Tal y como prometí en mi post anterior, voy a dedicar éste a revisar algunos elementos centrales de la teoría psicoanalítica que en mi opinión ya no se sostienen en pie después de un aluvión de evidencias que proceden tanto de las neurociencias como de la psicologia evolucionista. Este intento de deconstrucción andaba ya cierto tiempo madurándose en mí pero he de decir que fue a consecuencia de la lectura del libro de Lola Lopez Mondejar que he decidido ponerlo negro sobre blanco. Ha de entenderse que esta deconstrucción no es sistemática y es además provisional. Me reservo el derecho de cambiar de opinión.
Lo primero es hablar de qué cosa es un modelo.
Un modelo es la representación esquemática de una realidad, una especie de mapa que trata de imitar un territorio. En Psicología existen dos modelos: el cognitivo-conductual y el psicoanalítico o dinámico del que cuelgan otros modelos como el modelo del apego, o el modelo de la mentalización. Un modelo lleva además consigo una teoría sobre lo humano, una teoría que se basa en la filogenética y la ontogenia, se trata en todo caso de una teoría del desarrollo o del aprendizaje y que habla de la evidencia de que los humanos no venimos ya maduros de serie sino que esta maduración se lleva a cabo con el tiempo, en un lugar llamado infancia, a partir de experiencias precoces y experiencias más tardías que dejan su huella en nuestra mente. El psicoanálisis tiene su propia teoría: la teoría de la libido. La idea fundamental es que existe una energía psíquica que es de carácter sexual, si bien la sexualidad infantil es distinta a la sexualidad del adulto que es genital. Se supone que los niños van atravesando fases donde la erotización va desplazándose de orificio en orificio hasta llegar a la madurez.
Es importante saber ahora que los modelos se caracterizan siempre por ser incompletos o falsos. Lo importante de un modelo es que sea útil.
¿Util para qué?
Bueno, en el caso de un modelo y una teoría sobre la mente, lo importante es que este modelo sirva para tratar sufrimientos humanos en una disciplina que llamamos psicoterapia, un conjunto de técnicas y estrategias que sirven para mitigar el dolor, los síntomas disadaptativos o aumentar el bien estar de un paciente. Dicho de otro modo: los modelos y las teorías de la mente sirven para tratar trastornos mentales o sufrimientos de origen mental. Sin embargo -y aquí viene la primera disgresión- el psicoanálisis ha tenido más importancia e influencia en el cine, el arte o las organizaciones que en la terapia individual.
Para empezar el psicoanálisis es demasiado caro y es inaplicable en entornos públicos, por otra parte es de una eficacia similar a la que se obtiene por otras terapias y la peor noticia: no todo el mundo es un buen candidato para un psicoanalista, se precisa cierto gusto por la verdad histórica y bastantes entendederas sobre lo psicológico. Por ultimo, algo que comparten todas las psicoterapias: no sirven para resolver los problemas mentales más graves, donde han mostrado siempre -igual que todas las demás- su ineficacia.
De manera que la utilidad del psicoanálisis como técnica terapéutica es bastante poco útil y debe ser por eso que los buenos psicoterapeutas que conozco practican una especie de psicoterapia artesanal con elementos de aquí y de allá y con enfoques heterodoxos aunque digámoslo claramente: casi todos estos elementos proceden del psicoanálisis. Dicho de otro modo: el psicoanálisis ha nutrido a la psicologia de los elementos comprensivos más robustos en clave de desarrollo ontológico admitiendo en su seno no pocas innovaciones que proceden de otras escuelas y lineas de saber. Por ultimo el psicoanálisis que se practica hoy no es el mismo que practicara Freud sino que ha ido evolucionando digeriendo buena parte de conocimientos de otros ámbitos y ampliando su punto de vista o refinando sus conceptos clásicos. De tal manera que cuando hablamos de un psicoanalista estamos hablando de un profesional adscrito a alguna de las escuelas psicoanalíticas ad hoc, pero en realidad no conozco a ningún terapeuta -incluyendo a los cognitivos-conductuales- que no manejen alguna teorización dinámica. La herramienta más importante de un psicoanalista es la transferencia (¿alguien la niega hoy?) y la interpretación, es decir la traducción de lo que el síntoma oculta al lenguaje común (una narrativa nueva). esta segunda variable no es utilizada -es cierto- por todos los terapeutas. Aunque todos estarían de acuerdo en que la reestructuración cognitiva es el objetivo de toda terapia.
