Seguro que usted ha pensado alguna vez qué sentido tiene su vida y habrá encontrado alguna respuesta a esa pregunta: sus hijos, su trabajo, sus proyectos, su pareja, encontrar el amor o la felicidad, vivir mejor, ganar más dinero o publicar su ultimo libro de ficción. Seguro que usted ha pensado en esas razones que le inducen a seguir vivo y a vivir una vida plena, Pero eso – lamento defraudarle- no es el sentido de la vida, sino lo que usted hace o piensa para vivir mejor, para ser más feliz o llegar a autorealizarse. Si usted no se suicida no es porque tenga esos planes sino porque la existencia le lleva a seguir esa trayectoria llena de una lógica interna que a usted se le escapa.
Pues la existencia tiene su propia lógica interna y no necesita de sus planes para completarse.
Aquellos que leyeron el post anterior ya sabrán que indagué sobre el sentido de la vida, un sintagma de lo más abstracto y me propongo en este post desvelar los trucos que las palabras construyen para confundirnos con respecto a él.
Recordarán mis lectores que para Robinson el sentido de la vida consistía en averiguar en qué somos buenos, también recordarán que es el ikigai y un gráfico que colgué allí para entender las intersecciones entre lo que nos gusta, aquello en lo que somos buenos o especiales, lo que la sociedad necesita en un momento dado y sobre todo encontrar la forma de monetizar todo eso. En el centro de todo ese mapa se encontraba el ikigai, algo intangible que no podemos definir por hallarse más allá de todo lo que podemos definir o entender. Pues el ikigai son las contingencias.
También vimos el concepto de Frankl sobre el sentido de la vida, algo que el autor pensó mientras estuvo cautivo en un campo de concentración nazi. Frankl descubrió que aquellos que mantuvieron su fe religiosa o una ideología, tenían más probabilidades de sobrevivir a las condiciones tan extremas a las que fueron sometidos en aquellos antros. Sin embargo el sentido en Frankl parece más bien una explicación de la supervivencia que un hallazgo del sentido de la vida. Sobrevivir no es lo mismo que encontrar el sentido de la vida. La mayor parte de los que sobrevivieron tenian un propósito: reunirse de nuevo con sus familias y reanudar su vida interrumpida por el cautiverio.
Más bien parece que el sentido de la vida es algo que podemos encontrar si mantenemos ciertas creencias teológicas. Es cierto que las personas creyentes tienen más posibilidades de sobrevivir en condiciones adversas y de entender de qué va esto de la vida sea cual sea la adversidad, pues Dios es en definitiva el depositario de todo sentido que pueda escaparse a nuestro entendimiento. El sentido es en este sentido un hecho teológico.
¿Pero qué sucede en los hombres y mujeres laicos? ¿Somos nosotros también capaces de encontrar un sentido a la vida?
¿Y si la vida careciera de sentido?
Esto es lo que sostiene la teoría realista de la depresión, una teoría que plantea que los enfermos depresivos son aquellos que tienen una percepción mas realista de la vida y que nosotros -los que no tenemos depresión- ostentamos un sesgo optimista que nos hace vivir a sabiendas de que vamos a morir y que en definitiva, de nosotros no va a quedar nada, una vez mueran todos aquellos que mantuvieran un recuerdo de nuestro paso por la vida.
«El realismo depresivo es la noción (discutida) de que las personas depresivas ven el mundo como es en realidad, mientras que las personas normales tenemos una visión distorsionada. Parece un concepto contraintuitivo, pero vamos a ver algunos datos que apoyan que esta proposición no es ninguna tontería. Fijaos en estos datos: los sujetos que sufren una paraplejia se van adaptando y en ocho semanas ya manifiestan más sentimientos positivos que negativos, y al de años solo se consideran ligeramente menos felices que individuos no paralizados. El 84% de los pacientes tetrapléjicos considera que su vida es como la media, o por encima de la media. A primera vista, esto no tiene mucho sentido. Y la explicación última para esta distorsión cognitiva y emocional tenemos que buscarla lógicamente en la Evolución. Lionel Tiger dice, entre muchos otros, que la especie humana ha sido seleccionada por la evolución por sus ilusiones optimistas acerca de la realidad. Ajit Varki, también, propone que la conciencia de nuestra propia muerte nos impediría funcionar si no hubiera emergido junto con ella un optimismo irracional. Capacidad de contemplar (controlar) el futuro y optimismo irían necesariamente de la mano.
