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El sufrimiento de origen mental

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franchescetti

Mucho tiempo he estado tratando de construir una explicación sobre qué entendemos como sufrimiento de origen mental y ha sido solo muy recientemente que me haya encontrado con este libro de Gianni Franchescetti, un psiquiatra italiano que practica gestalterapia con fundamentos fenomenólogicos y que me ha permitido establecer algunas diferencias entre la psicopatología y el sufrimiento mental.

Efectivamente no todo sufrimiento mental es psicopatológico y por el contrario: en ciertas personas muy perturbadas psicopatológicamente podemos encontrarnos con una ausencia total de sufrimiento, hablamos en este sentido de síntomas egodistónicos (que crean sufrimiento) y síntomas egosintónicos (que no crean sufrimiento, pero pueden crearlo en otros).

Etimológicamente “sufrir” es una palabra que procede del latín “suferre” que significa llevar sobre uno mismo. El que sufre lleva un fardo que le muestra al terapeuta, un fardo que tiene peso pero apenas forma. El sujeto sufriente rara vez sabe por lo que sufre y en ocasiones es vivido como un simulador.

Puede sufrir de modo psíquico y de modo físico, en esas patologías mal definidas que llamamos psicosomáticas y que apenas pueden ser identificadas tanto por los profesionales como por él mismo. Hoy es muy frecuente un síndrome de dolor (en ausencia de daño), fatiga sin cansancio, colón irritable y jaquecas. Muchas veces estos pacientes reciben cuidados médicos por especialistas distintos sin que nadie tome a su cargo – a falta de un diagnóstico positivo- todos estos síntomas como unitarios dentro de la cualidad del sufrir.

Para comprender qué contiene ese fardo es necesario comprender qué es una experiencia y qué es tener una experiencia y distinguir la experiencia de la vivencia. Experimentar es un proceso complejo de encaminarse y atravesar. Es solo entonces cuando la vivencia se transforma en experiencia y puede ser asimilada. Experimentar es “pasar a través”. Es lo que hace el experto sobre algo: ha pasado a través de un conocimiento y lo ha asimilado, es decir se ha convertido en parte del Yo. Otros autores le han llamado “mentalización”. Mentalizar es convertir una vivencia en una experiencia.

El sufrimiento es llevar consigo un fardo: lo no asimilado, es por tanto una ausencia de algo que no se ha encontrado, esta ausencia no es disimulo o ignorancia, pues todavía no ha sido formado (carece de forma) ni formulado. En este sentido la ausencia significa que hay algo que aun no ha tomado forma (aunque si peso), pues la forma solo surge después de la asimilación, es entonces cuando se vuelve ingrávida, así que por definición no ha tenido lugar. La ausencia es la presencia de algo que ni se ve, ni se recuerda y que aun no tiene forma, y que se resiste a entrar en contacto con el Yo porque está disociada del contacto y si llegase podría alejarlo del presente. Esta en punto muerto, en un callejón sin salida que el paciente sufre sin haber elegido esta vivencia. Y que por tanto no puede resolver solo.

Y si ese algo fue disociado es porque faltó el apoyo necesario para atravesarlo y además porque disociar un evento o eventos de la vida es una forma de sobrevivir. Obviamente el individuo solo no puede hacer nada para atravesarlo, necesita una presencia, qué el no posee para esa experiencia.

Alguien debe prestar su propia carne, para encarnar ese sufrimiento y permitir que sea sentido lo no sentible. Lo no formado ni formulado precisa un apoyo externo que favorezca esa transformación.

Por tanto el sufrimiento es una ausencia que busca otra carne para poder emerger y transformarse en otra cosa, para asimilarse..

Esta perspectiva nos ayuda a distinguir el dolor existencial de la psicopatología. Sentir dolor no es psicopatología, pero no sentir dolor si es psicopatología. Podríamos decir que la psicopatología es la consecuencia de un dolor no atravesado, no es el dolor. El dolor de la perdida por ejemplo es un signo de presencia (no de ausencia), la imposibilidad de hacer duelo es un signo de ausencia: un dolor que no pudo ser atravesado por falta de apoyo, por falta de carne.

Cuando no tenemos el suficiente apoyo para afrontar una situación necesitamos que alguien nos ofrezca ese apoyo, pero si ese alguien no está allí, o bien es indiferente, incompetente o bien es la causa de la inafrontabilidad de la situación no podemos atravesar la experiencia ni por tanto concluirla y asimilarla. Todos tenemos algún ejemplo en nuestras vidas de estos asuntos inconclusos que dejaron como un agujero en nuestra mente.

Este agujero se mantiene como un recuerdo abierto e inacabado, que carece de forma o formulación verbal, y no es – por tanto- narrable ni accesible. Las huellas de aquella vivencia se mantienen separadas de la personalidad total del individuo, no son partes integrales del Yo sino fragmentos que permanecen en el fondo corporal, con una tensión siempre abierta y poco clara. Es frecuente que esa tensión se encuentre sexualizada en personas que han sufrido abusos o ataques sexuales.

El individuo para no quedar atrapado en ese presente que no puede convertirse en pasado, disocia estas experiencias y las guarda en un cajón en lo más profundo de su armario. Pero cuando la vida lleva a esa persona cerca de esas huellas, no podrá estar presente porque o bien se desensibilizaría o caería en esos rastros o huellas que ahora serán presentes. La reexperimentación traumática es precisamente esto: hay algo que nos acerca al foco traumático, una palabra, una escena, un ruido, una canción, un afecto y de repente el individuo se desorganiza, lo que señala en la dirección de que estamos frente a una vivencia inasimilable del pasado. En resumen, en este estado de cosas, el individuo no está presente, está fuera de sí y aparece como desquiciado, desorientado o enloquecido.

A lo largo de este post he intentado no nombrar la palabra “trauma” porque inevitablemente cuando hablamos de trauma inmediatamente pensamos en los más graves de entre los eventos del pasado de un paciente, es por eso que algunos autores hablan de adversidades. Pensamos en el abuso sexual o en el maltrato físico. Sin embargo pocas veces pensamos en los más comunes: la desatención, el descuido o la negligencia parental: un cuidador enfermo, deprimido, frío, rechazante, ausente o irresponsable son los cuidadores que con más frecuencia provocan este tipo de sufrimientos a largo plazo. Pues los eventos no son únicos sino una forma de vida, el individuo queda sin apoyos naturales para transformar cualquier vivencia en experiencia.

adversity

Y lo cierto es que la frecuencia de antecedentes en estos sufrientes les aleja de pensar en abusos sexuales. Así el 70% de ausencias en la representación mental de un evento se deben al descuido, el 20% al maltrato y solo el 10% al abuso sexual. En este libro de Lisa Albers podemos rastrear los efectos a largo plazo de estas adversidades.

La carne quiere carne.

Lo cual nos explica también porque los pacientes no quieren curarse, es mejor repetir la escena temida que atravesarla. Pues el paciente teme ser engullido por ese agujero donde el tiempo no existe y se protege de su proximidad con la compulsión repetitiva: repetir una y otra vez el patrón inútil que no consigue nunca poner tiempo en el inconsciente.


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