Tomo prestado un título de Gil de Biedma para confeccionar este post. El título concreto es “Las personas del verbo” y donde el poeta busca precisamente y a través de su memoria las acciones de cada uno de esos sujetos múltiples que habitan sus recuerdos es decir lo que hicimos, las acciones que representan los verbos y sus personas: Yo, tu, él, nosotros, vosotros, ellos. Yo voy a referirme a los pronombres personales: aquel que indica la persona gramatical (yo, mi, me, conmigo) en relación con la primera persona que es la que nos interesa ahora..
Hace algún tiempo ya escribí un post relacionado con estos concepto que titule. I, me, myself que trataba -según las ideas de Rusell Meares- de relacionar memoria e identidad. Asï proponía Meares -que para entender mejor este asunto de la identidad- una división tripartita de la memoria-identidad a través de los pronombres I (yo) me (soy) y myself (Yo mismo).
Y para ello voy a basarme en observaciones que he llevado a cabo durante el confinamiento sobre mi nieto Mateo que me ha dado la oportunidad de seguirlo prácticamente de forma semanal durante 6 meses. Unos meses fundamentales en su neurodesarrollo. Voy a referirme sobre todo a la explosión del lenguaje.
Allá por Marzo, Mateo ya conocía el nombre de algunos objetos y repetía los nombres de las cosas tal y como las iba oyendo y repitiendo, pero todavía no construía frases con sentido. Ahora ya lo hace y usa adverbios complejos de forma correcta como “todavía”, “siempre”, “nunca”, “tampoco”, etc. Lo interesante es que Mateo ya sabía quien era Mateo antes de utilizar el pronombre Yo correctamente. Hace pocas semanas que Mateo utiliza el Yo, correctamente. Pero antes de eso Mateo era y se refería a sí mismo como Mateo.
Significa que existe una identidad primaria que comienza siendo corporal (mi pie, mi nariz, mi boca) y que posteriormente se organiza (se personifica) en torno a un nombre. Mateo es el sujeto no el Yo. Esta idea es la que me parece más interesante porque parece señalar en la dirección de que existe una identidad corporal que algunos han llamado ipseidad o mismidad que es anterior al nacimiento del Yo como entidad ejecutiva. Efectivamente, Mateo es el nombre de mi nieto pero no es una entidad ejecutiva, “tengo sed” “quiero agua” o “no quiero dormir” no necesitan apoyarse en Mateo. Se apoyan en un Yo que aún no ha nacido.
Antes de que emerja el Yo, el niño no distingue entre “Yo” y el “Tú”, cualquier acción es arbitrariamente adjudicada al Tú. Por ejemplo si algo se le cae de las manos y le dices a un niño “se te ha caido”, el niño repetirá “se te ha caido”. “No, no se me ha caido a mi sino a ti” replicarás. “A ti” repetirá. Este diálogo de besugos puede prolongarse durante mucho tiempo pues el niño aún no ha comprendido que es o puede ser agente de algo. Si algo se cae, no es porque lo haya tirado al suelo sino porque “se ha caído”. Es algo así como una causalidad mágico-arcaica, una franquicia de la infancia de la humanidad donde todo parece estar animado, es decir donde los objetos parecen tener vida propia.
Hablar de sí mismo en tercera persona es un hábito común en muchas personas y es sobre todo un recurso literario muy frecuente. Algunos autores lo utilizan para hablar de sí mismos mientras recurren a este truco para distanciarse de sí , pero no es frecuente que un niño diga “Mateo se ha caído, aunque si le preguntamos ¿quién se ha caído” dirá Mateo pero no Yo”
Pero llegará un día en que Yo y Mateo se fundan y que responda “Yo” cuando le preguntes quién se ha caído. A sabiendas de que Mateo soy yo. Llegará un día en que el Yo tome el mando ejecutivo de toda acción y Mateo – el sujeto- pase al fondo del paisaje como un observador escondido.
Los materiales del sujeto.-
Hablar del sujeto es hablar de la identidad y en adelante me propongo explorar estos rudimentos de identidad, los más arcaicos antes de la emergencia del Yo.