De manera que la ilusión de control es lo que hay debajo de eso que ha venido en llamarse «sentido o propósito de la vida».
Existencia, creencia y esencia.-
Hay dos clases de personas:
- los que creen que la esencia es anterior a la existencia. Algo así como una entelequia que algunos han llamado «alma» y que preexistiría a la existencia propia. Son los esencialistas. Los que sostienen esta creencia suelen pensar que existe una vida después de la muerte o que la muerte no es el fin. Estas creencias suelen ser teológicas, es decir cuentan con un Dios creador o al menos gestor de las vidas humanas. Pero también pueden ser laicas como veremos más tarde en una suerte de inversión teológica.
- los que creen que la existencia es primero que la esencia de cada cual, que en cualquier caso viene determinada por el genoma y las condiciones iniciales del desarrollo humano. El sentido vendría determinado por la trayectoria que seguimos en la vida -las contingencias- y no tanto por la revelación del mismo a través de cualquier circunstancia. El sentido sería algo interno del hecho de existir, sería algo implícito a la vida, pues si nadie nace o existe por voluntad propia ¿qué sentido tiene el buscar un propósito para nuestra existencia?
Algunos efectos de la secularización.-
La secularización del mundo ha tenido efectos en la mente humana, sus valores y expectativas. Se ha señalado con reiteración que muchas de las creencias e ideologias actuales tienen ciertas correspondencias religiosas. Asi por ejemplo la creencia de que nuestra identidad sexual es algo que se puede elegir, más allá de la sexuación fisica es una idea relacionada con la existencia del alma, como si hubiera una esencia que habría que descubrir para sintonizar la mente con este hallazgo de nuevo cuño. Ciertas creencias de la ideología woke, son en realidad nostalgias religiosas en busca de un fundamento laico que muchas veces es contradictorio en si mismo o al menos contradictorio con lo que sabemos de neurociencia. Estas creencias tienen mucho éxito porque se asientan en cerebros esencialistas que creen en un principio espiritual que sobrevuela por encima de las contingencias.
Y un cerebro esencialista sin religión está obligado a internalizar los principios básicos de la misma: la salvación colectiva. Son muchos los que creen que el mundo puede ser salvado de si mismo a través de ciertas ideologías, nombraré el nazismo y el comunismo, las dos ideologías del siglo XX que a diferencia del liberalismo encuentran su fundamento en la religión o en el esoterismo más antiguo. Una vez encontrada la razón de vivir, el propósito de la vida ¿no estamos obligados a seguirlo pese a quien pese? ¿Qué importancia tiene condenar a muerte a todos los disidentes si estamos seguros de que hemos encontrado la verdad de la existencia?¿El verdadero propósito de la vida?
El lado oscuro del sentido.-
Hay que andarse de puntillas con aquellos que han encontrado un sentido en la vida, un propósito más allá de algo individual, algo que va más alla de una verdad subjetiva. Porque ahi hay una explicación para el genocidio. Pues el propósito de la vida -una vez encontrado- es para algunos un mandato moral: imponerlo a los demás.
¿Qué importancia tienen los seis millones de judíos exterminados en la Shoá, si lo que viene después es la felicidad eterna del pueblo alemán?
¿Qué demonios de importancia tienen los 20 millones de exterminados en la URSS, si lo que viene después de ese exterminio es la consumación del género humano? Ninguna.”
Fuente:
¿Y el suicidio tiene alguna relación con las mentes esencialistas?
Será en el proximo post.
Bibliografía.-
Tali Sharot. The optimism bias. Why we´re wired to look on the bright side. Robinson 2012