El sexo no puede apaciguar el deseo (M. Durás)
Aquellos de ustedes que leyeron el primer capitulo de esta serie ya sabrán a estas horas que la psiquiatría está en crisis porque ha tropezado con sus propios limites.
Limites que proceden del hecho de considerar a la enfermedad mental como un hecho natural. Digámoslo claramente: las enfermedades mentales tienen muy poco (algunas mas que otras) de naturales. Son, en su mayor parte culturales. Y en relación con la sexualidad humana sólo la sexualidad reproductiva es “natural”, la sexualidad erótica tiene muy poco de natural, entendiendo como erotismo a ese plus que añadimos a las relaciones sexuales con el fin de prolongar, diferir, aumentar o anestesiarse contra el placer.
La mayor parte de nosotros creemos que “cultura” es un grupo de condicionantes que proceden del hecho de ser humanos y no tener más remedio que vivir de un modo social, gregario, es decir junto a otros semejantes que necesariamente se han de agrupar y cooperar en grupos amplios, con división de tareas y reglas que ordenen los grupos hacia objetivos de supervivencia.
La cultura es la responsable de que hayamos desarrollado parcelas psíquicas distintas pero ordenadas en tres principales: éticas, estéticas y de conocimiento transmisible.
Robert Spitzer fue un psiquiatra norteamericano (recientemente fallecido) que propuso en 1973 la desaparición del DSM-2 del diagnóstico de homosexualidad. Dicho de otra manera Spitzer defendió antes que nadie -hoy todos los psiquiatras estamos de acuerdo con ello- la idea de que la homosexualidad no era una enfermedad mental y que por tanto no estaba indicado ningún tratamiento para “curarla”. Sin embargo el mismo Spitzer sostuvo durante el resto de su vida que la homosexualidad era reversible del mismo modo que la heterosexualidad. Dicho de otra manera, que la orientación sexual podía modificarse a lo largo del tiempo. Es algo que todos hemos observado en alguno de nuestros pacientes e incluso en algún conocido: de repente un heterosexual se convierte en homosexual y al contrario, como le sucedió a esta persona que últimamente ha salido en los medios. Y aunque la justicia ha condenado al hombre por motivos morales, lo cierto es que bien pudo suceder que antes fuera hetero y ahora homo, es decir que haya sufrido una reconversión espontánea. Pero si la orientación sexual puede modificarse espontáneamente también puede hacerse mediante algún tipo de intervención externa como sostenía el último Spitzer.
El mismo Spitzer propugnaba ciertas terapias de conversión hasta que se dio de bruces con la evidencia de que estas terapias no gozaban de buena prensa, en parte por los abusos que de ellas se hicieron en el pasado y en parte por el rechazo de ciertos lobbyes políticos. Al final de sus días Spitzer -sometido al desprestigio de estos activistas- renunció a seguir investigando sobre el asunto y aceptó que sus investigaciones no eran concluyentes. Hoy las terapias de conversión están prohibidas en buena parte del mundo.
Pero en mi opinión existe una contradicción en todo este discurso. ¿Es que es necesario estar enfermo para obtener el apoyo de un psicólogo o cualquier profesional de este estilo? La mayor parte de personas que acuden a un profesional no lo hacen porque estén enfermos con alguna etiqueta compatible con criterios DSM, sino simplemente porque tienen conflictos en su vida que requieren la ayuda de alguien externo a su entorno. Mejor un profesional. Los clientes de un psicólogo en general no son “locos de atar” sino personas con dificultades vitales que en un momento de su vida toman la decisión consciente y voluntaria de buscar ayuda.
De manera que el termino “terapia” que invoca electrochoques, neurocirugías o adoctrinamientos conductuales no pertenece al registro actual de lo que entendemos como tal.
En realidad lo que se encuentra debajo de esta prohibición es la convicción de que la homosexualidad es innata y que por tanto intervenir en una opción sexual innata es algo así como violencia o encarnizamiento terapéutico.
Pero lo cierto es que nadie ha podido demostrar hasta ahora que la homosexualidad sea una condición innata. En la otra parte del discurso tampoco nadie ha podido demostrar que sea una condición aprendida, sea lo que sea que signifique esta palabra. En realidad lo que es cierto es que a pesar del psicoanálisis- que ha sido el defensor histórico de que esta condición era explicable en función de rancias operaciones- nadie ha podido demostrar ni una cosa ni su contraria. Es como si la ciencia hubiera tropezado con un escollo imposible de saltar. Con el propio limite de la ciencia.
