y hace referencia a la singularidad humana, a la esencia de cada cual en contraste con el término “naturaleza humana” que es más bien aquello comun a todos los hombres. El concepto de persona admite muchas acepciones filosóficas y metafísicas pero está aceptado que el término alude al “personaje”, a algo que está emparentado con el teatro, con el papel que uno juega en el teatro del mundo. Decir persona es hablar de máscaras.
Hay un concepto de máscara que todo el mundo puede comprender fácilmente: es eso que los demás ven de nosotros y que nosotros vemos de los demás en nuestro trasiego con otras subjetividades, con otras personas, es un “ir de algo”, una ficción o apariencia que compartimos con los demás. Pero hay otro concepto un poco menos conocido y más profundo del que han hablado algunos psicoanalistas: no es soló que “en Juan haya tres Juanes: el Juan que el cree ser, el Juan que los demás creen que es y el Juan que realmente es”, sino que más allá de eso Juan no sabe quien es Juan sino de un modo periférico: la máscara que lleva puesta mientras que los demás ven claramente la máscara de Juan, aunque son ciegos a la propia.
Es como si todos llevaramos de serie una capucha que nos impidiera vernos la cara. Una imposibilidad que nos separa del mundo animal. Sólo el hombre sabe que tiene un cuerpo, sólo el hombre posee un semblante.
Estas son las definiciones de semblante segñun la RAE.
1. adj. desus. Parecido, semejante.
2. m. Representación de algún estado de ánimo en el rostro.
3. m. Cara o rostro humano.
4. m. apariencia (‖ aspecto o parecer).
Lacan relató, en 1962, una fábula de gran valor didáctico para ilustrar este fenomeno relativo a nuestra identidad. Imaginemos una enorme mantis religiosa que se aproxima a nosotros mientras llevamos puesta una máscara de un animal, como en el baile del Azeri Dantza en Hernani, donde un hombre baila con la máscara de zorro. En el caso que presenta Lacan, el hombre no sabe qué máscara lleva pero sabe, desde luego, que si llevase puesta la máscara del macho de la mantis tendría muchas razones para sentir angustia. Ve aquí el límite en el que empieza a surgir la angustia, que siempre está relacionada con una x desconocida, pero justamente no es esta x la que produce la angustia sino el objeto que nosotros podríamos ser, sin saberlo. Se puede entonces decir y probar clínicamente que el deseo se presenta siempre como una x desconocida y, en segundo lugar, que la angustia está ligada a la incertidumbre respecto a la identidad, a no saber qué objeto se es para el Otro. Imaginemos ahora, por un instante, que ese hombre de la danza ve reflejada en el globo ocular de esa mantis hembra su imagen con la máscara del macho, entonces el nivel de la angustia será desbordante. (Extraido de este post).
De este experimento mental podemos extraer algunas conclusiones:
1.- Somos ciegos con respecto a nuestro semblante, lo que es lo mismo que decir que no sabemos quienes somos o que mascara llevamos en cada momento.
2.- No sabemos qué somos para el otro, ni sabemos como nos ve. A cambio sabemos perfectamente como vemos al otro.
3.- Lo que la fábula de Lacan pretende mostrar es que la incertidumbre de no saber qué es uno para el Otro es más tranquilizadora que la certeza de saberlo.
Y por último: la identidad es lo que somos para el otro.
La clave está pues en la incertidumbre de no saber, esa incógnita que aparece en nuestro deseo y que es el embrión de nuestra identidad. En términos estadísticos incierto es aquello que tiene una posibilidad de 50/50. Certeza es cuando estamos en el entorno de 60/40. De manera que la distancia que va desde la incertidumbre hasta la certeza es muy corta y desde luego la certeza sobre lo que somos es mucho más tranquilizadora que la incertidumbre de ser o no ser.
Agenciarse una identidad es vital para la salud mental de las personas y aunque toda identidad es una ilusión pues está siempre en la mirada del otro, lo cierto es que consumimos gran parte de nuestros recursos psíquicos en encontrar para nosotros una identidad desgajada del común, algo que nos distinga de los demás. Se trata de una necesidad que está relacionada con el tipo de cultura al que pertenezcamos; cuanto más individualista sea una sociedad más marcada será nuestra busqueda, sin Dios, sin fundamento, sin referentes y sin colectivismo estamos condenados a construirnos una identidad por nosotros mismos. Y lo más importante: la identidad no es algo que descubramos, sino algo que construimos. Se trata de una idea muy importante pues nuestra creencia más profunda es que hemos de descubir en nuestro interior aquello que somos para vivir de acuerdo a esa identidad, para ser auténticos hemos de ser coherentes con esa identidad que suponemos de oficio, como si vinieramos de serie ya diseñados para la misma.
Este axioma es naturalmente falso: somos lo que los demás ven. Nuestra identidad es la identidad que otro nos contó. Identidad es pues identificación y tiene además bifurcaciones.
