Lo que leyeron el oost anterior ya habrán comprendido que este concepto de placebo es muy escurridizo y lo es porque no podemos separarlo del efecto «verdadero» de un principio cualquiera, sea farmacológico o de cualquier otro. Vienen en el mismo paquete por así decir. Cuando le damos un fármaco a un paciente no podemos separar los efectos del fármaco de que hayamos sido nosotros quien lo prescribimos y eso vale tanto para el placebo como para el nocebo. No somos solo capaces de inducir efectos placebo sino también efectos adversos (efecto nocebo). De hecho los efectos adversos son para quien los siente una prueba de que lo que está tomando tiene alguna actividad farmacológica.
Pero no solo son los fármacos los que ocultan ciertas variables del efecto placebo, también las personas. Hay médicos que nos curan solo de verles, escucharles o hablarles, sin embargo otros nos enferman, nos angustian, sentimos que no comprenden nada de lo que decimos, etc. Dicho de otro modo: la variable -el factor humano- es algo a considerar en el efecto placebo-nocebo.
De hecho para demostrar la actividad biológica de un fármaco, los investigadores han de compararlo con el placebo y demostrar que es superior a él en sus efectos. Para ello se dispone de una tecnología llamada «doble ciego».
En el doble ciego, ni el administrador-evaluador de la respuesta ni el paciente saben si lo que están tomando es el principio activo o un placebo. Al terminar la investigación un evaluador reunirá todos los datos sabiendo ya que sujetos tomaron uno o el otro y evaluará la respuesta terapéutica. Concluirá con estos datos si la terapia concreta es similar o superior al placebo, pero en ningún caso puede afirmar que la respuesta placebo no esté presente en el caso en que el principio haya demostrado actividad. Dicho de otro modo. siempre habrá una coexistencia del efecto químico y del efecto placebo o nocebo.
El lector podrá observar que los controles para discriminar los efectos «verdaderos» de los efectos «falsos» son en la farmacología moderna esenciales a la hora de admitir que un fármaco determinado se venda en las farmacias, antes ha de demostrar que es más eficaz que el propio placebo. Lo que supone admitir a regañadientes que los placebos curan, en una u otra proporción según la dolencia que se trate, es evidente que algunas enfermedades como las emocionales son más susceptibles al placebo que el cáncer, efectivamente la depresión por ejemplo responde al placebo en un 60% lo que añade una dificultad a la investigación de nuevos antidepresivos.
Aunque lo cierto es que los experimentos controlados por si mismos son también una fuente de efecto placebo:
Los sujetos que forman parte de un grupo de investigación -por ejemplo de un antidepresivo- son objeto de una atención personalizada y pormenorizada. Son vistos a diario por sus terapeutas que registran la menor molestia, el menor cambio, la más mínima condición adversa para retirar el fármaco (o el placebo) al menor indicio. Es decir son objeto de atenciones especiales, más especiales que cualquier enfermo verdadero en cualquier consulta médica. Es evidente que esta atención especial tiene efectos terapéuticos por sí misma aunque esta variable no se computa en las investigaciones de nuevos fármacos, debe ser por eso que los fármacos en investigación prometen más de lo que demuestran cuando ya están en el mercado, sólo entonces solemos descubrir que no aportan nada a lo que ya teníamos en las farmacias pues los pacientes que lo toman ya no forman parte de ese grupo de elegidos que formaron parte del grupo control.
El placebo como engaño.-
Supongamos que usted padece de insomnio y un médico le receta sin que usted lo sepa una cápsula de azúcar, y que tras su ingestión usted duerme a pierna suelta. ¿Cómo ha podido suceder esto? No cabe ninguna duda- y este es el efecto placebo más conocido- que el efecto somnífero de la cápsula de azúcar no es atribuible a la propia cápsula sino a alguna operación mental que usted ha realizado incluso inconscientemente. Esta operación parece que tiene que ver con la expectativa: usted espera que la cápsula le de sueño y esta predicción acaba dándole realmente sueño. En este sentido el efecto estaría relacionado con la anticipación placentera o nociva (efecto nocebo) de un efecto cualquiera.