La identidad es “el producto de una particular combinatoria de identifcaciones. Llamamos identificaciones a las características que el sujeto adquiere mediante un proceso de ‘copia’ o duplicación” (Chiozza, 1986b, cap. XII, apdo. “La adquisición de la identidad”). Este proceso puede ser descripto esquemáticamente en dos fases. El yo, por una parte, introyecta estímulos o ideas confi gurando el “plano” o el modelo que deberá copiar; por otra, incorpora la sustancia para materializar, para dar “cuerpo” al modelo. El proceso completo mediante el cual la “copia” adopta y hace propias las cualidades del modelo, se denomina asimilación (hacer semejantes) o, mejor aún, identificación (hacer idénticos) (Chiozza, 1963a).
Se describen, en psicoanálisis, dos tipos de identificaciones:
1) La identificación primaria o directa es la que ocurre con ambos padres de la “prehistoria” (Freud 1923). Con el término “prehistoria” se hace referencia a todo el período de desarrollo individual anterior a la posibilidad de “recordar” mediante la palabra, incluyendo en ese período tanto la ontogenia como la filogenia (Chiozza, 1986 en “La adquisición de la identidad”). De modo que en este tipo de identificación se incluyen las cualidades que se adquieren de los padres y también de los antepasados de cada uno de ellos.
2) La identificación secundaria ocurre con los padres de la historia personal o con sus representantes posteriores. Es “secundaria” o “indirecta” porque se adoptan las cualidades de un objeto con el que previamente se había establecido un lazo.
Etimológicamente, identidad significa “la misma entidad”, “el mismo ser”. El principio ontológico de identidad postula, en filosofía, que toda cosa es igual a sí misma (Ferrater Mora, 1965). Se evidencia así que en el concepto de identidad se halla implícita una comparación de la cosa respecto de sí misma. En otras palabras: la identidad de una cosa se establece, en el transcurso del tiempo cronológico, a partir de un núcleo invariante que permite reconocerla como la misma en momentos diferentes,
desechándose las variaciones accidentales que no modifican su esencia.
En suma, somos copias de un original al que vamos añadiendo ornamentación a lo largo de la vida.
Así, desde el punto de vista psíquico, las sucesivas identificaciones, en tanto se edifican sobre un núcleo estable, no afectan en sus fundamentos al sentimiento de identidad de una persona. De modo que “una identidad bien establecida se acompaña generalmente de la capacidad de reconocerse en la peculiaridad de su propia forma” (Chiozza, 1986b, cap. XII, apdo. “La adquisición de la identidad”). El sistema inmunitario, mediante un proceso de reconocimiento , discrimina lo que llamamos propio de lo que llamamos ajeno y, a partir de allí, tolera y defiende lo propio y ataca a lo ajeno. Decimos, entonces, que el sistema inmunitario se arroga la representación simbólica de la defensa de la identidad. “Propio” y “ajeno”, los términos habitualmente utilizados por la inmunología para designar al producto del reconocimiento, se constituyen así, en virtud de la memoria “inmunitaria”, y desde el punto de vista de los significados inconscientes, en lo “familiar” y lo “extraño”. Siendo lo ajeno algo familiar que ha sido reprimido tal y como Freud advirtió en su celebre ensayo “Lo siniestro”.
Chiozza asegura en un ensayo sobre las enfermedades autoinmunes que la identidad seria en realidad un combinatoria de los sistemas HLA de padre y madre. Dicho de otra manera: nuestra identidad arcaica es en realidad un sistema de neurodefensa calcado del que llevan a cabo ciertos genes que son en realidad los que configuran la esencia defensiva de cada ser humano que no es otra cosa sino el sistema HLA.
De manera que el Sujeto es en realidad la identidad que se establece prácticamente desde el nacimiento, una identidad que comienza siendo corporal y que al cabo de un tiempo y en función de la aparición del Yo sigue construyendo prolongaciones con aquellos planos que construimos durante los dos primeros años de vida. Lo interesante desde mi punto de vista es que esta mismidad a su vez está relacionada con el “conmigo” se trata pues de una apropiación del propio cuerpo. “Este es mi pie”. Ser propietario de mi propio cuerpo es pues el fundamento del Sujeto, del “me y el mio”.
El primer paso del sujeto es idéntificarse consigo mismo, una especie de repliegue ontologico.
Es por eso que Mateo sabia ya hace más de un año que sus juguetes son suyos y sabe también que los juguetes de otros niños no son suyos a menos que los compartan.