Hace pocas semanas escribí un post llamando la atención sobre el proceso de banalización que había sufrido el concepto de depresión. El publico en general entiende que la depresión es una enfermedad que nos sucede por alguna adversidad, bien sea en la familia, en el trabajo, en nuestro trasiego por la vida. Así, la depresión es un concepto comprensible a diferencia de otras enfermedades mentales como la esquizofrenia que escapan de la comprensibilidad publica.
Pero la verdad es que la banalización del concepto oscurece el hecho de que la melancolía clásica (que hoy llamamos según criterios DSM, trastorno afectivo mayor), es una enfermedad severa, recidivante y que en cierta forma es igual de incomprensible que la esquizofrenia y que se salda frecuentemente con el suicidio de los pacientes que la sufren en una frecuencia tres veces mayor que la población general. Y probablemente no es la misma enfermedad que lo que entendemos como depresiones de “andar por casa”.
Tampoco se entienden algunos crímenes en masa tal y como ya conté en algún post anterior. La gente entiende el crimen motivado por celos, por ideología, por religión, por dinero o por venganza; entienden los atentados terrorristas pero no entienden los crímenes que se llevan a cabo sin ningún motivo aparente como el caso de Kevin del que hablé aquí.
Para un no experto, alguien que no conoce la locura y la alienación que procura, el comportamiento de Lubitz es incomprensible. ¿Si lo que quería era suicidarse porque no hacerlo a solas? ¿Por qué llevarse por delante la vida de 149 personas?
Aplican la logica racional a la decisión de Lubitz y pierden de vista la evidencia principal: Lubitz estaba loco. ¿Pero si estaba loco por qué no se le detectó? ¿Donde está el error?
De todas las opiniones que expertos y otros menos expertos han lanzado a la red respecto al caso del copiloto que estrelló un avión con 149 pasajeros a bordo, tomo como ejemplo de la de un psiquiatra (cuyo nombre no recuerdo) y que apareció en La Sexta con mucha sensatez y sentido común. Su diagnóstico fue este: se trataba de un suicidio ampliado. Algo que vino a contradecir la opinión del fiscal de Marsella -un ejemplo de transparencia y de saber hacer- que durante su exposición de los hechos cometió un pequeño error: los suicidios se cometen a solas, dijo.
La verdad es que los suicidios se cometen a solas la mayor parte de las veces pero también es cierto que en ocasiones el suicida al estar motivado por ideas apocalípticas, catastróficas, de aniquilación o de ruina sobre el mundo pueden arrastrar a otras personas en esa decisión radical. Muchas personas depresivas que se suicidan amplían el campo de “suicidados” a otras personas, usualmente a sus más queridas. Hijos o esposas. Hablamos entonces de un suicidio, ampliado o altruista según la clasificación de Durkheim.
De manera que no siempre los suicidios se cometen a solas.
Pero este no es un caso de suicidio ampliado sin más.
En este caso, hay un componente que excede esta explicación, puesto que los viajeros del avión no eran siquiera conocidos, no eran familiares, ni había ningún vinculo con el copiloto. De manera que hablar en este caso de un suicidio altruista no encaja demasiado bien con la conceptualización de un suicidio ampliado. Y en eso tiene razón el fiscal de Marsella: no es posible hablar de suicidio sino de homicidio.
Pero el fiscal de Marsella es un jurista y no un psiquiatra. Y en este post me propongo dar mi opinión de psiquiatra y espero apoyar mis argumentos no ya en datos, que van conociéndose poco a poco a través de la prensa, sino en los dinamismos mentales que subyacen a las enfermedades mentales. Trataré asimismo de relacionarlo con otros casos (que comparten algún elemento con este caso) y de ofrecer una explicación comprensible para los no-expertos.
Lo que sabemos de Lubitz.-
1.- Lubitz es un hombre de 28 años, joven y por tanto en una edad de máxima vulnerabilidad a las enfermedades mentales más graves.
2.- Sabemos que tenia un carácter obstinado y perfeccionista. Siempre había querido ser piloto de avión y que ese era su proyecto existencial.
3.- Sabemos que había interrumpido su formación sin motivo aparente. Posteriormente hemos sabido que estaba en tratamiento psiquiátrico y que había sido diagnosticado de una depresión grave, probablemente recurrente. Al menos tuvo un episodio serio.
4.- También sabemos que pasó las pruebas psicotécnicas que los pilotos de avión siguen regularmente para despistar problemas físicos o psíquicos que puedan impedirles el ejercicio de sus funciones.
5.- Sus relaciones afectivas eran escasas y poco duraderas, supimos recientemente que había roto su pareja sentimental, aunque el testimonio más importante que ha surgido hasta el momento es el de una pareja anterior que tal y como dice esta noticia, declara que Lubitz en un arrebato chulesco le dijo: “Algún día todo el mundo sabrá mi nombre”
6.- Al parecer y de la investigación policial hemos sabido que su médico o psiquiatra correspondiente le había extendido hace pocos días la baja laboral que no presentó a su empresa. No sabemos si estaba tomando psicofármacos, pero es probable deducir que si se le prescribieron es probable que no los tomara. Lo que si podemos deducir es que esta enfermedad suponía un serio obstáculo a su carrera como piloto.
