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Psicoanálisis y neurociencia

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Cuando yo era estudiante de medicina se decía que entre lo psíquico y lo somático existia como una grieta, una especie de agujero que recibía el nombre de “hiato órgano-psiquico”. Lo cierto es que hoy ya nadie habla del citado agujero y todo el mundo da por cierto que mente y cuerpo se comunican con un flujo bidireccional que no encierra ningún misterio.

Pero lo cierto es que si es un misterio, nada menos que representa el gran misterio, una versión más o menos oculta del problema dificil de la neurociencia.

 

Ansermet y Magistretti se han ocupado de este tema en sendos libros escritos al alimón, uno de ellos titulado “A cada cual su cerebro” y el otro “El enigma del placer” para ilustrar una de las patatas calientes de la neurociencia: el concepto psicoanalítico de pulsión (trieb) que no se corresponde -como más abajo veremos- linealmente con el concepto biológico de “instinto” hoy definitivamente sustituido por el más etológico concepto de “fitness”.

Para tomar un poco de conciencia del agujero en cuestión baste que hagamos un pequeño ejercicio. ¿Puede usted controlar su tensión arterial mediante su mente? ¿O su temperatura corporal? ¿Puede usted quitarse ese dolor de cabeza que le martiriza solo a través de un deseo mental? ¿Puede usted dormirse solo con desearlo?

Si usted es capaz de controlar esas variables fisiológicas, inducirse el sueño  o quitarse la jaqueca; no tenga usted ninguna duda, es un yogui. Y la verdad es que ese control de la mente sobre el cuerpo no es teóricamente imposible pero no sabemos como funciona.

Lo que si sabemos es que el estrés nos enferma, los disgustos nos dan dolor de cabeza o de estómago y los sinsabores de la vida o las preocupaciones nos arruinan el sueño. Sabemos pues de los efectos perniciosos que la mente puede inducir en nuestro estado físico -y por eso no tenemos mas remedio que aceptar que el citado agujero tiene mucho tránsito al menos para lo negativo- pero sin embargo somos incapaces de utilizarlo para nuestra conveniencia y nuestra salud. ¿Por qué?

Pues porque no sabemos usarlo a voluntad. Más abajo volveré sobre este insabido.

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Ansermet y Magistretti se han ocupado de este asunto a través de sendos libros donde establecen un diálogo multienfoque partiendo de sus conocimientos previos, uno neurofisiológico y el otro psicoanalítico. Aquellos de ustedes que piensen que la neurociencia ha devorado al psicoanálisis encontrarán en estos deliciosos diálogos fundadas razones para dudarlo. Lo cierto es que la Neurociencia se ha desentendido de ciertos conceptos freudianos que hoy podemos rescatar a través precisamente de nuevas investigaciones sobre lo inconsciente y la vivencia del tiempo, de la que me ocupé en el post anterior.

Los sueños siguen siendo un misterio para la neurociencia a pesar de que sabemos mucho de la fisiologia y las patologias del sueño. Todo parece indicar que estos conocimientos sobre la neurobiología del sueño no han aportado gran cosa sobre el acto del soñar en ese enlace organo-psiquico que representa el acto de soñar que comunica al que sabe (el inconsciente) del que conoce (el Yo), a pesar de que el sueño es la via regia hacia el inconsciente tal y como sostenía Freud.

Los sueños son otro de los puentes que cruzan ese Rubicón que separa y enlaza lo sabido de lo insabido, pero no es del ensueño de lo que voy a hablar hoy.

Instinto y pulsión.-

De todos estos conceptos psicoanaliticos desconocidos para la Neurociencia me gustaría destacar el concepto de pulsión, del que no me cabe la menor duda supone un puente entre lo psíquico y lo somático. Comenzaré por la definición que le dio el propio Freud en Los tres ensayos y uina teoria sexual:(1905)

La pulsión y el instinto son fenómenos endógenos pero la pulsión es subsidiaria de la experiencia mientras que el instinto es subsidiario de un programa genético.

Lo interesante de los “Tres ensayos” es que fue durante mucho tiempo un texto abierto: Freud volvió sobre él varias veces y llevó a cabo modificaciones en el texto en las subsiguientes revisiones que se publicaron del mismo. Freud se apoya precisamente en las perversiones sexuales -con las que arranca el texto- para ilustrar una de las caracteristicas que definen la pulsión y la diferencian del instinto: la parcialidad.

