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La felicidad de estar triste

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La melancolia es la felicidad de estar triste (Victor Hugo)

¿Qué ha sucedido con las neurosis, la histeria, la paranoia, la melancolía, la neurosis obsesiva? ¿Qué ha sucedido con conceptos como el de perversión, el de repetición? ¿Qué se hizo del concepto de monomanía esquiroliana, del concepto de Zwang freudiano? ¿Por qué las nuevas nomenclaturas como el DSM han rechazado estos conceptos tan cargados de saberes empíricos y los ha sustituido por etiquetas diagnósticas donde se toma el síntoma como ejemplo de una estructura o clase?

Casi todos los psiquiatras que conozco y también los no-profesionales interesados en el tema están de acuerdo en que el eje I del DSM está sobresaturado de entidades nosológicas más que discutibles. Algunos autores critican esta proliferación de entidades y auguran que con tal manual en la mano todos nosotros podríamos ser diagnosticados de una cosa u otra. Los que hacen esa critica tienen razón. Es obvio que el manual de clasificación de enfermedades psiquiátricas reemplazó los criterios empíricos e históricos por etiquetas compartibles. Tomemos como ejemplo la palabra “depresión”, que ha venido a sustituir a la vieja “melancolía”, tan cargada de razones y de saberes. No cabe duda de que los intereses de la industria farmacéutica han tenido mucho que ver en esa proliferación de “depresiones”, pero también es cierto que se trataba sobre todo de una lucha contra el psicoanálisis y su enorme contribución a la psiquiatría moderna para sustituirla por un pastiche donde queden, irreconocibles las raíces.

Y una patología mental o un síntoma sin historia no es aceptable.

Y también hay que nombrar a la medicalización del sufrimiento humano: no cabe duda de que la etiqueta “depresión” es más soportable que cualquier otra etiqueta clásica pero aparece desposeída de los conocimientos que arrastró la palabra “melancolía”, un ejemplo de esta sustracción es la idea que preside este post sobre esa curiosa ambivalencia donde la tristeza aparece preñada de una atmósfera de satisfacción. La palabra “depresión” no está estigmatizada, es soportable por médicos, pacientes y familiares, no asusta a nadie y apunta para su solución a un fármaco prometedor. Pero está castrada en origen.

La “depresión” no es una estructura ni una enfermedad como diríamos hoy, en todo caso un síntoma o un síndrome que puede acompañar a unas estructuras u otras. La palabra “melancolía” sin embargo si es una estructura en litigio lineal con la paranoia. El eje melancolía-paranoia es el enrosque natural de estas dos formas de sufrimiento-goce. La depresión es un epifenómeno también en la histeria y en la neurosis obsesiva, pero es importante no olvidar que la melancolía es una psicosis y no una neurosis. De manera que melancolía y depresión no son la misma cosa y aunque hoy en día utilicemos la palabra “depresión” metonímicamente para describir a la melancolía (depresión con síntomas psicóticos) lo cierto es que hay síntomas depresivos en las melancolías pero no siempre los síntomas depresivos señalan hacia ella..

Dicen que el siglo XXI va a ser el siglo de las depresiones y no me extraña nada si consideramos la buena prensa que tiene la depresión y sus tratamientos médicos, sus bajas, sus pensiones y sus prebendas laborales y familiares. En un post anterior ya planteé la idea de que la depresión no era siempre una enfermedad mental, más concretamente hablé de las relaciones entre la inflamación y la depresión, es decir hablé de las condiciones somáticas del síndrome que reproduce los síntomas espontáneos que se dan sin esta concurrencia. En este post voy a explorar otra de las caras de la depresión, en referencia a la pregunta: ¿Es la depresión una patología ética?

tusculanas

Cicerón y la depresión.-

La palabra melancolía es tan antigua como la medicina griega (hipocrática). En aquella época se consideraba “melancolía” a toda forma de psicosis sin fiebre, lo que hoy entendemos como psicosis funcionales. En la antigüedad sin embargo no se consideraba a la tristeza (la emoción central de la melancolía) del mismo modo que hoy. Para un griego, el triste era alguien que se dejaba engatusar por los arrumacos de un goce que llevaba a la inacción, una especie de debilidad o cobardía. De modo que lo que hoy llamaríamos inhibición psicomotriz seria la cara oculta del afecto triste. Algo intolerable para un clásico como toda forma de pasividad. Sirvan como botón de muestra las siguientes referencias extraídas del libro de Jose Maria Alvarez “Estudios de psicología patológica”:

“La enfermedad es una fiesta para los pusilánimes pues así no van a su trabajo” ((Estobeo).

