Dislocada de sus quicios la conducta se desquicia (J. M. Errasti)
Según el diccionario de la RAE la candidez es una especie de simplicidad sin malicia, una ingenuidad, pero me ha parecido que esta definición no encaja demasiado bien con lo que J. M. Errasti ha llamado la sociedad de la candidez, un concepto más profundo que puedes perseguir en este post donde el autor pone algunos ejemplos de candidez, desde su experiencia como profesor universitario.
Utilizaré pues la definición que Errasti da a este concepto más allá de la definición de la RAE.
“Definimos la “candidez” como una forma de estar en el mundo occidental actual en donde el individuo asume que el voluntarismo y el sentimentalismo es la escala que le es propia a todas las cuestiones micro y macrosociales, aquélla en donde se desenvuelve la vida y la que, en último término, fundamenta todas las demás al margen de los determinantes materiales de dichas cuestiones. La candidez, aunque no es exactamente lo mismo, está relacionada con la ligereza de la que habla Gilles Lipovetsky (“De la ligereza”, 2016), con la inocencia de la que habla Pascal Bruckner (“La tentación de la inocencia”, 1995) o con el infantilismo del que habla Frank Furedi (“Qué le está pasando a la universidad. Un análisis sociológico de su infantilización”, 2016)”.
Podríamos añadir también el concepto de ” la sociedad del cansancio o del rendimiento” de Han de la que hablé aqui.
Comencé a ejercer la Psiquiatría en los 70, de modo que he sido testigo de un fenómeno que, en mi opinión no ha sido lo suficientemente investigado: me refiero a los cambios de la clínica psiquiátrica que se han producido entre aquellos años y el cambio de siglo. Entonces los ingresos eran fundamentalmente psicosis funcionales, esquizofrenias, brotes maniaco-depresivos, paranoias y catatónicos, también cuadros orgánico-cerebrales, y sobre todo epilepsias con síndromes psiquiátricos sobreañadidos. En el nivel ambulatorio eran raros los cuadros melancólicos o depresivos, no existían los trastornos alimentarios (o eran muy raros). La primer anoréxica que vi, seria ya bien entrada y cercana la década de los 80. El TLP carecía de traducción nosológica, recuerdo que el primer caso que traté sería también de esa época y lo catalogamos como esquizofrenia. Los alcohólicos han existido siempre pero la drogadicción no existía. Las psicosis infantiles no existían y las encefalopatías sin nombre que atendíamos eran calificadas como oligofrenias sin más, el TDH no sabíamos lo que era. El dolor psicogeno y la fatiga crónica eran una rareza exótica. El autismo era muy raro. Los trastornos de personalidad se englobaban en la etiqueta “psicópatas” siguiendo las descripciones de Kurt Schneider pero no los ingresábamos casi nunca sin patología comórbida de por medio, se trataba de personas muy disfuncionales que tendían a abusar del resto de enfermos.
De modo que el panorama clínico de las instituciones psiquiátricas de entonces poco tiene que ver con el panorama actual, con niños de corta edad que presentan patologías diversas abigarradas, alimentarias o no. Pareciera que la barrera que separaba los niños de los adultos se hubiera quebrado, hablamos entonces de la delgada brecha que separa la infancia de la juventud. Hoy no es raro sino habitual atender niños maníacos, depresivos o con patologías de personalidad tipo TLP, síndromes severos de hiperactividad, trastornos de conducta inespecíficos, etc. Tampoco es raro que los adolescentes se suiciden o se metan en líos que más tarde van a repercutir en su salud mental. Las salas de agudos están llenas de trastornos de personalidad con patología psiquiátrica asociada al consumo de drogas (patología dual) y los esquizofrénicos siguen siendo, sin duda los pacientes que parecen no haber acusado el tránsito de siglo.
La mejor descripción de estos cuadros psiquiátricos actuales pertenece a Antonio Colina en un articulo llamado “Gente sin rumbo”:
“Son sujetos impetuosos, que se sienten siempre víctimas inocentes y les cuesta entender la palabra responsabilidad, que carecen de recursos para disfrutar del goce de la lentitud y de la lujuria de la austeridad, que siempre eligen mal a los amigos y que no conciben proyectos ni someten el deseo a una dosis dulce de voluntad. A estos males los han llamado “trastornos límites”, porque ni siquiera como diagnóstico se atreven a ocupar un lugar. Viven en las fronteras de todas las enfermedades y están llamados a ser los representantes genuinos del destierro del hombre actual”.
