“Como un gorrión” es una canción de Joan Manuel Serrat, pero no es de él de quien voy a hablar en este post ni de su música, sino de un ejercicio comparativo entre las conductas sexuales de los gorriones y nosotros los sapiens.
Pues tenemos alguna cosa en común, la principal de todas es nuestra preferencia por la monogamia. Entendida como una pareja de por vida.
La monogamia es una estrategia reproductiva, de las tres que han dado premio en la naturaleza, las otras dos son la promiscuidad – aquí te pillo aquí te mato- estrategia preferida por los animales solitarios como los orangutanes. La otra es la poligamia, la estrategia donde un macho concreto acapara un buen plantel de hembras, hasta que por desgracia pierde su posición de macho alfa siendo desplazado por un miembro más joven.
Las tres estrategias esta bien representadas en nuestra especie pero la monogamia ha tenido mucho éxito entre nosotros los sapiens, por varias razones:
La primera es que la monogamia supone un seguro para las hembras, es decir una mano proveedora cuando las cosas se ponen feas y que no son otras sino la dependencia de sus bebés (la cruel atadura de nuestra especie). También para los machos tiene “premio evolutivo” porque permite, al macho, “saber” (por aproximación) que sus hijos son sus hijos y que por tanto sus esfuerzos en cuanto a la provisión de recursos recaen sobre sus genes. Esto en tiempo ancestral claro.
Hoy la monogamia sigue siendo la situación preferida por medio mundo, no sólo por las razones ancestrales que he comentado sino porque asegura un orden social basado en un reparto igualitario de los bienes sexuales (cada oveja con su pareja y ninguna oveja desparejada como sucede en las sociedades poligámicas) y también porque asegura a largo plazo una asistencia y sustento en la vejez para ambos miembros de la pareja.
Pero la monogamia en realidad y como he dicho es una estrategia (evolutivamente estable) pero no viene en nuestra naturaleza porque nosotros como los gorriones somos promiscuos. Pero también hemos comprendido que nuestra promiscuidad natural no nos impulsa a renunciar de los bienes de la monogamia. Por eso los humanos somos monógamos y al mismo tiempo somos promiscuos y como ellos, los gorriones hacemos escapadas puntuales, aventuras en nuestro argot moderno.
A pesar de lo que mucha gente cree, la monogamia no equivale al amor pues la mayor parte de la gente puede llegar a amar a más de una persona simultáneamente, el amor de una no quita el amor de otra – a diferencia de los recursos- y por eso hoy hablamos de poliamor, la última utopía sexual. Más abajo comprenderá el lector porque el poliamor es una utopía precisamente porque el amor es una energía inconmensurable y que no se consume con su uso.
La promiscuidad, -el adulterio en nuestra jerga actual- es un absoluto antropológico, es decir se halla presente en todas y cada una de las culturas de la tierra. Somos promiscuos porque somos muy lujuriosos y nos gusta la variedad, tanto hombres como mujeres, al menos tanto como los gorriones. Esta es la verdad, una verdad universal que al mismo tiempo y paradójicamente contiene una prohibición también universal: la de ser fieles a nuestras parejas.
Recientemente llevé a cabo una encuesta en twitter acerca de este menester. ¿Has sido infiel a tu pareja? Esos fueron los resultados. ¿Alguien los cree?
Bueno, dejando a parte el escaso valor de estas encuestas por el bajo número de respuestas y el sesgo de los participantes en ella (cuyo sexo y credibilidad desconocemos), hay que señalar en la dirección de que una amplia mayoría declara no haber sido nunca infiel a sus parejas.
Y esto puede ser cierto, sin contradecir lo dicho hasta ahora si se dan ciertas condiciones de las que hablaré más abajo.
La variable crítica es el divorcio sin culpa.
Hubo un tiempo en que divorciarse era moralmente inaceptable y cuando no existía el divorcio, separarse o el “ahí te quedas” gozaban de baja reputación social. Aun así los que se divorciaban mantenían una sensación de inmoralidad o de culpa de por vida. Divorciarse era algo así como haber fracasado en un proyecto de vida, no haber sido capaz de adaptarse a las circunstancias. Del mismo modo la dependencia económica de la mujer respecto al hombre configuró un estado de cosas donde los maltratadores o abusadores tenían manga ancha para sus desmanes como también las esposas enfermas mentales o irresponsables. Mientras el divorcio no fue una posibilidad el divorcio estuvo fuertemente penalizado moralmente.
