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¿Para qué sirve la literatura?: Las relaciones desconcertantes.

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Estoy leyendo a una autora española —Sara Mesa— que me vino recomendada por una amiga y que me está entusiasmando, después de leer «La Familia» y otras novelas cortas, aunque dicen que «Un amor» es su mejor novela», de modo que la tengo en lista de espera. La Mesa me parece una gran narradora y sobre todo me parece indicada para exponer aquí cual es mi concepto de literatura, para qué sirve y cuales y porqué son los géneros que mas me gustan,

Lo que más me interesa de sus novelas (no sólo ésta que preside este post) es lo que llamo «relaciones desconcertantes», algo que necesita de gran parte de la complicidad del lector. Un lector que se utiliza como representante del consenso social, ¿pues qué es lo que piensa cualquiera de nosotros si recibiéramos esa llamada anónima de una persona que pretende que quedemos con su mujer —antigua amiga nuestra— porque nos echa mucho de menos? Lo que cualquiera de nosotros pensaría es que hay alguna estafa por delante, alguna venganza, algún ajuste de cuentas y por supuesto no iríamos a esa cita. Si Rosa —una de las protagonistas de la familia— va a esa cita es porque es un personaje literario forzado a hacerlo, de lo contrario no habría novela. Como resulta que la realidad es un consenso sobre falsedades me temo que el desenlace no tendrá ninguno de esos elementos de violencia que imaginamos. Y que todo quedará en un juego donde lo que queda en evidencia es que lo que hemos consensuado, el peligro de ciertos encuentros o de revivir ciertas relaciones abortadas por cualquier razón utilitaria o aun sin ninguna razón, puede reconstruirse para generar una nueva subjetividad y hacerle una burla a los consensos.

¿Qué pensamos los lectores de Lolita de Nabokov? ¿No estamos leyendo una novela narrada por un pederasta? ¿No es Humbert Humbert un criminal sexual? Bueno, lo cierto es que Lolita está escrita como una confesión de alguien que espera juicio, no tanto por su abuso incestuoso sobre Lolita sino porque asesina a alguien que la apartó de su lado, mediante un rapto. Leer Lolita es un buen ejercicio de transgresión de los consensos sociales sobre el abuso de menores, ¿pues es Lolita realmente una menor? ¿Era un pederasta Antonio Machado al casarse con Leonor a sus 15 años? Lo cierto es que el concepto de «menor» es algo que cambia con el tiempo, está sujeto al espíritu de cada época, no es algo inmóvil ni petrificado, o constante. Lo importante en este caso es que Lolita es una novela, no algo que sucedió en la realidad. Si hubiera sucedido en la realidad ya sabemos cómo acabaría Humbert Humbert, lo que añade la novela a ese desenlace son las razones subjetivas que llevan a Humbert a enamorarse de una nínfula; es necesario leer la novela entera para enterarse.

Una novela no tiene porque reproducir realísticamente lo que sucede ahí afuera pues la realidad por sí misma y a través ´de sus mercaderes ya se ocupa ella solita de integrar la ficción en nuestras vidas.

Lo cierto es que Lolita es una novela desconcertante, lo que desconcierta es un código moral concreto —el nuestro— aunque ya vemos que ese código está bastante desdibujado no solo por la época, sino por las circunstancias individuales y los prejuicios —consensos— que tomamos como dogmas irreductibles. Lo más desconcertante es que Lolita es una novela de amor.

Y eso es lo que es precisamente lo subversivo, que se trata de una historia de amor y donde el abuso pasa desapercibido del mismo modo que la incapacidad de ambos para encontrar un lugar en el mundo,

Juegos de Mesa.-

En «Cara de pan» lo que sucede es que una niña de unos 14 años hace novillos porque en la escuela le llaman así, y es por eso que en lugar de ir a clase se esconde en un parque a pasar las horas detrás de unos setos. Allí se encuentra con un hombre mayor —un viejo— con el que hace amistad y charla con él a diario. ¿Qué cree usted que sucede cuando la familia y la escuela se dan cuenta de esto? ¿Qué pensaría usted que sucede?

