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El elefante en el ascensor (y XXIV)

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Este va a ser el último post de esta serie que inicié hace algún tiempo y es por eso que voy a dedicarlo a dar algunas pinceladas a la tarea de cómo domesticar eso que llamamos mente. Pues la mente no se puede dominar sino solo domesticar y si se puede domesticar es porque no todo en ella es naturaleza (natura naturans) o deseo sino sobre todo espíritu.

Ya vimos cómo la mente individual son como pequeñas turbulencias en ese rio genérico que es la mente colectiva según las tradiciones que comentó Juan Arnau en este post y donde ya vimos que la mente puede enfermar al cerebro. Significa que toda mente individual participa de una mente común a toda la humanidad y más allá de eso a lo que llamamos vida. La vida es una corriente que atraviesa toda la materia biológica y aun a la inerte y la dota de movimiento aunque sea en las entrañas de la tierra. La tierra no está viva pero tiene movimiento cómo hemos visto recientemente en el terremoto de Turquia y Siria. La Tierra representa en este caso a la Naturaleza pura, no mental, aquella que no tiene intencionalidad ninguna, aunque mantenga cierta memoria de sí misma a través de los accidentes geológicos o carezca de lenguaje.

Si imaginamos un ascensor con un elefante dentro obviamente no habrá espacio para nosotros , el elefante (que es Naturaleza) ocupa demasiado espacio. De lo que se trata en cualquier caso es convertir el elefante en un ratón a fin de que quepamos en el ascensor (la mente), el mecanismo que hace subir y bajar el ascensor y cierra y abre las puertas es la Conciencia o el espíritu, es decir la parte noble (electrónica) de este mecanismo que dispone además de ciertos relés de seguridad. Se trata de una metáfora muy utilizada si bien en otro sentido: la de que todo el mundo ve al elefante pero nadie comenta nada sobre el espacio que ocupa.

El desapego.-

Nuestra mente viene de serie cableada para sentir apego, es lógico y común entre todos los mamíferos, pero en nuestro caso sin apego moriríamos de inanición. El apego es una adaptación que cambia el cerebro de madres, padres e hijos en virtud de una sobredosis de oxitocina. Pero el apego más allá de una cierta edad -en la que somos aun muy dependientes y que en nuestro caso se prolonga hasta más allá de la adolescencia-, llega a constituirse como un handicap, pues no se limita al apego afectivo a la madre, o familia sino que se extiende a cosas, posesiones, logros y sociabilidad. Somos muy dependientes y apegados de lo que los demás creen o piensan de nosotros. Y lo somos tanto que a veces somos capaces de sacrificar nuestras inclinaciones naturales en virtud del deseo de otros. Y aquí viene mi primer consejo para domesticar la mente: navegar siempre con las velas de nuestras inclinaciones naturales, sean cuales sean nuestras dotes, las que vinieron en el pack de nuestro temperamento, esas son las guías que debemos seguir siempre.

Y naturalmente esto tiene que ver mucho con el desapego. Pero antes una definición:

Desapego es la cualidad de sentirse autónomo con respecto a lo que los demás piensan de nosotros: resultar insensible a las criticas y a los halagos. Podréis pensar que esto es muy difícil y lo es en un sentido radical, claro. Todos somos sensibles de alguna manera a ambas percepciones ajenas, claro que preferiremos los halagos a las criticas, pero hay que ser un poco relativista en eso, porque algunas criticas nos mejoran y muchos halagos nos echan a perder. Discriminar las dosis de ambas cuestiones depende de nuestro criterio. Y el criterio que os propongo es un criterio homeopático, es decir aquel que acepta pequeñas dosis de halagos o de criticas siempre entendiendo que el cruzar ciertas lineas rojas es lo que en la vida nos va a suceder: unos nos adularán y otros nos criticaran envidiosamente. Y comprender que los que nos quieren siempre tendrán de nosotros una opinión sobrevalorada con respecto a los indiferentes o adversarios. Más que eso, el único lugar donde nos aceptarán sin condiciones es la familia, suponiendo una familia funcional, claro.

