No hay nada general excepto nombres (John S. Mill)
Hace algunos años escribí un libro que pretendía ser un manual para terapeutas en aprendizaje y que titulé del mismo modo que este post. Encontré un editor que se entusiasmó inicialmente con la idea y me propuso algunos cambios.
El principal era el titulo, según él no era nada adecuado ni comercial, de modo que al final pactamos este otro titulo: “El joven terapeuta: ¿mago o neurocientífico? que también se reveló inadecuado. Pero la principal queja de aquel editor estaba referida al estilo. Yo lo había diseñado como una especie de libro epistolar, como si se tratara de escribir una serie de cartas a un alumno y dándole un buen repertorio de trucos psicoterapéuticos así como una bien asentada idea sobre qué es eso que llamamos psicoterapia.
Al final hice los cambios que el editor me pidió y le presenté el libro con epígrafes y todo, tal y como él había sugerido pero entonces sucedió algo inesperado. El editor ya no quería saber nada de mi libro incluso después de haberlo rehecho de arriba a abajo. Moraleja: no hay que seguir nunca las instrucciones de los editores, algo que aprendí casi al mismo tiempo que descubrí el blog como herramienta de difusión.
Al final la Diputacion de Castellón me editó el libro tal y como figura en papel (en la foto de más arriba) y como sucede con los libros que no llevan detrás mucha publicidad se vendieron muy pocos ejemplares, un destino que han seguido otros libros míos más recientes y es por eso que no volveré a escribir libros. El libro queda muy bien para engordar el Yo, pero es un negocio ruinoso para todos, los que escriben, los que editan y los que compran. La red acabará con ese negocio poco a poco.
Pero no acabará con la creatividad, más que eso la potenciará, al liberar potencialidades ocultas.
Umberto Eco contó en sus apostillas al “Nombre de la rosa” una cuestión muy interesante sobre el titulo de los libros. Su idea era titular su obra seminal como “Crímenes en la abadía”, pero cayó en la cuenta de que sus lectores serían inevitablemente los amantes del género policiaco o de misterios y el “Nombre de la rosa” no es una novela policíaca por más que Guillermo de Baskerville sea una especie de Sherlock Holmes medieval aplicando el género deductivo de otro Guillermo, el de Occam. Pero efectivamente “El nombre de la rosa” no es una novela policiaca sino una novela sobre el conocimiento, del poder de ese conocimiento sobre las personas concretas. Y de los guardianes de ese conocimiento que como el viejo abad suponen que cierto tipo de conocimiento en las manos equivocadas es muy peligroso.
Pero qué significa entonces “El nombre de la rosa”, (de la rosa solo quedará desnudo el nombre) parece que solo al final podemos vislumbrar una interpretación, aunque lo más probable es que Eco siguiera al pie de la letra su propia recomendación, un titulo no ha de señalar sobre de qué va el libro sino más bien confundir las ideas, que es lo contrario de reglamentarlas.
Es por eso que si volviera a editar mi libro le titularía “Sin tiempo y sin deseo“, que es una idea de W. Bion de cómo ha de llevarse una psicoterapia y por supuesto no la dirigiría a terapeutas que no leen demasiado, sino a un publico en general interesado en escarbar sobre esa extraña relación que tiene lugar entre un paciente y su terapeuta.
Una relación que trataré de explicar según el principio de parsimonia y de él derivaré el principio o “navaja de Traver”, derivada de la de Occam: si un fenómeno puede explicarse sin suponer entidad hipotética alguna, no hay motivo para suponerla. Es decir, siempre debe optarse por una explicación en términos del menor número posible de causas, factores o variables.
Dando por supuesto que la psicoterapia funciona -tanto o igual de bien o mal que un tratamiento farmacológico- tal y como ya escribí en posts anteriores, trataré de identificar al menos tres acciones robustas (señales) que ocurren durante una psicoterapia con independencia de su orientación. No me ocuparé en este post del ruido en psicoterapia, es decir ciertos factores comunes o del encuadre.
