La locura tiene método (Shakespeare)
Aquellos que leyeron el post anterior ya saben qué es un egregor: una plataforma informacional no energética que ni se crea ni se degrada y que está disponible como si se tratara de planos de datos que aportan información y que es necesario -a través de la hermenéutica- organizar para que constituyan algún tipo de conocimiento sobre el mundo.
Al egregor sin embargo, le sucede algo parecido a los tumores, los hay malignos y benignos. Un tumor maligno sustrae energía a su huésped, aglutina a su alrededor otras células que convierte en malignas y además coloniza a distancia otros órganos. Algo así sucede con el egregor. Lo que diferencia un egregor maligno de otro benigno es que el maligno convoca seguidores a su causa, cuantos más seguidores más grande e intensa es su influencia, sustrae energía de ellos y no está interesado en el bienestar de los mismos, sino sólo en si mismo y por último atrae -cuanto más crece- a otros seguidores. Por ultimo genera dicotomías en la sociedad del tipo de nosotros-ellos y promueve conductas de enfermedad, de odio o de violencia.
En realidad estamos rodeados de egregor-es esto es de campos informacionales, de manera que es inevitable vivir entre ellos o vivir junto a personas que han sido capturados -a través de zombies- por ellos. Es por eso que la metáfora del ciborg es absolutamente adecuada para hablar de sujetos capturados.
Un ciborg es en realidad una entidad de la ciencia ficción, una persona con prótesis adheridas que le sirven para navegar en el mundo o aumentar sus capacidades, de manera que podemos hablar de ciborg si usted usa gafas, audífonos, marcapasos, muletas o alguna prótesis para andar. Pero hay un sentido más profundo que esos casos que cité. Un ciborg es un hibrido entre un organismo y la cibernética pero en esta acepción es una persona que ha sido capturada por un egregor maligno.
El nacionalismo es un tipo de egregor maligno, también el feminismo, los partidos políticos y las ideologías, por ultimo hablaré de un egregor bastante conocido: las enfermedades mentales.
Hay que diferenciar y entender que locura y enfermedad mental no son la misma cosa, La locura tiene distintas dimensiones tal y como nos enseña la lingüistica, al menos la inglesa. No es lo mismo estar «mad», que «fool», que «sick» o «insane», «crazy» o «bad». Hay que establecer diferencias entre locura y esquizofrenia. La esquizofrenia es una etiqueta diagnóstica mientras que la locura es un fenómeno universal, un «universal antropológico». La esquizofrenia es la forma que toma la locura a partir de la modernidad (desde 1700 para acá). La esquizofrenia es una forma de estar loco y emerge de la locura pero conviene no confundirlas, pues la locura está mayormente representada en las sociedades orales, mientras que la esquizofrenia precisa de un hombre dividido: (la duplicidad empírico-trascendental de la que habla Louis Sass) y es más frecuente en las sociedades alfabetizadas.
Cuando Emil Kraepelin visitó la isla de Java tratando de averiguar si en aquellas sociedades primitivas podían contemplarse los mismos cuadros psiquiátricos que él había descrito en Alemania, cayó en la cuenta -en realidad buscaba formas hebefrénicas y paranoides- de que los locos de aquellos lares nada tenían que ver con los locos europeos. Allí se producían también formas de locura, presididas por el arrebato, por ejemplo después de haber sufrido una traición, desplante o injusticia relacionada con la comunidad, entonces el individuo pasaba un periodo de apatía, y salía del mismo con un profundo arrebato de rabia que le llevaba a asesinar a todos aquellos que encontraba en el camino, se trata de la escenificación de una afrenta. Se trata del conocido amok, que nada tiene que ver con nuestro concepto de esquizofrenia (ni de cualquiera de las otras psicosis) Dicho de otra manera: la locura salvaje (incivilizada) carece de delirios o de las experiencias esquizofrénicas habituales, sino que se manifiesta a través de actos antisociales o transgresiones sociales que alcanzan el asesinato fuertemente sancionado por las culturas de origen. «Volverse loco» es en este sentido una escenificación y esa misma escenificación desencadena los procesos precisos anormales de la locura. De manera que «volverse loco» no es debido a una causa especifica yoica (variable independiente) como de variables dependientes. (Marino Perez, 2012). Y la variable dependiente es la cultura sobre todo el peso que tiene la comunidad y sus prescripciones sobre el individuo.
Otras formas de locura las representan las formas trágica y la forma religiosa, que tienen algo en común: hay siempre un Dios o deidad que impulsa al héroe hacia su destino o bien hay una conversión también arrebatada, que es similar a las experiencias-inspiraciones delirantes que alguna vez hemos visto en pacientes actuales. Se trata de formas mas sofisticadas que el amok, y dependiendo de la cultura (clásica o cristiana) van a manifestarse de forma bien distinta: la huida del mundo y los anacoretas son propios del mundo cristiano, pero deambular por el monte lejos de la tribu o mantenerse confinado para estar solo es una forma de anormalidad propia también de culturas orales.