“Hay algo no solo más deplorable sino mas ignominioso y grotesco que un hombre abatido, y derrotado por la aflicción” (Ciceron).

“No puede ser un hombre grande y triste” (Séneca).

“Toda tristeza es un mal por su propia naturaleza” (Gregorio de Nisa).

La idea de que la tristeza o la aflicción eran venenos naturales que todo hombre o mujer un día u otro tendrá que probar es constante en la literatura clásica y medieval, pero también lo es su medicina: dejarse arrastrar por ella hasta la inacción es un vicio, algo que una persona formada  y moral no puede sino enfrentar con todas sus fuerzas. Pues las causas de la melancolía ya fueron identificadas en la antigüedad: la depresión tiene una causa perfectamente clara e identificable, las perdidas y los fracasos, pero en los afectos siempre hay trampa (Alvarez 2018).

La vida de Cicerón es muy interesante para aquel que quiera profundizar sobre aspectos políticos, literarios, jurídicos, filosóficos y clínicos de la época en que Cicerón vivió. Una época llena de conflictos civiles y de lealtades difíciles de compaginar. Precisamente Cicerón era un hombre hipersensible, y probablemente sufría lo que hoy llamaríamos “fobia social” a pesar de ser orador y abogado y pasar parte de su vida profesional hablando en público. Cicerón tuvo una carrera meteórica a pesar de no formar parte de la aristocracia romana, fue partidario de la República y detestaba la tiranía pero tuvo una actitud “equidistante” en el conflicto de la guerra civil y después del asesinato de Cesar del que era débilmente partidario por su alta capacidad intelectual aunque no compartiera sus ambiciones, algo que su enemigo Pompeyo no le perdonó jamás. De hecho fue asesinado por orden de Pompeyo.

Su retiro a Tusculum estuvo provocado precisamente por sus dudas éticas respecto a sus lealtades, más tarde se convirtió en un exilio electivo sobre todo después de la muerte de su hija Tulia. Es posible afirmar que los dos últimos años de su exilio estuvieron presididos por la melancolía, provocadas por perdidas y fracasos. De él y su carácter se ha dicho que:

“Ojalá hubiera sido capaz de soportar la prosperidad con mayor autocontrol y la adversidad con mayor energía!”

El interés de ese retiro en Tusculum fue precisamente porque durante él fue cuando escribió a mi juicio su obra maestra, una especie de tratado sobre la melancolía y sobre métodos para superarla. Como hemos visto Cicerón que era un estoico, estaba persuadido de que la depresión era una retirada moral sobre un problema determinado y que el mantenimiento de la dignidad era necesario para no sucumbir a una segura derrota. Dicho de otra forma: Cicerón pensaba que era vergonzoso deprimirse a pesar de tener razones fundadas sobre ello. Deprimirse era de cobardes y egoístas, en cualquier caso una experiencia inútil, idea que también encontraremos en Séneca.

Hoy hemos modificado nuestro punto de vista sobre la depresión a la que consideramos una enfermedad natural y la hemos desposeído de todo elemento ético. Es por eso que Jacques Lacan en “Televisión” plantea una vuelta a la concepción ética de la aflicción, devolviéndole al hombre su capacidad -ahora secuestrada y alienada- por “algo que nos sucede” y que “no podemos controlar sin medicamentos o ayuda especializada”.

 

Bibliografía.-

Jose Maria Alvarez: “Estudios de psicologia patologica” (2017) Xoroi Edicions.

 

 


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