La primera es el amor de transferencia. Naturalmente el amor de transferencia no debe confundirse con el amor romántico que incluso lo descarta. Nada que ver. El amor de transferencia es un amor de dependencia, un amor infantil, una reedición -como descubrió Freud- de los sentimientos infantiles originales en el niño y que se deben a su ser deficitario y que aparecerá en toda relación de ayuda o íntima. En este post tiene el lector una explicación mítica de ese tipo de amoríos que en los adultos a veces tanto nos recuerdan a la transferencia terapéutica: suceden cuando alguien sintoniza con un otro que de alguna manera rememora actitudes vividas en época infantil y que diferencian dos tipos de personas: aquellos para los que el deseo es el deseo del otro (neurosis clásicas) y aquellos para quienes el deseo es el deseo mismo (las neurosis narcisistas). La transferencia neurótica es lo que sucede cuando se encuentran el hambre con el país de los quesos. La transferencia narcisista es lo que sucede cuando se encuentra el hambre con las ganas de comer.
La segunda acción robusta es la construcción un relato. La mayor parte de las personas nos construimos una narrativa para explicarnos las cosas que nos suceden, aunque lo más frecuente en clínica es que no exista ninguna narrativa histórica sino una narrativa médica. El paciente cree que le pasa algo que identifica con algo físico. Es lógico porque la mayor parte de enfermedades mentales se ocultan detrás de una mascarada de síntomas físicos, sobre todo de depresión-like y la ansiedad-like. El propósito de este enmascaramiento es retirar la atención de conflictos interpersonales y localizarlos en el cuerpo donde uno supone que serán más fáciles de abordar médicamente al tiempo que desaparecen de la conciencia. La somatización es un desplazamiento al polo físico de una conflicto usualmente interpersonal.
Identificar narrativamente estos sintomas uno a uno , es usualmente penoso y es probable que ni así se resuelvan (o vuelvan a aparecer) apenas se retira la atención sobre su construcción paso a paso. El sujeto tiende a la alienación de su conciencia sobre su síntoma, un mecanismo de defensa universal de la depresión o la ansiedad.
Y si dispone de una narrativa propia es probable que esa narrativa sea insuficiente o inadaptativa. Hay que reconstruirla, sin embargo es indispensable que el terapeuta no se limite a sustituir un nombre por otro, un relato por el suyo. El pacientes ha de identificarse con el nuevo relato que en cualquier caso no debe estar demasiado alejado de su estilo y sus valores. El relato ha de ser consensuado.
Y no importa si el relato es verdadero o falso, como siempre sucede con el pasado que es ineluctablemente imposible de interpretar. Solo es posible encontrarle un sentido y es el individuo el que construye ese sentido. Fuera del sentido no hay sujeto ni propiamente relato que queda supeditado a los sentimientos actuales y a sus fluctuaciones.
La tercera acción robusta es la provisión de nueva información. Las psicoterapias regladas han obviado de manera impropia esta variable: no se trata tanto de recordar como decía Freud sino de cambiar como dicen los teóricos de la información. Y para cambiar es necesario proveer al sujeto de nuevas informaciones. No se trata tanto de socavar las viejas ideas o patrones de conducta establecidos como de brindar al individuo nuevas ventanas por donde el aire pueda penetrar. No se trata de adoctrinar, ni de enseñar, ni de demostrar. Se trata de iniciar como decía Pessoa o en cualquier caso de redimirse a través del conocimiento.
Con el conocimiento sucede una cosa muy interesante y es que (tal y como sucede con el deseo, pues el deseo de saber es también un deseo) nunca se colma del todo. Nuestras creencias se mantienen porque nos dan seguridad pero, las certezas han de ser sustituidas por una forma de pensar basada en probabilidades. Un escepticismo o pensamiento critico que no brinda una seguridad inmediata pero que a la larga es fortalecedor de nuestros rasgos mas adaptativos pues cada hallazgo crea una bifurcación en nuestra concepción del mundo y en esos mundos que van apareciendo van disolviéndose las antiguas creencias del tal modo que no es necesario confrontarse con ellas, simplemente se disuelven.
Ser un buen terapeuta implica una enorme tolerancia a la frustración y no todo el mundo está capacitado para ello, en el próximo post hablaré precisamente de este tema y también -como no- de los mejores candidatos para una terapia.