Para mí la literatura es la alternativa que tenemos para construir una narrativa bien distinta y en cierta forma transgresora de los consensos sociales, esos que damos como verdades absolutas a sabiendas que son falsos. La literatura no debe atrapar la realidad como hace una fotografía (estoy contra el realismo), más bien creo que debe escarbar en aquellos lugares donde se ocultan la mayor parte de las variables de las causas enmarañadas de las cosas. Así la literatura puede echar mano de la farsa, del humor, de lo grotesco, de los fantástico, de lo irrelevante para tratar de iluminar y en cierta forma cuestionar los consensos que compartimos casi todos los que componemos la opinión publica de un determinado tiempo.

En este sentido cuando comencé a leer «La familia» pensé que iba a encontrarme —como asi fue— con uno de esos textos que tanto les gustaría a los terapeutas sistémicos, los terapeutas de familia. No cabe duda de que a Bateson le haría mucha gracia ese Padre omnipotente y omnisciente que trata de educar a sus hijos imponiéndoles un continuo doble vinculo sobre sus propias ordenes. Lo autoritario se esconde detrás de lo moral. de lo estético, del saber, del bien pensar. Damián es un personaje dogmático y egocéntrico que domina a su familia sin ningún atisbo de violencia como un Gran Hermano que todo lo ve. Pues en esa familia no hay secretos.

El doble vinculo es un estilo comunicacional paradójico que induce conductas que parecen apragmáticas, perturbadas o estúpidas en sus víctimas y es muy típico de ciertas personas dominantes y enrevesadas.

Como mínimo los juegos de Mesa son inquietantes, porque el lector no sabe lo que sucede, pues lo que sucede no siempre es lo mismo que se cuenta que sucede y tampoco suele coincidir con lo que juzgamos que ha sucedido,

Una inquietud que se solapa con lo siniestro, aquello que por tan familiar y doméstico no nos llama la atención como lo que es: espeluznante.

Lo que llamamos estragos parentales no son sino traumas inapreciables, imposibles de objetivar por la ciencia pero que la literatura es capaz de desvelar.

.Freud escribió en 1919 uno sus ensayos más literarios y que hoy consideraríamos como critica cultural más que ciencia pura y dura. Tituló a este ensayo como «Umheinlich» que ha sido traducido como «lo siniestro» o «lo ominoso» aunque en realidad debería llamarse «fuera de casa». Se trata de una vivencia contradictoria donde lo extraño se nos presenta como conocido y lo conocido como extraño.

Se trata de fenómenos relacionados con la psicopatología y también con la neurología aunque pueden ser experiencias normales si bien fuera de lo común. Está relacionado con el doble, que en su versión más radical encontramos en el delirio de Capgras, el conocido como delirio del doble, pero también con su opuesto: el síndrome de Frégoli donde cualquier cosa extraña nos resulta familiar y como no en esos fenómenos normales que algunos niños presentan en forma del amigo invisible con el que se mantienen conversaciones sobre temas diversos.

Para Freud la ilusión del doble es un subproducto de la escisión del Yo que se lleva a cabo con la escisión fundacional de nuestra especie, donde el Yo, da lugar a derivados morales como el Superyó: el heredero del complejo de Edipo. Así en cada uno de nosotros habita un doble separado de la conciencia mediante la represión: el doble seria la parte rechazada de nosotros mismos, pero también el protector.

Un rechazo que nos puede llevar a entender el tema de la oikofobia, que es el repudio de lo familiar, de lo conocido y su reemplazo por afinidades exóticas, distintas. Lo diferente es celebrado como propio al tiempo que lo propio, la misma cultura, la misma identificación que procede de lo próximo es desplazada y repudiada. La oikofobia es el núcleo causal de la manía viajera y como no de la radical fuga disociativa, del gusto por las culturas exóticas, de ese viaje continuo que es en realidad una forma de viaje eterno: una forma de escape y repudio de lo propio. Se supone que ambos destinos proceden del mismo núcleo conflictual: la escisión del Yo en dos partes, una de las cuales se mantiene como perseguidora de la otra. Es bien sabido que los paranoicos cambian mucho de domicilio e incluso de ciudad.

