He participado muchas veces en seminarios donde se hacia esta pregunta como y casi siempre desde una perspectiva espiritual y optimista. Al parecer hay muchas personas que creen que viviendo en un mundo mejor -del estilo “Un mundo feliz”, de Huxley- desaparecerían muchos de los malestares humanos. Los que así piensan pertenecen a un genero humano especial, los que creen en un progreso con una única flecha que señala hacia un futuro necesariamente mejor, algo así como si la humanidad pudiera elegir su destino y donde la tecnología, las ciencias del cerebro y la mejoría de la cooperación entre humanos fueran de la mano para conseguir tal objetivo. De algo así hablamos en este post cuyo autor es Juan Rojo y que dedicamos algunas horas para debatir este asunto.
Pero he notado que en esos encuentros se pasa por encima de un hecho fundamental: las enfermedades mentales cambian y no solo cambian sino que algunas desaparecen mientras otros malestares aparecen. Hay un continua oscilación en la presentación sintomática del sufrimiento.
Enfermedades mentales en trance de desaparición-
No cabe duda de que algunas formas de esquizofrenia, al menos las más malignas (con síntomas negativos) han desaparecido casi por completo. La hebefrenia, las formas simples y la catatonia apenas si se ven en la clínica de nuestros días, mientras que las formas paranoides o las formas recortadas son las más frecuentes. Hay varias teorías para explicar este fenómeno, algunos apelan a la desaparición de los manicomios, otros a la aparición de los antipsicóticos, al tratamiento precoz y a las practicas rehabiitadoras y sobre todo a los ingresos breves y la desinstitucionalización. Y no cabe duda de que algo de razón tienen los que sostienen estas causas. Pero lo cierto es que las enfermedades mentales siguen patrones culturales, son por decirlo de otra manera dependientes de la subjetividad humana y patoplásticas, es decir adquieren presentaciones bien distintas según la época y también según nuestras conceptualizaciones. Y lo cierto es que nuestra conceptualización de la esquizofrenia ha cambiado en los últimos 40 años.
Para empezar ya no la consideramos una enfermedad incurable pero también hemos modificado nuestra actitud con respecto a los locos en general. En la locura vemos una dignidad similar a otras enfermedades y los psiquiatras de mi generación teníamos otro concepto bien distinto en la manera de tratar a los locos que los que adoptaban nuestros predecesores. Escuchar empáticamente y tratar con delicadeza e interés a los locos fue una novedad que cambió para siempre la locura. Y por supuesto proscribir los castigos.
Otra enfermedad que ha desaparecido de las consultas corrientes en psiquiatría fue la histeria de conversión y las histerias crepusculares. Aquellas grandes histerias de finales del XIX y principios del XX ya no se ven en la clínica. ¿Por qué? Pues porque las histéricas antiguas hoy son feministas y encontraron otras formas de reivindicación distintas a las parálisis o los desmayos. ¿Hay hoy alguna mujer que se desmaye para eludir su responsabilidad moral en su deseo de entrega? Claro que no, ya no existen limites sexuales para la mujer, ya no necesitan desmayarse o fingirse paralíticas para no hacer lo que por obligación se les impone como aquellas pacientes de Freud cuidadoras forzadas de padres sifilíticos o tuberculosos. Por desaparecer ha desaparecido aquella excusa tan chistosa de la mujer que fingía jaqueca para eludir el coito en una época en que el coito no se podía rechazar. Hoy son los hombres los que no eluden el contacto físico con sus esposas, debido a el “deseo inhibido”, falta de deseo o bien disminución del mismo cuando no la disfunción sexual máxima: la impotencia.
Las oligofrenias por su parte eran un capítulo muy importante en las oposiciones de cualquier psiquiatra. Hoy han desaparecido de los manuales psiquiátricos, se han depsiquiatrizado bajo un epígrafe neutral: las discapacidades. Han pasado de ser consideradas enfermedades del cerebro a “maneras de ser y estar en el mundo”. Algo relacionado con la neurodiversidad,
Las psicosis epilépticas, las psicosis orgánicas, las demencias y los deliriums ya no se tratan por los psiquiatras sino por los neurólogos y es muy posible que el control de las convulsiones con los nuevos antiepilépticos y la no institucionalización hayan mejorado el pronóstico de la epilepsia.
Enfermedades que han sufrido un repunte o incluso conceptualizaciones ex novo.-
Es verdad que la esquizofrenia sigue existiendo como también las neurosis histéricas si bien esta conceptualización -la de histeria- desagrada mucho a los psiquiatras organicistas y a las clasificaciones DSM pero se han encontrado otros nichos donde ubicarlas: la disociación o los trastornos facticios son los neologismos que hemos inventado para ocultar las dinámicas por otra parte universales de la histeria, es decir los problemas de identificación -la identidad- en las mujeres.