De manera que estos cambios en la patología mental necesitan una explicación. Una explicación que procede en primer lugar de la patoplastia propia de las enfermedades mentales. Todo el mundo sabe y acepta que las enfermedades mentales mutan según la época, unas más y otras menos como la esquizofrenia que parece ser siempre la misma (a pesar de que hoy es más benigna que hace 50 años). Han aparecido patologías nuevas y sobre todo se han infiltrado en rangos de edad que no le eran propias hace solo unos cuantos años. Los adolescentes por ejemplo son un rango de edad donde se dan cita patologías diversas y en cierta forma nuevas y graves como el TLP (trastorno límite de la personalidad). Se ha dicho que la sociedad postmoderna tiene mucho que decir acerca de la emergencia de estas enfermedades nuevas.
Enfermedades nuevas que tienen que ver con la opulencia, los excedentes y la urbanicidad tal y como conté en este post, al tiempo que se relacionan con una hipertrofia de la subjetividad y del individualismo. Lo que es lo mismo que decir del narcisismo.
Pues el narcisismo es la versión psicológica del marketing y la propaganda capitalista, más concretamente de la fe neoliberal que privilegia el esfuerzo, y la competencia de los rendimientos en busca de la perfección en los resultados finales de esos esfuerzos. La mayor parte de las patologías mentales en la actualidad son narcisistas, lo que las hace más difícilmente abordables que las neurosis clásicas que eran -por decirlo así Edípicas- y tal y como Freud señaló, eran abordables precisamente porque llevaban a cabo transferencia, algo que no parece al alcance de los narcisistas.
Edipo y Narciso están perpetuamente en desacuerdo y a veces en guerra pues las necesidades de autoafirmación y placer (Yo ideal) y las necesidades del deber (Ideal del Yo) viven en una continua conflagración. No es necesario decir que las sociedades actuales (me refiero a las sociedades occidentales) y sus valores son absolutamente narcisistas, hasta el punto de haber anulado casi completamente a Edipo que ha pasado de ser un héroe trágico a un héroe de cómic.
La dificultad estriba en explicar como esos cambios sociales han logrado penetrar en el imaginario humano y han sido capaces de transformar las mentes de buena parte de la población enloqueciendoles en unas formas de locura completamente nuevas.
Me ha gustado la explicación de Errasti a este fenómeno al relacionar la opulencia con el narcisismo:
“Y el principal es una sociedad opulenta en donde los determinantes materiales que la estructuran quedan ocultos en un segundo plano tras una abundancia que parece brotar “per se” y constituir la naturaleza misma autosustentada de las cosas. La sexualidad explota en todas sus combinaciones aritméticas desvinculada de la reproducción. Desaparecido el hambre, la dimensión identitaria de la comida va ganando cada vez más terreno a la dimensión nutritiva. Los Estados políticos parecen cristalizar a partir de sentimientos nacionalistas previos y no al revés, y cualquier recordatorio a los elementos coercitivos para su mantenimiento desasosiega a la ciudadanía. Las nuevas familias han roto cualquier vínculo con aspectos como la herencia, la propiedad privada o el reparto de las tareas y los cuidados en función de las diferentes edades de sus miembros. Dislocada de sus quicios, la conducta se desquicia”.
No cabe duda de que la alimentación y la sexualidad son dos de los campos donde estas nuevas subjetividades florecen gracias a la candidez de sus clientes.
La anorexia mental como paradigma de la candidez clínica.-
Muchas teorías se han explicitado para arrojar luz frente a esta patología que considero endémica de las sociedades opulentas y postmodernas. No cabe duda de que hay factores evolutivos ( la competencia intrasexual), genéticos (la mayor resistencia de las mujeres a la inanición y los genes relacionados con la obsesividad o escrupulosidad), sociales (la mayor sensibilidad de las chicas a la exclusión del grupo) y biológicos (la necesidad de las chicas de resultar atractivas para el sexo opuesto), por no entrar en las dificultades de maduración psicológica de las adolescentes que han de enfrentar múltiples problemas en su entorno, y rendimientos a la par que pelean por resultar atractivas para el sexo opuesto.
No cabe duda de que el perfeccionismo es una patología emparentada con la anorexia mental y mucho más difundida que la propia patología medica completa. El perfeccionismo es el representante, la franquicia psicológica de la fe neoliberal.
