Hace pocos días fui invitado a dar una conferencia en la universidad, más concretamente en el CEU San Pablo. La conferencia -que contaba como una clase magistral- se titulaba “Las psicoterapias” y estaba dirigida a alumnos de 4º curso de Medicina. Antes de empezar el responsable de la asignatura de Psiquiatría me pidió que orientara mi lección (que ya había impartido otros años) hacia el psicoanalisis y sobre Freud.
Me llamó la atención esta petición pues estoy acostumbrado a hablar más bien poco de la genealogía de la psicoterapia cuando hago un repaso de las múltiples formas de psicoterapia que existen en el mundo: más de 250 escuelas según el recuento que en su día hiciera Jay Haley y que estoy seguro de que no han hecho sino aumentar.
De manera que le pregunté a mi interlocutor cual era la razón de ese cambio en la orientación de mi clase y esta fue su respuesta: “últimamente salen muchas preguntas en el MIR sobre Freud”. Mi sorpresa fue mayúscula pues no tenía noticia de ese cambio pero me produjo cierta alegría y que venia a reforzar mi impresión de que el psicoanálisis estaba remontando en una cierta escala de aceptación. Aceptación académica. claro está, pues el psicoanálisis es de esas cosas donde puede apreciarse el divorcio entre la universidad y la vida real. Algo parecido pasa con las medicinas complementarias siempre minusvaloradas y despreciadas por el sistema pero de una gran éxito entre el publico en general, sobre todo desde la introducción de la quimioterapia o la radioterapia con sus efectos secundarios canónicos. Sencillamente la gente recurre a este tipo de terapias para contrarestar los efectos secundarios de los tratamientos oncológicos, al menos desde la perspectiva de que no son terapias agresivas.
De manera que preparé mis diapositivas de otra forma y dividí a las terapias en dos bloques: las directivas (la DBT por ejemplo) y las no directivas entre las que se encuentra el psicoanálisis siguiéndole el rastro a la vieja histeria, desde la antigúedad hasta nuestros días, y persiguiendo los distintos tratamientos y concepciones de la misma: desde lo mítico (el útero viajero), lo hipocrático (los humores), lo mesmérico (la sugestión), lo hipnótico, lo pitiático (la convicción de que las histéricas eran fingidoras. como supuso Babinsky) y lo traumático sexual (Janet) hasta llegar a Freud.
El mérito de Freud fue caer en la cuenta de que la histeria era una enfermedad sexual tal y como habían considerado sus predecesores si bien entre estas causas sexuales predominaba la idea de la insatisfacción o bien la deprivación sexual, hasta llegar a Janet y su teoría de la seducción, pero no compartía la idea janetiana de que estas pacientes habían sufrido un traumatismo (abuso) sexual en todos los casos. Freud repensó esta idea al abandonar la hipnosis y comenzar a elaborar su teoría de la libido.
Sexual si, pero no a causa de la deprivación ni del abuso.
Los hallazgos principales de Freud son por este orden: el inconsciente, el complejo de Edipo y la libido.
Hoy utilizamos la palabra “libido” en una única acepción: libido es el deseo sexual, sin embargo en la concepción original “libido”, es una energía que en tiempos de Freud no se podía entender de otro modo sino como algo hidráulico, mediante la metáfora de la circulación y los fenómenos hidrológicos. Hoy consideramos que libido es vínculo, un vinculo interpersonal: madre e hijo están unidos por un lazo invisible, un vínculo libidinal que es sexual pero no genital. Esta idea de Freud de que no todo lo libidinal -siendo sexual- es genital; es decir no puede compararse a lo que los adultos llamamos “atracción sexual” que siempre implica a la genitalidad, es difícil de aceptar en según que entornos. Así es frecuente y yo he oído hablar a personas con mucha formación intelectual entender que el complejo de Edipo significa algo así como que “quise acostarme con mi madre y matar a mi padre”. Hasta Gustavo Bueno solía bromear con esta idea que efectivamente no solo es simplista sino estúpida. Y lo es porque un niño de tres o cuatro años no puede entender la mecánica del coito ni sabe nada de relaciones sexuales ni como materializar un homicidio paterno. Paradójicamente con esta idea, un niño de esa edad puede excitarse sexualmente, lo que significa que lo sexual es anterior al procedimiento sexual.
