El niño va a ir progresando durante esos meses en que aun está en el primer año de vida tanto motóricamente como verbalmente y en sus juegos donde cada vez irá incorporando nuevas ideas cada vez más complejas como esconder un objeto para terminar encontrándolo fingiendo que no sabe donde está, aprendiendo el nombre de las cosas aunque sin saber nombrarlas, y a la vez dejará de interesarse en aquellas cosas que ya sabe después de haberlas repetido hasta el paroxismo. El niño adquiere teoria de la mente
Pero a partir de los dos años el niño va a encontrarse con el lenguaje, es decir con la necesidad de construir frases con sentido y hacerse entender, algo básico para mantener sus demandas y que sean atendidas. El siguiente hito que va a abordar es la educación de sus esfínteres, tarea que tardará algunos meses y quizá un año entero en completar.
Qué es el lenguaje.-
No sabemos cómo ni porqué apareció el lenguaje en solo una especie como el Sapiens pero sabemos que este hito tuvo consecuencias muy importantes. El lenguaje es una herramienta muy costosa, de la que el pensamiento se alimenta pero también sabemos que algunas enfermedades mentales como la esquizofrenia tienen mucho que ver con esta habilidad en manejar signos lingüisticos que sin ser la cosa en sí (das ding) representan simbólicamente a la cosa. Hoy aceptamos la idea de Timothy Crow de que la esquizofrenia al menos, es un peaje evolutivo que pagamos por ser tan listos y disponer de esa herramienta que escinde el mundo entre el objeto real y la representación en su ausencia.
También tenemos un mito que nos habla de esa maravillosa fatalidad, el mito de Babel. Dios andaba tan enfadado con los hombres que trataban de construir una torre tan alta para llegar al cielo que acabó por confundir sus lenguas. Confundir sus lenguas no significa solo que cada uno puede hablar una lengua distinta indescifrable para el vecino sino que dentro del propio lenguaje hay una trampa: que un significante puede remitir a varios significados distintos, que toda palabra es polisémica y puede significar cosas bien distintas. Esta ambigúedad del lenguaje precisa de una escisión psíquica entre el significante (la palabra) y el significado y más aun -como ya he dicho más arriba- la cosa en sí.
Aprender a hablar es una tarea que no se completa nunca pero el niño aprenderá -o mejor dicho será aprehendido- por esas doscientas palabras que necesita para empezar a navegar en el mundo hasta llegar a las diez mil de un nativo medio de cualquier idioma. Y no sólo a emplear esas palabras sino también a discriminar esos giros polisémicos que las palabras tienen. Pero el niño tiene la ventana plástica abierta y la tendrá toda la vida, siempre podrá aprender palabras nuevas e incluso idiomas nuevos
Hasta podrá inventar idiomas nuevos o neologismos como hacen algunos esquizofrénicos, imaginar cosas que no existen. construir ficciones, inventar historias y crear una narrativa sobre su vida. El lenguaje en su versatilidad nos propone invenciones sobre mundos que no son exactamente los que se corresponden con la realidad cotidiana, de ahí nace la literatura pero también cualquier ficción sobre nosotros mismos.
Educar esfínteres.-
Educar esfínteres no es una tarea fácil y en cierta manera es una forma de ejercer cierta presión sobre el infante que naturalmente no está por la labor de obedecer las órdenes de sus cuidadores que tratarán en todo momento de conseguir que el niño deposite sus heces en un orinal o sentándose en el excusado. Esta tarea no cuenta con el beneplácito del niño y dependiendo se su temperamento ejercerá cierta resistencia a depositar sus excrementos en el lugar adecuado, probablemente porque aun no sabe discriminar cuando tiene o no tiene cacá o pipi. Lo mas probable es que fracase en sus intentos al menos al principio pero lo que es seguro es que se trata de una tarea impuesta y que requerirá al menos un año de entrenamiento. Imagínese si a usted le obligaran a sentarse en el WC a ciertas horas y con independencia del reflejo de defecación. Naturalmente sería una tortura, esa que llevan a cabo los estreñidos que pasaron horas en el WC sin tener ganas.
Pero el niño -ante esta exigencia- no tiene más remedio que posicionarse: o acata las ordenes de sus cuidadores o se rebela ensuciandose cuando menos se lo espera. Con el lenguaje pasa lo mismo, el niño puede no hablar a pesar de que comprende bien lo que se le dice, algunos niños son mutistas, es decir se niegan a hablar a pesar de que comprenden perfectamente lo que se les dice. Yo conozco un caso de un niño que era renuente a hablar y todo el mundo decía que llevaba un cierto retraso en el lenguaje, pero un buen día comenzó a hablar como una cotorra, pero en español, a pesar de que en su casa y en el colegio le hablaban en valenciano: un caso de resistencia a la imposición del valenciano.
La rebeldía, la desobediencia, el oposicionismo o el negativismo son características conductuales de esta etapa que Freud llamó fase anal -en la convicción de que el ano era la zona erógena por excelencia donde la libido se refugiaba en esta etapa-.Los psicólogos actuales han renombrado a esta etapa, llamándola fase de reactancia, olvidándse del carácter sexual del ano. un órgano de sometimiento y de rebelión. Para estos psicólogos los niños aprenden durante esta fase el sentimiento de libertad sin caer en la cuenta de que lo que el niño adquiere es el sentimiento de poder y de control de los demás, a través de sus heces, ensuciando o yendo a depositarlas en el lugar señalado por sus padres y educadores y que tiene además correspondencias conductuales como las conocidas rabietas que es la manera en que los niños pretenden salirse con la suya y de lo que existe una enorme literatura de autoayuda para padres atribulados. Pues el niño aprende a decir no precisamente para afirmarse. No es Si como decía René Spitz.
La libido anal es pues ambivalente: retiene y expulsa, da y niega, regala y contradice, se rebela y se somete, pero el niño va adquiriendo potencialidades de comprobar su poder a través de las relaciones que establece con los vigilantes de su limpieza.
Tanto el lenguaje como la educación de los esfínteres son mecanismos que de alguna manera enjaulan nuestra libertad obligándonos a discurrir por el sendero de la gramática, es decir de las reglas -el desfiladero- del lenguaje a fin de que nuestras demandas sean comprendidas y atendidas por los adultos. Ser limpio y depositar los excrementos en un lugar adecuado es la primera tarea de la educación social y de alguna manera la forma que el niño tiene de complacer a los adultos y reconocer su autoridad, es decir de someterse a su poder. Pero el niño no abandonará nunca esta tendencia a comprobar, tentar o combatir el poder de los otros, de una manera o de otra.