Y hay dos formas de construirse esa identidad tan necesaria: una es el mimetismo al carbón de la idea-representación de un otro significativo y la otra es “remar contra corriente”. las dos maneras (identificación y contraidentificación) toman como referente a ese otro significativo, para ser como él o para ser todo lo contrario. En este sentido cuenta Eric Erickson, el gran teórico de la identidad que:
La pérdida del sentido de identidad se expresa a menudo en una hostilidad desdeñosa y “snob” con respecto a los papeles que se presentan como apropiados y deseables en nuestra propia familia o en nuestra comunidad inmediata. Cualquier aspecto parcial, o la totalidad, del papel requerido, ya sea masculinidad o femineidad, nacionalismo o el ser miembro de una clase, puede volverse el objeto preponderante del agrio desdén de la persona joven. Ese desdén excesivo por su medio se encuentra entre las familias anglo-sajonas más antiguas y entre las familias latinas o judías más recientes; y fácilmente se transforma en un disgusto general por todo lo americano y en una hipervaloración irracional de todo lo extranjero. La vida y el vigor parecen existir, solamente, en el lugar en el cual uno no se encuentra, mientras que la decadencia y el peligro amenazan en cualquier lugar en el cual uno se encuentre. (E. Ericsson).
Es decir se pueden construir identidades negativas o fugitivas, pues siempre es mejor que no tener ninguna identidad. La no-identidad es la muerte, el no estar vivo. El marasmo identitario.
Accidentes en la cosntrucción de la identidad.-
La construcción de la identidad sigue una serie de elecciones binarias que son necesarias para lidiar con las distintas ansiedades que van apareciendo en la maduración, pero lo importante es 1) Toda identidad es ilusoria, si bien agenciarse una identidad es absolutamente necesaria para el muchacho y 2) la diseminación de las oportunidades de ser genera no pocos conflictos en la adquisición de una identidad, tanto más como que en un entorno liberal como el nuestro tendemos a ver toda identidad como un derecho siendo la mayor parte de las veces un capricho, una ocurrencia 3) El muchacho ha de lograr encajar sus habilidades innatas y sus posibilidades de estar-en-el-mundo con una identidad aceptable, si bien es de destacar que la compulsión por la identidad, el ser diferente, notable y único tiene más valor que el ser auténtico, es decir ser realmente quien se es. Dicho de otra manera: ha de encajar en esa identidad su narcisismo o su autoimportancia, también su masoquismo o las exigencias del Superyó y conseguir debilitar o ocultar sus vulnerabilidad y ser aceptado por su grupo de iguales. No importa si es rechazado por el grueso de la sociedad. Ser un paria marginal o un personaje fronterizo también tiene sus beneficios.
1.- Confianza-desconfianza
2.-Autonomia-vergüenza
3.-Iniciativa-culpa
4.-Eficacia-inferioridad
5.-Identidad-confusión
6.-Intimidad-aislamiento.
7.-Creatividad-estancamiento
8.-Integridad-falsedad
Durante la adolescencia los muchachos suelen pasar una fase de repudio de buena parte de lo que aprendieron en sus hogares durante su infancia. La identificación con sus iguales entra a veces en severas contradicciones con lo que sus padres esperan de él. En algunos casos la distancia entre ambos mundos es demasiado grande para poder ser gestionada de una forma inteligente, aunque la mayor parte de los adolescentes normales se las arreglan para no herir de muerte las relaciones familiares y conservar las amistades más significativas. Se trata de un periodo normal donde el individuo trata de resignificarse y de autoafirmarse a través de la divergencia. Pero para que haya divergencia ha de haber referencia.
El adolescente se revela contra lo aprendido en casa porque la rabia narcisista viene en su ayuda a la hora desprenderse de lo anticuado, pero no hay que olvidar que se trata de una rabía pro-activa que busca un objetivo: la diferenciación de lo mismo. No puede haber rebeldía si no hay reglas contra las que revelarse, ni puede haber diferenciación si no existe una atmósfera de cuidado o de limitación que sostenga las lineas rojas que no pueden traspasarse. No hay nada tan destructivo como no tener enfrente nada con lo que luchar o a lo que oponerse. Muchas veces es necesario incluso inventarse un enemigo que sostenga la experiencia de diferenciación. La proyección es el mecanismo universal de defensa frente a la culpa o la vergüenza infantiles que nos acechan en cada regresión.