George Devereux fue un psiquiatra que escribió un texto seminal a partir de sus estudios étnicos y fundó una nueva disciplina que llamó «etnopsiquiatría».
La idea fundamental de Devereux ya había sido intuida por Shakespeare: «la locura tiene método», es decir uno no tiene más remedio que o bien inventarse una nueva forma de locura o anormalidad que logre eludir todas las clasificaciones psqiuátricas, policiales o jurídicas o bien conformarse con ser un especímen clasificado por alguna de ellas. Se trata de una idea muy potente de Devereux.
Vivir en sociedad sea cual sea la cultura que la soporte está llena de contrariedades y eventualidades, pero la misma cultura -en situaciones de estrés- proporciona las indicaciones para la conducta incorrecta. Es decir nos ofrece los modelos para estar mal cuando los necesitamos y enloquecer es una forma de estar mal.
La anormalidad más que carecer de normas es una normalidad alternativa que contraviene la normatividad vigente pero no por ello carece de norma, de método.
En este sentido cobra valor la idea de que la «enfermedad mental» no es una enfermedad como el resto de enfermedades del cuerpo sino un egregor.
Como puede verse en el gráfico anterior, locura no es sinónimo de enfermedad mental sino que ésta es una de las posibilidades de enloquecer, pues enloquecer es siempre transgredir o parodiar una normal social que emana del grupo o de alguna de sus instituciones. Precisamente los antropólogos que describieron los trastornos exóticos nos señalaron que se puede enloquecer de formas bien distintas a lo que entendemos en occidente: a través de enfermedades canónicas que se suponía que eran entidades discretas, cuando no son más que un acumulo de síntomas que se presentan juntos como posibilidad pero también de forma mezclada de unos y otros.
Existen además las adaptaciones ancestrales, es decir conductas que representan ventajas evolutivas a veces distintas al fitness como la homosexualidad que sin tener un gen que la determine, es seguro que se relaciona con genes relativos a la pro-sociabilidad o los talentos artísticos. Del mismo modo las «locuras llamadas morales» como la psicopatía y el narcisismo (como rasgo de carácter) representan ventajas evolutivas evidentes al quedar fuera de los controles del grupo o de la evaluación ajena.
Por último tenemos a las locuras normalizadas o locuras razonantes de la psiquiatría clásica. Se trata de personas que han desarrollado unas creencias irracionales que rara vez inciden en la adaptación general de un modo tan intenso como sucede en los trastornos mentales clásicos. El individuo no parece estar loco salvo en ciertos aspectos que puede aprender a disimular y que usualmente reciben el apoyo de algún egregor externo, como sucede en las sectas o en las ideologías fanáticas. Recordar que las creencias no son conocimiento sino una alternativa que no requiere esfuerzo, tal y como vimos en el post anterior.
No tenemos pues enfermedades mentales sino estados mentales bien distintos, una buena paleta de ellos, algo que nos caracteriza a todos los humanos. Así el aburrimiento, el miedo, la cólera, la pereza, la indolencia, la melancolía, el hastío, la nostalgia, el optimismo. la apatía, la codicia, el sentimiento de exclusión o inadecuación, la exaltación, el entusiasmo son estados mentales que todos hemos sentido o hemos podido sentir, es como un menú de posibilidades que tomamos en nuestra vida en función de las circunstancias y de nuestra configuración genética. Depende de lo que predomine durante un cierto periodo de tiempo, este estado pasará a formar parte de la figura predominante en nuestra mente, el resto pasará a ser el fondo y no saldrá en el cuadro. Lo que hace que está figura pase al centro de la conciencia depende de la importancia que le demos y la atención que depositemos en el estimulo. .
Lo que sale en el cuadro son las consecuencias de esa disidencia, que es siempre una disidencia contra el mundo. Y hay tres posibilidades en la perspectiva de ese cuadro: la clínica, la judicial o una anormalidad nueva que cada uno ha de inventar según sus gustos.
Es por eso que todos podemos estar locos y lo estamos alguna vez, al menos parcialmente si bien no cabemos en ninguna clasificación psiquiátrica ni jurídica.
Lo que importa no es estar loco sino nuestro modo de ser-en-el-mundo que no necesariamente coincide con la hipóstasis, es decir a cómo somos en realidad.
En este sentido es cierto que no estamos o somos locos sino que «nos volvemos locos».
Y los que nos vuelven locos son esos egregor-es malignos, es decir plataformas de información que según su masa critica acumulan seguidores, los suficientes para justificar una psiquiatría clínica -heredera del naturalismo del siglo XIX- que es canónica pero que ignora resueltamente la existencia de otras locuras, probablemente porque le es difícil de encajar en un modelo cerebral determinista..
Bibliografia.-
Marino Perez Alvarez: «Las raíces de la psicopatología moderna: la melancolía y la esquizofrenia». Pirámide. Edición 2012.
Giovanni Stanghellini: «Disembodied spirits and deanimated bodyes». Oxford University Press. 2004.