La segunda acepción del placebo es el efecto por sugestión que evidentemente se solapa con el anterior, aunque personalmente creo que el efecto placebo y la sugestión son fenómenos distintos o que al menos la sugestión es el antecedente mentiroso del placebo.
El placebo como sugestión.-
La sugestión es un fenómeno de seducción bien del paciente hacia el terapeuta o bien del terapeuta hacia el paciente, se trata de un fenómeno que tiene como objetivo agradar y eludir la responsabilidad y no tanto anticipar una respuesta positiva. La sugestión es un fenómeno que tiene poco que ver con cápsulas azucaradas y más bien entronca con entornos complejos con sentido. El paciente puede ser atraído hacia atmósferas, creencias, maniobras, rituales, prácticas o ambientes con intenso significado para el sujeto individual. La sugestión es un fenómeno hipnótico que se da espontáneamente en muchos de nosotros y que se aprovecha de la manera en que nuestra conciencia crece: por disociación es decir dislocando contenidos que deberían ir unidos o anidados unos en otros. La sugestión tiene que ver con la identificación y la adhesión a un determinado culto, muy frecuentemente el culto a la autoridad, al prestigio, el poder, el éxito o el atractivo de alguien que opera como «sugestionador» y que pone o sustrae significados en nuestra mente con métodos persuasivos.
Naturalmente los efectos de la sugestión son poco duraderos y volátiles y poco eficaces si además el sujeto no pretende -simultáneamente- eludir la responsabilidad de sus actos. La hipnosis y la sugestión sirven para que el paciente haga o diga (o deje de hacer o decir) cosas que no diría si tuviera que asumir las responsabilidad de lo que dice o hace. Es por eso que usualmente la hipnosis deja amnesia post-trance y algo que los hipnotizadores aprenden a hacer bien pronto: de lo que se trata es de que el paciente no recuerde lo que dijo o hizo en el estado de trance.
Dicho de otro modo: la sugestión es un autoengaño al servicio de hacer creer a alguien que un síntoma (o sufrimiento cualquiera) es genuino y que el sujeto no tiene más remedio que sufrir pasivamente eludiendo el hecho que un síntoma no es algo que sólo sucede sino algo que está contando una historia, algo que comunica algo a alguien y que además de simulacro está -a veces muy claramente- destinado al beneficio.
Existen enfermedades médicamente inexplicables del mismo modo que existen remisiones médicamente inexplicables, pero ambas forman parte del mismo fenómeno : la enfermedad o el síntoma dicen algo que no se dice con un texto de palabras y la curación dice algo que usualmente elude estas mismas palabras y utiliza el mismo recurso tramposo del paciente, un engaño se opone a otro engaño. Es un fenómeno que está relacionado con lo que entendemos como placebo débil, del que he hablado hasta el momento (engaños y autoengaños) pero existe otro efecto placebo autoinducido y que es el verdadero plato fuerte de esta cuestión y sobre el que se apoyan las remisiones espontáneas a las que aludí en este post.
Efectivamente existe una tercera versión – la versión fuerte del placebo- que es la capacidad de curarse a través de ciertos fenómenos mentales, algunos de los cuales son aun poco conocidos.
El placebo como intención.-
Una mente es sobre todo intención, sin intencionalidad no podríamos hablar de un mente, al menos no cómo las conocemos en nuestra especie.
¿Es posible curarse a través de la mente? ¿Basta con la intención?
Naturalmente depende de enfermedades y de individuos, algunas personas sólo son capaces de introducir cambios benéficos en su vida después del diagnóstico de una enfermedad grave, otras personas parecen ser inmunes a determinados padecimientos a partir de una filosofía de vida muy especial, otras son capaces de curarse espontáneamente de enfermedades sin que sepamos a ciencia cierta como lo hacen y la mayor parte de las enfermedades son sensibles a pequeños cambios creenciales que arrastran grandes cambios de estilos de vida.