Si tenemos un criterio, es porque lo forjamos durante la infancia y en relación con nuestras figuras de apego. Estas no están siempre conformes con lo que hacemos y su labor es educarnos, es decir domesticar nuestras pulsiones con limites, horarios y rutinas. En la escuela aprendemos las mismas cosas en un entorno mucho más exigente y público que en nuestro propio hogar. Esa oscilación de rutinas diferentes en distintos espacios es lo que nos da noticia de que las reglas cambian según el contexto y cambiamos -nosotros mismos- según él. Un niño de cuatro años sabe que ciertas cosas se pueden hacer aquí y no allá. Más concretamente los niños reconocen estas diferencias y nos utilizan de marcadores de ellas. Por ejemplo mi nieto de 4 años sabe las cosas que puede hacer, hablar, jugar y sentir conmigo que son distintas a las que espera de su abuela, madre o padre. Cada cual ha de estar en su sitio y dejar que el niño nos busque para repetir siempre el mismo ritual, el mismo cuento, la misma merienda, la misma rutina. El criterio se forma pues a través de esas oscilaciones conductuales según actores y contextos. Hasta que el niño aprende que Yo es lo mismo que Contexto.

Lo que sucede en las familias funcionales es que cada cual está en su sitio. Pues el padre, la madre y el hijo más allá de ser personas concretas son sobre todo lugares, espacios o funciones. Metáforas.

Lo que sucede en la Odisea es un buen ejemplo de ese «estar cada cual en su sitio». Persefone, Telemaco y Ulises -al fin- están en su sitio.

Una vez formado ese entramado que llamamos criterio ya podemos entrenar el desapego.

El desapego tiene una consecuencia muy interesante como promotor de la salud mental y es la capacidad de observarse desde fuera, es decir desde cualquier lugar, o lo que es lo mismo sin lugar alguno. Una observación sin localidad. Como si hubiéramos salido de nosotros mismos. No nos confiere el don de la bilocalidad pero nos permite poner en marcha el observador escondido, ese que viaja con nosotros y con el que a veces mantenemos conversaciones como Antonio Machado postulaba.

Yo siempre he sido una persona muy desapegada, probablemente por razones de mi biografía personal o quien sabe porque venía en el pack de mi temperamento, hasta tal punto que muchos han pensado que era un indolente o como se decía entonces «pasota», uno al que nada le llega, al que nada le importa, algo que procede de ciertas actitudes mías hacia los problemas. Los dilemas o los conflictos, una actitud de «laissez paser». Naturalmente he reflexionado mucho sobre este rasgo de mi carácter a veces con preocupación, ya que había sido señalado con demasiada frecuencia para no ser verdad, pero lo cierto es que con la edad he reconocido que esta especie de relativización de las dificultades me ha sido muy útil. No es que me encuentre más preparado que cualquier otro para lo peor. Es que peor o mejor son especies relativas en mi pensamiento, al que llamaré logarítmico porque no lleva cuentas cuantitativas.

Hace algún tiempo y cómo anécdota aclaratoria sobre esta cuestión haré una revelación: estaba dando una conferencia a un grupo de personas. A esta conferencia acudió cómo espía un medio jefecillo mio en aquella época, es decir un tipo que podía hacerme la vida un poco más fácil y al que yo no le caía nada bien. Al terminar la conferencia me dijo:

-Paco me has sorprendido mucho, contigo estaba equivocado. Yo creía que tu sobrevolabas por encima de los los problemas y veo que tratas este asunto con mucha profundidad. A lo que respondí

-No estabas en absoluto equivocado, es precisamente porque sobrevuelo por los problemas que puedo llegar a ser profundo. Lo soy porque no estoy capturado por la gravedad de la tierra. Me gusta eso de sobrevolar.

Naturalmente el tipo no podía comprender mi argumento porque era un obsesivo.