Pero hay algunas conceptualizaciones psicoanalíticas que han resistido mal el paso del tiempo y voy a referirme a estas tres:
1.- La envidia del pene.
2.-La bisexualidad.
3.- El complejo de Edipo.
La envidia del pene.-
Sigmund Freud, creía que las mujeres tenían la secreta ambición de ser hombres y que desarrollaban a lo largo de su infancia una fantasía muy especial: la de haber sido desprovistas de tan preciado órgano, una amenaza que los niños también sienten en forma de miedo a la castración. En realidad la observación de Freud no era del todo descabellada si tenemos en cuenta a las mujeres que estudió sobre todo en su época de Viena. Tampoco era descabellada la fantasía o miedo de los niños a que les cortaran el pene, pues era una amenaza educativa muy frecuente.
Mujeres burguesas sacrificadas por sus padres a ser las cuidadoras de padres enfermos y de madres al borde del ataque de nervios. Todas las histéricas que Freud nos relata en su ya celebre ensayo «Estudios sobre la histeria» eran mujeres espabiladas y ambiciosas que habían sido designadas por el dedo parental como solteronas al servicio de padres tuberculosos cuando no sifilíticos.
En estas circunstancias enfermaban y no deja de ser curioso que un genio como Freud no advirtiera que esa era la verdadera causa de sus malestares nerviosos. Bueno yo creo que si lo advirtió pero andaba demasiado ocupado en construir una teoría, tanto que lo pasó por alto. Hasta ese punto estamos ciegos a la evidencia cuando la evidencia viene empaquetada por los usos y costumbres de la cultura. El sesgo de confirmación.
En aquella época y en esta clase social, las niñas tenían una educación similar a la de los niños, pero al llegar a la pubertad los padres las retiraban de la educación reglada y las enclaustraban en el hogar a ejercer «las labores propias de su sexo», a unas (las menos inteligentes) las casaban y a las más inteligentes las dejaban para «vestir santos». Es lógico que esas mujeres y en esa clase social desarrollaran una envidia natural hacia sus hermanos que eran libres para ejercer sus profesiones, seguir con los negocios de la familia o instituir una familia por su cuenta.
Desde entonces generaciones enteras de psicólogos y psiquiatras imbuidos en la idea de Freud, creímos a pies juntillas en esa versión de los hechos aunque algunos lo vimos siempre como una metáfora más que una realidad: las mujeres tenían envidia de los hombres. Nos tenían envidia porque les faltaba algo y ese algo no podía ser otra cosa que el pene, un órgano.
Y lo cierto es que las mujeres pueden tener envidia de sus hermanos cuando ambos se educan en estereotipos bien distintos. Es hasta lógico que Anna O. o Dora o Elisabeth R, tuvieran envidia de los hombres o de las hermanas peor dotadas que ellas y que conseguían un marido.
Ahora bien, la pregunta no debe ser si las mujeres envidian a los hombres sino ¿qué efectos tiene sobre el psiquismo la diferencia anatómica? ¿Qué significa aquella frase de que la anatomía es el destino?
Yo ya no hablo de diferencias anatómicas sino de asimetrías. Los hombres y las mujeres somos mentalmente asimétricos tal y como podemos leer en este post, Una cruel asimetria que compartimos con todos los vivíparos. Dicho de otro modo, la diferencia sexual es la diferencia más evidente entre niños y niñas, tan evidente que ya se hace perceptible en niños de 3 o 4 años y esta percepción de la diferencia puede explicar el dimorfismo de nuestra mente sin apelar a la envidia, pues el pene es el logaritmo del falo.
Las mujeres toman a los hombres como referente.
La dificultad para definir lo femenino procede esta asimetría, hay que ir a leer a otros psicoanalistas actuales para entender esta cuestión. Así Carolina Rovere, afirma:
«Lo femenino no son las mujeres, tampoco es el feminismo, sino que es un lugar. Este lugar se puede nombrar a partir de tres elementos fundamentales: el vacío, lo ilimitado y la ausencia de referente. El vacío no es la falta que bordea lo simbólico, es por definición ilimitado y aquello que no tiene límite, como los conjuntos abiertos matemáticos, no tiene referente preciso. Por el contrario, los conjuntos cerrados sí están cercados por un límite que hace al lugar de la excepción: “Existe”.
