De Gregorio Marañón poca cosa se puede decir salvo que es uno de esos grandes médicos españoles que fueron capaces de combinar la ciencia y las humanidades y que formaron parte de una larga tradición de médicos humanistas que hoy parecen una especie en extinción.
En realidad me propuse escribir este post después de leer un articulo en este periódico. En él el autor -Jorge Bustos- plantea la hipótesis de que Pedro Sanchez en realidad es un resentido. Un resentido con su propio partido y que lo que busca es precisamente su destrucción, una especie de venganza contra los que le quitaron el sillón, que recuperó más tarde gracias a sus militantes. Fue entonces cuando me acordé de Tiberio y del ensayo que el Dr Marañón había escrito sobre el resentimiento. y que leí en mi época de estudiante. He vuelto a él.
Dice Bustos que:
No digo que Sánchez esté loco. Gente que le conoce me insiste a menudo en un trastorno clínico de personalidad narcisista, pero grandes líderes de la historia lo han sufrido en igual o mayor grado: la psicopatía no te convierte sin más en Napoleón, como queda demostrado a la vista de un Sánchez. Además hace falta talento. Y no es lo mismo ser Napoleón que ir voceándolo por el psiquiátrico. Lo que explica esta olímpica defecación en la ética de la responsabilidad que llamamos sanchismo es una desdicha personal que en algunos caracteres echa negras raíces: la expulsión de tu propia tribu. Cuando los socialistas echaron a Sánchez en octubre de 2016 no sabían lo que estaban creando. Cierto: no podían seguir bajo su mando si aspiraban a conservar una identidad política reconocible, pero no se ocuparon de desactivar también la espoleta retardada de las primarias, que en tiempos de cólera populista no son sino una garantía de darwinismo invertido para la supervivencia del más tóxico. Y así, Sánchez regresó al trono de Ferraz.
Es verdad, son muchos los artículos que tratan de explicar la conducta de Sanchez a través de una cierta psicología de manual. La hipótesis mas querida es que es un narcisista y a veces un psicópata. Ya me he manifestado públicamente sobre este uso chapucero de la Psiquiatría y no voy a volver sobre ello. Sanchez es como el resto de los políticos, un personaje maquiavélico y mentiroso. Lógicamente porque la política es siempre anti-ética. (para más información véase este video de Gustavo Bueno). No hay que pretender encontrar rastros morales en la política salvo cuando da dividendos.
Volví al texto de Marañón porque en él el maestro trató de hacer un retrato del resentimiento a través de un personaje histórico como pretexto para hablar de esa pasión que conocemos con el nombre de rencor. Ya antes lo había hecho con Amiel y había profundizado en la timidez. Lo que más me gusta de Marañón es el conocimiento del ser humano que posee desprovisto de esas etiquetas psiquiátricas que compartimos vulgarmente y que precisamente por su vulgarización no significan nada. Decir que Tiberio era un narcisista sería aparentemente muy psicológico pero no añadiría nada a la comprensión de su personaje. Y es además de agradecer que esas descripciones procedan de un médico que no era psiquiatra, de lo contrario nos habríamos tenido que conformar con las etiquetas fingiendo que sabemos lo que quieren decir.
Para Marañón el resentimiento no es una emoción, ni un sentimiento sino una pasión. Me parece procedente colgar aquí uno de sus párrafos donde trata de explicar la diferencia que existe entre una emoción (o sentimiento) y una pasión:
“El alma resentida, después de su primera inoculación, se sensibiliza ante las nuevas agresiones. Bastará ya, en adelante, para que la llama de su pasión se avive, no la contrariedad ponderable, sino una simple palabra o un vago gesto despectivo; quizá sólo una distracción de los demás. Todo, para él, alcanza el valor de una ofensa o la categoría de una injusticia. Es más: el resentido llega a experimentar la viciosa necesidad de estos motivos que alimentan su pasión; una suerte de sed masoquista le hace buscarlos o inventarlos si no los encuentra”.
Nótese que hay una inoculación, es decir una experiencia previa displacentera (no voy a llamarla traumática), pero esa inoculación por sí misma no puede justificar tamaño despliegue de recursos mentales para fortificarse a largo plazo en el meollo de la personalidad. Muchas personas han tenido experiencias sensibilizantes de este tipo y no desarrollan un más allá de un recuerdo puntual. Para Marañón el resentimiento es una pasión más social que personal o interpersonal. Es la sensación de haber fracasado en algo que por las razones que fuere era fundamental para mantener la autoestima. Pero no es solo el fracaso sino la atribución que se hace del mismo, una construcción de albañilería que se lleva a cabo con el tiempo y cuyo propósito es obtener una victoria en el largo plazo y llevar a cabo una venganza. No se trata del odio que es una emoción más personalizada y más corta de duración sino una especie de bucle que se realimenta a si mismo constantemente trayendo siempre a primer plano el motivo principal.
Para Marañón lo contrario del rencor es la generosidad: hace una diatriba sobre cómo -a la manera de Spinoza- la generosidad es el antídoto del rencor. Las personas generosas también han sufrido humillaciones, desplantes, ataques, exclusiones pero no llevan a cabo este despliegue a largo plazo del bucle del rencor. ¿Por qué?
La generosidad implica comprensión y la comprensión lleva al olvido. Sin olvido el bucle del rencor sigue agitando la mente del rencoroso.
