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El ojo y el laberinto

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Nuestra tarea no es otra sino socavar el poder de la Gran Madre

Erich Neumann

Ahora que estamos en vísperas de carnaval, una fiesta dedicada a lo dionisíaco, al caos, al sexo y a la confusión de sexos, me parece un momento idóneo para hablar de esa tensión, esa dialéctica eterna entre lo femenino y lo masculino, entre lo terrestre y lo celeste, entre lo recto y lo curvo, entre naturaleza y cultura, entre Apolo y Dioniso.

La Venus de Willendorf

No cabe ninguna duda de que mujer y naturaleza se encuentran unidas por vínculos de toda clase, fundamentalmente por uno de los misterios más robustos de nuestra especie: me refiero a la fertilidad, al misterio de la fertilidad. Y para ello voy a referirme a la Venus de Willendorf, una estatuilla paleolítica de indudable interés que señala hacia nuestros primeros cultos que fueron eminentemente ctónicos.

Como puede observarse la llamada Venus de Willendorf tiene poco de la belleza idealizada de la Venus de Boticelli, carece de belleza alguna, representa a una mujer obesa, con grandes pechos y abdomen, piernas cortas y sin ojos. Probablemente en el paleolítico las mujeres lucían de esta forma, al menos las mujeres adultas, no es de extrañar que las niñas ya antes de la menarquia fueran requeridas sexualmente. El resto de su vida la pasarían embarazadas y sometidas a toda clase de riesgos derivados de sus partos, así como vinculadas a sus crías de por vida, de esa manera que los evolucionistas llaman “la cruel atadura”. Una vida corta, brutal, llena de calamidades y poco envidiable la de estas primeras mujeres que -no obstante- representaban el primer misterio: el misterio de sus embarazos. ¿Cómo quedaban embarazadas las mujeres? las primeras teorías sobre el embarazo son reproducidas por los niños actuales de pocos años: algo que comieron o algún insecto que les picó. Salen del vientre pero ¿cómo entran los niños ahí?

No es fácil de relacionar el coito con el parto pues entre ambos pasan 9 meses, es decir no hay relación de causa-efecto. Así y todo en algún momento de la prehistoria alguien caería en la cuenta de que el coito era la causa del embarazo. Se trató de un hallazgo esencial, como esencial fue el hecho de que la regla de la mujer pasara de ser solar a lunar (28 días), un cambio que tampoco sabemos como sucedió pero que contamos como uno de los grandes hitos de la evolución.

Pero el misterio original sufrió una cierta metamorfosis, ya no era solo un misterio que atañía a las mujeres sino también a los hombres, sin coito no había niño. Así y todo el vientre materno -ese laberinto- con sus estrecheces, sus canalizaciones y su aparato genital externo tan diferente del macho, -proyectivo, antigravitatorio y cinético- se mostraba pudoroso, escondido en el vientre, agazapado y sometido al enigma. ¿Qué hay dentro de un vientre femenino? Jack el destripador se hizo la misma pregunta y cualquiera de nosotros que hayamos tenido un caballito de cartón sabe a qué me refiero.

Algo probablemente amenazante que puede devorar a quién se arriesga demasiado, aguas encharcadas, ciénagas (como el arquetipo de Escorpio), un monstruo que devora a los hombres, una serpiente enraizada en su vello púbico. ¿No es cierto que el pene desaparece cuando es introducido en la vagina? ¿Tiene dientes la vagina? ¿Puede el pene desaparecer dentro de ese orificio?

La mujer no seria espiritualizada sino después de su paso por el agua como sucedió con Afrodita.

En su origen lo femenino estaba presidido por lo terrestre, la naturaleza, lo lunar y su fascismo, pues no hay nada tan fascista como la naturaleza, todo en ella es designio y determinación y el hombre aspiraba a ese conocimiento, a ese misterio y al mismo tiempo temía a esa fuerza de la naturaleza que era la mujer. E inventó la cultura, que es solar, celeste, una linea recta, el falo y sus monolitos, el ojo que todo lo ve y que dirige la mirada al cielo, a Horus. Según Camille Plaglia la egipcia fue la civilización donde se logró una primera síntesis entre lo femenino y lo masculino.

Y esta Nefertiti es la imagen que mejor representa lo femenino de esa época. Todo cabeza, sin cuerpo (solo busto) y con ojos aunque uno de ellos esta velado (no sabemos si a consecuencia de algún accidente o porque ya se diseñó de este modo), en cualquier caso Nefertiti es bella porque tiene ojos, y los ojos están hechos para ver algo que a la Venus de Willendorf no le hacía falta pues aun no se había inventado la idea de la Belleza.

No es que sin ojos no se pueda ver, es que sin ojos no hay Belleza para admirar.

Pero los arquetipos siguieron evolucionando o mejor: los hombres fueron hacer evolucionando esos arquetipos al gusto de cada época. Eso mismo le sucedió a Artemisa.

