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El autoengaño (XXXIX)

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No cabe duda de que el engaño no es una estrategia humana, sino que está muy diversificada en la naturaleza, tanto en la vida animal como en la vegetal. Engañar es una estrategia diseñada para optimizar el resultado de la reproducción y para minimizar las cargas de la misma. Lo ideal es poder reproducirse sin gastar energías en eso que se ha llamado “inversión parental”. Engañar es pues un asunto de medraje, de lo que se trata es de ganar recursos y estatus al menor coste posible.

Y es evidente que el engaño ha evolucionado precisamente porque proporciona a los mentirosos grandes beneficios, se trata pues de un rasgo que se ha seleccionado positivamente. Pero hay un problema de armamento como describió Matt Ridley en “La reina roja”. La mentira se hizo cada vez más sutil a medida de que evolucionaba -a su vez- la capacidad de detectar las mentiras de los otros.

Es por eso que el engaño fue evolucionando hacia el autoengaño, y esto si es una propiedad humana pues ningún animal posee autoconciencia reflexiva sino en todo caso una autoconciencia pre-reflexiva. La mejor forma de engañar a los demás es pues engañarse uno mismo. Y no cabe duda de que nosotros los humanos hemos desarrollado esta característica hasta el paroxismo, si bien estamos de nuevo en una carrera de armamentos para detectar autoengaños, debe ser por eso que las enfermedades evolucionan y la histeria de conversión ha desaparecido ya de nuestras consultas. ¿Pero cómo lo llevamos a cabo?

Mirar y ver.-

Estoy en mi despacho, y tengo delante la pantalla de mi ordenador, hay una mesa, llena de libros, más allá una estantería llena de libros cuyos lomos no alcanzo a ver, hay un flexo y a mi derecha una ventana, un ratón aguarda en una almohadilla al lado de mi teclado esperando ser atrapado por mis manos que deambulan por delante de mi campo de visión tratando de teclear este post. Lo importante de esta descripción es que todos esos objetos que aparecen en mi campo de visión son cosas que veo, pero que no miro. Ver requiere efectivamente intención, pero la mirada es sobre todo atención. de manera que podríamos concluir que la mirada es la metapraxia de la visión.

Lo mismo podemos decir de la escucha y la audición. Todos sabemos que podemos oír a alguien sin escucharle, incluso hay un adagio castellano que dice “por una oreja me entra y por otra me sale” y que puede traducirse por un desinterés o indiferencia a lo que a uno le dicen. Podemos adaptarnos al ruido, incluso a un tinnitus y dejar de oírlo con un poco de entrenamiento, porque escuchar requiere atención, oír solo intención, o dicho de otra forma: nuestro oído está diseñado para oír aquellos sonidos que traspasan una determinada intensidad pero no requiere atención: lo contrario a lo que hacemos cuando escuchamos a nuestros pacientes en entornos terapéuticos. Escuchar es la metapraxia de la audición, Freud le llamó “escucha flotante”, pero yo prefiero llamarle solo “escucha”, pues escuchar es algo distinto a oír y no precisa ninguna flotación, funciona con la atención.

De manera que tenemos dos variables tanto en nuestra percepción como en nuestra conducta: la intención y la atención, pero nos falta una tercera dimensión: la agenticidad.  Nuestro paciente con tinnitus sabe que ese ruidillo infernal procede del interior de su oído, es una especie de efecto adverso de una antigua infección del oído interno: ahí quedó como recuerdo un tintineo, o timbre o pitido más a o menos audible según nuestra capacidad de adaptación, pero en cualquier caso el afectado sabe que procede de su cuerpo, de su oído, es decir de si mismo. Sabe que la atención aumenta o disminuye el efecto pero está completamente seguro de que el agente está en él, más concretamente en el interior de su oreja.

La agenticidad en la esquizofrenia.-

Hace algunos años traté a un esquizofrénico, esa clase de pacientes con los que estableces una buena relación y viene a verte de vez en cuando, sobre todo en las malas épocas. Este paciente tenia un ulcus gastroduodenal y cada año tenia un brote doloroso, venia a verme -pues casi siempre coincidía este brote- con elaboraciones (interpretaciones) paranoides de tipo “influencia” sobre su dolor que atribuía a una vecina que a través de ciertos alambres y conexiones invisibles le tironeaba con intención de molestarle o excitarle pues este tironeo acababa con una erección que atribuía a la maldad de esa vecina.

