Por Santiago Ledesma
Hace unos días leía, un artículo sobre el inicio del nuevo curso, en el y en titulares se podía leer: en las clases de educación sexual, se hablará a los alumnos de los 8 géneros y 10 orientaciones sexuales existentes.
Por poco observador que sea uno, se dará cuenta que este tipo de mensaje repetido hasta la saciedad, por políticos y medios de comunicación va dirigido siempre a niños, adolescentes y jóvenes. La razón es muy sencilla, su bagaje en relaciones sexoafectivas aún es muy limitado o inexistente y su cabeza es todavía moldeable. Una persona de 35 años y con experiencia nunca comprará ese mensaje. La realidad se impone, cuando existe experiencia.
Género no tengo ni idea cuántos hay, sexos hay dos que vienen determinados por la lotería biológica: macho y hembra u hombre y mujer. Existe un pequeño número de personas que sufren un tipo de anomalía genética, -los intersexuales- pero su numero es ínfimo. Y en cuanto a orientaciones sexuales sólo existen dos.
La heterosexualidad, que es la orientación sexual mayoritaria con la cual se identifica más del 90% de la humanidad.
Y la homosexualidad. Minoritaria y con la que se identifica menos del 10% de la población.
Todo las variantes que queramos añadir a partir de esta base, serán fantasías o fetiches sexuales, más o menos limitantes, pero nunca una orientación sexual y me voy a poner a mí mismo cómo ejemplo.
Mucho antes de la pubertad, en plena infancia latente, recuerdo haber sentido una perturbación pudorosa cada vez que ya fuera en una escena de cine, televisión, literatura o una simple narración oral, se representaba un castigo corporal. Esa perturbación que la recuerdo cómo incómoda y molesta, la sentía con independencia del sexo biológico del castigador y el castigado. Nací en 1973, nunca recibí ningún castigo corporal ni en mi casa, ni en el colegio, ni tampoco lo presencié. Aunque en aquella época el castigo corporal era todavía habitual en la crianza y muchos compañeros contaban escenas.
Al llegar a la pubertad esa perturbación inconcreta, empezó a tomar forma y lo primero que hizo, fue expresarse en forma de excitación sexual, pero también deshizo el abanico perturbador. En la pubertad si importaba el sexo del castigador y el castigado. Cuando el castigador era hombre y la castigada mujer, me resultaba excitante, cuando la escena se producía entre dos varones o se invertían los roles por sexos, sentía asco y o rechazo.
La potencia de la fantasía era tan fuerte, que todas mis ensoñaciones onanistas adolescentes fueron siempre con escenas de este tipo y no de sexo, es más incluso ya habiendo descubierto la sexualidad adulta y con ya cierta experiencia, imaginaba escenas de dominación y sumisión en la práctica sexual «normativa» cómo forma de excitarme y tener orgasmos más intensos.
Cómo veis, yo no elegí esa fantasía, me eligió ella a mí, y estaba presente en mi mente antes que el propio sexo, así que siguiendo la definición de orientación sexual cómo algo no elegido, podríamos añadir mi peculiar fantasía cómo una nueva orientación sexual. Pero no, la realidad es otra y que aunque dicha fantasía es parte fundamental de mi identidad sexual, no es mi orientación sexual, ya que la fantasía no tiene el mismo efecto en mi si no va sumada del sexo que me resulta atractivo, ergo mi orientación sexual es la heterosexualidad.
Durante las dos primeras décadas más o menos de mi inicio en la sexualidad, llevé una vida sexual totalmente «normativa» aunque es cierto que a medida que cogía experiencia y dependiendo de las reacciones de mi compañera de aventuras, asumía una posición dominante y activa y me excitaban más las actitudes pasivas y sumisas. Pero durante mucho tiempo no pasó de simples juegos preliminares que no satisfacían una parte de mi sexualidad.
