Los habituales seguidores de este blog ya habrán leído alguna vez que una de las características de las enfermedades mentales es su patoplastia.
“Patoplastia” significa que los síntomas que definen estas enfermedades varían mucho de persona a persona -son plásticos-, no hay dos pacientes iguales que tengan la misma sintomatología aun teniendo el mismo diagnóstico. Del mismo modo los síntomas de una enfermedad mental varían según la época en que se observen y sobre todo dependen de las conceptualizaciones que se hagan sobre ellos. No cabe ninguna duda de que los síntomas psiquiátricos son sociodependientes, es decir traducen o están relacionados con el modelo de sociedad que les enmarca. Y sobre todo con sus valores y creencias compartidas por esa población en un determinado momento histórico.
La idea de que la locura es una enfermedad como el resto de enfermedades y que podía ser definida y estudiada según las leyes naturalísticas es una idea bastante reciente y pertenece a un francés, Jules Séglas. Una idea de la Ilustración.
La psiquiatría es una disciplina joven y más joven aun es la palabra “psiquiatra” heredera de un quehacer mucho más antiguo que se llamó, “alienista”. Los alienistas eran aquellos doctores especialistas en la alienación.
Como casi todos los conceptos en los que hoy creemos a pies juntillas, la psiquiatría nació en la Ilustración, en aquel siglo XVIII francés donde se fraguó la modernidad tal y como la entendemos hoy. En aquel tiempo la batalla de las ideas estaba presidida por una ciencia emergente y la teología. Qué es de Dios y qué es del hombre era el quehacer de los hombres de ciencia y de sus vigilantes Torquemadas siempre dispuestos a exorcizar lo nuevo, a todo aquello que pudiera ser disonante con las creencias religiosas y con el dogma. Los científicos que acabaron sus días en la hoguera acusados de herejes componen una lista demasiado larga para enumerarlos aquí, baste que el lector recuerde la “apostasía” de Galileo, obligado a renunciar a lo que había visto con sus propios ojos o a Descartes que se vio casi obligado a separar las cosas del alma y las del intelecto profundizando así en la dichosa dualidad. Ambos salvaron la vida.
Pero la revolución francesa trajo consigo nuevas ideas y nuevos desafíos para la sociedad entera. El naturalismo de Condillac impregnó la ciencia y con él la idea de que la locura no respondía a causas misteriosas o pecados de una estirpe que había que purgar en este mundo sino que obedecía a causas naturales.
Naturalmente si yo hubiera vivido en el siglo XVIII me hubiera apuntado a esta idea: la locura tiene causas naturales como la ascitis o el infarto de miocardio. Hay que notar que el naturalismo de Condillac nació por oposición a la idea teologal de que la locura tenia causas sobrenaturales. De modo que esta idea fue en aquel momento necesaria y revolucionaria. Efectivamente, la locura, la alienación mental responde a causas naturales y no a designios de Dios. Pero en este post me propongo deconstruir está idea de naturalismo y ponerla en su sitio.
En mi opinión una de las causas del escaso potencial terapéutico del que disponemos los psiquiatras de hoy es habernos fiado demasiado -todo- al naturalismo y de esa especie de reconversión desde el alienismo al psiquiatra actual que no deja de ser un médico desarmado si lo comparamos con otras especialidades más resolutivas.
La mayor parte del publico y del mismo modo los psiquiatras estamos convencidos de que la locura es una enfermedad no tanto del cuerpo sino de la mente. ¿Pero es esta idea cierta?
Lo cierto es que hay pocas alternativas, una conducta o es normal es decir normativa, o es un delito (rechazable por el grupo y sancionable), o es el resultado de una patología. Ante un crimen pasional ,(vease este crimen de este fin de semana) o lo calificamos como un acto delictivo que merece ser castigado o lo definimos como el subproducto de una enfermedad mental. Incluso a veces podemos calificarlo de las dos formas y pensar que es una enfermedad mental y que además merece castigo. O tambien podemos especular de que se trata de un crimen machista, la versión politica que liquida más que explica el asunto.
Pero no es tan fácil y lo más probable es que locura no implique enfermedad. Locura y razón forman parte de lo humano y no presiden nuestra mente de una manera uniforme con una supuesta hegemonía de lo razonable , todos hemos estado locos en breves periodos de tiempo o al menos, hemos tomado decisiones irracionales, hemos cometido “torpezas” que solo después de un cierto tiempo osamos a verlas en su estúpida dimensión. Las emociones entendidas como pasiones (pathos) nos juegan malas pasadas a casi todos con mayor o menor intensidad.