Podriamos decir que la pulsión es el instinto socializado, después de haber sido sometido a ciertas transformaciones psíquicas: la más importante de las cuales es la represión. “La pulsión vive en el cuerpo pero asoma su hocico a la mente y alli pierde su identidad y su totalidad. Se disfraza y se parcializa”

¿Qué queremos decir cuando afimamos que la pulsión es parcial?

El instinto es el resultado de la programación genética mientras que la pulsión es precisamente el producto de su insuficiencia. Lo que es lo mismo que decir que el instinto no puede -por sí mismo- dar cuenta de todo el principio del placer que el humano puede llegar a gozar. Por ejemplo, la cópula en sí no puede dar cuenta de toda la sofisticación posible de los sentidos involucrados en el placer: visión, oido, tacto, olfato, gusto, etc. El erotismo rebasa el montante de placer disponible en una cópula cualquiera: ese excedente está hecho de pulsiones y son parciales porque no son el coito en sí mismo (instinto) sino que le representan y a veces incluso se independizan de él modificando sus objetivos, como sucede en las perversiones pero tambien en la sublimación. Dicho de otra forma: la pulsión puede operar contra el instinto.

Algo que podemos ver en el suicidio por ejemplo, ¿cómo podemos explicar que un sujeto se vuelva contra el principio de conservación, un instinto bien guardado por la evolución para la autopreservación individual?

La pulsión es pues un subproducto de lo instintivo, es además de eso una condición del sujeto y que se refiere a su experiencia ontogenética mientras que el instinto es la programación filogenética con la que venimos al mundo. Somos pues el resultado de dos saberes: uno el saber del cuerpo y otro el saber del Yo (en estado de consciencia vigil), enmedio el hiato, el agujero donde habita la pulsión, alli donde habita lo insabido.

Saber del cuerpo y saber del Yo.-

No hay duda de que el cuerpo sabe qué hacer: nuestros órganos, sistemas metabólicos o inmunológicos tienen un saber que les concierne y actuan en consecuencia más allá de la conciencia: decimos que son inconscientes sus razones pero bien fijadas y programadas por la evolucion natural. Tambien hay un saber que caracteriza al Yo (o al estado de vigilia consciente), si bien se trata de un saber distinto. Un saber más bien pensado para trajinar con las novedades. El que sabe es el inconsciente, el Yo se limita a conocer y a descartar información.

Es como si en nuestro cuerpo habitaran dos puestos de decisión, uno que atañe al cuerpo y es inconsciente y otro que atañe al Yo y es consciente, epistémico con un depósito de insabidos. Es por eso que con frecuencia nuestro cuerpo nos avisa de que algo anda mal a fin de que el Yo adopte estrategias de defensa. Este “andar mal” puede ser un falso positivo, las alarmas pueden dispararse sin razón fisica para alarmarse pero sea como sea inducirán una respuesta defensiva por parte del Yo a fin de preservar el organismo en su totalidad: la fatiga, el aislamiento sensorial, el reposo, o la retirada del ágora son respuestas de defensa fundamentales del Yo cuando el cuerpo nos avisa.

Pero en la interfase entre lo psíquico y el cuerpo asoma la pulsión, es decir ese “no saber” sobre el cuerpo o sobre el deseo, que toma la gasolina del instinto y la refina para que pase la censura del Yo. Asoma el hocico la pulsión enmascarada y parcial y se gratifica en la realidad. Ver y mirar, oir y escuchar, tocar y sentir, mostrar y velar, actuar o inhibirse son ejemplos de esa disociación-ambivalencia que añade placer y dolor a nuestras percepciones.

Nunca son neutrales, hay una pulsión escoptofílica que mira y una pulsion escoptofílica que goza en sentido inverso (ser mirado). El ojo no es solo un órgano que ve sino tambien un órgano que mira y quizá mira algo que no debió mirar. Este “no deber mirar” es justamente el policia que vigila la pulsión y por lo que “lo visto” ha de ser reprimido o negado. Eso es la pulsión: un acto de mirar que no vió.

Nota liminar.-

Este post se ha confeccionado “ad libitum” de una serie de ideas contenidas en el seminario de metaformación dictado por el Dr Adolfo Santamaria el pasado dia 21 de Marzo en el Consorcio Hospitalario de Castellón.

 

 

 

 

 

 

 

 



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