Es seguro que usted ha oido o pensado alguna vez que el consumo de drogas está relacionado con su prohibición, es decir que el problema está en el narcotráfico y que una forma de combatirlo sería legalizando su uso. Bueno, les diré a los que así piensan que su uso ya es legal, lo que no es legal es su distribución, almacenaje y venta. Pero los que así piensan ignoran que legalizar todas las drogas no llevaría a una disminución del narcotráfico sino que éste cambiaria su negocio y lo llevaría a nuevas drogas de síntesis, más baratas y más peligrosas.
Es poco probable que usted haya oido hablar de que las drogas no tienen el mismo efecto según dónde y quién las consume. Existe una domesticación cultural del consumo de drogas y de sus efectos. Por ejemplo en las zonas vitivinícolas (culturas del vino) hay menos alcohólicos que en otras zonas donde no se conoce el vino. La clave está en saber beber, es decir no utilizar el alcohol como medio de alcanzar la ebriedad sino como un complemento alimentario o vinculado a ciertos rituales (entre nosotros la celebración o la fiesta). Y recordar que los licores fermentados son menos dañinos que los destilados. Y que en cualquier caso el indice de alcohol varia entre distintas bebidas: esta variedad entre concentraciones de la droga es una condición de la legalización de las mismas como estamos viendo en las distintas variedades de cannabis que venden en Colorado donde su comercialización es legal.
Dicho de otra forma: no es solamente legalizar, es sobre todo legislar para imponer limites a sus formatos comerciales y a su consumo como se hace con el alcohol y la conducción y sobre todo para impedir que se comercialicen lotes con concentraciones peligrosas.
El uso de ciertas drogas es inseparable de su contexto cultural y se hace evidente que allí ese uso es menos peligroso que cuando se usa en otros entornos, la cocaína en Bolivia, o la ayahuasca en Brasil no se consumen del mismo modo que el crack en las calles de New York o los opiáceos sintéticos en Filadelfia. Lo mismo sucede con la cultura de los hongos psicodélicos en México . Un consumo con una base espiritual que ofrece sentido a los que lo consumen, sea por razones médicas o por simple curiosidad. Sin chamanismo de por medio no hay experiencia alucinógena o la hay sin sentido.
Lo que nos lleva de cabeza a admitir que las drogas no son todas iguales por más que casi todas estén en listas de sustancias prohibidas y provoquen pánico moral en una mayoría de la población. Hay drogas muy peligrosas por su potencial adictivo y sus efectos cardiovasculares, por su síndrome de abstinencia y por su toxicidad sobre el SNC, mientras que otras como los psiquedélicos carecen en general de estos efectos cuando son usados en entornos controlados y con dosis justas. Y son estas sustancias las que además están consiguiendo acumular cada vez más evidencias en su empleo como fármacos muy eficaces como ya conté en un post anterior. Personalmente estoy convencido de que la psiquiatría ha quedado huérfana en tratamientos eficaces y ante este vacío es muy probable que en el futuro podamos disponer de estas sustancias (me refiero al LSD y la psiolobicina) para tratamientos reglados que obviamente modificarán nuestro forma de tratar a los pacientes, pues no se trata de recetar sin más estas sustancias, sino de acompañar al paciente en su experiencia psicodélica, antes y después de ella. Antes para evaluar posibles riesgos y después para ayudar y brindar sentido a la experiencia. Pero si es verdad que una sola sesión con psilobicina puede curar una depresión resistente ¿como reaccionará la industria?
La industria farmacéutica no ha conseguido ningún hallazgo con hueso desde los ISRS y la psiquiatría se halla sin herramientas eficaces frente a múltiples estados no respondientes. La industria se ha focalizado en encontrar tratamientos para enfermedades crónicas, carecen de experiencia en encontrar soluciones prácticas para resolver una depresión en una sesión. La psilobicina es una sustancia natural y tanto ella como el LSD carecen de patente, de manera que cuando se abra la mano de estas sustancias BigPharma tendrá que ponerse las pilas como han hecho recientemente con la ketamina, que comenzó usándose como antidepresivo -con malos resultados- aunque resultó ser un buen antisuicidal pues su efecto dura solo unos pocos días, los suficientes para mitigar esa angustia que lleva a muchos suicidas a llevar a cabo sus propósitos. Y ahora tenemos la desketamina, por via intranasal que se usa contra la depresión resistente y cuyo protocolo de aplicación tiene mucho que ver con la tecnica chamánica (acompañamiento). No olvidar que la ketamina en cualquier caso es un anestésico (disociativo) no un psicodélico. Hay que recordar ahora que las experiencias unitivas de los psicodélicos son lo contrario de los efectos de la ketamina, son efectos mentales por así decir opuestos.
Ahora bien qué sucedería si los gobiernos legalizaran de repente los psiquédelicos como ha sucedido recientemente – si mis informes son correctos- en ciertos paises. El debate es ¿debe de ser legalizado solo para uso médico o también recreativo?
Lo cierto es que si la psilobicina se legaliza no va a haber forma de contener su uso en la calle, con intenciones recreativas, tal y como sucedió en los 60 con la LSD-25 que estaba empleándose con éxito en distintas patologías. Hay que ir con mucho cuidado y no perderles el respeto a unas sustancias que tienen un enorme poder de proporcionar experiencias mentales difíciles de encajar a alguien con poco «cemento» en su cerebro. Pero personalmente no soy partidario de encerrarlas en el ámbito médico, que es en mi opinión el mas alejado a su patrón de uso que debe de estar sometido a lo espiritual, entendiendo como espiritual a toda experiencia unitiva, que supera la dualidad, que proporciona algún tipo de noesis (conocimiento) o insight y que es pasiva (induce a la aceptación). En este sentido me parece trivial si se usa para dejar de fumar o para ser menos infeliz de lo que se es. Su uso no debería reducirse al ámbito médico.
Ahora bien, ciertos entornos (discotecas, bailes, juergas dionísiacas) tampoco son un buen lugar para consumir estas sustancias, en este sentido el término recreativo que estamos acostumbrados a usar me parece el lugar menos adecuado para su consumo, no olvidemos el protocolo de Alfred Hubbard: actitud y escenario.
No me gustaría despedir esta serie de seis capítulos sobre drogas sin decir algo que por obvio no es menos importante: una experiencia psicodélica puede ser experimentada sin drogas, por ejemplo en la meditación, en la intensificación mística de algunos iniciados como Santa Teresa, en los sueños y como no en el camino de Santiago. Por cierto muchas personas que hacen el camino son las mismas que podrían beneficiarse de un viaje psicodélico. ¿Por qué lo hacen? Para dejar de fumar, recuperarse de un desengaño amoroso, probar sus limites, perderle el miedo a la muerte después de un diagnóstico de cáncer o después de una perdida irreparable. La diferencia entre una experiencia puntual con psilobicina y hacer el camino son las llagas que salen en los pies, ausentes en los que consumen psicodélicos y por supuesto el sentido que para cada cual extraiga de esa experiencia que tanto para creyentes como para agnósticos está cargada de espiritualidad.
Y sobre todo tenemos que ir con cuidado para no repetir los errores de la contracultura y convertir lo que puede ser un verdadero arsenal de conocimiento de nuestra mente en un mito similar a lo que propuso Timothy Leary en su día: no es el remedio para la humanidad pero algunos de nosotros podemos beneficiarnos del poder de estas drogas para habitar -aunque solo sea una vez en nuestra vida- un mundo sin dualidad.