Era cuestión de tiempo que la empresa fuera informada de su minusvalía psíquica y le retiraran del empleo. Este punto es muy importante porque la opinión publica sostiene ideas poco realistas sobre los exámenes médicos y la consecuencia de suspensión de funciones en personas que tienen en sus manos la vida y la seguridad de otros. Para empezar la seguridad social se encarga de la asistencia de los pacientes y no mantiene relaciones de vecindad con las empresas concretas, además los médicos estamos obligados a guardar el secreto de nuestros diagnósticos. Dicho de otra forma: el que Lubitz fuera diagnosticado de un trastornos mental no conlleva linealmente que la empresa le apartara de sus funciones.
Otro de los asombros del publico en general es preguntarse ¿cómo no se detectó en esos exámenes obligatorios que la empresa lleva a cabo con sus empleados, la patología severa de Lubitz?
Pues porque se puede mentir en los cuestionarios, siempre que se sepa como disimular. Es verdad que existen escalas para medir los sesgos de falsedad de una persona pero la verdad del asunto es que los cuestionarios psicológicos, sirven para lo que sirven, usualmente despistar patologías gruesas o del carácter o para la investigación pero no para “adivinar” lo que el paciente nos quiera ocultar. Los exámenes de salud mental tal y como están planteados no sirven de nada o de muy poco. La salud mental es postdictiva.
Pero lo cierto es que detectable o no, Lubitz padecía alguna patología mental. Lo sabemos ahora, lo que no significa linealmente que pudiéramos predecirla antes de estrellar el avión. ¿Cual era ésta?
La patología mental de Lubitz.-
Parece demostrado que Lubitz padecía un trastorno afectivo mayor, una melancolía hablando en terminología clásica, pero esta enfermedad por si misma no puede explicar el asesinato de esas 149 personas desconocidas para él, si bien puede explicar su suicidio. ¿Quería Lubitz suicidarse llevándose consigo a esas personas y si asi lo planeó cual fue la razón?
Para responder esa pregunta necesitamos otra explicación, algo que ningún experto se ha planteado de todo lo que he leído. ¿Y si Lubitz padecía no uno sino dos trastornos psiquiátricos, uno conocido y otro sobrevenido?
Para contestar estas preguntas necesito de la colaboración del lector, este ha de leer primero este caso de la psiquiatría clásica: se trata del caso Wagner, un maestro de escuela alemán que cometió uno de los crímenes en masa más estudiados de todas las épocas dado que fue internado en un manicomio durante toda su vida y seguido por el gran psiquiatra Gaupp, que tuvo oportunidad de seguirle durante años. De Wagner hemos aprendido algunas cosas:
1.- Que las enfermedades deben verse de un modo evolutivo -longitudinal- y no de un modo puntual dado que un delirio puede tardar años en aparecer después de un episodio luctuoso como ese, hay que recordar ahora la famosa máxima de Clérambault “cuando el delirio aparece la psicosis es ya antigua”. La aparición del delirio puede inhibir una conducta agresiva, el paso al acto, este parece ser el caso de Wagner.
2.- Que la melancolía y la paranoia, así como la esquizofrenia paranoide representan un continuo y no son tres enfermedades distintas, me adhiero pues a la teoría de la psicosis única de Bartolomé Llopis.
3.- Que un crimen como el cometido por Wagner puede ser llevado a cabo por razones no psicóticas aunque presididos por ciertos axiomas (creencias irreductibles que no admiten demostración) y que mientras unos evolucionan hacia la psicosis, otros se quedan ahí, con un cuadro recortado que podríamos clasificar como una psicopatía.
Dicho de otra manera: que un paciente tenga y sea diagnosticado correctamente de una depresión no excluye la psicosis paranoide o la psicosis delirante en otro momento o lugar. Tal y como le sucedió a Wagner sus crímenes tienen una lógica bien distinta, Wagner asesinó a su mujer y sus hijos por razones bien distintas a los habitantes de Mulhausen a los que asesinó después. Es posible suponer que a su familia la asesinó siguiendo un esquema altruista (para protegerlos del desastre de su linaje) mientras que al resto de los ciudadanos de aquella localidad les asesinó por venganza.
Y también: que la aparición de un delirio protege del paso al acto. Esta parece ser la aportación de Gaupp al caso después de evidenciar durante su internamiento que el paciente mejoró cuando apareció el delirio. No sabemos lo que hubiera sucedido con Lubitz si hubiera comenzado a delirar, lo más probable es que hubiera sido retirado del servicio inmediatamente, pero la evidencia clínica señala en la dirección de que los pacientes mentales peligrosos, lo son más en ese momento en que el delirio aun no se ha construido y el paciente anda buscando un enemigo o un perseguidor, cuando se baten en la trema, es decir en los prodromos de la enfermedad mental, algo muy parecido al aura epiléptica.