Artemisa es originariamente una deidad femenina procedente de Efeso (en la Turquia actual), es decir no era griega, pero los griegos adoptaban como es sabido deidades de pueblos cercanos y las asimilaban al culto y al gusto helénico. Eso mismo sucedió con Atenea y con el mismo Dioniso. Como podemos observar en esta escultura Artemisa era una deidad dedicada al culto de la maternidad, se encuentra llena de ubres y de testículos, era pues una diosa partenogenética como muchos de los dioses olímpicos: capaz de embarazarse a si misma, una facultad al alcance de otros dioses como Zeus que celoso de esta función generadora de la mujer parió a Atenea después de un violento ataque de migraña: Atenea es pues hija del padre, solo del padre y es capaz por esta razón de escapar del maleficio materno. Es además una diosa virgen cuya castidad es una forma de escapar también de la influencia de los hombres, puede pues ayudarles en sus periplos como hizo con Ulises a la vez que tiene la potencialidad de ser ahora mujer y ahora varón, es pues un andrógino.

Artemisa es también un andrógino y es además casta como Atenea. Su castidad alcanza al ojo de los demás. Artemisa no puede contemplarse desnuda y quién lo hace ha de temer por su vida, por eso transformó a Acteón en un ciervo. Y así es representada en el panteón griego.

Es además hermana gemela de Apolo (el arquetipo de Geminis), su alter ego. Reivindica constantemente su pertenencia y sus derechos de diosa similares a los de su hermano Apolo. Artemisa es la diosa apólinea de Grecia, pero no hay que olvidar su pertenencia terrestre, se trata de una evolución de la diosa de la fecundidad de Efeso, solo que no quiere ser más fecunda sino con su arco y sus flechas, los romanos la adoptaron como Diana y le otorgaron el poder de la caza, un trabajo muy masculino donde la diosa se reivindica como hoy hacen las artemisas del fútbol.

Artemisa quiere una igualdad por arriba, y se compara naturalmente con su hermano, el gran poder olímpico, pero su culto está relacionado con el parto: es la diosa de las comadronas, y representa la aloparentalidad es decir el sentimiento de ayuda hacia las otras mujeres sobre todo en las tareas de parto, el amamantamiento y la crianza: es su parte femenina heredada de su antecesora mítica, la de Efeso. del mismo modo Atenea es también la protectora de las tejedoras, aunque en Grecia la rueca tenia otro componente relativo al destino de los hombres. Atenea era la gran tejedora del destino de los héroes en Grecia.

Pues parece tal y como nos contó Neuman que el destino o la tarea del hombre y la mujer (es decir de la humanidad) es separarse de la madre. Y cuando digo la madre no me refiero a la madre carnal de cada cual sino al arquetipo ambivalente de la Gran Madre. Un arquetipo que con independencia de la madre que haya tenido cada cual, nos arrastra hacia su vientre, nos pretende reintegrar a su seno, nos devora, nos inmoviliza o nos petrifica como esos monstruos preolímpicos conocidos como las Gorgonas que curiosamente como podemos ver en la imagen de arriba tiene serpientes en su cuello aunque ahora si, mantiene los ojos bien abiertos y son grandes, hipnóticos y atractivos.

Lo que vale la pena recordar de este despliegue evolutivo de la consciencia es que el Origen siempre está presente en el Presente, es decir las consciencias anteriores ejercen una función de imán frente a la consciencia personal y tironean de ella como mecanismo de escape pero también como mecanismo de sublime integración.

La consciencia personal es recursiva, autoconsciente y dual. Disoció el mundo y desde entonces hemos de transitarlo con ciertos mapas que llamamos símbolos . A través de ellos nos abrimos paso en la complejidad de la realidad que hemos construido y de ahí nuestra vulnerabilidad. Somos muy frágiles cuando el repertorio simbólico se tambalea.

El símbolo nos separó definitivamente del determinismo puro y es esta la razón por la que la capacidad simbólica del cerebro humano fue seleccionada positivamente por la evolución: representa un avance, un ahorro de energía y una discriminación más detallada y sutil de la realidad externa. La simbolización es un hito que nos hizo más adaptativos y adaptables a la realidad, a nuestro medio ambiente.

Pero a cambio de esta ganancia hubo algunos inconvenientes: el principal de ellos es que algunas personas pueden confundir al participante con lo participado, “al oso con su huella”, sobre todo cuando la simbolización llega al paroxismo a través de la casi continua generatividad simbólica de los humanos modernos, mucho más después de la introducción del lenguaje y la escritura. A partir de ese momento -en que el símbolo se hace arbitrario- la simbolización precisó de enormes inversiones de discriminación, algunas personas sucumbieron y sucumben a esta confusión.

La mitología y los rastros que nos dejó en el arte son en este sentido una antropología y una psicología del hombre.

Bibliografía.-

“Sexual personae” (Las personas del sexo). Camille Plaglia. Arte y decadencia: de Nefertiti a Emily Dickinson.


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