Pero volvamos nuestra atención sobre esos crimenes pasionales donde la ex-pareja de una muchacha decide en un momento dado terminar con la vida de ésta. ¿Cómo podemos explicarnos este tipo de crímenes? ¿De qué clase de locura estamos hablando?
De la neurosis al “todo es posible”.-
Decir neurosis es decir conflicto intrapsíquico. El siglo XIX y parte del XX se caracterizó por conflictos entre el deseo y la inhibición del mismo a través de la parte moral individual (el Superyó freudiano) o la inhibición social, el deseo pugnaba por transgredir la norma y a su vez la norma se ocupaba de inhibir el deseo, esta inhibición daba lugar a distintos síntomas neuróticos que eran -según la versión tradicional freudiana- el resultado del compromiso pulsional. La pulsión emergía disfrazada en forma de síntomas irreconocibles para el Yo y para el sancionador, por decirlo de una manera comprensible. Este juego entre el deseo y la parte moral tenia diversos destinos, uno era la neurosis que se caracterizaba por la represión del deseo que sólo se manifestaba en cierto modo bajo un disfraz. El otro era la perversión que era considerado por Freud, la otra cara (el negativo de la neurosis). En la perversión podía observarse claramente qué es lo que el neurótico reprimía: precisamente lo que el perverso hacía sin ningún tipo de restricción.
La neurosis se establecía pues entre los polos permitido/prohibido cabiendo dos soluciones individuales: la transgresión o la inhibición, tambien la conformidad o el aplazamiento como estrategias normativas y adaptadas. Es por eso que el síntoma fundamental de este tipo de conflictos fuera la angustia. La angustia era el subproducto de esa inhibición.
Pero alrededor de los años 60 del pasado siglo pasó algo muy trascendente, algo que nos cambió el cerebro a gran parte de los europeos. Y que conocemos como revolución sexual.
Aunque más que revolución sexual tendriamos que hablar de revolución reproductiva y vino de la mano de una tecnologia farmaceutica: la pildora anticonceptiva.
La pildora anticonceptiva supuso una revolución tambien en otros ámbitos y no solo en la disociación entre sexo y reproducción, tuvo una gran influencia sobre todo en la emancipación de los individuos, en su independencia.
Y sobre todo de las mujeres que pudieron asi convertirse en sujetos históricos como los hombres,
La contracepción es la tecnología que permitió a las mujeres elegir el momento, el cómo, con quién y cuando quedar embarazadas, mientras se multiplicaban los contactos sexuales previos al matrimonio o al compromiso reproductivo, dicho de otro modo, la contracepción es la que permitió multiplicar los contactos sexuales sin el peaje del embarazo que hasta los años 60 era la regla.
El paso al compromiso reproductivo sufrió un enorme retraso lo que dio lugar a un descenso de la natalidad que hoy consideramos en algunos paises ya más que preocupante al tiempo que se introdujeron -paradójicamente- también otras libertades como la del aborto libre o casi libre que en toda Europa se ha consagrado como un principio de derechos femeninos elementales.
Por otra parte la incorporación de la mujer al mundo del trabajo, no hubiera sido posible en una sociedad tradicional, fuere agricola o industrial, sencillamente en un mundo sin anticonceptivos la mujer no hubiera podido incorporarse de un modo tan generalizado no ya a los trabajos más devaluados o manuales sino a las carreras y estudios complejos que exigen mucha más postergación en la edad de tener el primer hijo. De estos cambios hablé ya en un post anterior. Sobre las consecuencias que estos cambios tuvieron en el imaginario femenino y social hablaré en otra ocasión.
Pero a mi modo de ver las cosas, el mayor cambio que se operó en el psiquismo individual tanto de hombres como de mujeres fue el desplazamiento del conflicto permitido/prohibido al conflicto posible/imposible. Desamortizadas todas las referencias morales, el limite de lo que” debe ser” pasó a desplazarse hasta lo que es posible imaginar y hacer. “Si quieres puedes” reza hoy el slogan postmoderno. De la neurosis que intentaba transgredir lo prohibido se pasó a que no hubiera nada prohibido lo que nos llevó de cabeza al sentimiento de fracaso.