Seguramente usted habrá oido muchas veces este tópico «Solo usamos la mitad de nuestro cerebro» ¿Es esta afirmación cierta?
¿Tenemos una parte del cerebro inactiva que nos permitiría grandes prestaciones en cuanto a librarnos de la enfermedad?
Para contestar esta pregunta necesitaremos hacer una pequeña incursión evolutiva: el paso de un cráneo neanderthaliense a un craneo braquicefálico que ya mostré en este post. Y adentrarnos en un concepto planteado por Ian Tatershall y Jay Gould al que llamó exaptación. A diferencia de la adaptación, aquí se trata de innovaciones espontáneas que carecen de función o que juegan un papel muy diferente al que finalmente tienen. El ejemplo más conocido son las plumas, que mucho antes de ser útiles para volar funcionaron como una capa para mantener el calor del cuerpo. Tattersall cree que los mecanismos periféricos del habla no fueron una adaptación sino una mutación que ocurrió varios cientos de miles de años antes de que quedaran circunscritos por la función de articular sonidos. Y posiblemente, según este científico, las capacidades cognitivas de que nos jactamos fueron también una transformación ocurrida hace 100 o 150 mil años que no fue aprovechada (exaptada) sino hasta hace 60 o 70 mil años cuando ocurrió una innovación cultural, el lenguaje, que activó en algunos humanos arcaicos el potencial para realizar los procesos cognitivos simbólicos que residían en el cerebro sin ser empleados.
Dicho de otra forma el lenguaje es algo así como un «genoma lag», es decir una prestación basura que sólo se desarrolló cuando encontró en el medio ambiente y en la tecnología previa un entorno suficiente para que se desarrollara.
Los sonidos hablados no comenzaron a emplearse hasta que nuestra especie se vio sometida a retos que superaban los recursos normalmente usados. Lo importante en un proceso de exaptación es la refuncionalización de las modificaciones no adaptantes llamadas spandrels por Jay Gould, que toma un término de la arquitectura: esos espacios triangulares que no tienen ninguna función y que quedan después de inscribir un arco en un cuadrado (tímpano, enjuta) o el anillo de una cúpula sobre los arcos torales en que se apoya (pechina). Las pechinas cerebrales podrían haber sido circuitos neuronales abiertos a funciones inexistentes o desaparecidas, a memorias inútiles o a señales externas que no llegan, o bien a mecanismos no relacionados con procesos cognitivos.
Naturalmente esta idea no es baladí porque supone modificar nuestro punto de vista sobre la evolución de nuestra especie. Siguiendo esta teoria de Roger Bartra sobre la conciencia tendremos que modificar nuestro punto de vista sobre la hominización: un proceso que no estaría relacionado tanto como saltos evolutivos provocados por mutaciones sino por evoluciones graduales lentas de cambios que ya estaban preinscritos en el cerebro como una prestación basura que no pudo ser utilizada más que a partir del momento en que se hizo necesaria.
En este sentido la evolución del Homo erectus o el Habilis hasta el Sapiens tendría menos saltos evolutivos de lo que los neodarwinistas suponen y que más allá de eso: el éxito evolutivo del sapiens estaría relacionado con sus hándicaps más que con sus logros cerebrales.
Hándicaps que se neutralizaron con una extrema dependencia de los símbolos que vinieron a sustituir nuestra incapacidad para orientarnos con nuestros órganos de los sentidos (olor, visión, tacto, audición), símbolos en transformación y que se encuentran en dependencia de la cultura de donde el individuo concreto extrae el diccionario transductor entre el afuera y el adentro. Un diccionario que llamamos sentido.
Todo lo que tiene sentido, resuena con el individuo, opera como un transductor de señales y es esta la razón por la que cualquier cosa puede operar como un catalizador de respuestas tanto terapéuticas, como creativas, motivadoras o intencionales.
Y todo lo que tiene intencionalidad tiene un enorme poder de transformación.
La cultura humana según este punto de vista es una -la auténtica- fuerza evolutiva. Y es muy posible que en nuestro cerebro exista una reserva de conectividad sin uso todavía que se encuentre esperando la ocasión de manifestarse cuando sentido e intencionalidad puedan operar en sincronía.