Una serie de circunstancias en mi vida, que nada tienen que ver con el tema hicieron de trampolín para impulsarme a investigar esa parte «clandestina» de mi sexualidad. De eso hace ya casi 25 años.
Durante esos 25 años he conocido a fondo las fantasías más oscuras de una cincuentena de mujeres. Mujeres nacidas en las décadas de los 70, 80 y 90, de diferentes clases sociales, urbanas y rurales, de distintos grados de formación académica, con distintos tipos de educación, incluso de distintas culturas. Todas ellas tienen en común el gusto por el mismo fetichismo. Evidentemente no con todas ellas he tenido intimidad sexual, pero si complicidad de confesiones y esta experiencia es la base de mi afirmación.
Todas ellas se me declararon como heterosexuales y de rol sumiso. En cambio aproximadamente la mitad de ellas había tenido algún juego o al menos había fantaseado con tenerlo con otra mujer y en este caso también muchas fantaseaban con un cambio de rol, cuando sus fantasías implicaban a alguien del mismo sexo. Los motivos esgrimidos eran básicamente dos.
Cuando se conservaba el rol. Jugar con otra mujer tenía mucho que ver con la posibilidad de tener un juego con alguien con quien no sirvieran las estrategias de seducción y o compasión, que les resultaba fácil de conseguir de un hombre.
Cuando se cambiaba el rol, se buscaba una chica más joven e inexperta con la que asumir un rol a medias maternal a medias pervertidora y maestra sexual.
Todos estos casos de supuesta bisexualidad, retornaban al rol sumiso, cuando volvian a incluir un hombre en la ecuación.
La sexualidad femenina, sigue siendo perversa polimorfa pasada la infancia. Eso hace que sea una sexualidad más plástica y menos fijada a la genitalidad y al hecho reproductivo biológico. La mujer no es esclava del pene y la eyaculación, de hecho el orgasmo femenino sigue siendo un enigma para la ciencia, ya que no está clara su utilidad biológica. Hay teorías que hablan de que refuerza la repetición y otra que las contracciones de los músculos del suelo pélvico durante el orgasmo, facilitan la inseminación. El caso es que este enigma da igual. Lo cierto es que el órgano del placer femenino; el clítoris, es un órgano cuya parte externa es diminuta y está oculta, además bastante lejos de la abertura vaginal. De ahí la frustración de muchas mujeres por la incapacidad de llegar al orgasmo durante el coito. E incluso las pocas mujeres capaces de tener un orgasmo a través de la penetración vaginal, en realidad están teniendo un orgasmo por estimulación del clítoris interno.
Eso que podría ser visto como un talón de Aquiles, resulta un ventaja en la obtención del placer si se dan dos condiciones: la desinhibición ( es decir que su pareja consiga desconectar toda es maraña de inhibiciones sexuales culturales y educativas) y el sentirse deseadas. Si se dan estas dos condiciones una mujer puede sentir placer con la práctica totalidad de su cuerpo. Por lo tanto a diferencia del hombre los estímulos mentales pueden ser incluso más importantes que el sexo biológico de su compañero de juegos, además culturalmente las mujeres son más de tocarse o mostrar afecto físico entre ellas. Rituales como vestirse, maquillarse, depilarse, suelen hacerse en compañía de otras mujeres, desde la adolescencia, incluso al tener genitales internos el ritual del baño y la higiene es inculcado por otras mujeres y eso implica alto contacto genital. Digamos que el afecto y el » tocarse» no compromete la feminidad, es parte de ella.
En el hombre es diferente y opuesto a los hombres heterosexuales el contacto físico entre semejantes nos provoca rechazo más allá de un contacto muy limitado y por supuesto sin que intervengan para nada zonas erógenas.
