De Herman Hesse había leído «El lobo estepario» y «Sidharta», que, por cierto no me gustaron nada. Recientemente alguien me recomendó leer Demian a partir de ciertos paralelismos con un personaje de una novela que ando escribiendo. Y era cierto, pues Emil Sinclair tiene cosas bastante parecidas a Oscar Ortega el personaje de mi novela. Solo que se trata de algo bien conocido: la transición de la niñez a la adolescencia y la búsqueda de la propia identidad.
Emil Sinclair es el protagonista de Demian y narra en primera persona —en realidad Hesse es el propio Sinclair— sus peripecias en esa época de tránsito desde una niñez plácida en una familia bien organizada y estable con reglas claras y sin ningún tipo de accidente digno de señalar, una época luminosa hasta su entrada en sociedad, algo que se lleva a cabo en la escuela y donde la luz anterior queda oscurecida por un gremio de acosadores, transgresores, y donde las reglas que uno traía de casa se tambalean en presencia de los sempiternos matones de patio y las reglas que los grupos construyen para desafiar a los padres y su moral. Todos hemos tenido esa experiencia y cómo nuestras convicciones morales fueron puestas en duda por nosotros mismos cuando tuvimos que encajar en ese pequeño mundo del aula. Allí donde es tan necesario encajar y ser admitido en el grupo, tan necesario como comer o beber. Queremos ser como los demás y somos capaces de mimetizarnos con el ambiente, ahi descubrimos nuestra alma gemela, y quisimos ser como él, como Kromer.
Para ello, para ser admitido en el grupo Emil inventará una mentira que será después de todo descubierta lo que le impedirá proseguir su periplo en la oscuridad de la socialización de una forma exitosa. Será ridiculizado y de alguna forma apartado. En ese estado se encuentra Emil cuando aparece en su vida Max Demian, que será algo así como su mentor, el que le enseñará a poner en juego su sensibilidad para encontrarse a sí mismo, Demian es una especie de redentor que se ocupa a través de su madurez de hacerle recapacitar no solo para abandonar el estilo de vida destructivo que había elegido después de aquella circunstancia anómala. Sinclair se siente atraído hacia Demian, tras una lección sobre Caín. Demian sostiene que Caín pertenece a una raza más fuerte y son los débiles quienes han creado una negra leyenda. Demian libera a Sinclair de la influencia nefasta de Kromer. Es pues una figura paterna y por supuesto una figura de identificación.
El Sí-mismo.-
El Si- mismo es un concepto jungiano y Hesse estuvo analizándose con un jungiano, de modo que era una enamorado de la psicología analítica y es en Demian donde Hesse explora precisamente estos conceptos que están relacionados con la búsqueda y los accidentes del descenso de Emil: de lo que se trata es del proceso de individuación que no es otra cosa sino la fusión del Yo con el Si-mismo. Es entonces cuando se alcanza la plenitud, algo así como el concepto de autorealización de Maslow.
He de confesar que personalmente no me gusta nada ese concepto de Si-mismo, lo encuentro muy esencialista, algo muy parecido a lo que hoy llamamos identidad por no llamarle por su verdadero nombre: el alma. Como no creo en el alma pues tampoco creo en que haya un sí mismo esperando ahí en un océano de tiempo a que el Yo se desperece. le descubra y dibuje un mapa para extraviados. Mi lectura de Damien no anda por ese camino, creo más bien que todos tenemos una experiencia precoz del mundo que vivimos en nuestros primeros años y que si esta experiencia es lo suficientemente feliz se constituirá como un referente en el desarrollo que más adelante tendremos que enfrentar a través de esa esclavitud que llamamos socialización. Ahí se encuentran las posibilidades mas peligrosas para cualquiera: ser como los demás, que los demás te acepten y no caer en desgracia son necesidades humanas fundamentales tal y como conté en este post acerca de la exclusión social. Si creo que existe una dicotomía entre el mundo de nuestra infancia (en el caso de haber tenido una infancia lo suficientemente buena) y el mundo que nos encontramos después de haber roto amarras con nuestras figuras de apoyo. Separarse de la madre es necesario pero también un camino de obstaculos que poco a poco nos va cuajando una personalidad. Una personalidad que siempre tendrá una base segura: la que adquirimos en nuestra infancia. Así y todo las cosas se pueden torcer a no ser que uno encuentre esa figura redentora y providencial que es Demian.
