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La hiperconciencia

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La idea de que hay algún fenómeno común a todas las enfermedades mentales tiene amplios antecedentes empíricos y pruebas que derivan de la clínica, la genética y el borramiento y ambigüedad entre entidades. Así, sabemos que no existe una disposición genética para una determinada enfermedad sino que todas las enfermedades mentales comparten un cluster genómico parecido. En los últimos años han aparecido varios estudios que encuentran que las variantes genéticas que confieren riesgo para unos trastornos también lo confieren para otros. Por ejemplo, este estudio de Pettersson y cols. encuentra un mismo origen genético para esquizofrenia, trastorno esquizoafectivo, trastorno bipolar, depresión, ansiedad, trastorno de atención/hiperactividad, trastornos de uso de drogas y alcohol y criminalidad.

Desde la clínica sabemos que la comorbilidad es la regla y no una excepción, siendo la comorbilidad ansiedad-depresión la más común y aunque han aparecido entidades a medio camino entre la neurosis y la psicosis (dicotomía clásica) está no ha podido ser superada y sigue siendo el andamiaje preferido por los clínicos, un andamiaje categorial.

La psiquiatría clásica llamó la atención sobre el hecho de que las psicosis tendrían un mismo origen. Griesinger habló de la psicosis única y entre nosotros Bartolomé Llopis se adhirió a esta concepción,aunque la idea tuvo poco éxito cuando se enunció empujada por la fiebre de la multiplicación de las entidades en el eje I. En este modo de pensar la psicosis seria un síndrome que compartirían diversas enfermedades mentales e incluso -de forma transitoria- podíamos encontrarla en las personas normales sometidas a cierto tipo de experiencias inusuales.

Así han aparecido recientemente investigadores (Caspi y Moffitt, 2018) que se han ocupado de definir ese “factor común” al que han llamado factor p. (p de psicopatología).

La dificultad esta en definir qué es eso del factor p y cómo puede medirse.

Marino Perez es un catedrático de psicología de la universidad de Oviedo cuyas ideas vengo siguiendo desde hace algún tiempo por su lucidez, si bien no comparto todo lo que dice cuando critica el concepto de enfermedad mental en la suposición de que hay “inventos” promovidos por la industria para vender fármacos. No voy a hablar de nuestras diferencias conceptuales en este momento sino que me voy a ceñir a su ultimo libro que me ha parecido muy interesante, donde propone una conceptualización de ese factor p desde un punto de vista cualitativo. Para Marino Perez ese factor común a todas las enfermedades mentales sería la hiperreflexividad.

Se trata de un concepto que se ha venido utilizando en distintos contextos, tanto históricos como hace Enric Novella pero encuentro ciertas similitudes con el concepto psicoanalítico de narcisismo, al menos en la concepción moderna, de tercera generación como propuso Otto Kernberg. Lo cierto es que encuentro pocas diferencias conceptuales entre el concepto de narcisismo y la hiper-reflexividad.

Un poco más alejado encuentro al “pensamiento rumiante”, es decir la tendencia o incapacidad de detener el pensamiento que de forma circular, familiarmente, “rollo”, puede definirse como aquel que nos da vueltas y vueltas en la cabeza y no podemos pararlo y siempre con resultados catastrofistas. Estos pensamientos se disparan automáticamente y por lo general, tienen que ver con situaciones vividas del pasado y con el consiguiente miedo de que vuelva a suceder. Es por eso que el mindfullness es una buena terapia para desenrollar los enredos vitales, pues la atención plena no consiste en atender a todo lo que pase por nuestra mente sino precisamente aprender a descartar los enredos del pensamiento. Para Marino Perez existe una relación entre este pensamiento rumiante y la hiper-reflexividad.

La hiperreflexividad o hiperconciencia no debe interpretarse como un exceso de reflexión intelectual sino como un exceso de presencia entre el sujeto y el mundo. Se trata de un concepto que ya había sido propuesto por Stanguellini -un psiquiatra italiano- para explicar la vivencia incorpórea de los esquizofrénicos, así Stanguelini explica que:

“Me experimento a mi mismo como el origen de mis experiencias. Esta forma de acceso a mí mismo es una forma primitiva de egocentrismo que es preverbal y prereflexiva, se trata de una experiencia inmediata en tanto que resulta una evidencia que no se da a manera de inferencia o criterio, no es un pensamiento, ni una emoción ni una cognición, es una experiencia de contacto primordial con uno mismo o autoafecto. A esta experiencia algunos autores le han llamado ipseidad y otros mismidad. No solamente se trata de una experiencia previa a toda experiencia sino una condición de la misma.

Una vez hemos definido al “cuerpo vivido” desde el punto de vista fenomenológico ya estamos en condiciones de entender que este constructo es el embrión de la corporeidad y la intersubjetividad puesto que el vinculo perceptivo entre el sí mismo y otra persona se basa en la posibilidad de identificarme con el cuerpo de la otra persona por medio de un vinculo de percepción primario del mismo estilo que me relacionó con mi propio cuerpo. En este sentido la propiocepción interviene en la comprensión de otras personas a través de una especie de sintonía corporal.