El perfeccionismo sin embargo, no es ni una idea, ni una conducta ni un endofenotipo sino una creencia, más concretamente formulada en forma de duda. El perfeccionista cree en la excelencia y opta siempre por lo mejor que es para él un icono moral. Se trata de alguien que no sabe que “lo suficientemente bueno” es preferible a lo mejor. Esta idea es probablemente el origen de sus dudas, siempre hay algo que podría ser mejor, más barato, mejor posicionado, se trata pues de buscarlo pues ¿cómo saberlo?. Supongamos que tenemos que hacer una compra. Hay dos tipos de actitudes con respecto a eso: recorrerse todas las tiendas con la intención de maximizar el coste/beneficio o conformarse con lo que hay después de haber visitado algunas.
Para comprender mejor esta idea de maximizadores versus satisfactores es mejor que el lector vaya a este sitio donde se habla de Barry Swartz y su libro “Por qué más es menos”.
Extraígo de alli este párrafo:
Schwartz denomina “satisfactores” a aquellos que, sin ser meros conformistas que cogen lo primero que ven, buscan optimizar su compra, pero que en cuanto encuentran algo razonablemente bueno se detienen y eligen. Frente a ellos nos presenta otra figura poética, los “maximizadores”. Estos últimos son personas que quieren obtener lo mejor de lo mejor, algo único que reúna unas cualidades excepcionales en precio, calidad, originalidad, modernidad o lo que al maximizador le pase por la cabeza. El caso es que estas dos figuras poéticas (estos seres ideales), habitan en distinta proporción en cada uno de nosotros, y me atrevería a decir que también en cada uno de nuestros distintos yoes a lo largo de una vida que va de la maximización a la búsqueda de la satisfacción. El maximizador, a la hora de comprar, por ejemplo, un coche, no parará de dar vueltas hasta dar con aquel que cumpla al máximo con sus expectativas ideales (tantas veces irreales), o acaso un libro, o un pantalón, o un servicio de telefonía para llamadas internacionales, o un seguro médico. El satisfactor, en cuanto haya dado un par de vueltas y comparado dos o tres productos, si uno de ellos le satisface, lo tomará y se irá tan contento a su casa ahorrándose quebraderos de cabeza del tipo: “¿y si hubiera mirado en una tienda más?”, y sufrimientos como el de ver, al día siguiente, a un amigo que tiene ese producto que estaba buscando obtenido a mejor precio y más de su gusto. Como dice Schwartz, aunque con otras palabras, todos llevamos dentro un homúnculo maximizador y otro satisfactor. Pero el problema reside en quién gana la batalla el mayor número de veces. Los que en una escala de maximización realizada por Schwartz daban puntuaciones más altas solían ser bastante desdichados (medido esto con otra escala de felicidad y complacencia con sus propias vidas y elecciones).
Aqui hay un video interesante de Barry Swartz sobre una de sus ideas fundamentales:la paradoja de la elección. En realidad la abundancia no nos hace más libres sino más insatisfechos. Algo sobre lo que volveré más abajo.
En realidad la perfección es la creencia que sostiene a los escrupulosos, la parte visible de su concepción del mundo por así decir. No hay que insistir demasiado en la idea de que las personas que tienen esta disposición genética y que aspiran a la perfección tienen una alta vulnerabilidad biopsicológica, la razón fundamental es que lo perfecto no existe y además lo humano requiere una conformidad con lo alcanzable (Necesidad), aquel que sustituye lo “suficientemente bueno” y que tiene al alcance de la mano y lo sustituye por lo óptimo corre el riesgo de toparse de bruces con lo inalcanzable. Son personas que sufren enfermedades y padecimientos bien diversos, algo que procede de un sentimiento crónico de infelicidad y desdicha.
Lo interesante de la formulación de Errasti es la idea de que la alimentación ha dejado de ser algo relativo a la nutrición para convertirse en una identidad. no es raro pues que las dietas, el veganismo, la preocupación por lo que comemos (ortorexia) y la anorexia mental estén relacionados. La delgadez es una forma de identificarse con el cuerpo, una forma de candidez que no contempla el hecho de que no podemos tener el cuerpo que queramos tener (salvo con grandes sacrificios y renuncias quirúrgicas) por más que los mercaderes de la identidad insistan en ello.
Si la comida y el comer son arrancados del eje o la plomada que les hace ajenos a la elección, entonces suceden cosas extraordinarias y sus victimas ejercen su voluntad de delgadez y aparece el desquicio pues ya no existe quicio.