De manera que la primera consecuencia que tuvo este fenómeno en la mente individual es que cualquier cosa es elegible, qué cuerpo puedo tener, qué sexo me corresponde, qué identidad adoptar. Si todo es elegible a la carta y no consigo que mi deseo se haga realidad entonces es que algo estoy haciendo mal, soy un incapaz y carezco de la potencialidad que todo humano parece tener. No es raro pues que la depresión sea la enfermedad de nuestro tiempo y del siglo XXI.
La depresión o melancolia siempre existió, de eso no cabe ninguna duda pero ha modificado su sintomatología y su frecuencia. Hace muchos años que no veo una melancolía psicótica, con aquellos delirios de culpabilidad, de condenación o de inmortalidad, el dolor moral clásico ha sido sustituido por una vivencia de incapacidad, de fatiga, incapacidad fisica o de incompetencia. El estado de ánimo triste continua existiendo, asi como el trastorno del sueño pero el resto de la fenomenología depresiva ha cambiado y ya no la consideramos una neurosis como Freud sino como un trastorno especifico e independiente de estado.
Vuelvo ahora a la pregunta que más arriba me hacía respecto a las razones que indujeron a asesinar a una muchacha y que más allá del caso concreto es una secuencia que parece repetirse en estos crímenes “machistas”. La secuencia parece ser la siguiente:
Una pareja o ex-pareja desairada que mantuvo relaciones quizá esporádicas, pero íntimas con una muchacha, intenta reanudar la relación, después de que la muchacha le rechazara y él insistiera e incluso amenazara o la acosara. La persigue y pergeña un plan criminal que ejecuta a la menor ocasión, casi siempre con arma blanca y con gran saña.
Para responder a la pregunta ¿Por qué lo hizo? se nos pueden ocurrir varias respuestas: la mayor parte de la gente y de la policía concluirán que se trata de una intolerancia al rechazo, por alguna razón el individuo se obsesionó con este rechazo y planeó una venganza tipo “la maté porque era mía”, con esta explicación jueces, policías, forenses y casi todo el mundo se da por satisfecho. Pero hay algo más.
La mayor parte de los hombres podríamos escribir un libro con las calabazas que hemos recibido de parte de muchachas en otro tiempo y lugar. ¿Por qué no todos se convierten en asesinos?¿ Por qué estos sucesos suceden hoy con más frecuencia que ayer?. ¿Por qué parecen mimetizarse desde los medios de comunicación? ¿Por qué no son capaces de desembarazarse de esa obsesión por una muchacha puntual?
En mi opinión hay que buscar las causas no dentro de la relación y tampoco en la mente individual sino en los mimbres y las valores sociales de esta nuestra época, la eficiencia que siempre lleva colgando una bolsa de ineficiencia.
Si no eres eficiente eres un fracasado. Y cuando una acción se acomete desde esa causa eficiente sin correlacionarla con las otras tres causas aristotélicas suceden verdaderos desastres
Para responder a estas preguntas o bien habríamos de concluir que los hombres actuales son más agresivos que sus abuelos (cosa que ya sabemos que no es cierta) o bien tendremos que concluir que algo falla en los mecanismos inhibitorios de las conductas agresivas que siendo menos frecuentes son igualmente explosivas.
Y eso es precisamente lo que sucede: sin limites, sin prohibiciones, sin referentes no hay inhibición. Naturalmente esta falta de inhibicións no nos afecta a todos, pero algunas personas -algunos hombres- pueden ser muy susceptibles a esta falta de controles internos que son en definitiva internalizaciones de los controles externos. Sin este límite el individuo queda prisionero de su causa motriz o eficiente sin ninguna otra consideración, como un carpintero es la causa de la mesa si bien en la mesa hay otras causas que la definen mucho antes de llegar a sus manos.
Y en mi opinión en este reduccionismo causal hay mucho de locura y poco o nada de enfermedad mental. Ni siquiera hay un plan ejecutor planeado para escapar del escrutinio de la ley, el individuo ni siquiera fue capaz de planearlo como haría un psicópata o un profesional del crimen. Simplemente ejecutó su pathos y si le preguntáramos hoy porqué lo hizo seguramente escucharíamos algo tan banal como “me dejó”. Es decir me dejó solo.
La banalidad del mal.
Pues el mal no es otra cosa sino la eficiencia absoluta.
La muchacha asesinada era irrenunciable precisamente porque era inalcanzable.
Bibliografía.-
S. Freud (1925): “Inhibición, sintoma y angustia”
Alain Ehremberg (2003) : “La fatiga de ser uno mismo: depresión y sociedad”