La homosexualidad, no es siempre algo no elegido, una de las puertas de entrada al sexo homosexual masculino es la ausencia de mujeres. Y eso tiene su mitificación, sobre todo en el ámbito penitenciario, pero también era habitual en milicias. Winston Churchill decía que la armada británica se había forjado bajo tres pilares: ron, látigo y sodomía. Tiene su lógica pensar que en aquellad eternas travesías transoceánica en barcos a vela y en ausencia absoluta de mujeres a bordo, aquellos marineros usarán el sexo homosexual por necesidad y cómo forma de señalar jerarquías. Pero eso no significa que aquellos hombres fueran homosexuales, simplemente las condiciones ambientales extremas los llevaban a ello.
En el mundo del sadomasoquismo sexual, hay dos roles: arriba y abajo, existe un tercero que se denomina «switch» y que serían aquellas personas capaces de estar en ambos roles dependiendo de persona, momento, escena. Mi experiencia me dice que aún siendo cierto en estas personas siempre hay un rol dominante y que el cambio se debe más a otras circunstancias cómo el sexo biológico de su compañero de juegos. Y curiosamente mi experiencia me dice que el número de mujeres con la capacidad de cambiar de rol es muy superior al número de hombres. Un hombre dominante que juegue a ser sumiso es rarísimo, cómo lo es un hombre sumiso que juegue a ser dominante. En las mujeres esos roles también suelen estar muy definidos, pero digamos que son más elásticas para en determinados momentos, circunstancias o personas moverse más por los términos medios.
Y eso es exactamente lo mismo que ocurre con la orientación sexual. Por eso no contemplo la bisexualidad cómo orientación sexual. Los hombres bisexuales son homosexuales y las mujeres bisexuales son heterosexuales. A partir de ahí hay toda una gama de fantasías y fetichismos, que por potentes que sean y por mucho que condicionen la sexualidad nunca van a ser una orientación sexual. (la negrita es mia)
El error de base, es negar que hombres y mujeres no somos iguales, que tenemos cerebros distintos y que estamos condicionados por infinidad de factores ambientales y culturales, que dejan una impronta mental. La mujer sexual es más plástica y no es esclava de la biología, por eso la sexualidad a limitar históricamente ha sido siempre la femenina: que una vez desatada no tiene límites. Tal vez en vez de idioteces sobre géneros y orientaciones inexistentes, lo realmente inteligente sería enseñar a niños, jóvenes y adolescentes, esa bendita diferencia.
Y para terminar me gustaría dejar una pregunta en el aire. Retomando un tema anterior. La inmensa mayoría de mujeres no obtienen placer orgásmico durante el coito ¿Cuántas mujeres de esas no se sentirán incluso ofendidas si su pareja no las penetra? Y es que la simbología en el sexo es importante para la mujer, aunque no de placer físico. Eso explica también que la bisexualidad femenina sea experimentativa, pero circunstancial, nunca podrán ser penetradas por otra mujer, por eso afirmo que toda mujer bisexual es heterosexual y por eso mismo afirmo que todo hombre bisexual es homosexual. El hombre no tiene esa plasticidad ni tampoco esa necesidad de simbología sexual.
Nota liminar.-
Agradezco esta colaboración de Santiago por su sinceridad y valentía en hacer publicas revelaciones en primera persona que tienen en mi opinión mucho interés teórico. En principio me parece relevante la idea de que un estimulo incondicionado (castigo) y un estimulo condicionado (excitación sexual) se den cita en la mente del adulto constituyendo un conglomerado de estados que la psiquiatría ha llamado «parafilias» y que se forman de una manera muy parecida a como se forman otro tipo de preferencias e incluso el efecto placebo-nocebo y que recuerda el asociacionismo de Binet. Algo que podemos incluso rememorar en los escritos de Rousseau y sus «Confesiones».
«Quien creería- dice Rousseau- que este castigo de niño recibido a los 8 años por mano de una mujer de treinta decidió mis gustos, mis deseos y mis pasiones, para el resto de mi vida y todo eso en el sentido contrario a lo que debería ser habitualmente. Al mismo tiempo que mis sentidos se despertaron, mis deseos sintieron tan bien el cambio que les impartió lo que había experimentado, que no se atrevieron a buscar otra cosa»