Sin embargo fuera de estos brotes el paciente llevaba una vida bastante normal y empática, incluyendo a esta vecina a la que obviamente deseaba sexualmente pero nunca traspasó esa linea roja del decoro necesario para con los vecinos. Sin embargo cuando tenia el brote gastroduodenal la cosa se ponía fea y era precisamente entonces cuando recurría a mi. Le trataba tanto la ulcera como el delirio y en pocas semanas mejoraba.

Dicho de otro modo: mi paciente ponía la agenticidad de su dolor y de su excitación fuera de él, se sentía preso de una especie de influencia intrusiva a pesar de saber que su ulcera era suya y su pene también.

Si nosotros los humanos somos capaces de autoengañarnos y no cabe duda de que el delirio de mi paciente lo es, (en realidad en todas las enfermedades mentales existe un cierto nivel de autoengaño) es porque nosotros los humanos disponemos de dos registros que proceden de nuestra autoconciencia, uno pre-reflexivo y otro reflexivo. Personalmente prefiero esta conceptualización al más clásico de consciente e inconsciente pues me permite pensarlo de una forma tridimensional tal y como ilustré en esta figura:

Como podemos ver la autoconciencia o identidad vigila desde arriba todo el campo del Yo pero hay un fondo de armario que hemos llamado ipseidad y que representa la identidad precursora tal y como conté en este post. Efectivamente no solo somos un cuerpo sino que tenemos un cuerpo, que es objeto y es sujeto a la vez: de ahí viene nuestra capacidad para el autoengaño. Esa dicotomía entre el Yo y el Mi, facilitan el trabajo de camuflaje entre lo que yo hago, yo pienso y lo que es mío o ajeno. Y que me permite desdibujar mis intenciones o de fijar mi atención en algo propio, en el post anterior le llamé hiper-reprefexividad

Pues realizar algo sin atención pero no sin intención se da también en las relaciones interpersonales en las que uno pone en juego una acción o emoción como si no se diera cuenta de ellas porque se supone que suceden sin proponérselo o aun sin quererlo cuando en realidad es algo que uno hace con una intención no reconocida. No se trata tan solo de un engaño dirigido a los otros sino sobre todo un engaño hacia uno mismo como forma de salir de una situación comprometida o de salirse con la suya sin arriesgar una decisión o bien encubrir una verdad desagradable (por ejemplo cuando disimulamos sobre las circunstancias clínicas de un paciente que sabemos que va a morir) o bien hacer brotar una verdad deseable, por ejemplo dos personas quedan con el pretexto de hacer alguna tarea juntos aunque en realidad lo hacen porque quieren estar juntos. Hacerse el tonto o ponerse de perfil o tratar de permutar nuestras intenciones por algo que nos ocurre son dos modos de no comprometer una decisión que implicaría reconocer la intención de algo. El dolor de cabeza como pretexto universal para eludir la intimidad podría ser un ejemplo a la mano de todos. Pero atención, el dolor de cabeza no es una falsificación sino una permuta: algo que comunica algo al otro se transforma en una adversidad que simplemente ocurre al azar.

En rigor mi paciente esquizofrénico con delirio de influencia no dudaba en absoluto de ser el sujeto de la experiencia de dolor de estomago y excitación sexual sino que su problema está más bien del lado del agente de la experiencia (de la vecina).

En rigor habría que decir que la autoconciencia es el modo de ser de la conciencia. La conciencia no solo existe sino que solo existe para sí (Sartre) y se puede ser consciente de si solo de un modo pre-reflexivo pues no precisa de un objeto para ser consciente de si misma, lo que le da la razón en todo lo que hace.

Debe ser por eso que es tan difícil convencer o persuadir a ciertos pacientes psicóticos de lo erróneo de sus percepciones.

Un post relacionado sobre el autoengaño en los síntomas histéricos y su conceptualización en tres dimensiones.


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