Pero con el advenimiento de la liberación femenina (la independencia económica de la mujer) y la legalización del divorcio, las cosas han cambiado al menos en dos circunstancias: 1) los hombres son los más perjudicados por el divorcio (si hay niños o intereses comunes) y 2) las razones para divorciarse han abierto una brecha subjetiva. Hoy la mayor parte de las demandas de divorcio proceden de las mujeres, pues son ellas las más beneficiadas en esas demandas y obtienen más ventajas en los repartos sobre todo en lo que implica la vivienda habitual,
Y sobre todo, las razones para divorciarse han pasado de algo robusto (como los abusos) a algo sutil como me decía recientemente una paciente: “es que no tengo mariposas en el estómago” refiriéndose a su pareja. Dicho de otra forma: las razones para divorciarse se han banalizado y han entrado a formar parte de esa “búsqueda” de la felicidad a la que todos creemos que tenemos derecho. Y dicho de otra manera, el divorcio se ha amoralizado. Se lleva a cabo sin culpa y sin sensación de constituir un fracaso existencial.
Hoy lo que se considera un fracaso es convivir con alguien que no nos haga sentir “mariposas en el estomago”. Tienes derecho a ser feliz, recomiendan los psicólogos positivistas. Una especie de certificado de autenticidad.
Pero, claro esto tiene consecuencias, efectos secundarios, pues cuando una conducta se amoraliza es porque se ha moralizado otra. Hoy lo que se moraliza es la fidelidad. Ser infiel es el pecado imperdonable que más consume la población que se divorcia, probablemente es la causa más frecuente de rupturas de pareja. Siendo como es un absoluto antropológico.
Las razones de este fenómeno hay que ir a buscarlas a esa identificación que hacemos con la monogamia y el amor, y por supuesto a una idealización de las relaciones de pareja. En ella buscamos, amor, comprensión, intimidad, sexo duro y blando, pasión, dialogo, buenas comidas, paternidad responsable, poder compartir nuestros problemas sin ser atacados o criticados, relevos ante las dificultades, confidencias, escucha, atención, compañía, afinidades, etc. Tantas cosas que ninguna persona de este mundo puede llegar a colmar. Ninguna persona puede llegar a colmar nuestra posibilidad de amar a otras, pues el amor a diferencia del sexo es infinito o al menos inconmensurable.
El problema está en esa colisión que lleva a cabo nuestra naturaleza promiscua con esa exigencia cultural de fidelidad que nos viene inscrita desde otro lado. Los amores inteligentes son esos que son capaces de simultanear nuestras necesidades naturales con la sociales sin que entren en conflicto.
Pero aun hay más. Lo que puede explicar el sesgo de esa encuesta a la que me referí más arriba. Una persona puede considerar que ha sido fiel a su pareja simplemente porque mientras estuvo con ella no le fue infiel. La pregunta que hubiera aclarado esa encuesta hubiera sido ésta: ¿Cantas parejas estables ha tenido usted a lo largo de su vida?
Naturalmente, los humanos somos más inteligentes que nuestros condicionantes sociales, es por eso que se inventó la monogamia sucesiva. La monogamia sucesiva se refiere a la práctica de restringir el contacto sexual o amoroso a una sola persona, por un tiempo limitado, después de lo cual se termina la relación para empezar alguna otra. Aunque se entiende que nunca hay más de una pareja al mismo tiempo, en la práctica, suele haber un período de solapamiento con la nueva pareja, pero también suelen existir períodos sin relación o de soltería. Dentro de la cultura occidental, esta forma de monogamia es más prevalente que la monogamia estricta, donde se tiene o se aspira a tener una sola pareja para toda la vida.
Dicho de otro modo: la monogamia sucesiva es el engaño que llevamos a cabo con nuestro cerebro para no tener un conflicto moral. Una solución inteligente.
Si yo cambio de pareja cada tres años como de coche, no tengo apenas necesidades sexuales con otra pareja. de manera que puedo considerarme fiel y no entrar en un conflicto moral, la clave de la pregunta esta aquí:
¿Ha sido usted fiel a su pareja sin necesidad de cambiarla cada x años?
Esther Perel es una psicoterapeuta belga experta en relaciones de pareja y de orientación sistémica y psicodinámica que recientemente ha publicado un video sobre las relaciones eróticamente inteligentes en “La ciudad de las ideas” que vale la pena visionar para entender mejor estos conceptos arriba esbozados.