La identidad como ficción.-
La identidad individual, ese ser para el otro, gener auna gran incertidumbre y por tanto angustia, no sabemos lo que somos para el otro y por eso necesitamos construir ficciones de prueba, las creencias, los gustos, las ideas se construyen en andamios construidos a toda prisa para encajar las emociones dando la impresión de que el edificio finalizado es un edificio sólido y que responde a la lógica de la elección individual. Pero nuestra conciencia de unicidad, nuestro Yo es otra ficción, que naturalmente no existe. No existe ningún homúnculo que tome decisiones, sino que las “decisiones” se engarzan unas con otras por proximidad, por coherencia, por resonancia o por facilitación, pero nunca por determinación genética. Tampoco elegimos ser lo que somos sino que vamos acoplando lo que “creemos” ser a las sucesivas ficciones que construimos casi cada día para que los hechos encajen en los cajones de nuestra mente.
De manera que todos somos arquitectos de nuestras propias ficciones, entendiendo a estas como formas de interpretar la realidad/verdad según nuestra condición de novelistas.
Y todos estamos expuestos a las ficciones de los demás cuando nos incluyen. La mayor parte de ficciones están destinadas a la confrontación con las ficciones ajenas. ¿Quien tiene razón? El buen mediador es aquel que sabe que los dos tienen su parte de razón pues en una verdad mediada por el lenguaje hay elementos connotativos, denotativos y pragmáticos. Es posible que ambos se enzarcen en una disputa al atender solamente uno de esos planos por donde discurre el lenguaje y se olviden del elemento pragmático (lo más frecuente), el que contextualiza las palabras. El mediador sabe que ambos tienen razón y no la tienen, pero sobre todo sabe algo más importante: que ninguna ficción es la verdad y que existe un plano donde el conocer que todos construimos ficciones de hecho, nos hace relativizar y alejarnos de la búsqueda de la razón, una ética abyecta. Sabemos que hay una ficción que es a su vez una metaficción, la de saber que todos estamos equivocados y al mismo tiempo acertados.
Pues la realidad solo puede ser representada.
La inflación de la identidad.-
No cabe duda de que la proliferación de casos -me refiero ahora a los trastornos de la identidad está relacionada con el modelo de sociedad en que vivimos. Creo que soy el primero en decirlo, pero si existen tantos casos de desajustes identitarios es -como advirtió Foucault- porque existen muchas personalidades, es decir muchas maneras de ser y todas son legítimas.
Los trastornos de la identidad no podrían existir en un tipo de sociedad que restringiera ciertas formas de ser o que mantuviera operativos ciertos mecanismos represivos sobre sus ciudadanos. Es por eso que el TLP -como fenómeno de masas- no existía en el siglo XIX, simplemente no existía la subjetividad superindividualista que se encuentra en su origen,
Hubo un tiempo en que la mayor parte de las enfermedades mentales dependían solamente para su proliferación de los replicantes genéticos y probablemente de los traumas infantiles. Pero a medida que las comunidades humanas fueron creciendo en número de individuos y densidad poblacional se acumularon otro tipo de replicantes, los memes. Hasta llegar a nuestros dias, donde es posible afirmar que los memes le han ganado la batalla a los genes y hablamos de epidemias meméticas. Copiar una enfermedad o una condición mental (la copia fenotípica) es hoy más fácil que padecerla por causa genética a causa de la enorme cantidad de trasiegos interpersonales que realizamos, así como la cantidad de medios disponibles para la dispersión de memes más allá de la familia, email, TV, webs y blogs, teléfono, cine, periódicos, etc.
El meme le ha ganado la batalla al gen y es hoy más probable encontrarse con enfermedades “copiadas” por la via memética que por la genética, asi sucede con el “meme de la delgadez” por ejemplo, el responsable de grandes bolsas de sufrimiento según grupos de edad y sexo. La epidemia de trastornos alimentarios que sufrimos hoy en las sociedades avanzadas y opulentas no puede explicarse a través de la vía genética (es demasiado frecuente) pero puede hacerse si consideramos al meme como un replicante cultural que parasita los cerebros individual y se trasmite por imitación.
La rapidez con que la “condición” transgénero ha sido aceptada como mentalmente sana es injusta tanto para el público en general como para los propios individuos, además es sospechosa de haber sido un experimento de ingeniería social, algo diseñado desde algún lejano lugar y con objetivos espurios, sencillamente se ha metido en nuestro imaginario forzadamente a través de leyes y a través de los medios de comunicación, algo debe haber en juego cuando se ha expandido tan rápidamente este meme de la identidad sexual.
Y lo cierto es que el Estado no tiene nada que decir sobre la identidad sexual de sus miembros.
Pues la identidad sexual no existe y la creencia en su existencia bien podria pensarse como un neo-delirio inducido claramente por las “oportunidades de ser” de las que hablaba Foucault como un medio óptimo para la manipulación de las masas, mucho mas eficaz que la represión o la condena moral.
Pues el Poder ya no opera a través de la restricción del deseo sino a través de la diseminación y la legitimación de todos los goces (M. Foucault).
La identidad tiene máscaras donde colgar los relatos que otros escribieron para nosotros, los mayoristas de la diversidad.