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El antropólogo de guardia

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Hace algunos años, siendo fiestas en mi ciudad, como ahora, yo estaba de psiquiatra de guardia en mi Hospital y siendo las 4 de la mañana fui requerido a urgencias.

La urgencia era un chico que acompañado de su pareja había venido a urgencias por un grave problema:

—No se me levanta.

Me quedé estupefacto, era la primera vez que me sucedía algo así. Se trataba de un cisne negro, no sabía como reaccionar.

—No te preocupes, eso es que has bebido demasiado. Mañana estará mejor y si persiste busca la ayuda de un psicólogo.

—¿Y usted no es psicólogo?

—No, yo soy psiquiatra y estoy aqui para atender problemas psiquátricos. Y además no debo ser muy bueno cuando estoy aqui a las 4 de la mañana para atender «gatillazos».

—¿Entonces no me va a dar nada?

—No, no es una urgencia médica.

Pero después de ese episodio vinieron otros muchos similares sobre los que he pensado mucho, sobre todo en tiempos de fiestas como este: demandas sesgadas en colaboración con el alcohol o la violencia. Los jóvenes inexpertos acaban bebiendo demasiado y nadie sabe porqué les traen a urgencias de los hospitales bloqueando todos los boxes de urgencias como si se tratara de una epidemia de covid. ¿Dónde deberían atenderse las embriagueces simples de los borrachines festeros?

¿Deberían haber puntos vino-tinto (como hay morados) en los lugares de asueto?

Beber alcohol no es una enfermedad, aunque el abuso del alcohol a largo plazo provoque enfermedades, pero el alcohol no es la enfermedad en sí misma. Es lógico que la primera vez que uno bebe alcohol en exceso acabe ebrio, pero no es tan lógico que acabe en urgencias de un hospital: los excesos de confianza hacen estragos pero la medicalización de estos fenómenos no resuelve sino que agrava el problema asistencial. A todos nos pasó en nuestros primeros episodios de vino si bien no terminábamos en los hospitales sino en nuestra cama, alguien nos llevaba hasta allí o nos ayudaba a llegar. Ahora los embriagados terminan en los hospitales como si la embriaguez fuera algo que hubiera que atender a vida o muerte, como si fuera algo tratable en una UCI o en un box hospitalario. «Dormir la mona», es el único remedio y aprender para la próxima a no beber por encima de nuestras posibilidades.

Dicho de otro modo: beber alcohol es una conducta de interés antropológico.

Pero no solo es que no sepamos beber ni conozcamos los limites de nuestro cuerpo es que existe un sistema que cree que estas cosas las resolvemos los médicos en los hospitales, como el joven que acudió a urgencias con su gatillazo. ¿Es que alguien cree que hay una pastilla que resuelva la huelga del pene de aquel muchacho?

Hay muchos problemas que no son médicos sino antropológicos. Y no solo en la percepción de los ciudadanos sino incluso en las clasificaciones médicas. ¿Qué nos hace pensar que la histeria es una enfermedad? ¿No hubo un tiempo en que creímos que la homosexualidad también lo era?La histeria es una condición antropológica, del mismo modo que la disfunción eréctil de aquel chico. Nótese que «disfunción eréctil » utiliza una jerga médica, pero ¿qué tiene de patológico el fracasar en la erección en ciertas circunstancias? Sólo podríamos considerarlo una enfermedad o trastorno si fuera siempre así, pero los gatillazos —en sí mismos— no son enfermedades ni señalan ningún trastorno y la mayor parte de ellos se deben al exceso de alcohol ingerido.

Es cierto que llevados al extremo tanto la disfunción eréctil como la histeria pueden llevar a estados patológicos, pero la cuestión sigue siendo la misma: en sí mismas no son enfermedades. Hay chicos y hay chicas que temen el coito (en realidad temen al otro sexo) y fracasan en la erección o en la lubricación pero eso es normal, una condición antropológica. Del mismo modo los rasgos caracteriales de la histeria son una muestra de la variabilidad humana y solo son patológicos cuando interfieren en la gestión de las emociones propias. La histeria puede ser considerada como un deficit en la capacidad para hacer inteligible lo sensible que es condición para poder modificar lo sensible o al menos poderlo neutralizar. Es verdad que algunas personas (usualmente mujeres) no son capaces de hacerlo y entonces viven como intoxicadas por sus propias emociones muchas veces contradictorias entre sí como sucede en el TLP (trastorno limite de la personalidad) y es en realidad algo común a todas las neurosis.

Lo paradójico convive con las neurosis del mismo modo que lo imposible o lo inalcanzable convive con las psicosis, pero la atención a estas variedades de la personalidad no son objeto de los médicos sino de los antropólogos. Darían para varias tesis de antropología. Y podriamos encontrar explicaciones a estas formas.

Del mismo modo que los excesos de violencia que estamos viendo en la actualidad no son objeto de la medicina ni de la psiquiatría sino de la filosofía política y de las creencias polarizadas de la población. Es lógico que en una sociedad fragmentada por creencias políticas radicales existan bolsas de población violenta y un exceso de crímenes execrables.

¿Deberían haber antropólogos de guardia?


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