Y la socialización favorece siempre a los malhechores, por una razón fundamental: son los que ponen en tela de juicio nuestros valores primarios, si mentir es inmoral entonces hay que mentir para ser aceptado por esos grupos, si robar es inmoral entonces es un signo de valentía y de valor el hacerlo. Todos en el grupo (de chicos) valorarán al más osado, al más fuerte y no al más honrado o recto. Así es como se socializan los muchachos y ese el estigma que deja fuera a aquellos más sensibles, más tímidos, más buenos.
Y cuando uno encuentra a Demian es casi lógico que acabe enamorándose de él, algo asi parece sucederle a Emil con ese amor que procede de la identificación y tanto nos recuerda al amor adulto sexualizado. Hay una escena en la novela —la escena del beso— entre Emil y Demian que me parece trascendental pues Emil que anda enamoriscado (trasferencia materna) con Frau Eve, la madre de Demian a la vez que está platónicamente enamorado de Beatriz y del propio Demian quien después de besarle le dice a Emil que ese beso se lo manda su madre Eva. Otra vez Demian sale al rescate.
Demian es un gnóstico como un cátaro moderno, de esos que se imaginan a Dios como los masones, un arquitecto que no un creador, que sostiene un orden en el universo pero que no interviene en la vida de los hombres. Un Dios dual que no necesita diablos ni demonios porque en él se encarna precisamente tanto el bien como el mal, la luz como la oscuridad, lo masculino y lo femenino. Ese Dios se llama Abraxas y como el yin y el yang coexiste en todos nosotros.
Me gustaria terminar este post con una cita de Jung acerca de dónde proceden los males de la humanidad, al menos de la nuestra, la que está vinculada a la religión judeo-cristiana. Para Jung el origen de todos los males es la dualidad en la que el cristinianismo profundizó hasta el paroxismo. Cristo es representante de todo lo bueno sin ninguna grieta ni defecto humano a diferencia de todas las religiones politeistas cuyos dioses sufrían debilidades muy humanas y reconocibles. La fundación de un Cristo superbueno incluyó inmediantemente un Diablo supermalo y la separación entre los opuestos aumentó su distancia, entre ambos apareció una oquedad insalvable, la grieta de la dualidad. Y con ella la represión, el ocultamiento, la supresión y la negación de lo intolerable.
«La contraposición de lo luminoso y bueno, por un lado, y de lo oscuro y malo, por otro, quedó abandonada abiertamente a su conflicto en cuanto Cristo representa al bien sin más, y el opositor de Cristo, el Diablo, representa el mal. Esta oposición es propiamente el verdadero problema universal, que aún no ha sido resuelto».
Yo también soy un gnóstico como Demian. Lo que significa que escojo la vida del conocimiento por encima de la vida de la fe.
Pues Dios, se llame como se llame, no nos recibirá si ve tumulto, lo que es lo mismo que decir que la vía del conocimiento es una experiencia individual y por tanto algo que no depende de la estadística ni de procesos racionales o conscientes sino de ese otro lado del espejo donde habitan la incertidumbre y la indeterminación.
De uno en uno, o todo lo más en parejas.
Al final ambos son reclutados en la primera guerra mundial —el trasfondo cultural de la novela— y acaban heridos en una camilla. Alli Sinclair se da cuenta de que Demian ya vive dentro de él. Ha logrado identificarse de una forma sólida, se ha encontrado a sí mismo.