Lo femenino es un campo al que las mujeres se ven especialmente convocadas desde nuestra anatomía. Si acordamos con Freud, podemos decir que “hay consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica”: a las mujeres nos habita un vacío. El problema es la dificultad que se suscita para saber manejarse en un territorio sin medida. Es más fácil moverse en un sitio acotado, medido, y simbolizado que “soltarse en los conjuntos abiertos de los cielos ilimitados”.
Algo que cuando lo leí me recordó a esas experiencias oceánicas de las que nos habló Roland, esa sensación de ingravidez, de inmensidad, de vuelo (las mujeres sueñan mucho en que vuelan) y de contacto con lo ingrávido, lo celeste, lo inconmensurable, como si quisieran escapar -al tiempo que gozan- de esa experiencia y pugnan por hacerla terrestre, conmensurable y comparable con la experiencia masculina, siempre limitada y en cierta manera terrestre y carnal.
Las niñas no envidian a los niños pero quieren ser como ellos, jugar en su propia liga por así decir, mientras que los niños no tienen incentivos para jugar en la liga de las niñas, pues la masculinidad siempre se forja en contacto con otros niños. Y eso es así y nos viene de serie, cualquier maestro de escuela primaria lo sabe. Algo que también explica la razón por la que el vinculo de un niño con su madre siempre será más intensa que el de la niña con su madre. Una niña solo se congracia con su madre cuando es -a su vez- madre. es como si la feminidad y la maternidad fueran incompatibles.
Las niñas suelen orientarse hacia el padre o algún hermano mayor con el que mantienen una relación especial y de manera bastante precoz, pero esto no es porque sientan «envidia del pene» o porque quieran casarse con su padre, sino porque existe un «empuje hacia el hombre», pues el apego es transferible de un sujeto a otro, una especie de empuje fálico que lleva a las niñas a identificarse con lo que les falta, es decir un hombre. Las niñas suelen hablar ya de novios en la escuela primaria en una edad donde los niños no parecen estar interesados en estas cuestiones.
De manera que para completar este post tenemos que volver al concepto de Falo.
Más arriba dije que no todo el mundo puede beneficiarse del psicoanálisis como terapia individual. Una de las razones es que el paciente precisa cierta capacidad de abstracción y saber distinguir el pene del falo, algo que la mayor parte del publico no puede hacer.
Algo así les pasa a nuestros universitarios con la palabra «falo» Probablemente la respuesta que me darían a esta pregunta sería que el falo es un pene o su representación. Y no andarían desencaminados pues efectivamente el falo es una representación del pene. Pero no sólo del pene como veremos más tarde.
De manera que estos mismos universitarios no saben distinguir un símbolo (el falo) de un órgano (el pene). Efectivamente el falo es un símbolo y todo el mundo operamos con símbolos aunque no sepamos definirlos. Por ejemplo las palabras son símbolos pues no son «la cosa en si» sino su representación. Cuando hablamos o escribimos estamos operando con símbolos.
Y esta capacidad de simbolización tiene mucho que ver con el proceso de hominización. Algunos autores sostienen que ese misterio que llamamos autodomesticación humana tiene que ver con la aparición del lenguaje y el pensamiento logarítmico que es anterior a la aritmética convencional
Los niños aprenden antes a comparar que a contar
De manera que un símbolo es la representación de algo en su ausencia. Nadie puede meterle el dedo a un símbolo pues no es la «cosa en sí» sino algo arbitrario que la representa y la podemos recordar en ausencia de la cosa. Pero también es una forma de navegar por una mente dual.
Pues Falo es en su acepción más conocida, poder o ganancia de estatus. El poder que mueve el mundo.
Pero hay más acepciones de significado en la palabra «falo». Si observas la imagen que preside este post y que se refiere a la letra griega fi, observarás que esa letra no es simétrica: por una parte esta abierta y por la otra cerrada. Me parece una bella forma de simbolizar una doble significación: la falta y la plenitud.