En un post anterior ya me había ocupado de este asunto, y había pasado revista a las teorías que planteaban alguna hipótesis de la existencia de este fenómeno: la homosexualidad es una conducta que evolucionó por razones culturales desde algún lugar donde la heterosexualidad era la norma y que no es ajena a la evolución de la belleza, del arte, del amor o de la religión.
La evolución de la sexualidad humana.-
La sexualidad humana tiene poco de natural pues se encuentra enredada en la cultura humana de una forma enmarañada; se encuentra enredada en temores ancestrales y sobre todo en algunos tabúes, como el tabú del incesto lo que hace que se encuentre sometida a presiones por parte de los grupos a fin de organizar las lineas de filiación entre padres e hijos. En este sentido la homosexualidad es un desafío subversivo a la normativa sexual y es por eso que ha sido perseguida por gobernantes y religiones, incrustándola en un parapeto moral que ha justificado históricamente no pocos abusos frente a esta población.
Personalmente me inclino a pensar que uno de los hitos evolutivos de la sexualidad humana son la invención de la belleza, y el amor junto con el deseo aunque el sexo no es capaz de apaciguarlo totalmente. No pudo haber amor antes de que se descubriera la belleza, una característica dual: hay una belleza femenina y una belleza masculina, del mismo modo que hay un amor “hetero” y un amor “homo”. La belleza y el amor pudieron representar la fusión que el cerebro llevó a cabo en su dialéctica perpetua en la guerra de sexos: masculino-femenino, vertical-horizontal, lineal-redondo, alto-bajo, cerebro-cuerpo, nature-nurture, lo apolíneo-dinonisíaco, sol o luna, lo celeste y lo terrestre, o lo robusto y lo grácil.
Haciendo un ejercicio de ingeniería inversa podríamos pactar que los cerebros actuales están más balanceados que nunca merced a la domesticación de nuestra especie (autodomesticación), tanto hombres como mujeres presentan características biológicas de ambos géneros. En general es cierto que se ha roto la polarización clásica y que los esquemas clásicos e rasgos típicos para cada sexo están evolucionando hacia un cerebro isosexual.
En realidad aunque la homosexualidad fue la primera parafilia en desaparecer de los listados DSM, es cuestión de tiempo de que todo el apartado de las parafilias siga la misma suerte. Si los homosexuales no son enfermos qué sentido tiene seguir considerando a sado-masoquistas, voyeurs, exhibicionistas, fetichistas y demás disidentes sexuales conocidos o por venir como tales. Según Behring todos somos desviantes sexuales lo que no significa que estemos enfermos, sino que hemos encontrado una manera para potenciar el deseo sexual que paradójicamente esta enredado en la evitación genital, pues toda parafilia es algo así como un coito sin cópula, una estrategia para evitar la copulación, lo que señala en la dirección de que hay algo siniestro en el sexo que no puede ser otra cosa sino las adaptaciones ancestrales que vinculaban al sexo con prohibiciones, reglamentaciones, temores, fobias, filias y misterios siempre asociadas a la función reproductiva de la mujer.
En conclusión necesitamos una nueva Psiquiatría que rompa amarras con los criterios naturalísticos del siglo XIX y que comience a pensar lo humano desde una perspectiva de complejidad, apoyándose en la psicología evolucionista, en el psicoanálisis y en la neurociencia y que renuncie de una vez a las clasificaciones médicas que no hacen sino empobrecer el territorio observado. Que tenga en cuenta nuestras adaptaciones ancestrales si es que quiere cambiar algo en los fenotipos actuales y que se plantee cuales de estas adaptaciones han quedado ya obsoletas.
Un ejemplo de lo que quiero decir es que ya va siendo hora de que emerja un nuevo contrato sexual que rompa definitivamente con la idea de Helen Fischer de “contrato sexual”, basado en “proteínas animales a cambio de sexo” o “protección a cambio de sexo”, lo que es lo mismo que decir que si las mujeres pueden autogobernarse a si mismas tendrán que acostumbrarse también a renunciar a las ventajas que les ofrecían las sociedades tradicionales y los hombres también -por supuesto- tendremos que inventar nuevas formas para retener a nuestras parejas aunque ya no necesiten ser mantenidas.
Si las mujeres ya no necesitan protección ni gobierno entonces los hombres habrán de inventar nuevas formas de seducción, haciéndose cada vez más parecidos a ellas.
Eso es la isosexualidad, un término biológico que va más allá de la equidad o la igualdad..