La libido en este sentido es algo que va modificándose con la maduración neurológica y psíquica y provoca vínculos bien distintos según en la edad en que se manifieste: la idea es que la libido cambia, cambia de objeto y sobre todo cambia de zona erógena, desde un vinculo cerrado con la madre (narcisismo primario), que fluctúa desde la boca, el oído, el olfato y la piel, hasta los vínculos que los adultos generamos con nuestras parejas, amigos, hermanos o cualquier persona significativa. En cualquier caso podemos hablar de que libido es una forma de amor, un amor cambiante según las necesidades y con distintas modalidades. El vinculo con nuestras parejas es un vinculo sexual programado por la especie y que tiene como objeto la reproducción. este podríamos decir que es el ultimo peldaño de la evolución de la libido.
Pero es un error contemplar la libido como un vinculo de lo que nosotros los adultos llamamos amor, sería más apropiado llamarle “apego” y en realidad este vinculo esta formado por varios elementos: la necesidad, la demanda y la satisfacción o insatisfacción de esa demanda. El niño pequeño tiene necesidades que no puede verbalizar a través de las palabras, recurre pues al llanto, a las rabietas y poco a poco al rechazo cuando algo no le gusta o no coincide con su demanda. Sus necesidades pueden ser atendidas o desatendidas, confundidas con otras (si la madre no siente la suficiente empatía) y sobre todo tiene necesidad de seguridad, una seguridad que le proporciona la madre, su abrazo. Pero la madre no está permanentemente con el niño, de manera que pronto o tarde el niño podría hacerse la siguiente pregunta o reflexión si pensara como un adulto: “a veces parece que me quieren y a veces parece que no me quieren”. frente a esta dicotomía no tiene más remedio que posicionarse y contemplar otras alternativas, otros cuidadores a los que dirigir su necesidad, es decir ampliando el panorama de objetos cuidadores que en cualquier caso no son sino madres sustitutivas.
De manera que la libido en su origen no tiene nada que ver con el amor adulto sino con la necesidad de la condición deficitaria con la que venimos al mundo. Una necesidad que también tiene la madre de forma especular. La madre sufre de ansiedad de separación cuando está lejos de su bebé del mismo modo que el niño. El amor es la personalización que hacemos los adultos de la necesidad, de ese resto de necesidad que quedó insatisfecha cuando fuimos bebés. Eros es concreto, Ananké es abstracta.
Es por eso que la libido no solamente se compone de sentimientos amorosos sino también de otro tipo de sentimientos más cercanos a la decepción, la rabia, la impotencia o el desengaño. La libido es el paquete que oculta en su interior una marejada de emociones en las que navega el niño pequeño hasta que es capaz de formular sus demandas a través de las palabras y hacerlas así más inteligibles. Es interesante observar que lo sensible se convierte en inteligible cuando el lenguaje aparece en el horizontes de posibilidades del niño para pedir.
Es por eso que es absurda la idea de que el niño quiere acostarse (copular) con la madre, tan absurda como decir que el niño ama a su madre. Es menos absurdo que la madre -que es una adulta- diga que quiere (ama) a su hijo, pues utilizará con seguridad el amor para describir sus sensaciones que en cualquier caso proceden de la necesidad o en cualquier caso del deseo. El deseo es el resto que queda cuando la necesidad no ha sido atendida del todo. La madre puede amar a su pareja pero necesita-desea a su hijo en la misma medida que el niño la necesita a ella.
Para construir ese vinculo perfecto que hemos llamado uroboros. y que remite al amor fusional de los místicos.
Un vinculo urobórico, un circulo que remite a la diada madre-hijo, una unidad perfecta y narcisista, un nudo difícil de desatar pero que está evolutivamente destinado a cortarse pues sólo fragmentando esa unión podrá el hijo diferenciarse y lograr ser un individuo por sí mismo.
En el próximo post hablaré de las vicisitudes que sigue la libido cuando esa cascara se rompe y el circulo se abre.