A las medicinas alternativas hay que tomárselas muy en serio, tanto como tomamos en serio las enfermedades sin explicación médica o a las que contradicen los circuitos nerviosos conocidos, no debemos exigirles que demuestren su eficacia (del mismo modo que no exigimos a nuestros pacientes que objetiven sus dolores inexplicables) pues quizá estén señalando hacia el lugar donde efecto placebo e intención puedan algún día encontrarse, es decir cuando aprendamos a usar nuestra mente como lo que es : un interface perfecto para sintonizar el cerebro con la información del medio.
Placebo y sustancias psicodélicas.-
Si hay una sustancia que pone patas arriba el concepto de placebo como juez de un potencial beneficio farmacológico, estas son, sin duda las drogas psicodélicas. Pues estas drogas proporcionan experiencias concretas distintas para cada persona e independientes de sus efectos químicos.
Todas las sustancias tienen efectos químicos pero muy pocas proporcionan experiencias subjetivas. Cuando nos tomamos un paracetamol si tenemos dolor de cabeza, puede que el dolor disminuya o desaparezca pero el paracetamol no nos proporciona ningún efecto cerebral subjetivo.Sus efectos son desconocidos para nuestra conciencia. No sucede así con las sustancias psicodélicas. Después de la toma de cualquiera de ellas sobreviene una tormenta de experiencias subjetivas que «a posteriori» habrá que dar forma. Por eso Hubbard propone que estas experiencias precisan de un pre-operatorio por así decir, un acompañamiento y una discusión posterior sobre la propia experiencia.
El protocolo Hubbard.-
Si recordamos e Hubbard que fue el primer investigador que trató de protocolizar los viajes psicodélicos empezaremos a entender cómo el placebo forma parte de la experiencia psicodélica pero un placebo de motor a reacción. Recordemos:
Los efectos de estas drogas dependen del tipo de experiencia que proporcionan y no tanto de su efecto químico. Una de las cosas que más llamaron la atención a sus exploradores fue que el efecto no era siempre el mismo. Debemos a Alfred Hubbard, el protocolo que lleva su nombre y que caracteriza la evidencia de que sus efectos dependen de dos variables: Actitud y escenario. A lo que yo añadiría otra: la edad. Los sujetos jóvenes son más vulnerables que aquellos adultos que ya han cimentado su psiquismo y que son los que no suelen naufragar a la experiencia psiquedélica.
Actitud significa que lo que se haya leído, lo que se sepa, el pánico moral social, los prejuicios y temores, las sugestiones recibidas y en suma lo que el sujeto piense sobre lo que va a suceder junto con lo que puede haber de amenazador en su inconsciente tiene mucho que ver con la experiencia que tendrá y que esta experiencia puede ser liberadora o aterradora. El escenario se refiere a cómo se consume el psicodélico, no es lo mismo tomarlo en un bosque con arroyos y flores alrededor que en una discoteca, con un acompañante o guía que sugiere y tranquiliza o solo. Actitud y escenario tienen mucho que ver con sus efectos y seguro que volveré mas adelante sobre esta cuestión cuando plantee qué es eso de una experiencia espiritual.
La clave está en sumergirse o abandonarse a la experiencia.
La experiencia ha de experimentarse de forma pasiva.
Lo que contradice completamente la prueba del doble-ciego. No se pueden hacer comparaciones entre un psicodélico con un placebo (aunque quizá sí con otra droga) porque el entorno necesario para la seguridad del paciente es todo él un modelo de sugestión. Hay más placebo en la barba de un chamán que en una píldora roja de azúcar.
Dicho de otro modo: tomar un psicodélico es enfrentarse cara a cara con el placebo y su poder.
Bibliografia.-
Jay Gould, Stephen. The structure of evolutionary theory, Cambridge, Harvard University Press, Mass, 2000.
Tattersall, Ian. The monkey in the mirror. Essays on the science of what makes us human, San Diego, Harcourt, 2002.