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El tirano que hay en tí

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eros

“Somos o al menos sentimos que somos criaturas incompletas e incapaces de descansar hasta que esa fuerza que experimentamos dentro se realice fuera,” (Platón)

No cabe duda de que nuestra especie se caracteriza por un déficit estructural, nacemos a medio hacer si, pero no me refiero a esa cualidad del déficit sino a la-falta-en-el ser de la que hablan algunos filósofos. Una falta en el ser que es la responsable de nuestro deseo, somos deseantes en la medida en que estamos incompletos.

Freud le llamaba pulsión, Platón le llamó Eros, Spinoza, conatum, Bergson le llamo élan vital, y Lacan deseo. Lo interesante de este deseo es que nos impulsa -como decía Platón- a proyectarnos en la realidad, es decir a conseguir que la realidad se pliegue a nuestros deseos y que estos se reflejen en ella. Es por eso que Platón adelantándose a Freud en muchos años aseguraba que:

“lo que lleva a ciertos hombres a albergar el deseo de la tiranía es un impulso psicológico de la misma índole (pensaba Platón) que el que lleva a otros hacia la filosofía”

O dicho de otra manera: el impulso hacia el bien, la justicia y la verdad bebe de la misma fuente que el impulso contrario: el de la tiranía, la maldad y el dominio. Bebe de la fuente del deseo. Todo dependerá no del deseo mismo sino de las maniobras que hagamos para dominar y encauzar ese mismo deseo, algo que solo puede conseguirse con el “Conócete a ti mismo” que podría traducirse de la siguiente manera: “Conoce al tirano que hay en ti”. Es decir de la filosofía, de ese amor a la verdad que llamamos hoy introspección o análisis de la subjetividad.

platon

Platón estuvo muy interesado -por boca de Sócrates- en la aplicación de la filosofía a la política, es decir al gobierno justo de las ciudades y los territorios. En la República escribe un verdadero tratado acerca de esta imposibilidad, pues: del mismo modo que un médico no puede curar a un paciente contra su voluntad, el filósofo no puede convencer al político para que aplique en su gobierno las leyes y proporciones del sabio y si lo consiguiera no podría evitar que el tirano utilice esa misma sabiduría para el dominio de su pueblo. Es por eso que Platón concluye en la imposibilidad de un rey filósofo, sabio y justo.

Sucedió que en Siracusa hubo un tirano llamado “Dionisio el viejo” que al morir legó su trono a su hijo Dionisio el joven despertando muchos anhelos en su pueblo. Platón fue llamado a Siracusa por medio de un antiguo discípulo llamado Dión. Platón acudió a la llamada de Dión e intentó instruir al joven Dionisio pero este era demasiado joven e impulsivo para aprender nada, de modo que en su primer viaje Platón fracasó y se hizo a la mar hacia Atenas. Aun hubo otro intento de Dión de hacer volver a Platón al asegurarle que Dionisio había cambiado de actitud y ahora se encontraba mucho más dispuesto a instruirse. Lo cierto es que Dionisio comenzaba a tener enemigos en Siracusa y el pueblo comenzaba a ver en él maneras de su padre, el odioso tirano. Este segundo viaje de Platón fue también una decepción en el sentido de que efectivamente Dionisio estaba más dispuesto a aprender pero intuyó que en realidad lo que quería Dionisio era hacer más sutil y más efectivo su dominio tiránico sobre la ciudad: algo así como una “dictablanda”.

A partir de este momento Platón regresa a Atenas mientras que Dion se levanta en armas contra Dionisio. En este desdoblamiento podemos entrever como Dión es el reverso del personaje de su maestro, Platón. Uno opta por la guerra mientras el otro se retira de la vida política y vuelve a la filosofía: hoy diríamos que Platón es un intelectual nada interesado en cruzar ese Rubicón que separa filosofía (ideas) de su aplicación o política. Dión tiene una causa justa pero perecerá en su intento.

Lo interesante de este relato es considerar que el deseo de Dionisio, Dión y el de Platón eran similares: la búsqueda de la verdad o la aplicación de unas ideas concretas a la acción publica con dos vertientes éticas: una (la de Platón) la ética de la responsabilidad y otra (la de Dionisio) la ética de la convicción y más aun la ética de la guerra en el caso de Dión. Todos los tiranos -y ahora estoy pensando en los tiranos del siglo XX- eran grandes idealistas, quisieron cambiar el mundo, llevar sus ideas al plano de la realidad social. Es precisamente eso lo que les hizo tan peligrosos: vale más un tirano estúpido que un tirano con pretensiones intelectuales.

Lo que nos lleva de vuelta a los materiales del deseo, a esa especie de fuerza que nos impulsa a pensar y nos impulsa a amar, a poseer, a orientarse hacia el saber o hacia el dominio, a la guerra o a la concordia. ¿Qué es lo que hace que unos deseos tengan esa dirección justa y otros se inclinen hacia el mal, ahora que ya sabemos que todos los deseos son inevitables como seres deseantes que somos?

El ser humano es un auriga que dispone de dos caballos, uno tiene alas y es capaz de volar, otro está apegado a la tierra y fascinado por el poder, el dinero, el dominio y lo ctónico. Depende de qué caballo sea más fuerte el individuo podrá volar (hoy diríamos sublimar) mientras que otros acabarán arrastrándose por el barro del pathos.

¿Qué deseo?

Algunas personas optan por desear objetos materiales, posesiones riquezas, artilugios de toda índole, eso hacen los niños mientras andan codificando el mundo en comparación con los demás. Otros desean el amor y o bien son mártires -sometiéndose- o verdugos -dominantes- de ese amor tiránico que mueve las más bajas pasiones. Otros por fin desean el poder, otros el saber, otros la belleza. Un deseo que en cualquier caso va perpetuándose a sí mismo porque se retroalimenta. Y lo hace precisamente porque representa nuestra condición deficitaria. El deseo no puede saciarse y es siempre tiránico y es precisamente por eso que hay neuróticos que optan por el poder o bien por ese tipo de amoríos que resultan destructivos o debilitantes.

El deseo se puede acallar o mitigar como hace los obsesivos a través de múltiples trampas que se le oponen. La más conocida es la momificación del deseo o bien la momificación del deseo-del-otro. Otra alternativa es el asesinato del mismo, como hace el depresivo haciéndose el muerto y en nuestra época de esplendor consumista lo más frecuente es el desfallecimiento del deseo de aquel que lo tiene todo pero no puede disfrutar de nada.

También son bien conocidas las estrategias histéricas que se manifiestan como un cluster en el que participan, la queja, la insatisfacción y el desafío.

En realidad el sujeto histérico mantiene abierto su deseo proyectando sus deficiencias de satisfacción en los demás. Son los demás siempre los causantes de su insatisfacción sin caer en la cuenta de que la función del deseo es estar siempre vacío y con un hueco expectante, nunca colmado salvo pequeños intervalos ilusorios. De eso va la vida: lograr ese saber averiguando que maniobras hacemos para hallarnos a nosotros mismos en ese vacío existencial que sugiere que se desconoce en profundidad la cualidad de lo humano.

Eso mismo hizo Platón cuando entendió que no podía existir un rey justo, pues el poder y el exceso por si mismos embriagan y lleva la pasión hasta un limite de donde es  complicado retroceder. El pathos también embriaga y esta es la razón por la que es tan complicado traer de vuelta al enfermo, muchos de los cuales no quieren ya volver, como Dionisio.


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