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El pingüino desorientado

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Los pingüinos son una especie exótica en nuestras latitudes y que presenta en su conducta muchas curiosidades. Son aves ovíparas y carnívoras que se alimentan de peces y viven en entornos muy fríos como en la Antártida, su vida transcurre de chapuzón en chapuzón y viviendo en comunidades grandes. Su conducta reproductiva es muy interesante, pues padre y madre que se las arreglan con la monogamia (para toda la vida como si fueran católicos) se alternan en el empollamiento de su huevos que mantienen a sus pies tal y como vimos en un documental extraordinario emitido por TV.

Los polluelos sin embargo son muy vulnerables y suelen malograrse y sus madres se dedican entonces a raptar otros polluelos (como hacen algunos simios), quizá obligadas por el duelo según especulan los etólogos. Es como si estas madres se hubieran trastornado por el dolor o quizá el sufrimiento (si es que los pingüinos sufren después de todo), el caso es que en estas idas y venidas ejercen de alguna forma una especie de prostitución cuando visitan a otros machos: sexo a cambio de piedras. Es como si las piedras le fueran necesarias para su próxima puesta.

Nadie sabe lo que piensa un pingüino y mucho menos una pingüina pero a partir del estudio y documental que firmó Werner Herzog, algunos empezaron a plantearse si los pingüinos pueden trastornarse de tal modo que eligen una muerte segura en algunas ocasiones, tal y como vemos en este documental del cineasta . El pingüino en lugar de dirigirse al océano o de reencontrarse con su comunidad se dirige a una destino insólito: hacia las montañas en dirección contraria a su salvación. ¿Es esto una forma de suicidio?¿Se suicidan los pingüinos?

Nadie lo sabe a ciencia cierta, por eso creo que la pregunta está mal planteada. Eso me ha sucedido después de leer este ensayo de Jesus Garcia Cívico sobre el despiste. Un libro cuya portada tenéis aquí mismo. El libro de Cívico es un viaje sobre ciertos fenómenos de interés para un psiquiatra y quizá también para los etólogos que estudian los pingüinos. Cívico escarba en eso que llamamos distracciones, olvidos, desorientación, confusiones, pérdidas y la innegable negación de nuestros pecados sobre todo, los relacionados con la corrupción.

Y a mí este libro me ha hecho pensar en el TDH, es decir en el trastorno por hiperacticidad sobre todo en su versión de falta de atención. Me plentée una pregunta ¿El sabio es distraído por ser sabio o porque padece un trastorno de deficit de atención? En cualquier caso es legitimo preguntarse si algunas personas padecen una enfermedad llamada TDH, o todo se resuelve con la etiqueta de la distracción. ¿Hay tontos distraídos? ¿Qué es estar distraído?

Estar distraído es no prestar atención a las cosas que nos parecen banales, esas que nos vienen con la socialización y la realidad real. Estar distraído es andar por las nubes, pensando en nuestras cosas y no en las de otros. es no atender a la conversaciones irrelevantes, las homilías de los curas o los informativos de la tele. En realidad a nosotros las personas nos pasa un poco lo mismo que al pingüino desorientado del documental, andamos a lo nuestro y solo tenemos déficit de atención cuando algo no nos interesa. En este sentido el sabio esta distraído porque vagabundea por las nubes. Es decir va a lo suyo, como Dios, que fue el inventor de las nubes.

Nosotros los distraídos somos también muy olvidadizos, perdemos las llaves, la cartera, el móvil, y llamamos a los bomberos o al cerrajero de vez en cuando para que nos abra la casa, no sabemos nunca donde dejamos las cosas, somos desapegados con los objetos prácticos y despistados con las normas sociales, nunca recordamos ese cumpleaños, ni felicitamos la Navidad, ni sabemos movernos en sociedad: carecemos de habilidades sociales y no sabemos hacerles la pelota a quien deberíamos; y muchas veces emprendemos un camino hacia nuestra propia extinción o nos estrellamos contra un árbol si conducimos de forma despistada, en el mejor de los casos nos extraviamos en nuestra propia ciudad o damos mil vueltas por los caminos más largos. A veces incluso nos quitan la novia y nunca recordamos nuestras «obligaciones». Nos pasa como al pingüino: no es que queramos suicidarnos o morir, simplemente estamos distraídos. La explicación es muy sencilla.

Claro que nosotros los distraídos siempre tenemos a alguien que Civico llama «el sacudidor». El sacudidor es el contrincante natural del distraído, usualmente el padre, la pareja, el jefe, o algún amigo que pretende reformar al distraído al que acusa de no prestar la suficiente atención a sus indicaciones. «Nada de eso sucedería si recordaras, si tuvieras mas interés, si me escucharas». A veces el sacudidor es un militar, un policía, una feminista, un psicólogo o un profesor empeñado en reformar a ese que anda siempre mirando a las musarañas.

El sacudidor es el contrincante, no el opuesto al dispersado. Su opuesto es el maravillado: aquel que sin buscar nada especial acaba encontrándolo, como esos afortunados que encuentran su media naranja en un bar donde acudieron por casualidad o esos otros a los que un libro o una conversación les cambia la vida, o ese otro despistado que es rescatado de una muerte segura por un peatón que le advierte del peligro, o esa racha de suerte que hace que las peores cosas no sucedan, como si hubiera un rescatador en lugar de un sacudidor.

Claro que no todos los distraídos son sabios sino nihilistas. Son esos que te preguntan ¿Tu crees en el bien y el mal? Esos se desorientan con mucha facilidad y a falta de sacudidor-rescatador parecen dirigirse hacia un destino muy negro. El nihilista no cree en nada y acaba convirtiéndose en un cínico que solo acaba reconociéndose por su inversión moral, padece un escotoma de sus propios vicios. Y es que exista o no el bien o el mal, no tenemos más remedio que alinearnos con estas concepciones aunque procedan del entorno. Es como el tráfico, exista o no el derecho a ir en coche, lo cierto es que los coches, bicis y patinetes existen y te pueden hacer mucho daño.

Tanto como al pingüino desorientado.


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