Y esto posiblemente es lo que le sucedió a Tiberio.
El lector hará bien en situarse sobre el escenario político e histórico de este personaje y puede hacerlo de dos modos: leyendo entradas sobre Tiberio en Internet (incluyendo a la wiki) y también leyendo la magnifica novela de Robert Graves titulada “Yo Claudio” donde se podrán conocer sus orígenes y su linea genealógica, bastante complicada. Tanto es así que Marañón habla de dos linajes bien difereciados en su herencia: la Julia y la Claudia. A la primera la podríamos llamar la histérica y la segunda la melancólica.
Lo más importante de esta constelación de circunstancias son dos factores: el primero es que Tiberio representa un cambio de era, fue el emperador de la época de Jesucristo, fue el jefe de Poncio Pilatos por así decir, el cristianismo empezaba a ganarle la partida al Imperio. La segunda es la personalidad de su madre Livia Drusila. para mi una de las mujeres más importantes en la historia de Roma, al menos la Roma Imperial y genuina representante de esa colisión entre la tradición y la relajación y molicie que anuncia la degeneración de una época.
Livia es importante por sus emparejamientos, por su ambición, su función de consejera de Estado a través de su segundo marido Augusto con el que estuvo casada 52 años y sus gustos y sus más que probables habilidades sexuales. Livia tuvo dos hijos, Tiberio y Druso pero ninguno de ellos eran hijos de Augusto sino de su primer marido Tiberio Claudio Nerón (no confundir con el otro Nerón mas conocido y que era tataranieto de Livia). Cuando Augusto la conoció enseguida se enamoró de ella, ambos tuvieron que divorciarse de sus respectivos cónyuges para poder casarse, cosa que hicieron apresuradamente a pesar de que Livia ya estaba embarazada de su segundo hijo Druso.
No sabemos si Druso era hijo de su primer marido o de Augusto como cuentan las crónicas de sociedad de su época, lo que es cierto es que es muy poco frecuente que una mujer embarazada se divorcie de su marido para casarse apresuradamente con otro hombre y tampoco es frecuente -tal y como cuentan sus biógrafos- que Tiberio Claudio Nerón le ofreciera a Augusto a su propia esposa e incluso asistiera a su boda. Naturalmente esta circunstancia fue fuente de chismes en Roma y no podemos saber el impacto que tuvo en su hijo mayor Tiberio de temperamento melancólico, taciturno y antipático (herencia Claudia). Lo que sabemos es que este Tiberio fue durante toda su vida un amargado, no está claro si el inicio de su amargura fue esta conducta disoluta de su madre que acaso, cambió de marido por razones de Estado (lease razones de interés), tampoco sabemos que pensaba de su padre que había combatido contra Augusto en la guerra civil mientras su madre andaba enamoriscada del probablemente masoquista Augusto, hoy diríamos que era un spankee, una persona con gusto por las azotainas.
El caso es que sabemos que Tiberio, odiaba a su madre y se negó a que fuera divinizada, pero probablemente las razones de este rencor se debieron a otro episodio: su madre le obligó a divorciarse de su esposa Vipsania con la que convivía felizmente para casarlo con Julia, la hija de Augusto, Es decir su hermanastra, que le aseguraría una vida amarga.
Probablemente Julia (herencia de los Julios) fue la mujer de vida más disoluta que hubo en Roma en su época, su lista de amantes, maridos, escándalos y orgías con desconocidos se encuentran bien documentadas por los historiadores romanos, sobre todo por Suetonio. Es posible afirmar que la conducta promiscua de Julia era tan exagerada y publica que no tardaron en provocarse crisis en la propia aristocracia romana yen el emperador, tan es así que Augusto tuvo de exiliarla. Es muy probable que Tiberio que era un hombre apocado, débil y probablemente cobarde haya sufrido más humillaciones por causa de esa mujer que de su propia madre, si bien es cierto que Livia repitió en su hijo su propio destino: abandonar a su marido por otro hombre. Fue quizá este hecho lo que supuso un mayor tormento para nuestro Tiberio.
En aquella época la mujer en Roma había conseguido consolidar lo que hoy llamamos empoderamiento. Las matronas romanas, sobre todo las patricias tenían mucha influencia, que lograban a través de sus maridos y sus hijos, un caso particularmente llamativo es el de Julia Domna de la que hablé en este post. Los divorcios, emparejamientos proscritos, el incesto, las practicas masoquistas y homosexuales o bisexuales estaban en Roma a la orden del día, el desorden amoroso estaba en el entorno de cualquier niño y estaba además aderezado con el riesgo de morir, envenenado o acuchillado; cualquier príncipe que estorbara podía llegar a ser asesinado a partir de la ambición de un contrincante. No es de extrañar que en este contexto los gobernantes cometieran actos sádicos o crímenes inexplicables o incluso que enloquecieran. El suicidio no era -como hoy. una conducta psicopatológica sino una cuestión de honor.
Esa vorágine de vicio que anunciaba el estertor de una época envolvió a Tiberio, al menos esos cuentan de él sus biógrafos, durante los diez años que duró su exilio en Capri.
Tiberio murió asesinado por manos de Caligula, su nieto a la edad de 77 años.
Si alguna vez tuvo la sensación paranoide de que podía ser asesinado, ¿hasta qué punto era una paranoia?