De Jonathan Haidt ya he escrito en este blog algunas referencias relativas casi siempre a este libro que acaba de aparecer en castellano y sobre el cual publiqué en su día en “La nueva ilustración evolucionista” un post de divulgación que entonces titulé “La mente virtuosa”, donde traté sobre un tema que mucho interés para mi, el cerebro moral o una cuestión de psicología moral si es que tal cosa existe.
Releyendo y repensado aquel post a la luz de la nueva edición del libro de Haidt, creo que son necesarias algunas puntualizaciones sobre los conceptos que alli se vierten. Recordaré para ello la idea de Haidt de que la moral tiene -según él- al menos cinco dimensiones: los dos primeros responden a una ética individual (la ética de la autonomía), los dos segundos a una ética comunitaria o colectiva y el último a una ética de la divinidad o por decirlo de una manera más comprensible, una ética de lo sagrado. (El lector interesado puede profundizar en estas dimensiones en el articulo original arriba linkeado).
Pero en este post voy a hablar de otra cuestión que me parece confusa en la taxonomia de Haidt, me refiero a la confusión entre moral y ética que él utiliza de forma indistinta.
La moral atañe al grupo, la ética al individuo, es por esa razón que cada uno tiene una ética independiente de la ética de su vecino, mientras que las moralidades son colectivistas y grupales y lo son porque la moral emergió básicamente para controlar la conducta de los demás, pero no la conducta propia, y es ahí donde Freud se equivocó al situar al Superyó como un homúnculo interno hipervigilante. La verdad es que la mayor parte de los transgresores no reconocen su transgresión ni aun después de haber sido castigados por ella.
La existencia del Superyó es una manera bastante blanda de entender y explicar la conducta moral que efectivamente supone una identificación (o disidencia) con las normas del grupo. Lo importante es comprender que moral y ética pueden convivir en armonía o bien resultar en un matrimonio mal avenido.
Al grupo lo que le interesa es que los individuos que pertenecen al mismo , no roben, no maten, pero también exige que seamos heterosexuales, que nos casemos y tengamos hijos y no abandonemos a nuestra esposa, etc. Cualquiera de nosotros que hayamos vivido en un pueblo o una comunidad pequeña sabe que existe una presión social destinada a que nadie se salga de ese guión prefabricado, una presión tanto más intensa cuanto más aislado y hostil sea el entorno donde se viva. De este modo, un homosexual, un soltero o un divorciado o separado siempre será un elemento sospechoso para este tipo de comunidades, tanto como el ladrón. De este modo la sociedad construirá dos tipos de resortes para prevenir las disidencias, por una parte las estrategias blandas (vergüenza, culpa, presión social) y por otra la coerción jurídica si bien para que esta funcione es necesaria una cierta presencia del Estado. Si el Estado no existe entonces lo que emerge es una especie de venganza privada y a veces ciertas conductas pseudojurídicas como el exilio o la exclusión dictadas por el poder grupal.
Con independencia de si la moral es o no es justa, lo cierto es que funciona gracias a estas coerciones, sean jurídicas o no, de donde se deduce que si la ética es una identificación con la moral colectiva entonces la ética individual se sostiene gracias a la amenaza de coerción grupal que incluso puede haberse sustituido por la autoridad religiosa: el concepto de pecado es en cualquier caso el señalamiento de algo inmoral que todo individuo ha de respetar. De modo que en conclusión la ética tiene dos fundamentos, uno religioso y otro grupal.
Es por eso que existen tantas éticas, una para cada individuo y es por eso que la ética sea sobornable, puesto que en cualquier caso el individuo siempre tratará de obtener ventajas eludiendo, si puede los costes. Moral y ética individual son pues cosas diferentes que atañen a sujetos distintos. Es por eso que la clasificación que Haidt hace de sus dimensiones adolece de esta diferenciación:
Su primera dimensión daño-cuidado es en esencia la única que podemos llamar ética:
“De todas las dimensiones de la ética, la del daño-cuidado es la que recoge un mayor numero de consensos. El 90% de la población estaría de acuerdo es que es bueno cuidar de los enfermos, los ancianos, los necesitados o los niños.
De manera que una definición de ética seria esta: la manifestación del rechazo a infringir un daño a cualquier persona viva. Esta es la definición que da Gustavo Bueno sobre ética.
Ya hemos visto que la ética ha de vérselas con la moral pero no solo con ella: ha de vérselas con la política, con el estado del bienestar y con múltiples instituciones que entran en contacto y conflicto con ella. Me viene a la cabeza ahora las manifestaciones de Cicerón y su conflicto de lealtades a Cesar, a Pompeyo y a la República, algo que nos legó en las Tusculanas.
El dilema ético de Cicerón.-
Cuando Julio Cesar cruzó el Rubicón al mando de su XIII legión y se dirigió a Roma, Pompeyo huyó de la ciudad y se dirigió a Sicilia, acompañado de algunos de sus seguidores. La razón de esta huida fue la imposibilidad de Pompeyo de enfrentarse a Cesar y a su legión, Italia estaba indefensa. Es importante recordar ahora que cruzar el Rubicón estaba prohibido por la ley romana, más que una prohibición era un sacrilegio. Se trataba de preservar la República de un ataque de sus propias legiones acampadas casi siempre en territorios hostiles.