Recientemente Mark Fisher ha escrito un libro donde aborda precisamente este tema para ampliarlo, a través de dos conceptos adyacentes: lo raro y lo espeluznante, a través de un viaje muy interesante por películas de cine y obras literarias, un material del que no dispuso Freud. Freud nunca conoció a Hicthcock, ni a sus pájaros.

El ensayo de Freud ha tenido mucha influencia en la narrativa del terror y la ciencia ficción, con su definiciones del doble y la repetición compulsiva que parecen explicar en el ensayo de Freud todos los fenómenos siniestros. Sin duda —afirma Fischer— lo raro y lo espeluznante comparten con lo siniestro algunas propiedades: son modos narrativos similares a los cinematográficos, modos de percepción y apercepción, es decir modos de ser. La diferencia entre lo raro y lo espeluznante es su forma de lidiar con lo siniestro. Ya he dicho que lo siniestro es el tratamiento de lo familiar como extraño, es decir la manera en que el mundo doméstico no coincide —no es compatible— con uno mismo y que lleva al extrañamiento de muchas de las nociones que tenemos sobre la familia y de los recuerdos. En realidad en este sentido el psicoanálisis es un género siniestro en tanto que se persigue una exterioridad a la que se le dan vueltas para transformarlo en algo familiar. De lo que se trata es de hacer coincidir lo desconocido con lo inconsciente que es el otro desconocido y que por estar en nuestro interior debería ser reconocido como propio. Una interpretación psicoanalítica es una forma de reconocer lo propio en lo que el paciente siente como ajeno, como alienado, como algo que simplemente sucede. ¿No es el inconsciente una entidad que gobierna nuestra vida pero que es desconocida para nuestra conciencia?

Lo raro y lo espeluznante actúan a la inversa: nos permiten ver lo interior desde la perspectiva exterior. Lo raro es aquello que no debería estar allí, como el Viejo de los setos en «Cara de pan» o la niña que se esconde en el bosque porque no quiere ir a clase.

Los juegos de Mesa en esta «Familia» se componen de episodios breves donde se van relevando escenas como de cine donde cada personaje nos impone una narración, casi siempre banal sobre algún episodio de su vida diaria. Personalmente me ha fascinado uno en concreto: el episodio donde Martina la niña adoptada por el tío Oscar es apadrinada en teoría por una profesora que en realidad lo que quiere es sonsacarle sentimientos muy privados sobre su vida en casa de sus padres adoptivos. Nunca en mi vida había sentido tan profundamente una traición mayor que la que cuenta la autora casi sin contarlo, es algo que precisa de la complicidad del que lee.

Este tipo de novelas no tienen un final claro, pues ¿qué es un final, sino lo que el autor decide que es el final? Si, ya sé que todas las novelas terminan pero ¿por qué una novela ha de terminar? Lo cierto es que la vida sigue y en ese sentido podemos especular con una vida más allá de la novela y en este sentido me parece prodigioso el manejo del tiempo que lleva a cabo la Mesa, Una escena de aquí, otra de entonces, otra de más atrás, sin seguir un orden preciso, pues así es como comprendemos o pretendemos comprender qué es lo que hirió de manera tan brutal a estos hermanos, cada uno de ellos con una deformidad de personalidad concreta. No se trata de un trauma en el sentido jurídico del asunto sino más allá de eso, una trama de sucesos que instala en todos los supervivientes una simiente de culpabilidad y de autodesprecio que parece ir más allá del final de esta historia que en cualquier caso es arbitrario.

Bibliografía.

Marck Fischer (2020) : Lo raro y lo espeluznante


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