La fase de trema es un concepto que ha merecido muy poca atención por la psiquiatría a pesar de ser muy frecuente, en entornos como Urgencias. También conocida como humor delirante se supone que es el avance de un episodio psicótico bien recortado (si se detiene ahí) o bien evolutivo desarrollando toda la parafernalia de la esquizofrenia. Fue precisamente Klaus Konrad el psiquiatra que describió estas fases de la esquizofrenia y precisamente lo hizo a través de un caso seminal: el caso del soldado Rainer.
Rainer era un soldado raso que aspiraba a ser cabo en el ejercito alemán de la II guerra mundial, pero no pudo acceder al examen de cabo por no tener el Bachiller. Ese fue el desencadenante de su psicosis y ese es el caso que Konrad describe (junto a otros) en su libro: “La esquizofrenia incipiente” del que ya hablé aqui.
Konrad rechaza la idea de la incomprensibilidad de la esquizofrenia si bien admite que no es posible esperar una curación psicoterapéutica de la misma; niega que sea imposible su comprensibilidad; también rechaza la idea psicoanalítica de que la esquizofrenia depende de factores estresantes precoces vividos en la primera infancia. Aporta datos descriptivos más que concluyentes sobre la evidencia de que la esquizofrenia no depende de la crianza sino de una frustración relacionada con un proyecto de vida, el fracaso de la tarea de vivir, ¿pues qué es la vida sino un quehacer constante?.
Es curioso que la mayor parte de sus casos fueran soldados o cabos (tropa) que veian frustradas sus ambiciones de ascenso durante la guerra. Konrad especula con la idea de que el sujeto persigue algo que sabe inalcanzable y que precisamente esta imposibilidad de materializar tal deseo es pronto sustituido -merced a la idealización- por la irrenunciabilidad al proyecto.
Lo inalcanzable se funde con lo irrenunciable.
¿No es precisamente esto lo que le sucedió a Lubitz? ¿No fue precisamente esa depresión la que se interpuso entre su proyecto de vida y la realidad?
Lubitz sabia que no llegaría nunca a ser piloto de avión.
Cuando algo nos resulta inalcanzable, surgen dos posibilidades, una es la normal: se renuncia a ello y el individuo queda libre para renovarse a sí mismo, pero hay otra maniobra francamente patológica al oponer y confrontar lo inalcanzable con lo irrenunciable, entonces suceden cosas curiosas en la mente humana dado que nos encontramos en un conflicto de figura-fondo, en un conflicto de trasposición: el resultado suele ser que ese algo que se desea se vuelva irresistible. Ya no hay vuelta atrás, el individuo ha forzado de tal modo su deseo que destruye todo su anterior campo de intereses, donde se hallaba el Mundo y el Tú, forzando tal deseo y empujándolo hacia el centro, hacia el foco de su atención tal y como conté en este post donde hablé del “Ruido del Yo” y de la hiperreflexividad como condimento común a los ciudadanos que comparten una misma cutlura, intereses, anhelos e ideales.
Es entonces cuando el individuo se rompe y se psicotiza. la depresión se ha fundido con la paranoia o la psicosis y si sigue evolucionando con la esquizofrenia.
Pero aun nos queda una ultima pregunta que responder: ¿Por qué Lubitz no pudo renunciar a su proyecto de vida sabiendo que su salud mental no se lo permitía?
La respuesta está en la declaración de su ex-pareja, esa que cuenta que Lubitz pensaba hacerse famoso y que algún día todo el mundo hablaría de él.
Aunque en el lenguaje coloquial “ser el centro del mundo” ya forma parte de nuestra manera de definir a aquellas personas que mantienen -sobre sí mismos- opiniones sobrevaloradas o que tienden a la autoimportancia, la experiencia narcisistica nada tiene que ver (salvo en su radicalidad) con eso que llamamos “egocentrismo” y que observamos en las personas comunes o en los neuróticos con cierto tipo de personalidad.
Lo importante es comprender ahora que mientras la depresión nos impulsa a abandonar algo que estamos haciendo o que deseamos hacer, el narcisismo es una instancia antiempírica que nos impulsa a conseguir obstinadamente aquello que hacemos o deseamos hacer.
Conclusiones.-
Lubitz quería ser piloto, pero su depresión le impidió llevar a cabo su proyecto de vida y su narcisismo le impidió renunciar a ese proyecto. La fusión de su concepto de inalcanzabilidad y de irrenuncialidad le llevó a romperse mentalmente al ponerse de parte de su grandiosidad narcisista. Así estalló una psicosis minor (en forma probablemente de trema) sin deliirio y fue construyendo un plan que en principio aparece como incomprensible (como siempre sucede en los episodios de trema). Y en este plan no cabe duda de que existe una venganza contra Lufthansa, la empresa que acabaría con toda seguridad oponiéndose a su proyecto.
Bibliografía.-
Klaus Konrad. “La esquizofrenia incipiente”. Fundacion Archivos de neurobiología. Madrid 1997.