La posibilidad de establecer relaciones con elementos diversos y aparentemente desconectados entre si, es un subproducto de lo que viene a continuación.

Otra clave para mantener una buena salud mental es discriminar entendimiento de conocimiento. La diferencia entre ambos procesos es que el entendimiento es de naturaleza no-dual mientras que el conocimiento es dual es decir se encuentra perforado por la contradicción. Dos cosas opuestas no pueden ser verdad al mismo tiempo y es verdad que no pueden serlo porque tal y como señalaba Bateson en el post anterior, somos prisioneros de las reglas semánticas del lenguaje o dicho de otra manera: el lenguaje está construido con una epistemología errada que es muy útil para referirnos a las cosas próximas y concretas pero bastante burdo para apresar significados en los significantes complejos. La herramienta que ponemos en juego en el entendimiento es la intuición, otra vez aparece el pensamiento logarítmico, ese que no atiende demasiado a cantidades o a contradicciones. El entendimiento es lo que nos permite estar en dos lugares a la vez o contemplar opiniones e ideas desde una aproximación tolerante. Todas las opiniones están sesgadas, es cierto pero representan a una persona que -a su vez- tiene un elefante en su ascensor y aun no ha sido capaz de decir «aquí hay un elefante, lo veís?»

Yo soy capaz de entender incluso a las personas que piensan de un modo opuesto al mio y es probablemente esta la razón por la que me hice psiquiatra. Cuando era joven me interesaban mucho las personas desquiciadas, confusas o extravagantes pero con el tiempo esa tendencia fue madurando hacia una actitud que -otra vez recuerda a Bateson- la complejización de la complejidad. Entendí que a las personas no les puede ayudar sin introducir en su sistema de pensamiento algo que perturbe su manera de pensar el mundo. Al añadir un nuevo elemento en ese sistema cerrado a veces el individuo puede -si acertamos con la elección- poner en cuestión todo su entramado argumental.

Por eso cuando me jubilé comencé a escribir aforismos, pues el aforismo es precisamente eso, una llave que abre ventanas al cuestionar nuestra área de confort y aunque a mucha gente no le gusta el registro aforístico porque lo ven como un argumento de autoridad intelectual lo cierto es que tiene mucha potencia de cambio.

Cultiva tu espiritu.-

Mucha gente siente horror cuando oyen la palabra espíritu porque la asimilan a «alma», «Dios» o un principio que sobrevuela por la materia reforzando la dualidad cartesiana. Pero no se paran a pensar que la palabra «atomo», «electron» o «bosón» tienen la misma naturaleza que la palabra espiritu o alma, algo a lo que no se puede meter el dedo.

La musica, la poesía, el arte o la literatura son espíritu, probablemente la parcela espiritual más cercana a nosotros los hombres y mujeres modernos es la música, pero claro y ahora volvemos al criterio: no todas las musicas tienen este efecto espiritual por así decir, hay que cultivar el gusto, como hicimos con la agricultura para domesticar ciertas especies y hacerlas comestibles.

Bach es espiritual, el rap o el reguetton son naturales y naturaleza y Espiritu o Conciencia se hallan en relación dialéctica compleja.

Convierte tu elefante en un ratón.

Esa es la tarea.

Poema Si (If) de Kipling– Versión en español

Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor
 la pierden y te culpan a ti.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
 pero también aceptas que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
 o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
 o si, siendo odiado, no incurres en el odio.
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.
  
Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso,
 y tratar a esos dos impostores de la misma manera.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
 tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
 y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.
  
Si puedes apilar todas tus ganancias
 y arriesgarlas a una sola jugada;
 y perder, y empezar de nuevo desde el principio
 y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
 a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados,
 y así resistir cuando ya no te queda nada
 salvo la Voluntad, que les dice: “¡Resistid!”. 

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
O caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el implacable minuto,
 con sesenta segundos de diligente labor
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
 y —lo que es más—: ¡serás un Hombre, hijo mío! 

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