Julio Cesar fue el primero en saltarse a la torera este principio moral convertido en Ley. Pero no había coerción suficiente para detenerle, Roma no pudo oponer al hereje ninguna legión. Cicerón pretendía salvaguardar la República, es decir el poder del Senado frente al poder del ejercito y por eso se alineó en un principio con Pompeyo a pesar de que Pompeyo tenía también un pasado sospechoso, pues había emergido como resultado de la guerra civil entre Mario y Sila.
Lo cierto es que Cesar y Pompeyo pugnaban por el poder de Roma, no podemos adivinar en calidad de qué, si pretendían derrotar a la República, declararse dictadores o volver al oscurantismo de la monarquía, lo que sabemos es que ambos negaron siempre esas intenciones -si las tenían- y ambos se presentaban como salvadores de la República.
Cicerón también se presentó como defensor de la República y ofreció su apoyo a Pompeyo, sin embargo cuando este fue derrotado en la batalla de Farsalia, tanto Cicerón como Bruto desertaron y se entregaron a Julio Cesar, quien después de mostrarse absolutamente generoso con esta entrega volvió a asegurarles que no pretendía convertirse en rey o dictador sino restaurar el orden Republicano. Julio Cesar era un político jugando una partida donde todos mienten.
Pues la política es el arte de la mentira, es decir una actividad por definición anti-ética. ¿Alguien puede imaginarse a Cesar cruzando el Rubicón y declarando sus planes reales? “Vengo a destruir la República y a imponerme a mi como reyezuelo o caudillo”. Es poco probable que un político desvele sus planes de esta forma pero también es lógico que la opinión publica desconfíe de ellos: los políticos siempre mienten pero los que más mienten son aquellos que se apoyan en cuestiones éticas para defender sus posiciones. Es por otra parte lógico pues la política no se ocupa de la bondad o maldad de nuestros actos (aunque muchas veces lo parezca) sino más bien de la búsqueda de equilibrios de poder. De manera que es predecible que ética individual, moral colectiva, derecho y política entren en contradicción constantemente.
Esto fue lo que le sucedió a Cicerón y probablemente también a Bruto: detestaban a Pompeyo por ser un tosco militar y admiraban a Cesar que era un buen soldado pero también un hombre culto y refinado, pero ambos por razones bien distintas buscaban preservar la República, Bruto porque estaba prisionero del legado de honor heredado de su padre y Cicerón porque aspiraba a dominar al Senado. Cesar lo que pretendía era que el Senado le dijera siempre que sí, o sea el conflicto estaba servido.
Y se agudizó aun más cuando la conspiración urdida por los senadores terminó con la vida de Cesar, no sabemos el papel que jugó Cicerón en este episodio poco ético por parte de quienes lo perpetraron, lo que es cierto es que las cosas no se resolvieron con la muerte de Cesar sino que se agravaron. Cesar Augusto (un sobrino nieto de Cesar) y Marco Antonio aun debían librar la batalla definitiva antes de que el Imperio se impusiera a la República. Roma aun sobreviviría otros 600 años pero la decadencia de la misma estaba anunciada en esta escalada de sacrilegios morales.
Cicerón acabo retirado en Tusculum donde escribió su obra maestra en una atmósfera melancólica y donde plantea su dilema ético fundamental ¿A quien hay que mostrar lealtad a la República o a Cesar? o lo que es lo mismo ¿qué debemos hacer cuando nuestros ideales o la tradición entran en contradicción con la realidad de los hechos?
Plantea una pregunta ética fundamental, se trata de la tercera dimensión de Haidt
¿Hasta que punto estamos obligados a permanecer leales a las reglas de nuestro grupo de pertenencia? ¿hemos de seguir las reglas que nos marcan nuestros padres, nuestra etnia, pueblo, nación o cualquier otro colectivo al que pertenecemos? ¿Dónde queda pues nuestra libertad?
¿Hemos de renunciar a nuestros deseos de pertenencia para ser libres?
El lector astuto ya habrá caído en la cuenta de que esta tercera dimensión moral de Haidt es ya más moral (grupal) que ética (individual) aunque el individuo lo perciba como algo que sucede en el interior de su mente.
Cicerón fue asesinado por orden de Marco Antonio en su villa de Tusculum mientras se debatía en este conflicto moral.
Me gustaría, conocer su opinión acerca de este conflicto entre grandes personajes de la historia. Lo cierto es que Cicerón y Julio Cesar gozan de una mejor reputación que Pompeyo, Marco Antonio o Bruto. Ambos eran personas cultas que nos legaron sus meditaciones a través de libros, en una epoca donde casi nadie leía.
Todos y cada uno de nosotros simpatizaríamos mucho más con Cicerón (que era un intelectual) o con Julio Cesar que era un estadista, pero lo cierto es que lo hacemos porque estamos aplicando una vara de medir ética. No vemos el juego político como algo que sucede más allá de la ética, sino que nos identificamos más con aquellos personajes que no son directamente toscos en sus formas o violentos en sus haceres. Pero lo cierto es que en todo este dramatis personae, no hay ningún santo, todos son culpables éticamente hablando de algo.
Todos mienten.