El binomio neurosis-psicosis ha sido puesto en cuarentena por una multitud de trastornos a medio camino entre ambas como los trastornos alimentarios, las adicciones o los trastornos de personalidad, versiones mitigadas de las grandes patologías clásicas. Así el trastorno paranoide de la personalidad se considera una versión menor de la paranoia, el trastorno obsesivo-compulsivo del TOC, el trastorno evitativo de la neurosis fóbica, Mención aparte merece el TLP /trastorno limite de la personalidad que carece de referente en la Psiquiatría clásica y – a pesar de que se ha identificado con distintos nombres (trastorno border-line, esquizofrenia ambulatoria, esquizofrenia pseudoneurótica)- no encaja demasiado ni en la psicosis, ni en la neurosis.
En mi opinión la aparición de estas “nuevas enfermedades” es la demostración de que las enfermedades mentales han cambiado de ubicación, a veces incluso se han “normalizado”. Nuestras conceptualizaciones no hacen sino dar la razón a la idea de que hemos ganado en mejorar el pronostico de las más graves a cambio de multiplicar las formas menores. ¿No es verdad que acusamos constantemente a los DSMs de patologizar lo normal? ¿No es verdad que solemos decir que el DSM está sobrecargado de entidades indistingibles de la normalidad?
La razón es que la locura y la cordura están muy cercanas. Más que eso, en cada uno de nosotros hay un loco que aguarda su oportunidad de emerger. Todos estamos un poco locos como dice el refrán. Y tal y como podemos ver en la imagen que preside este post es precisamente la normalidad la que está alejada tanto de la locura como de la cordura. En la locura hay gotas de cordura, hay una lógica en cualquier desvarío, en cualquier chifladura.
Dicho de otra manera hay una continuidad entre la normalidad y la locura.
Es por eso por lo que sin pretenderlo los DSMs cada vez incluyen más y más conductas normales y corrientes entre sus clasificaciones pues la Psiquiatría del futuro tendrá que interesarse mucho más por los sufrimientos que aquejan a los ciudadanos comunes y menos en intentar discriminar lo normal de lo patológico, ir más allá del binomio razón-locura. Y tratar de discriminar las causas (hoy desconocidas) por las que una persona que ayer era considerada normal o algo neurótica hoy está ingresada con una psicosis aguda. Y una manera de saberlo es inventando un concepto que parece un oximoron.
Y realmente lo es.
Las locuras normalizadas
“La prueba de una inteligencia de primer nivel es la capacidad de tener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y seguir manteniendo la capacidad de funcionar”. -F. Scott Fitzgerald
El oximoron es una figura retórica que pone a prueba nuestra capacidad de pensar de una forma compleja, un ir más allá de lo categorial. Aparentemente es una contradicción lógica, pues ¿puede una locura ser normal?.Precisamente por eso prefiero la palabra “locura” a la palabra “enfermedad”. La enfermedad es algo que nos sucede, pero la locura no funciona de este modo, es una elección. Una elección forzada si se quiere pero es algo – una defensa- que el individuo lleva a cabo para sobrevivir. En medicina clásica o estamos enfermos o estamos sanos, pero en Psiquiatría podemos estar locos y hacer una vida normal. Podemos incluso estar medio locos o locos cuando hablamos de un tema concreto pero cuerdos en el resto. Podemos estar cuerdos en la calle o en el trabajo pero locos cuando estamos en la intimidad de nuestra familia.
Y cada vez tenemos ejemplos más claros de esta parcialidad de la locura: existen ideas absolutamente delirantes en personas por otra parte normales. Un arquitecto que cree que la tierra es plana, un profesor de universidad que cree que su gurú de turno es una especie de ser inmortal con varias reencarnaciones, por no hablar de las creencias fanáticas de carácter ideológico, político, religioso o de la diseminación de identidades sexuales alternativas.
Una anécdota personal.-
Hace algunos años en un congreso de Psiquiatría me invitaron a cenar con unos colegas. Fui a parar a una mesa donde no conocía a nadie y después de las primeras reservas durante el primer plato se inició una dialogo entre los más próximos de la mesa. Pronto tomó la palabra un colega frente a mi algo tosco y locuaz que comenzó a hablar de temas esotéricos sobre templarios, búsquedas del Grial, pasadizos secretos que salían de Zaragoza y llegaban a Paris, etc. Le escuchábamos con cierta displicencia hasta que en un momento determinado el colega susodicho comenzó a contarnos sus experiencias mas íntimas. Había hablado con Dios, quien le había comunicado todo este conocimiento, a partir de este momento nuestra atención se hizo más intensa frente a su declaración. Pero ahí no terminó su confesión, inmediatamente nos hizo otra con la que quedamos aun más perplejos si cabe. No solo hablaba con Dios sino que ¡le había fotografiado! Y efectivamente nos enseñó la foto donde se veía una especie de masa blanca sobre un fondo negro que podía ser considerada como una pasta de dientes o de plastilina y que para él era ¡La Luz! que dimanaba de Dios.