La cenestesia es el término a través del cual hablamos de la percepción interna -propiocepción en movimiento- del propio cuerpo mientras que la palabra cenestopatía describe las sensaciones corporales anormales. Se trata de dos fenómenos muy descuidados en la psicopatología y la psiquiatría actuales. Fue Greek quien en 1974 acuñó este termino indicando que se trataba del medio por el que el alma se informa del estado del cuerpo.

Cenestesia  procede del griego koiné aesthesis que significa “sensación común”.

Y tan común porque el cuerpo habla continuamente, nos habla y aunque casi siempre nos habla de sensaciones corporales normales algunas veces estos mensajes están cargados de sentido como sucede en la hipocondria, la histeria, la ansiedad y sobre todo en la esquizofrenia donde son características las sensaciones que implican extrañeza, entumecimiento, movimiento, tracción ,etc. Lo patológico no es la sensación en sí que es banal y carece de significado clinico sino la interpretación casi siempre delirante que los esquizofrénicos hacen de ella. En cualquier caso no deberíamos ser conscientes de estas señales que proceden del cuerpo y lo somos porque somos hiperconscientes..

Lo anormal para Stanguellini no es la percepción corporal en sí sino la forma en que le prestamos atención y que el autor denomina reconocimiento hiperreflexivo que seria un modalidad patológica del reconocimiento normal y mínimo que he descrito cuando hablé de la mismidad y del cuerpo vivido.

Se trata de una especie de sobreinterpretación de las sensaciones corporales que tienen mucho que ver con lo inefable, es decir que la cenestopatía aparecería cuando alguna sensación no puede categorizarse verbalmente, de la misma opinión era Henri Ey que consideraba que las alucinaciones corporales brotaban cuando el sujeto no puede nombrar una sensación corporal algo que la mayor parte de nosotros hacemos por medio de una metáfora un “como sí”.

En este sentido alucinar es percibir el propio cuerpo de manera completa o parcial como un objeto o entidad viviente fuera de sí mismo es decir como algo transformado precisamente por la imposibilidad de la expresión metafórica”.

La experiencia esquizofrénica sería para Stanguellini una experiencia de hiperreflexividad y dualidad radical.

Stanguellini, como he dicho fue el primero en relacionar el exceso de reflexión con algunas enfermedades mentales: más concretamente en el caso de la esquizofrenia habla Stanguellini de una hipertrofia cartesiana del pensamiento. Aqui hay un post sobre esta cuestión.

Una hipertrofia que algunos han llamado “autoreconocimiento hiperreflexivo (Stanguellini, 2009) o simplemente hiperreflexividad (Marino Perez Alvarez, 2003, Saas 1992). Se trata en cualquier caso de una hipertrofia de la subjetividad, algo que ya señaló Foucault en 1966 cuando escribió que “la modernidad supone la diseminación y legitimación de todos los goces” y yo añadiría ahora de todas las posibilidades de ser o estar en el mundo y que nos imaginamos como una especie de menú desplegable donde todos nosotros no sólo nos creemos con derecho  a poder elegir cualquier cosa sino que cualquier cosa es elegible.

Y no sólo se trata de una reflexividad individual sino institucional, así en palabras del propio Giddens:

La reflexividad institucional es una característica de la sociedad moderna y consiste en la incorporación de los conocimientos e información nueva a los contextos prácticos de la vida de modo que los modelan y reorganizan. Los ambientes así constituidos transforman a su vez el conocimiento experto y se convierten en nueva fuente de información.

En términos comprensibles significa que el hombre moderno está persuadido de que puede elegir entre cuestiones que en realidad están más allá de su capacidad de elección. O si no lo están ahora y aparecen como “elegibles” es precisamente porque la tecnología ha permitido que lo inefable acabara fundando una franquicia en la subjetividad humana apareciendo como alternativas que inevitablemente nos llevan a una sobreinterpretación cuando no a la duda, la ansiedad o la confusión. La mayor parte de las alternativas son ilusorias.

De manera que el término hiper-reflexividad viene de largo, la novedad que aporta Marino Perez en este libro es que la hiper-reflexividad no es una avería del cerebro sino un proceso histórico y transdiagnóstico. En este sentido Marino Perez sugiere que las enfermedades mentales no están en los genes ni en el cerebro y no hay nada que buscar allí, sino en los procesos histórico- sociales que a su vez construyen subjetividades nuevas y como estos nos cambian el cerebro. Se opone así al cerebrocentrismo y propone la búsqueda de estos factores en la cultura y en cómo la adopción y generalización de algunas tecnologías -como la escritura- han propiciado este hombre actual hiperconsciente de sí mismo y propietario de una conciencia recursiva, que se piensa a si misma. En el libro recorre la evolución de esa hiper-reflexividad a través de la literatura y sobre todo el eje San Petersburgo-Praga-Paris-Lisboa,  a través de la literatura de Dovstoyevsky-Kafka-Flaubert-Pessoa.  Esta hiper-reflexividad es a la vez veneno para la mente pero también el alimento de la lucidez. Lo que nos hace lucidos puede también enloquecernos.

El sueño de la razón produce monstruos.

Bibliografía.-


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