Ya había oído hablar de las “paranoias enquistadas”, significa que una persona puede ser normal en todos los aspectos de su vida pero delirar tan solo en un tema, que puede contarlo o no en función de si le conviene disimular. Es muy frecuente que algunos paranoicos no cuenten sus delirios a los psiquiatras para no recibir tratamientos psiquiátricos forzados, mientras que otros disimulan sus verdaderas convicciones delirantes. Otros lo guardan como un secreto.
Lo interesante del compañero psiquiatra es que lo contó delante de un grupo de psiquiatras de donde se deduce que estaba convencido de la verdad y razón de su creencia. En este sentido podemos observar que muchas veces el delirio es algo inocente, algo que ningún psiquiatra trataría de aclarar o de contradecir y mucho menos de tratar médicamente. En mi opinión sigue siendo un delirio pero es bien distinto a los delirios paranoicos clásicos. No es un delirio que vaya solo contra la razón como los delirios clásicos o contra el principio de realidad sino que es una confrontación contra otra realidad, la psíquica que es posible entrever en la soledad y la insignificancia, nada menos que tiene conversaciones con Dios. Es conocido desde antiguo que los delirios místicos o megalómanos son el mejor tratamiento de los persecutorios, algo que se conoce con el nombre de “silogismo de Foville” descrito por Jules Séglas. (tomado de “Hablemos de la locura” de Jose Maria Alvarez).
Un delirio es una creencia que se aparta de la razón pero contiene algunos fenómenos que cuelgan de él: 1) el delirante cree que está siguiendo la razón 2) tiene una conducta y emociones y sentimientos compatibles con esa creencia por ejemplo tienen miedo si cree que le persiguen para matarle 3) sabe que esa creencia no es una creencia consensuada, es decir que está solo en su convicción. 4) Hay una convicción absoluta sobre esta idea.5) Grandiosidad, tanto si estamos frente a un delirio melancólico com si estamos frente a uno más paranoico, el sujeto cree ser el centro de todo (autoreferencia), y no hay mayor importancia que tener enemigos o bien ser el peor de los hombres.
¿Qué sucedería si un delirio no cumpliera alguna de estas condiciones, por ejemplo ¿qué sucedería si lograra que otros compartieran su delirio? ¿Qué sucedería si el delirio no reclutara emociones como la agresión o el miedo? Dicho de otra forma, ¿qué sucedería si hubiera grupos, gremios, o lobbies, que compartieran las creencias delirantes de un inventor de delirios con buenas dotes de creatividad y sugestionabilidad. Bueno, esto es lo que sucede hoy con las sectas pero también con las ideologías identitarias y lo que ha sucedido a lo largo de la historia en esa especie de delirios colectivos que caracterizaron, por ejemplo, al III Reich.
Estos delirios reclutan personas no necesariamente delirantes sino locos normalizados, es decir locos lucidos (Trélat), locuras blancas, locuras ordinarias (Miller) o locos razonantes (Serieux y Capgras) o esquizofrénicos latentes (Bleuler).
¿Es posible pensar que la diseminación de oportunidades de ser, de las que habló Foucault, -que es una forma de legitimar cualquier identidad- pudiera operar como un menú desplegable de opciones que permitiera a ciertas personas la posibilidad de identificarse evitando así el desplome psicótico?
Es también posible que despatologizar y desestigmatizar ciertas condiciones psiquiátricas lleve consigo un mejor encaje de ciertas condiciones minoritarias. Pero también es posible lo contrario y que diseminar cualquier tipo de identidad periférica no termine de adaptar socialmente a los disidentes si es que pretenden seguir siéndolo.
Y lo más probable es que se sigan encontrando por los semiólogos matices nuevos que añadir a las listas de síntomas para agrado de los teóricos del DSM y que el libro sea cada vez más voluminoso. Y que entonces tengamos de nuevo que aclarar los limites entre lo normal y lo patológico. Y vuelta a empezar.
En conclusión: la continuidad entre la normalidad y la patología mental es probablemente cierta pero es inaplicable en nuestro mundo, donde los jueces sentencian, los administradores dan pensiones de invalidez y los enfermos requieren cuidados médicos y gasto sanitario teniendo en cuenta el grado de discapacidad de los individuos.
En suma: veo dos tendencias algo incongruentes en la psiquiatría actual en su discurso con la sociedad. Por una parte esta´n los naturalistas que creen que las enfermedades mentales son entidades naturales, biológicas y discontinuas y otros que creen que son entidades subjetivas creadas por los discursos sociales y familiares, psicológicas y discontinuas. Lo que no saben ni unos ni otros es que andan reforzando la postura opuesta.
Yo por eso, soy ecléctico y me sitúo en la tierra de enmedio pues tanto el naturalismo como ese subjetivismo radical que dice “soy una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre” son falsos y requiere además de un nuevo diagnóstico con el que legitimar esa elección: la disforia de género.
Es el oxímoron.
Y habrá que recordar ahora que “enfermedad mental” es un oximoron. Solo la materia puede enfermar.